Fé & Religión
¡Somos HOMBRES de FE para SALVAR el ALMA!
Hebreos 10,32-39:
Hermanos:
Recordad aquellos días primeros, en los que, recién iluminados, soportasteis múltiples combates y sufrimientos: unos, expuestos públicamente a oprobios y malos tratos; otros, solidarios de los que eran tratados así. Compartisteis el sufrimiento de los encarcelados, aceptasteis con alegría que os confiscaran los bienes, sabiendo que teníais bienes mejores y permanentes.
No renunciéis, pues, a vuestra valentía, que tendrá una gran recompensa.
Os hace falta paciencia para cumplir la voluntad de Dios y alcanzar la promesa.
«Un poquito de tiempo todavía y el que viene llegará sin retraso; mi justo vivirá por la fe, pero si se arredra le retiraré mi favor».
Pero nosotros no somos gente que se arredra para su perdición, sino hombres de fe para salvar el alma.
Salmo 36,3-4.5-6.23-24.39-40
Cantad al Señor un cántico nuevo, porque ha hecho maravillas.
-Confía en el Señor y haz el bien: habitarás tu tierra y reposarás en ella en fidelidad;
sea el Señor tu delicia, y él te dará lo que pide tu corazón.
-Encomienda tu camino al Señor, confía en él, y él actuará:
hará tu justicia como el amanecer, tu derecho como el mediodía.
-El Señor asegura los pasos del hombre, se complace en sus caminos; si tropieza, no caerá,
porque el Señor lo tiene de la mano.
-El Señor es quien salva a los justos, él es su alcázar en el peligro; el Señor los protege y los libra, los libra de los malvados y los salva porque se acogen a él.
Marcos 4,26-34
Jesús decía al gentío:
«El reino de Dios se parece a un hombre que echa semilla en la tierra. Él duerme de noche y se levanta de mañana; la semilla germina y va creciendo, sin que él sepa cómo. La tierra va produciendo fruto sola: primero los tallos, luego la espiga, después el grano. Cuando el grano está a punto, se mete la hoz, porque ha llegado la siega».
Dijo también:
«¿Con qué podemos comparar el reino de Dios? ¿Qué parábola usaremos? Con un grano de mostaza: al sembrarlo en la tierra es la semilla más pequeña, pero después de sembrada crece, se hace más alta que las demás hortalizas y echa ramas tan grandes que los pájaros del cielo pueden anidar a su sombra».
Con muchas parábolas parecidas les exponía la palabra, acomodándose a su entender. Todo se lo exponía con parábolas, pero a sus discípulos se lo explicaba todo en privado.
REFLEXION
SOMOS HOMBRES DE LA FE PARA SALVAR EL ALMA.
La primera lectura nos habla de las consecuencias de algunos cristianos después del encuentro iluminador con Jesús. Han sufrido “múltiples combates y sufrimientos”, entre otros los de los encarcelados y la confiscación de los propios bienes, pero “sabiendo que teníais bienes mejores y permanentes”.
El autor de la carta les invita a no renunciar a su valentía y a su constancia porque de esa manera tendrán “una gran recompensa”, alcanzarán “la promesa”.
Pasando a nosotros, los cristianos del siglo XXI, de alguna manera, nos vemos reflejados en la situación de estos primitivos cristianos. Tenemos alegrías y dolores. También la cruz, en sus diversas manifestaciones nos visita. Cada uno podemos decir de qué manera. Pero Jesús no nos deja solos, siempre está con nosotros. “Yo estaré siempre con vosotros hasta la consumación”. Desde nuestra fortaleza y debilidad, apoyándonos siempre en la ayuda del Señor, lograremos vivir nuestra vocación de seguidores de Jesús. “Somos hombres de fe para salvar el alma”.
Hoy en día, asistimos a una pérdida progresiva del valor de la FIDELIDAD. El consumismo y materialismo en el que muchas veces nos vemos envueltos nos hace con facilidad cambiar de marca, de utensilios, se va creando en nosotros la necesidad del cambio y del utilitarismo, que se reduce a: ya no me sirve, lo cambio o lo tiro; uno nuevo y mejor.
Esto afecta todas las áreas de la vida. Con gran tristeza, vemos cómo muchos de nuestros jóvenes inician el matrimonio con estas ideas destructoras. En muchos de ellos no está el deseo de que sea para toda la vida, si las cosas no empiezan a caminar como ellos pensaban, inmediatamente surge la separación. Muchos de ellos no están dispuestos a luchar por lo que decían amar. Nada en este mundo que esté relacionado con el amor es fácil, pues el egoísmo, promovido por el demonio y sus aliados, lo alimenta y busca continuamente destruir.
En la vida de fe sucede lo mismo, muchos quisieran una religión a su manera, que no apriete, que no incomode, en donde no exista el compromiso y la persecución. Nuestra lectura nos invita a ser fieles y a luchar por el amor, por nuestros valores, por nuestra fe y no ser como veletas movidas por el viento del egoísmo y de los intereses del mundo. ¡Ánimo!, nosotros somos hombres y mujeres de fe, y la fe y el amor finalmente vencerán.
La semilla va creciendo sin que él sepa cómo.
Hay que repetirlo cuantas veces sea necesario. Lo nuestro, en principio, de entrada es cosa de dos. Es trabajar en equipo con Jesús. Bien claro nos lo dice el mismo Jesús: “Sin mí no podéis hacer nada” y “trabajad mientras vuelvo”.
Nuestra experiencia nos lo confirma. Nosotros solos con nuestras propias fuerzas no podemos hacer nada. Las parábolas del evangelio de hoy insisten en el papel de Dios. Él sigue siendo el que mueve nuestra vida y nuestra actuación, después de que nosotros hayamos sembrado la semilla en la tierra.
Hay momentos en que los cristianos tenemos que parar en nuestra actividad evangelizadora, dormir de noche, sabiendo que “la semilla va creciendo sin que el sembrador sepa cómo”. Hagamos lo que nos toca a nosotros: sembrar, abonar, cuidar la tierra… sabiendo bien que Jesús hará lo que le toca.
Jesús nos presenta cómo es que crece el Reino. Nos deja ver que no es nuestro esfuerzo el que hace crecer el reino sino la fuerza y la vida que ya está en él. A veces pensamos que nuestro esfuerzo de evangelización no está resultando y no da fruto.
Sin embargo, la acción escondida de Dios en el corazón de aquellos con los que compartimos la Palabra y nuestro testimonio cristiano, va haciendo germinar en ellos la vida del Espíritu. Por otro lado, parecería que nuestro esfuerzo es muy pequeño, sin embargo, ese pequeño grano, ese esfuerzo por hacer que Dios sea conocido y amado, crecerá con la gracia de Dios, hasta ser un gran árbol.
Por lo que no debemos desanimarnos; lo que Dios espera de nosotros es que ayudemos a esparcir la semilla y que tengamos fe en el poder que encierra en sí mismo el Evangelio y el testimonio cristiano.
«El Reino de Dios es como un hombre que echa el grano… y la tierra da el fruto por sí misma»
Jesús habla a la gente de una experiencia muy cercana a sus vidas: «Un hombre echa el grano en la tierra; el grano brota y crece. La tierra da el fruto por sí misma; primero hierba, luego espiga, después trigo abundante en la espiga» (Mc 4,26-28). Con estas palabras se refiere al Reino de Dios, que consiste en «la santidad y la gracia, la Verdad y la Vida, la justicia, el amor y la paz» (Prefacio de la Solemnidad de Cristo Rey), que Jesucristo nos ha venido a traer. Este Reino ha de ser una realidad, en primer lugar, dentro de cada uno de nosotros; después en nuestro mundo.
En el alma de cada cristiano, Jesús ha sembrado —por el Bautismo— la gracia, la santidad, la Verdad… Hemos de hacer crecer esta semilla para que fructifique en multitud de buenas obras: de servicio y caridad, de amabilidad y generosidad, de sacrificio para cumplir bien nuestro deber de cada instante y para hacer felices a los que nos rodean, de oración constante, de perdón y comprensión, de esfuerzo por conseguir crecer en virtudes, de alegría…
Así, este Reino de Dios —que comienza dentro de cada uno— se extenderá a nuestra familia, a nuestro pueblo, a nuestra sociedad, a nuestro mundo. Porque quien vive así, «¿qué hace sino preparar el camino del Señor (…), a fin de que penetre en él la fuerza de la gracia, que le ilumine la luz de la verdad, que haga rectos los caminos que conducen a Dios?» (San Gregorio Magno).
La semilla comienza pequeña, como «un grano de mostaza que, cuando se siembra en la tierra, es más pequeña que cualquier semilla que se siembra en la tierra; pero una vez sembrada, crece y se hace mayor que todas las hortalizas» (Mc 4,31-32). Pero la fuerza de Dios se difunde y crece con un vigor sorprendente. Como en los primeros tiempos del cristianismo, Jesús nos pide hoy que difundamos su Reino por todo el mundo.
«Siembra tú también en tu huerto a Cristo, en el cual florezca la belleza de tus obras y se respire el multiforme olor de las diversas virtudes» (San Ambrosio de Milán)
«La debilidad es la fuerza de la semilla, el partirse es su potencia. Así es el reino de Dios: una realidad humanamente pequeña, compuesta por los pobres de corazón, por los que no confían sólo en su propia fuerza, sino en la del amor de Dios» (Benedicto XVI)
«Los laicos tienen como vocación propia el buscar el Reino de Dios ocupándose de las realidades temporales y ordenándolas según Dios. A ellos de manera especial les corresponde iluminar y ordenar todas las realidades temporales, a las que están estrechamente unidos, de tal manera que éstas lleguen a ser según Cristo, se desarrollen y sean para alabanza del Creador y Redentor» (Catecismo de la Iglesia Católica, nº 898)
EL SEÑOR LES DA LA PAZ
JORGE ARMANDO GIRON SOSA
PRESBITERO

Fé & Religión
EL SEÑOR ES EL REY
Eclesiástico 35, 12-14. 16-19a
El Señor es juez, y para él no cuenta el prestigio de las personas.
Para él no hay acepción de personas en perjuicio del pobre, sino que escucha la oración del oprimido.
No desdeña la súplica del huérfano, ni a la viuda cuando se desahoga en su lamento.
Quien sirve de buena gana, es bien aceptado, y su plegaria sube hasta las nubes.
La oración del humilde atraviesa las nubes, y no se detiene hasta que alcanza su destino.
No desiste hasta que el Altísimo lo atiende, juzga a los justos y les hace justicia.
El Señor no tardará.
Salmo 33, 2-3 17-18. 19 y 23
El afligido invocó al Señor, él lo escuchó.
Bendigo al Señor en todo momento, su alabanza está siempre en mi boca; mi alma se gloría en el Señor: que los humildes lo escuchen y se alegren.
El Señor se enfrenta con los malhechores, para borrar de la tierra su memoria.
Cuando uno grita, el Señor lo escucha y lo libra de sus angustias.
El Señor está cerca de los atribulados, salva a los abatidos.
El Señor redime a sus siervos,
no será castigado quien se acoge a él.

2 Timoteo 4, 6-8. 16-18
Querido hermano:
Yo estoy a punto de ser derramado en libación y el momento de mi partida es inminente.
He combatido el noble combate, he acabado la carrera, he conservado la fe.
Por lo demás, me está reservada la corona de la justicia, que el Señor, juez justo, me dará en aquel día; y no solo a mí, sino también a todos los que hayan aguardado con amor su manifestación.
En mi primera defensa, nadie estuvo a mi lado, sino que todos me abandonaron. ¡No les sea tenido en cuenta!
Mas el Señor estuvo a mi lado y me dio fuerzas para que, a través de mí, se proclamara plenamente el mensaje y lo oyeran todas las naciones. Y fui librado de la boca del león.
El Señor me librará de toda obra mala y me salvará llevándome a su reino celestial.
A él la gloria por los siglos de los siglos. Amén.
Lucas 18, 9-14
Jesús dijo esta parábola a algunos que se confiaban en sí mismos por considerarse justos y despreciaban a los demás:
«Dos hombres subieron al templo a orar. Uno era fariseo; el otro, publicano. El fariseo, erguido, oraba así en su interior:
“¡Oh Dios!, te doy gracias porque no soy como los demás hombres: ladrones, injustos, adúlteros; ni tampoco como ese publicano. Ayuno dos veces por semana y pago el diezmo de todo lo que tengo”.
El publicano, en cambio, quedándose atrás, no se atrevía ni a levantar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho diciendo:
“Oh Dios!, ten compasión de este pecador”.
Os digo que este bajó a su casa justificado, y aquel no. Porque todo el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido».

El culto que agrada a Dios.
El texto del Eclesiástico, o Sirácida, se enmarca originariamente en la descripción de la verdadera religión. Se pretende poner de manifiesto la relación estrecha que debe haber entre el culto y la vida moral. Por ello aparece, por una parte, la relación entre justicia y plegaria; de ahí que en primer lugar se hable de la rectitud y la justicia del Señor que se preocupa de los pobres y los débiles, de los humildes e indefensos. Y es después cuando se ensalza la plegaria perseverante de quien se siente pobre delante de Dios, de quien necesita de Él por encima de todas las cosas. Pero ¿hay alguien que no necesita de su misericordia y bondad? Dios no tiene preferencias de personas, aunque se preocupe especialmente de los indefensos, y el culto que le agrada debe estar en sintonía con la voluntad sincera de conversión.
La victoria del evangelio.
Leemos el texto de 2 Timoteo en que el autor, como si fuera el mismo Pablo, se nos presenta en los últimos días de su vida, antes del martirio, sintiéndose abandonado de casi todos, pero no está solo: el Señor le acompaña. Es uno de los textos más elocuentes y bellos del epistolario paulino. La tradición es segura en cuanto al martirio del Apóstol de los gentiles, y aquí es descrita como una experiencia martirial. Es como un examen de conciencia evangélico lo que podemos escuchar y meditar en este domingo, que se proyecta elocuentemente en una dimensión sacramental de la vida cristiana, que debe ser una vida verdaderamente apostólica.
Con metáforas e imágenes desbordantes se habla de la muerte como la victoria del evangelio. Se percibe claramente que la muerte del Apóstol no es el final; como tampoco es para nosotros nuestra muerte. Su vida ha sido como una carrera larga, competitiva, por una corona, la de la justicia, que Dios otorga a los que se mantienen fieles. Por otra parte, los elementos autobiográficos de que se encuentra abandonado y en disposición de ser juzgado, son también parte de esa lucha hasta el final de quien ha hecho una opción por el evangelio con todas sus consecuencias. No le preocupa su autodefensa, sino que el evangelio sea conocido en todas partes.
La verdadera religión según Jesús.
El texto del evangelio es una de esas piezas maestras que Lucas nos ofrece en su obra. Es bien conocida por todos esta narración ejemplar (no es propiamente una parábola) del fariseo y el publicano que subieron al templo a orar. No olvidemos el v. 9, muy probablemente obra del redactor, Lucas, para poder entender esta narración: “aquellos que se consideran justos y desprecian a los demás”. Los dos polos de la narración son muy opuestos: un fariseo y un publicano. Es un ejemplo típico de estas narraciones ejemplares en las que se usan dos personajes: el modelo y el anti-modelo. Uno es un ejemplo de religiosidad judía y el otro un ejemplo de perversión para las tradiciones religiosas de su pueblo, sencillamente porque ejerce una de las profesiones malditas de la religión de Israel (colector de impuestos) y se “veía obligado” a tratar con paganos. Es verdad que era un oficio voluntario, pero no por ello perverso. Las actitudes de esta narración “intencionada” saltan a la vista: el fariseo está “de pie” orando; el publicano, alejado, humillado hasta el punto de no atreverse a levantar sus ojos. El fariseo invoca a Dios y da gracias de cómo es; el publicano invoca a Dios y pide misericordia y piedad. El escenario, pues, y la semiótica (estudio de los signos y su significado en la comunicación, analizando cómo los símbolos, gestos, imágenes y palabras generan sentido) de los signos y actitudes están a la vista de todos.
Lo que para Lucas proclama Jesús delante de los que le escuchan es tan revolucionario que necesariamente debía llevarle a la muerte y, sin embargo, hasta un niño estaría de parte de Jesús, porque no es razonable que el fariseo “excomulgue” a su compañero de plegaria. Pero la ceguera religiosa es a veces tan dura, que lo bueno es siempre malo para algunos y lo malo es siempre bueno. Lo bueno es lo que ellos hacen; lo malo lo que hacen los otros. ¿Por qué? Porque la religión del fariseo se fundamenta en una seguridad viciada y se hace monólogo de uno mismo. Es una patología subjetiva envuelta en el celofán de lo religioso desde donde ve a Dios y a los otros como uno quiere verlos y no como son en verdad. En realidad solamente se está viendo a sí mismo. Esto es más frecuente de lo que pensamos. Por el contrario, el publicano tendrá un verdadero diálogo con Dios, un diálogo personal donde descubre su “necesidad” perentoria y donde Dios se deja descubrir desde lo mejor que ofrece al hombre. El fariseo, claramente, le está pasando factura a Dios. Esto es patente y esa es la razón de su religiosidad. El publicano, por el contrario, pide humildemente a Dios su factura para pagarla. El fariseo no quiere pagar factura porque considera que ya lo ha hecho con los “diezmos y primicias” y ayunos, precisamente lo que Dios no tiene en cuenta o no necesita. Eso se han inventado como sucedáneo de la verdadera religiosidad del corazón.
El fariseo, en vez de confrontarse con Dios y con él mismo, se confronta con el pecador; aquí hay un su vicio religioso radical. El pecador que está al fondo y no se atreve a levantar sus ojos, se confronta con Dios y consigo mismo y ahí está la explicación de por qué Jesús está más cerca de él que del fariseo. El pecador ha sabido entender a Dios como misericordia y como bondad. El fariseo, por el contrario, nunca ha entendido a Dios humana y rectamente. Éste extrae de su propia justicia la razón de su salvación y de su felicidad; el publicano solamente se fía del amor y de la misericordia de Dios. El fariseo, que no sabe encontrar a Dios, tampoco sabe encontrar a su prójimo porque nunca cambiará en sus juicios negativos sobre él. El publicano, por el contrario, no tiene nada contra el que se considera justo, porque ha encontrado en Dios muchas razones para pensar bien de todos. El fariseo ha hecho del vicio virtud; el publicano ha hecho de la religión una necesidad de curación verdadera. Solamente dice una oración, en muy pocas palabras: “ten piedad de mí porque soy un pecador”. La retahíla de cosas que el fariseo pronuncia en su plegaria han dejado su oración en un vacío y son el reflejo de una religión que no une con Dios.

Lucas 18, 9-14
«¡Oh Dios! ¡Ten compasión de mí…»
Leemos con atención y novedad el Evangelio de san Lucas. Una parábola dirigida a nuestros corazones. Unas palabras de vida para desvelar nuestra autenticidad humana y cristiana, que se fundamenta en la humildad de sabernos pecadores («¡Oh Dios! ¡Ten compasión de mí, que soy pecador!»: Lc 18, 13), y en la misericordia y bondad de nuestro Dios («Todo el que se ensalce, será humillado; y el que se humille, será ensalzado»: Lc 18, 14).
La autenticidad es, ¡hoy más que nunca!, una necesidad para descubrirnos a nosotros mismos y resaltar la realidad liberadora de Dios en nuestras vidas y en nuestra sociedad. Es la actitud adecuada para que la Verdad de nuestra fe llegue, con toda su fuerza, al hombre y a la mujer de ahora. Tres ejes vertebran a esta autenticidad evangélica: la firmeza, el amor y la sensatez (2Tim 1, 7).
La firmeza, para conocer la Palabra de Dios y mantenerla en nuestras vidas, a pesar de las dificultades. Especialmente en nuestros días, hay que poner atención en este punto, porque hay mucho auto-engaño en el ambiente que nos rodea. San Vicente de Lerins nos advertía: «Apenas comienza a extenderse la podredumbre de un nuevo error y éste, para justificarse, se apodera de algunos versículos de la Escritura, que además interpreta con falsedad y fraude».
El amor, para mirar con ojos de ternura —es decir, con la mirada de Dios— a la persona o al acontecimiento que tenemos delante. San Juan Pablo II nos anima a «promover una espiritualidad de la comunión», que —entre otras cosas— significa «una mirada del corazón sobre todo hacia el misterio de la Trinidad que habita en nosotros, y cuya luz ha de ser reconocida también en el rostro de los hermanos que están a nuestro lado».
Y, finalmente, sensatez, para transmitir esta Verdad con el lenguaje de hoy, encarnando realmente la Palabra de Dios en nuestra vida: «Creerán a nuestras obras más que a cualquier otro discurso» (San Juan Crisóstomo).
«No tengamos en modo alguno la presunción de que vivimos rectamente y sin pecado. Lo que atestigua a favor de nuestra vida es el reconocimiento de nuestras culpas» (San Agustín)
«No es suficiente preguntarnos cuánto rezamos, debemos preguntarnos también cómo rezamos. Pregunto: ¿se puede rezar con arrogancia? No. ¿Se puede rezar con hipocresía? No. Solamente debemos orar poniéndonos ante Dios, así como somos» (Francisco)
«‘La oración es la elevación del alma a Dios o la petición a Dios de bienes convenientes’ (San Juan Damasceno). ¿Desde dónde hablamos cuando oramos? ¿Desde la altura de nuestro orgullo y de nuestra propia voluntad, o desde ‘lo más profundo’ (Sal 130, 14) de un corazón humilde y contrito?. La humildad es una disposición necesaria para recibir gratuitamente el don de la oración: el hombre es un “mendigo de Dios” (San Agustín)» (Catecismo de la Iglesia Católica, nº 2.559)
EL SEÑOR LES DA LA PAZ
FUENTE: JORGE ARMANDO GIRON SOSA
PRESBITERO
Fé & Religión
DIOS NOS LLAMA AL SERVICIO
Habacuc 1, 2-3; 2, 2-4
¿Hasta cuándo, Señor, pediré auxilio sin que me oigas,
te gritaré: ¡Violencia!, sin que me salves?
¿Por qué me haces ver crímenes y contemplar opresiones?
¿Por qué pones ante mí destrucción y violencia,
y surgen disputas y se alzan contiendas?
Me respondió el Señor:
Escribe la visión y grábala en tablillas, que se lea de corrido;
pues la visión tiene un plazo, pero llegará a su término sin defraudar.
Si se atrasa, espera en ella, pues llegará y no tardará.
Mira, el altanero no triunfará; pero el justo por su fe vivirá.

Salmo 94, 1-2. 6-7. 8-9
Ojalá escuchéis hoy la voz del Señor: «No endurezcáis vuestro corazón».
Venid, aclamemos al Señor,
demos vítores a la Roca que nos salva; entremos a su presencia dándole gracias,
aclamándolo con cantos.
Entrad, postrémonos por tierra,
bendiciendo al Señor, creador nuestro.
Porque él es nuestro Dios,
y nosotros su pueblo, el rebaño que él guía.
Ojalá escuchéis hoy su voz:
«No endurezcáis el corazón como en Meribá, como el día de Masa en el desierto;
cuando vuestros padres me pusieron a prueba y me tentaron, aunque habían visto mis obras».

2 Timoteo 1, 6-8. 13-14
Querido hermano:
Te recuerdo que reavives el don de Dios que hay en ti por la imposición de mis manos, pues Dios no nos ha dado un espíritu de cobardía, sino de fortaleza, de amor y de templanza. Así pues, no te avergüences del testimonio de nuestro Señor ni de mí, su prisionero; antes bien, toma parte en los padecimientos por el Evangelio, según la fuerza de Dios.
Ten por modelo las palabras sanas que has oído de mí en la fe y el amor que tienen su fundamento en Cristo Jesús. Vela por el precioso depósito con la ayuda del Espíritu Santo que habita en nosotros.

Lucas 17, 5-10
Los apóstoles le dijeron al Señor:
«Auméntanos la fe».
El Señor dijo:
«Si tuvierais fe como un granito de mostaza, diríais a esa morera:
“Arráncate de raíz y plántate en el mar”, y os obedecería.
¿Quién de vosotros, si tiene un criado labrando o pastoreando, le dice cuando vuelve del campo: “Enseguida, ven y ponte a la mesa”?
¿No le diréis más bien: “Prepárame de cenar, cíñete y sírveme mientras como y bebo, y después comerás y beberás tú”?
¿Acaso tenéis que estar agradecidos al criado porque ha hecho lo mandado? Lo mismo vosotros: cuando hayáis hecho todo lo que se os ha mandado, decid:
“Somos siervos inútiles, hemos hecho lo que teníamos que hacer”».

El justo vivirá por su fe.
La primera lectura de este domingo está tomada del profeta Habacuc (1,2-3;2,2-4). Es una lectura reconstruida sobre el texto del profeta en la que aparece primeramente una lamentación, una queja por la opresión y la violación del derecho en Judá. Habacuc es un profeta de los siglos VII-VI a. C. Pero es un profeta que no habla al pueblo, sino que habla con Dios; le pregunta, le interpela ante lo que ven sus ojos. Así es todo el libro. ¿Hay respuestas para el hombre de Dios que quiere defender los valores radicales de la vida? La respuesta de Dios, según la experiencia teológica y espiritual del profeta, el hombre de Dios, es que, quien sepa mantenerse fiel en medio de la injusticia y la violación de los derechos, vivirá. La promesa de vida es la síntesis más completa de toda la predicación del profeta. Es una promesa a Israel, pero es una promesa que incumbe a todos los cristianos: el mal nunca se apoderará de la historia definitivamente.

El texto de Hab 2,4 tendrá un carácter germinal en el planteamiento decisivo de la teología paulina, tanto en Gal 3, 11, como en Rom 1, 17 cuando se enuncia el tema que ha de desarrollar en toda la epístola: el evangelio de la salvación por la fe y no por las obras. La fe en la Biblia (emunah) no es defender una doctrina, sino tener una experiencia radical de “confianza” en Dios. Eso es lo que propone el profeta, y en ese sentido es como lo entendió Pablo para lanzar al judaísmo o al judeo-cristianismo de su tiempo el reto que habría de darle la identidad religiosa verdadera.
El depósito evangélico de la libertad.
La segunda lectura de este domingo es el comienzo de la 2ª carta a Timoteo en la que se ponen de manifiesto los elementos pastorales del que, según la tradición, ha recibido el encargo de Pablo para dirigir una comunidad cristiana. Se habla del don de Dios que ha recibido, y que nos es un don para temer, sino para luchar con fuerza y energía por los valores del evangelio frente a este mundo. Defender los valores éticos en nombre del Señor Jesús debe ser una tarea decisiva para quien es responsable de una comunidad cristiana. Existe un “depósito de la fe”. Ese depósito, no obstante, no es una doctrina extraña al Evangelio; es el Evangelio de Jesucristo liberador. Es eso lo que hay que defender con energía frente a otros evangelios mundanos que no liberan.

La fe, reto de la “confianza” en Dios.
El evangelio de este domingo se toma de Lucas: un conjunto literario con dos partes: 1) el diálogo sobre la petición de los apóstoles para que aumente la fe de los mismos y la comparación con un pequeño grano de mostaza; 2) la parábola del siervo inútil. Lo primero que debemos considerar en este aspecto es que la fe no es una experiencia que se pueda medir en cantidad, en todo caso en calidad. La fe es el misterio por el que nos fiamos de Dios como Padre, ahí está la calidad de la fe; ponemos nuestra vida en sus manos sencillamente porque su palabra, revelada en Jesús y en su evangelio, llena el corazón. Por eso, la fe se la compara aquí con un grano de mostaza, pequeño, muy pequeño, porque en esa pequeñez hay mucha calidad en la que puede encerrarse, sin duda, el fiarse verdaderamente de Dios. Puede que objetivamente no se presenten razones evidentes para ello. No es que la fe sea ilógica, o simplemente ciega, es una opción inquebrantable de confianza. Es como el que ama, que no puede explicarse muchas veces por qué se ama a alguien. Por tanto, existe una razón secreta que nos impulsa a amar, como a creer.

La fe que mueve montañas debe cambiar muchas cosas. La comparación del que, por la fe, arranca una morera o un sicómoro y lo planta en el mar, da que pensar. ¿Qué sentido puede tener? Un sicómoro no puede crecer en el mar. En realidad es un símbolo de Israel y este no es un pueblo del mar; no hay tradición de ello. La frondosidad que tiene, como la de la higuera que protege con su sombra, es como un reto: son árboles de estío, protectores… pero no pueden estar en el mar, se pudrirían. Es un imposible, como un “imposible” es el misterio de la fe, de la confianza en Dios. Cuando todo está perdido, cuando lo imposible nos avasalla, “confiar en Dios” pone en entredicho una religiosidad de oropel, de cosas, de ritos, de ceremonias, de purificación. La fe es algo del corazón, donde está la sede de lo mejor y de lo peor en la Biblia. Por ello, tener fe, confianza (emunah), y pensar que una morera puede ser trasladada al mar y crecer allí es poner en entredicho la religión vacía. Sin la fe, la religión no lleva a ninguna parte. Y muy frecuentemente sucede que se tiene “una religión”, pero en ella no habita la fe.

La parábola conocida como del “siervo inútil” no es una narración absurda. No es propiamente la parábola del siervo inútil, porque no es ese su sentido, sino del que acepta simplemente en su vida que es un siervo y no pretende otra cosa. El amo que llega cansado del trabajo es servido por su criado; el criado tiene la conciencia de haber cumplido su oficio; esas eran las reglas de contratación social. ¿Qué sentido puede tener esto en el planteamiento de la fe y la recompensa? No podemos aplicar aquí la lógica reivindicativamente social de que el patrón y el siervo no pueden relacionarse tal como se propone en esta lectura. El juicio moral sobre la servitud o la misma esclavitud de aquellos tiempos, está demás a la hora de la interpretación. Se parte de la costumbre de aquella época para mostrar que el siervo, lo que tenía que hacer era servir (se usa el verbo diakoneô), porque era su oficio, y el amo ser servido.
Jesús quería partir de esta experiencia cotidiana para mostrar al final algo inusual: por ello, la vida cristiana no se puede plantear con afán de recompensa; no podemos servir a Dios y seguir a Jesús por lo que podamos conseguir, sino que debemos hacernos un planteamiento de Gracia. El buen discípulo se fía de Jesús y de su Dios. Cuando se da esa razón secreta para seguir a Jesús, no se vive pendiente de recompensas; se hace lo que se debe hacer y entonces se es feliz en ello. Existe, sin duda, la secreta esperanza e incluso la promesa de que Dios nos sentará a su mesa (símbolo de compartir sus dones), pero sin que tengamos que presentar méritos; sin que sea un salario que se nos paga, sino por pura Gracia, por puro amor. Así es como Lucas ha entendido este conjunto en que pone en conexión el diálogo sobre la fe con la parábola del siervo (que no es inútil). Con Dios lo que cuenta es abrirse a Él como lo que somos y con lo que somos… y se nos invita, por Gracia, a sentarnos a su mesa, lo que no ocurre precisamente en las relaciones sociales de este mundo de clases.

Lucas 17, 5-10
«Somos siervos»
Se nos presenta un Evangelio con dos partes que parecen inconexas. ¿Qué tiene que ver la fe con el servicio? Sin darnos cuenta, constantemente reducimos la fe a conceptos e ideas. Relegamos la Fe simplemente a creer en Dios. ¡Y nos olvidamos de la dimensión relacional!
No se puede simplemente creer en Dios, no se trata de una idea; se trata de una relación viva, personal, transformadora, y eso lo cambia todo. La fe también es vivir el Evangelio. Y vivir el Evangelio, relacionarse con el Señor, nos sitúa como siervos, como servidores del Reino, en palabras del Papa León XIV: «En primer lugar, pues, está la relación con el Señor, cultivar el diálogo con Él. Entonces Él nos convertirá en sus obreros y nos enviará al campo del mundo como testigos de su Reino».
Así comprendemos por qué el Señor termina de este modo su enseñanza. Cuando el corazón está inundado por el Amor del Señor y la fe se vuelve realidad vivida, darlo a conocer es lo mínimo que podemos hacer (cf. Lc 17,10). Vivir como Él nos ofrece no es una forma de pagar lo recibido, pues es de valor incalculable; vivir como Él nos ofrece es el dinamismo natural del corazón enamorado. «Él me acompaña con su Espíritu, me ilumina y me transforma en instrumento de su amor para los demás, para la sociedad y para el mundo» (Papa León XIV).

Y ésa es nuestra labor como cristianos: ser luz en el mundo, hacer brillar este don que hemos recibido. A través de las obras y de las palabras en todo momento y lugar (cf. 2Tim 4,2). Eso es posible no por acciones concretas, sino porque toda nuestra vida se convierte en testimonio vivo del Amor que ha redimido al mundo. —«Señor, auméntanos la fe» (Lc 17,5), y seremos tus siervos.
«El Señor compara la fe perfecta al grano de mostaza porque en su aspecto es humilde, pero ardiente en lo interior» (San Beda el Venerable)
«Quien está sólidamente fundado en la fe, quien tiene plena confianza en Dios y vive en la Iglesia, es capaz de llevar la fuerza extraordinaria del Evangelio» (Benedicto XVI)
«La salvación viene sólo de Dios; pero puesto que recibimos la vida de la fe a través de la Iglesia, ésta es nuestra madre: Creemos en la Iglesia como la madre de nuestro nuevo nacimiento (Fausto de Riez). Porque es nuestra madre, es también la educadora de nuestra fe» (Catecismo de la Iglesia Católica, nº 169)
EL SEÑOR LES DA LA PAZ
FUENTE: JORGE GIRON SOSA
PRESBITERO

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