EN LA OPINIÓN DE:
EL OSCURO ATENTADO DE URUAPAN
“El Minotauro”
Por Nicolás Durán de la Sierra
El terrible asesinato de Carlos Manzo, el otrora alcalde de Uruapan, a manos de sicarios que se presumen del Cártel de Jalisco, generó una crisis más mediática que política dentro del gobierno de Claudia Sheinbaum, y aunque es previsible que dicha crisis sea superada en los días por venir, el turbio trasfondo que mostró no debe ser ignorado por el poder federal.
El enojo por la muerte del edil no sólo se entiende, sino es hasta positivo al mostrar nuestra sensibilidad social, dice que aún el crimen nos hiere en lo colectivo, pero los que manipularon tal indignación son chacales, como los calificara la mandataria; la campaña contra el gobierno federal que se desató luego del atentado es difícil de imaginar sin un aparato mediático que la diseñara.
Es extraño que, tras la muerte del edil, por ejemplo, no se acusara al crimen organizado, responsable obvio del crimen, pero sí al gobierno por no protegerlo, como si se diera por hecho lo inevitable del atentado; la toma de la alcaldía que siguió fue también rara por gratuita pues el alcalde era muy querido por su comunidad, pero en los medios sumó ribetes políticos a la tragedia.
Hay muchos cabos sueltos.
Sobra decir que los bulos han caído uno a uno y que las anunciadas marchas de protesta rayan en lo ridículo, como la de la disque “generación zeta”, sea lo que fuere, pero el diseño que hubo tras esta campaña no debe ser ignorado, sobre todo por el manifiesto afán injerencista norteamericano, que la CIA tiene un muy largo historial de desestabilización del que México no ha sido ajeno.
En otro tema, aunque relacionado con la seguridad o la falta de ella, resulta preocupante lo recién ocurrido a la presidenta Sheinbaum en el zócalo de la Ciudad de México, cuando al caminar por una calle próxima al Palacio Nacional sufrió el acoso de un sujeto sin que la ayudantía oficial pudieran evitarlo. La mandataria iba sin escolta de seguridad.
Con independencia de la sanción que merezca el sujeto infractor, el hecho de que la presidenta haya estado sin escolta enciende luces de alerta. Su seguridad va más allá de la propia presidenta, pues ella es también lo que su investidura simboliza para el país. Un tipo al parecer alienado mostró lo frágil que puede llegar a ser la mayor autoridad de la nación y eso tiene que corregirse.

COLUMNA DEL DIRECTOR:
ESOS CANSADOS PIES
“VISIÓN PERIFÉRICA”
Por Cliserio Eleazar Cedillo Godínez*
Recién entraba a la cabecera municipal de Dzitás, Yucatán, tres campesinos de entre 80 y 85 años de edad, llaman mi atención por su piel en exceso morena debido al sol abrazador de la Península de Yucatán, sus rostros surcados por las arrugas y una mirada luminosa con reflejos inequívocos de esperanza. Detengo mi automóvil y los sigo con la vista.
De pronto se detienen ante la puerta abierta del cajero del Banco del Bienestar, pero no entra ninguno. Por los movimientos de sus cabezas deduzco que buscan a alguien. Y sí, efectivamente, un joven veinteañero, de los conocidos como “servidores de la nación”, se dirige hacia ellos. Mientras, apago el motor de mi auto, bajo y me acerco.
Entonces escucho: – “¿En qué los puedo ayudar?”. –“Venimos por nuestro dinero”, responde uno de ellos, mientras saca de entre sus ropas un papel con el que envuelve su tarjeta del Bienestar y en el cual viene escrito su NIP. En tanto, el joven le responde: –“Claro, mire pásese, yo no debo tocar la máquina, pero le voy a indicar paso a paso lo que debe hacer”. Entonces se coloca al lado derecho del cajero automático y empieza cual paciente profesor. A cada uno les pregunta, casi al final, que cuánto quieren retirar: – “Tiene seis mil 200 pesos, a lo que cada uno, en su turno, responde coincidente: – “Todo”.
Entonces reflexiono en sus pies, los tres calzan chanclas de las llamadas “duramil”, que nuevas son casi transparentes, aunque las suyas se ven amarillentas, casi cafés por el paso del tiempo. La piel de sus talones y dedos muestran cuarteaduras, producto del trabajo duro e incesante en las pequeñas milpas hasta donde les permite la invasiva selva peninsular y por cuyas cosechas, por años, han podido subsistir.
Al ver esos pies, “Esos cansados pies”, como se titulaba una fotografía de Alfonso Carrillo, publicada hace varios años en nuestro semanario Ciudad Capital, editado en la Ciudad de México, no tuve más que reconocer que si algo se le debe agradecer a Andrés Manuel López Obrador, por encima de todas sus pifias y fracasados proyectos, que aún no terminan de corregirse pese a las inversiones millonarias, es la Pensión para el Bienestar de las Personas Adultas Mayores que se entrega de forma bimestral a hombres y mujeres de 65 años o más.
Sí. Es digno de reconocerse positivamente ese programa, aunque mientras se observan esos cuadros de gente realmente necesitada, por el contrario, en ciudades como Cancún y muchas más de todo el país las muestras de deshonestidad son comunes cuando cada dos meses se ven estacionadas brevemente camionetas de lujo y súper lujo frente a las sucursales del Banco del Bienestar.
Son los vehículos de las “viejas copetonas”, como coloquialmente se les llama en algunos países de centro y Sudamérica a las mujeres mayores o de la tercera edad de “clase social elevada” o de la alta sociedad, como también se les nombra. Es cierto, pero la mayoría de esas señoras no baja de sus unidades, sino que de ellas desciende el empleado o la empleada doméstica, para correr hasta el cajero, retirar los seis mil 200 pesos y llevárselos a su patrona que espera con aire acondicionado y el vehículo encendido. Con el dinero en mano arranca de inmediato y sale rápido, como si hubiera cometido un robo. ¿O tal vez sí?
Lo cierto es que, es un acto de deshonestidad, mucho más cuando esas señoras llegan ahí vestidas con ropa de diseñador o de marca y accesorios “premiun” que, en conjunto, suman miles de pesos que rebasan en un día los seis mil 200 pesos, de la pensión bimestral del bienestar. Usted que cree: ¿Es deshonestidad o no tienen vergüenza?
*XX Premio México de Periodismo “Ricardo Flores Magón” por Géneros Periodísticos y director general de 5to Poder Periodismo ConSentido.
EN LA OPINIÓN DE:
“Vivir con miedo: la huella psicológica de la inseguridad en México”
Los Mexicanos vivimos con miedo y eso es una realidad…
Conciencia Saludablemente
Psicol. Alex Barrera
¡Mexicanos al grito de guerra! Esta es una de las estrofas más fuertes de nuestro himno nacional, cualquier mexicano conoce esta frase, pero cuantos de los habitantes de este país repara en el significado de esta frase que pareciera ser una realidad en estos días, cuantos de verdad se dan cuenta que la violencia en México si indiscutiblemente se ha convertido en una guerra, una que enfrentamos día a día y que se ha enraizado en nuestra sociedad.
Peor aún, ¿cuántos mexicanos si quiera se dan cuenta lo que le hace a su salud mental? La percepción de inseguridad, más allá de cifras, opera como un reflejo trastornador en el bienestar psicológico de la ciudadanía. En México, cuando los titulares de prensa retumban con asesinatos públicos, atrocidades y organismos de seguridad incapaces de contener el escalamiento criminal, lo que se resquebraja no es únicamente la confianza en las instituciones: se fractura la sensación de habitar un entorno protector, lo que repercute directamente en el ánimo, la salud mental y la capacidad de resiliencia de las personas.
Mientras el gobierno actual culpa a los anteriores gobiernos de la herencia de violencia, poco se ocupa de comunicar sus propias estrategias para brindar la certeza que la gente necesita hoy, y es que, si vamos al pasado inmediato, tan sólo en octubre se registraron un par de episodios que ilustran a la vez la crudeza de la violencia y su potencia simbólica.
La violencia ya no solo es violencia, sino que está plagada de un claro mensaje “NO HAY TREGUA”, porque no es solo el hecho de que en el estado de Michoacán, se registrara el asesinato de siete presidentes municipales en menos de cuatro años, si no que el último de ellos haya sido el de Carlos Manzo Rodríguez, alcalde de Uruapan, ejecutado el 1 de noviembre durante un evento público en pleno centro de la ciudad, y no cualquier evento, sino la celebración de Día de Muertos, uno de los eventos más significativos para los mexicanos. ¿Y entonces, no es este un atentado contra la misma sociedad, como podemos no entender esto como un mensaje, no para una persona, no para un estado, sino para un país entero? ¿Cómo puede no ser esto una agresión directa a la sociedad?
Este mismo mes en Culiacán, capital del estado de Sinaloa, se vivió una semana de “limpieza” entre cárteles cuyo resultado fueron 41 muertos en seis días, 12 solamente el 22 de octubre, estos eventos inundan las páginas de los medios de comunicación locales e internacionales, que detallan enfrentamientos sangrientos entre bandos criminales.
Cuando la violencia se vuelve espectáculo —y aún más cuando el blanco son eventos culturales o áreas urbanas frecuentadas—, la inquietud colectiva crece y se instala un estado de permanente alerta emocional. La población no sólo teme por su integridad física, sino por la certeza de que el espacio en el que habita ya no es predecible ni seguro. En este contexto, la evidencia señala que la percepción de inseguridad persiste pese a mejoras estadísticas en homicidios. Por ejemplo, en una nota de El País publicada el pasado 23 de octubre se señala que el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI) reportó que, en septiembre de 2025, el 34 % de los mexicanos consideraba que la inseguridad permanecería “igual de mal” en su ciudad los próximos doce meses, y el 23.9 % estimaba que “empeorará”.
Desde la psicología, esos datos no son únicamente indicadores sociales: son síntomas de un clima emocional colectivo afectado. La inseguridad percibida produce estrés crónico, desgaste emocional y una reducción progresiva de lo que se denomina “capital psicológico”. Las personas pueden volverse más reacias a participar, a salir o a confiar en su entorno; aparece la hipervigilancia, la ansiedad, la alteración del sueño, e incluso la evitación de actividades cotidianas. Cuando la amenaza parece constante (aunque en el sentido probabilístico no esté dirigida a cada persona en lo individual) el efecto se propaga y se torna comunitario.
Además, esta erosión de la confianza se reconoce también en la relación entre ciudadanía y Gobierno. Aunque la presidenta Claudia Sheinbaum según publica en su sitio web PolíticoMX mantiene una aprobación del 74 % al cierre de octubre de 2025, mientras que la desaprobación ronda el 25 %, eso no sostiene la percepción sobre la inseguridad que la ciudadanía no aprueba pues el mismo medio publica que otra encuesta hecha entre abril-mayo de 2025 que señala que solo 21.6 % de los mexicanos afirmaron sentirse seguros viviendo en el país, lo que significa que ~78.4 % se siente inseguro.
Los mexicanos esperan seguridad, efectividad institucional y protección, cuando eso falla, también se quiebra el sentido de que “las cosas están bajo control”. Ese quiebre tiene consecuencias psicológicas: ¡el orden que sostiene la rutina y la confianza se vuelve frágil!
La percepción de que “nadie está a salvo” o que “las autoridades no se dan abasto” abre una fisura emocional que afecta la vida social: las personas se retraen, desconfían, se inhiben. En la práctica clínica, se puede observar cómo en zonas de alta violencia o alta percepción de riesgo, los pacientes presentan mayor vulnerabilidad ante trastornos de ansiedad, alteraciones del sueño, síntomas de hipervigilancia y menos recursos para enfrentar los imprevistos. Cuando se vive con la sensación de que el entorno se volvió hostil, el bienestar se vuelve una meta difícil.
Es imprescindible comprender que, aunque los índices de homicidio puedan bajar en ciertos meses, la experiencia subjetiva de inseguridad no cae de inmediato. El retraso entre la mejora real y la percepción ciudadana deja un vacío de tiempo en que la salud emocional queda expuesta. Y mientras tanto, la violencia, al ser tan visible y tan simbólica, sigue reforzando la sensación de vulnerabilidad.
¿Qué hacer ante este escenario? En primer lugar, desde lo comunitario, es necesario promover espacios de diálogo, reforzar lazos de vecindad, crear plataformas de resiliencia colectiva: porque la inseguridad emocional se enfrenta también socialmente. Pero, en segundo lugar, y no menos importante, desde el ámbito individual, no se puede trivializar el impacto psicológico que tiene vivir bajo la sombra de la violencia. Acudir a servicios de salud mental, recibir contención, comprender que la reacción emocional es lógica, constituye un acto de cuidado.
No solo “sobrevivir” a la inseguridad física, sino preservar el bienestar psicológico, es una tarea urgente, porque la constante percepción de peligro provoca estrés constante, y esto a su vez genera, malestar físico, y más allá de ello fragmenta el bienestar social. Las autoridades tienen la obligación de garantizar la seguridad, pero las personas también tienen el derecho y la necesidad de salvaguardar su salud emocional cuando la protección estatal se ve comprometida.
En un país donde la violencia arremete en plazas públicas, atenta contra autoridades, se infiltra en la vida cotidiana y deja huella en la percepción de la gente, el bienestar psicológico no es un lujo: es una condición para el mínimo sustento de la dignidad humana.
Los mexicanos vivimos con miedo y eso es una realidad, aceptarlo, afrontarlo y en su caso buscar ayuda profesional, hablar con un terapeuta, explorar las formas en que la inseguridad impacta nuestra mente, es tan importante como procurar cerraduras y alarmas. Porque al final del día, tenemos que reconstruir no solo ciudades más seguras, sino experiencias interiores donde no nos sintamos indefensos.
**Además de 10 años de experiencia como comunicólogo, ejerciendo el periodismo. Alex Barrera es también psicólogo por la UNAM con profundización en desarrollo humano.
Actualmente brinda terapia clínica con enfoque Biopsicosocial.
Si desea contactar con los especialistas en terapia y salud puede hacerlo enviando un mensaje
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