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LOS TROPIEZOS DEL FISCAL RACIEL LOPEZ

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“Caminos del Mayab”
Por Martín G. Iglesias

La hoy Fiscalía General del Estado (FGE) de Quintana Roo, antes Procuraduría General de Justicia (PGJ), ha estado en entredicho desde los tiempos de Francisco Alor Quesada (+) en el 2011, respecto a sus funciones imparciales, transparentes y de impartición de justicia pronta y expedita, sin que a la Legislatura y gobernante en turno le importe mucho.
Antes de diciembre de 2018 todos los procuradores y fiscales eran políticos y abogados quintanarroenses; pero precisamente para nombrar a su cuate, Carlos Joaquín González, entonces gobernador de Quintana Roo, envió a la XV Legislatura una propuesta de reforma a la Constitución del Estado, para eliminar el requisito que exigía a los fiscales haber nacido en Quintana Roo para poder ser elegibles al cargo, es así como llega Oscar Montes de Oca Rosales.
No puedo omitir los escándalos de cada Procurador y a partir del 2016 de cada Fiscal. Por ejemplo, en el 2011 Alor Quesada no pudo con los casos como el del cantante “Kalimba”, la grupera Ana Bárbara, el productor estadunidense Bruce Beresford-Redman, la explosión del hotel Grand Princess Riviera Maya, casos que quedaron impunes y que constituyeron un escándalo internacional.
Otro de los que dejó la entonces Procuraduría General del Estado sumida en la incertidumbre, corrupción e impunidad fue Gaspar Armando García Torres, quien llegó el 14 de abril de 2011, nueve días después del inicio del gobierno de Roberto Borge Angulo (2011-2016). Uno de los casos sonados en el 2013 fue el homicidio de Héctor Cacique Fernández, quien fue víctima de tortura por parte de la entonces Procuraduría; sin omitir que en el 2017 fue relacionado con el crimen organizado después de la detención de sus colaboradores Ángel Fernando T.C. y Guillermo A.V., con una prominente integrante de un grupo criminal en Cancún.
Después de Gaspar Armando, de septiembre de 2015 a diciembre de 2016, fungió como Procurador uno de los personajes más oscuros de la política quintanarroense, Carlos Arturo Álvarez Escalera (hoy en un cargo de medio pelo en el DIF Estatal), quien fue nombrado dentro del llamado “paquete de impunidad”, aprobado por la Legislatura para supuestamente proteger al exgobernador Roberto Borge Angulo ante eventuales investigaciones de malos manejos y desvíos de recursos.
Fue en el 2016 donde inicia el “parteaguas” de la Fiscalía del Estado, con la llegada del maestro Miguel Ángel Pech Cen, a quien el recién llegado gobernador Carlos Manuel Joaquín González, nombró como Fiscal, dado que deseaba hacer una diferencia de los gobiernos anteriores; pero no se cumplió, pues fue el propio Miguel Ángel Pech quien renunció por considerar que era imposible corregir una torcida y corrupta impartición de justicia en Quintana Roo. Atentó contra la libertad de expresión en el 2017, cuando ministeriales acorralaron a un ejecutivo de un diario, amenazándole e intimidándole, al investigar en Plataforma México, el vehículo en el que viajaban dichos tipos con placas UTP-982-B, Chevrolet Sonic, color blanco, modelo 2014, era una unidad a cargo del Gobierno del Estado Libre y Soberano de Quintana Roo, bajo el mando del Fiscal Miguel Ángel Pech Cen.
A Miguel Ángel Pech Cen lo sustituye Gustavo Salas Salgado a partir de 1 de octubre de 2018 y estuvo en el cargo hasta diciembre de ese mismo año cuando el Congreso nombró a Óscar Montes de Oca Rosales.
Un año después, Óscar Montes de Oca Rosales y sudirector de Administración y Planeación, César Octavio Ayerdi Hernández, fueron responsables de discriminación, abuso de autoridad, uso ilícito de atribuciones y facultades del servicio público, ejercicio abusivo de funciones. Para febrero de 2020, Óscar Montes de Oca Rosales ya había incorporado a la dependencia a más de 200 empleados nuevos, la mayoría de ellos provenientes de la Ciudad de México, a los que de manera local les apodaron “Los Chilangos”.
Es aquí donde empieza la historia de la procuración de justicia de Quintana Roo en mano de los “fuereños”, de quienes no tienen ningún arraigo genético, empresarial o de negocios en el Estado y quizá por ello, no les interesa hacerle daño a la imagen de la Entidad ente el mundo.
Pero quien supera y ha tenido tropiezos en su vida como político y servidor público, es el sustituto de Óscar Montes de Oca, Raciel López Salazar, quien, a un año y días de estar de manera oficial como Fiscal General del Estado (tres meses fue interino), tomó protesta el 19 de septiembre de 2024, ya tiene el control de la Seguridad Ciudadana en los municipios de Benito Juárez (Cancún), Playa del Carmen y Tulum, por medio de sus recomendados, los bautizados en Puebla como “Los Chiapanecos”.
Su mandato, que se extenderá hasta el 2036 de acuerdo con las reformas hechas a la Constitución Política del Estado Libre y Soberano de Quintana Roo, así como a la Ley Orgánica de la Fiscalía General del Estado, quizá por ello, este grupo de “Los Chiapanecos” incrustados en la FGE, controlan el corredor turístico conocido como Cancún-Tulum, por medio de las secretarias de Seguridad Ciudadana.
Los Chiapanecos mandan desde Cancún a Tulum; en Benito Juárez (Cancún), Jaime Padilla Barrientos despacha como Secretario de Seguridad Ciudadana desde julio pasado; antes fue director de la Policía de Investigaciones; previamente fue director de Grupos Especiales de la Secretaría de Seguridad Ciudadana de Puebla y, antes de eso, jefe de grupo de la Fiscalía General del Estado de Chiapas; la constante es que en todos estos cargos ha estado subordinado al Fiscal Raciel López Salazar.
En Tulum, el también miembro del grupo de Raciel López, Édgar Aguilar Rico, originario de Chiapas, asumió la titularidad de la Secretaría de Seguridad y Protección Ciudadana; quien, de la mano de su mentor, inició su carrera en 2011 como jefe de la Unidad de Investigación Criminal en el área de inteligencia de la Secretaría de Seguridad estatal. Más tarde fue Inspector General y titular de la Unidad de Análisis Táctico de la Policía Estatal Fuerza Ciudadana, donde diseñó e implementó operativos de prevención, proximidad y control del delito. En 2016 asumió la Dirección de Seguridad Pública Municipal en Tuxtla Gutiérrez, y luego la Dirección de Tránsito Municipal, también en la capital chiapaneca.
Pero el protegido mayor, es el actual Secretario de Seguridad Ciudadana de Playa del Carmen, Carlos Alberto Montesinos García, quien hoy está en el “ojo del huracán” por su presunta responsabilidad en la muerte de la muerte del pescador Pablo Esteban de la Cruz Buenfil (+), en su primera versión, López Salazar dijo a través de su dependencia que el fallecimiento se debió a “traumatismo craneoencefálico” provocado por un golpe; horas después, con el propósito de proteger a su paisano e integrante de “Los Chiapanecos”, cambió la versión a que se debió a “asfixia por broncoaspiración”, omitiendo el traumatismo como una de las causas del deceso que arrojó el acta de la necropsia de ley.
Quiero anotar, que este grave tropiezo se da en menos de 24 horas, no por presiones de ningún tipo ni de ninguna autoridad, sino por la iniciativa de la FGE para tender un manto de impunidad y evadir responsabilidades del quien, a todas luces, cuenta con la protección de Raciel López Salazar. Ahí se las dejo…
SASCAB
Para los voceros(as) de los diferentes gobierno y órganos autónomos; sus cargos son temporales, pero la amistad y compañerismo es permanente. La manera en la que se conduzcan como funcionarios(as) públicos, es directamente proporcional a la amistad y el compañerismo que disfrutarán mañana. Recuerden que el salario que devengan es pagado con nuestros impuestos; el que nosotros devengamos, viene del esfuerzo realizado durante muchos años de trabajo y constancia. Al tiempo…

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UN DICIEMBRE DE BUENOS DESEOS

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“El Minotauro”
Por Nicolás Durán de la Sierra

A riesgo de caer en la demagogia filosófica, que es como la política, pero con palabras más lustrosas; dado que las fiestas decembrinas están próximas y su nimbo nos envuelve a todos, este comentario irá por el camino de la armonía y los plácemes, aunque se anota que renos y demás parafernalia sajona y teutona quedaran fuera ya que la glosa tiene aires marinos, de Creta en especial.

El Señor del Egeo, Asterión para sus cercanos, añora el cochinillo al horno con hierbas, el kourabiedes, dulce de almendras y el melomakaron, un bizcocho empapado en miel, pero sobre todo extraña el vino caliente especiado y más si es de Creta, cuna de los vinos… Mas dejemos a El Minotauro con sus griegas saudades, y vamos a los temas locales que nos competen.

Por ello van estos deseos, rayanos casi con la candidez, pero guiados por positivo afán. Bueno sería que cesara el centralismo estatal y se diera un respiro a las arcas de las alcaldías, pues de seguir la delgadez que implica tal concentración, todas las comunas, incluido Cancún, pronto quedarán como el de José María Morelos, que tiene que pedir prestado hasta para pagar su nómina.

Cuentan que desde la llegada de doña Mary Hernández al municipio Felipe Carrillo Puerto las arcas comunales se han enjutado, aunque por otras razones, pero tal no es un tema con espíritu decembrino por lo que quedará en pausa junto con el de José Alfredo Contreras, el edil de Bacalar, al que también señalan como autor de la delgadez presupuestal de ese municipio.

El respeto al federalismo, trazado en la constitución de 1824, parte esencial de nuestra república, es decir de lo que hoy es México y su pacto con estados y municipios, confiere a estas dos instancias soberanías y haciendas que les dan viabilidad económica, por lo que… así pues, la centralización estatal no es una buena idea, pero esto tampoco tiene aires navideños.

Como final de esta glosa, van un par de buenos deseos: que Ana Paty Peralta, la edil de Cancún, busque nueva parcela para el basurero de la ciudad, pues la “celda emergente” se está agotando, y que el congreso estatal, salvo excepciones, siga siendo un fértil sembradío de pifias, de joyas del humor involuntario para recreo de la comunidad en este inminente 2026.

Dicho esto, feliz navidad y próspero año nuevo a todos.

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Cuando el estrés se vuelve hogar

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En una mente estresada por años, el silencio se vuelve territorios peligrosos ocultando el verdadero mal

Conciencia Saludablemente

Por. Psicol. Alex Barrera

Hubo un tiempo en el que el estrés era una señal de alarma: algo no estaba bien y el cuerpo pedía pausa. Hoy, para muchas personas, el estrés dejó de ser un estado pasajero y se convirtió en una forma de vida. Muchas personas sin darse cuenta aprendieron a vivir aceleradas, hiperconectadas y con la sensación constante de que, si no estamos ocupados o tensos, estamos fallando en algo. El problema no es solo vivir con estrés, sino volverse incapaz de vivir sin él.

Durante años hemos aprendido a vivir con el estrés como si fuera una condición natural de la adultez. “Así es la vida”, decimos, mientras normalizamos el cansancio crónico, la ansiedad constante y la sensación de que, si no estamos ocupados, algo anda mal. Poco a poco, sin darnos cuenta, dejamos de preguntarnos si el estrés es inevitable y comenzamos a organizarnos alrededor de él. El problema no es sólo que vivamos estresados, sino que a de que sabemos que existe, no sabemos ni como reconocerlo, es decir, sabemos que existe el estrés, pero no sabemos cómo se siente el estrés, y mucho menos como detenerlo, aunque suene duro muchos hemos desarrollado una incapacidad real para vivir sin estrés.

Y es que cuando el estrés se normaliza, el silencio incomoda. Los espacios de calma generan culpa y la tranquilidad se interpreta como pérdida de tiempo incluso hay quien al intentar detenerlo se encuentra con la respuesta automática del cerebro una rotunda negativa, como si el propio cuerpo se negara a abandonar ese estado. Y lo grave es que aunque el cerebro lo haya normalizado, el generar estrés mantiene los mecanismos del naturales del cuerpo provocando daños clínicos en la salud de las personas.

No hablo del estrés como respuesta adaptativa —ese mecanismo biológico que nos permite reaccionar ante una amenaza real—, sino de un estado permanente de activación que se vuelve identidad. Hay personas que no saben qué hacer cuando no hay pendientes, conflictos o urgencias. El silencio les incomoda. El descanso les genera culpa. La calma se percibe como improductiva, sospechosa, incluso peligrosa. En ese punto, el estrés deja de ser una reacción y se convierte en una forma de vida.

Desde la psicología sabemos que el cuerpo no distingue entre una amenaza real y una simbólica. El sistema nervioso responde igual a un león que a un correo electrónico. Cuando vivimos en estado de alerta constante, el organismo se adapta a esa intensidad. El cortisol y la adrenalina se mantienen elevados y, con el tiempo, el cuerpo aprende a funcionar así. Entonces ocurre algo paradójico: la calma empieza a sentirse extraña, y el estrés se vuelve familiar. Incluso necesario.

Esto explica por qué algunas personas, al tener un fin de semana libre, se enferman, se angustian o buscan inconscientemente un conflicto. No es mala suerte: es un sistema nervioso que no sabe bajar la guardia. La mente, acostumbrada al ruido, interpreta la quietud como vacío. Y el vacío, para muchos, resulta insoportable.

La cultura contemporánea ha hecho del estrés una medalla de honor. Estar ocupados es sinónimo de éxito. Dormir poco es señal de compromiso. Decir “no tengo tiempo” nos valida socialmente. Hemos romantizado el agotamiento al punto de sospechar de quien vive con calma. ¿Qué estará haciendo mal? ¿Por qué no corre como los demás? Así, el estrés deja de ser un problema y se vuelve un valor cultural.

Pero el cuerpo no negocia con las narrativas sociales. El estrés sostenido tiene consecuencias claras: trastornos del sueño, problemas digestivos, enfermedades cardiovasculares, irritabilidad, dificultades de concentración, distanciamiento social, ansiedad y depresión. Lo más grave es que muchas de estas señales se ignoran porque se consideran “normales”. Vivir cansados se vuelve la norma. Sentirse mal, el precio a pagar.

Hay otro aspecto menos visible pero igual de dañino: el estrés constante empobrece la vida emocional. Cuando estamos siempre en modo supervivencia, no hay espacio para el placer, la creatividad ni la introspección. Todo se vuelve funcional. Incluso las relaciones. Escuchamos a medias, convivimos con prisa, respondemos desde la reactividad. Vivir así no sólo desgasta el cuerpo; también nos desconecta de nosotros mismos.

Con frecuencia escucho frases como: “Si me relajo, pierdo el control”, “Si descanso, me atraso”, “Si bajo el ritmo, todo se desmorona”” Hay que seguir” y la más atros “Puedo con eso y más”, todas ellas de personas que puedo ver están a punto de desmoronarse. Detrás de ellas hay una creencia profunda: la idea de que sólo somos valiosos cuando estamos produciendo o resolviendo problemas. El estrés, entonces, se convierte en una forma de sostener la autoestima. Mientras estoy ocupado, existo. Cuando paro, me enfrento al vacío de no saber quién soy sin la urgencia.

En ese sentido, la incapacidad de vivir sin estrés no es sólo fisiológica; es también psicológica. El estrés funciona como anestesia. Mantiene la mente ocupada y evita preguntas incómodas: ¿estoy donde quiero estar?, ¿esto me hace sentido?, ¿qué estoy evitando sentir? Cuando bajamos el ritmo, esas preguntas aparecen. Y no siempre estamos preparados para escucharlas.

La ironía es que muchas personas buscan “manejar mejor el estrés” sin cuestionar por qué viven en un estado que lo genera de manera permanente han olvidado siquiera como se sentían, y casi puedo asegurar que ya ni siquiera lo distinguen. Hacemos yoga, meditamos cinco minutos, tomamos suplementos… pero regresamos a la misma lógica de exigencia. No se trata de eliminar el estrés —eso sería imposible—, sino de dejar de necesitarlo para sentirnos vivos.

Incluso el cerebro puede interpretar como amenazantes los ejercicios orientados a la calma y la relajación cuando ha pasado demasiado tiempo funcionando en modo de alerta. Desde la neurociencia sabemos que el sistema nervioso se adapta a los estados que se repiten con mayor frecuencia; si una persona vive bajo estrés crónico, su cerebro aprende que la activación constante es sinónimo de seguridad.

En ese contexto, prácticas como la respiración profunda, la meditación o el silencio corporal pueden generar incomodidad, ansiedad o inquietud, porque implican “bajar la guardia”. Al disminuir la estimulación externa, emergen sensaciones internas, emociones reprimidas o pensamientos evitados, lo que el cerebro interpreta como pérdida de control.

La amígdala, encargada de detectar amenazas, puede activarse ante esta quietud desconocida, enviando señales de alarma que se manifiestan como nerviosismo, tensión muscular o necesidad urgente de interrumpir el ejercicio. No es que la calma sea peligrosa, sino que resulta extraña para un sistema acostumbrado a sobrevivir desde la urgencia. Por ello, aprender a relajarse no siempre es placentero al inicio; es un proceso de reaprendizaje en el que el cerebro necesita tiempo y acompañamiento para reconocer que el descanso también es un estado seguro.

Aprender a vivir sin estrés no significa abandonar responsabilidades ni aspiraciones. Significa recuperar la capacidad de alternar entre acción y reposo reconociendo conscientemente cual es cual. Dejar que el sistema nervioso recuerde que la calma también es segura. Que no todo es amenaza. Que no todo es urgente. Que el descanso no es un premio, sino una necesidad biológica y emocional y de usar herramientas que me permitan disminuir el estrés en momentos precisos de la vida.

Este reaprendizaje no es sencillo. Para alguien acostumbrado a la hiperactividad, el descanso puede generar ansiedad, irritabilidad o incluso tristeza. Es como quitarle una muleta al cuerpo: al principio duele. Por eso, muchas personas fracasan en sus intentos de bajar el ritmo y concluyen que “no pueden”. No es que no puedan; es que están deshabituándose de un estado que se volvió adictivo.

Aquí es donde la terapia psicológica cobra un papel fundamental. No sólo para enseñar técnicas de relajación, sino para explorar qué función cumple el estrés en la vida de la persona. ¿Qué evita? ¿Qué sostiene? ¿Qué identidad refuerza? Acompañar este proceso permite construir una relación más sana con el tiempo, el cuerpo y las emociones.

Vivir sin estrés constante no es una utopía, pero sí un acto contracultural. Implica cuestionar mandatos, tolerar la incomodidad del silencio y redefinir el valor personal más allá del rendimiento. Implica, en muchos casos, aceptar que hemos estado sobreviviendo cuando podríamos estar viviendo.

Tal vez la pregunta no sea cómo eliminar el estrés, sino algo más incómodo y honesto: ¿qué parte de mí no sabe existir sin él? Mientras no nos atrevamos a responderla, seguiremos corriendo, no porque sea necesario, sino porque detenernos nos confronta con una calma que aún no sabemos habitar.

**Además de 10 años de experiencia como comunicólogo, ejerciendo el periodismo. Alex Barrera es también psicólogo por la UNAM con profundización en desarrollo.
Actualmente brinda terapia clínica con enfoque Biopsicosocial de manera privada.


Si le interesa el tema puede profundizar en los siguientes textos:
American Psychological Association. (2020). Stress effects on the body.
https://www.apa.org/topics/stress/body

Describe cómo el estrés crónico mantiene al sistema nervioso en estado de alerta y dificulta la activación de respuestas de relajación.

Porges, S. W. (2011). The polyvagal theory: Neurophysiological foundations of emotions, attachment, communication, and self-regulation. W. W. Norton & Company.
https://wwnorton.com/books/9780393707007

Explica cómo el sistema nervioso autónomo puede interpretar estados de calma como inseguros cuando el organismo está habituado a la hiperactivación.

Van der Kolk, B. (2014). The body keeps the score: Brain, mind, and body in the healing of trauma. Viking.
https://www.penguinrandomhouse.com/books/215391/the-body-keeps-the-score-by-bessel-van-der-kolk-md/

Aborda cómo personas con estrés prolongado o trauma pueden experimentar ansiedad al intentar relajarse o meditar.

Thayer, J. F., & Lane, R. D. (2000). A model of neurovisceral integration in emotion regulation and dysregulation. Journal of Affective Disorders, 61(3), 201–216.
https://doi.org/10.1016/S0165-0327(00)00338-4

Expone cómo la regulación emocional deficiente hace que el sistema nervioso perciba la calma como una pérdida de control.

Treleaven, D. A. (2018). Trauma-sensitive mindfulness: Practices for safe and transformative healing. W. W. Norton & Company.
https://wwnorton.com/books/9780393709780

Analiza por qué prácticas de mindfulness pueden activar ansiedad en personas con sistemas nerviosos hipervigilantes.

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