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EL CUERPO Y LA SANGRE DE CRISTO

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Génesis 14, 18-20
Melquisedec, rey de Salén, sacerdote del Dios altísimo, sacó pan y vino, y le bendijo diciendo:
«Bendito sea Abrán por el Dios altísimo, creador de cielo y tierra; bendito sea el Dios altísimo, que te ha entregado tus enemigos».
Y Abrán le dio el diezmo de todo.

Salmo 109, 1. 2. 3. 4
Tú eres sacerdote eterno, según el rito de Melquisedec.

Oráculo del Señor a mi Señor:
«Siéntate a mi derecha, y haré de tus enemigos estrado de tus pies».

Desde Sión extenderá el Señor
el poder de tu cetro:
somete en la batalla a tus enemigos.

«Eres príncipe desde el día de tu nacimiento, entre esplendores sagrados; yo mismo te engendré, desde el seno, antes de la aurora».

El Señor lo ha jurado y no se arrepiente: «Tú eres sacerdote eterno, según el rito de Melquisedec».

1 Corintios 11, 23-26
Hermanos:
Yo he recibido una tradición, que procede del Señor y que a mi vez os he transmitido:
Que el Señor Jesús, en la noche en que iba a ser entregado, tomó pan y, pronunciando la Acción de Gracias, lo partió y dijo:
«Esto es mi cuerpo, que se entrega por vosotros. Haced esto en memoria mía».
Lo mismo hizo con el cáliz, después de cenar, diciendo:
«Este cáliz es la nueva alianza en mi sangre; haced esto cada vez que lo bebáis, en memoria mía».
Por eso, cada vez que coméis de este pan y bebéis del cáliz, proclamáis la muerte del Señor, hasta que vuelva.

Lucas 9, 11b-17
Jesús hablaba a la gente del reino y sanaba a los que tenían necesidad de curación.
El día comenzaba a declinar. Entonces, acercándose los Doce, le dijeron:
«Despide a la gente; que vayan a las aldeas y cortijos de alrededor a buscar alojamiento y comida, porque aquí estamos en descampado».
Él les contestó:
«Dadles vosotros de comer».
Ellos replicaron:
«No tenemos más que cinco panes y dos peces; a no ser que vayamos a comprar de comer para toda esta gente».
Porque eran unos cinco mil hombres.
Entonces dijo a sus discípulos:
«Haced que se sienten en grupos de unos cincuenta cada uno».
Lo hicieron así y dispusieron que se sentaran todos.
Entonces, tomando él los cinco panes y los dos peces y alzando la mirada al cielo, pronunció la bendición sobre ellos, los partió y se los iba dando a los discípulos para que se los sirvieran a la gente. Comieron todos y se saciaron, y recogieron lo que les había sobrado: doce cestos de trozos.

Hoy celebramos el cuerpo y la sangre de Cristo y al celebrar esta festividad estamos celebrando y recordando la entrega de Jesús por la humanidad, para que esta tuviera vida y la tuviera en abundancia. Celebramos el mandato de Jesús de hacer de su entrega nuestra propia entrega y de su vida nuestra propia vida. Si él nos amó hasta entregar su vida por nosotros, de la misma manera, nosotros también estamos llamados a entregar nuestra vida por los demás en nuestra propia cotidianidad y allí donde nos encontremos.

Hoy hay muchas situaciones de muerte en nuestro mundo en las que estamos invitados por Cristo a sembrar vida. En este mes de junio, comienza en Sevilla, España, la Conferencia de la ONU de financiación al desarrollo y como Iglesia estamos llamados a dar una palabra de vida: pedir la condonación de la deuda es poner vida allí donde hay muerte, pedir que el canje de la deuda lleve un compromiso de invertir en educación, en salud, en cuidado del medio ambiente, en seguridad alimentaria es poner vida allí donde hay muerte, pedir que se destine el 0,7% a los países empobrecidos es poner vida allí donde hay muerte, pedir que en la economía se ponga como centro la vida y a las personas más vulnerables es poner vida allí donde hay muerte.

Celebramos el Cuerpo y la Sangre de Cristo haciendo realidad su propuesta de amor en el mundo en el que estamos y vivimos por medio de la palabra, pero, sobre todo, por medio de nuestra vida.

Un culto sencillo y original.
Todos los textos ancestrales del AT tienen algo especial en la tradiciones de Israel, hasta el punto de poder considerar que un texto como el de Melquisedec podría ser una campaña militar, antigua, en la que se ha querido ver que los grandes, en este caso el rey de Salem, también ha querido ponerse a los pies del padre del pueblo, de Abrahán. Con los gestos del pan y el vino que se ofrecen, las cosas más naturales de la tierra, el rey misterioso le otorga a Abrahán un rango sagrado, casi de rey-sacerdote. Será en este sentido cómo la carta a los Hebreos c. 7,1-10 se permitirá hacer una lectura nueva de Jesucristo, de su sacerdocio no-dinástico, absolutamente distinto y original, que no tiene parangón como el sacerdocio ministerial. En el mismo sentido lo había ya intuido el Sal 110,4. Se ha discutido mucho sobre quién es este personaje, incluso tenemos un texto en Qumrán (11Q) que lo ve como un ser celeste.

El valor, pues, de nuestro texto es que sirve como plataforma teológica para un sentido nuevo y una actualización de la religión inaugurada por la vida de Cristo. El hecho de que en esa ofrenda de Melquisedec no se usen animales, sino las cosas sencillas de la tierra, apunta a una dimensión ecológica y personalista. Jesús, antes de morir, ofrecerá su vida ¡tal como suena! en un poco de pan y en un poco de vino. No hacía falta más que la intención misma de entregarse, de donarse, de “pro-existir” para los demás. Con ello se alza una protesta radical contra un culto de sacrificios de animales que no lleva a ninguna parte. Es la vida de Dios y de los hombres la que tiene que estar en comunión. El ser humano se fascina ante lo divino y deja de ser humano muchas veces, pero la “comunión vital” entre Dios y la humanidad no tiene por qué esclavizarnos a un culto externo y a veces inhumano. Porque lo que es inhumano, es antidivino.

En realidad es todo el texto de Heb 7 el que puede generar una lectura interesante en una fiesta como hoy. Quizás muchos hubieran preferido otro texto para esta fiesta. Pero debemos reconocer que la intención de la elección litúrgica del mismo se explica porque el gesto de Melquisedec es como un signo anticipado de los gestos del pan y el vino de Jesús en la última cena con sus discípulos. Se ha hablado que la intención del autor de la carta a los Hebreos era mostrar que el sacerdocio de Cristo, a imagen de Melquisedec, logra una verdadera “téléiôsis”, que se puede traducir de muchas formas, como “perfección” o incluso como “transformación”. Preferimos esto último, porque Jesús, con su vida, con sus palabra, con sus gestos, transforma una religión de culto sacrificial de animales, en una verdadera donación de vida, para introducirnos en la vida misma de Dios.
{En griego, “teleios” (τέλειος) significa perfecto, completo, acabado, o maduro. Se refiere a algo que ha alcanzado su fin, su propósito, o su desarrollo completo. En un contexto bíblico, a menudo se traduce como “perfecto”, pero implica más la idea de madurez y cumplimiento del propósito que una perfección sin errores.
El significado de “teleios” puede variar según el contexto:
Desarrollo físico: Puede referirse a un cuerpo completamente desarrollado o maduro.
Propósito: Puede indicar que algo ha cumplido su propósito o meta.
Madurez espiritual: En contextos religiosos, puede referirse a la madurez espiritual, la cual implica alcanzar la plenitud de la fe y la virtud.
Ejemplos de uso en la Biblia:
En Mateo 5:48, Jesús dice: “Sed, pues, vosotros perfectos (teleioi), como vuestro Padre celestial es perfecto (teleios)”.
En Hebreos 5:14, se habla de “alimento sólido para los adultos, para los que por el uso tienen los sentidos ejercitados en el discernimiento del bien y del mal” (teleiōn).
En resumen, “teleios” implica la idea de completitud, madurez, y cumplimiento de un propósito, ya sea físico, espiritual, o en relación a una meta específica.}

La tradición del Señor es vida.
El cristianismo primitivo tuvo que hacerse “recibiendo” tradiciones del Señor. Pablo, que no lo conoció personalmente, le da mucha importancia a unas pocas que ha recibido. Y una de esas tradiciones son las palabras y los gestos de la última cena. Porque el apóstol sabía lo que el Vaticano II decía, que “la Iglesia se realiza en la Eucaristía”. Todos debemos reconocer que aquella noche marcaría para siempre a los suyos. Cuando la Iglesia intentaba un camino de identidad distinto del judaísmo, serán esos gestos y esas palabras las que le ofrecerá la oportunidad de cristalizar en el misterio de comunión con su Señor y su Dios. Esta tradición “recibida”, según la mayoría de los especialistas, pertenece a Antioquía (como en Lc 22,19-20), donde los seguidores de Jesús “recibieron” por primera vez el nombre de “cristianos”. Un poco distinta es la de Jerusalén (Mc y Mt).

Los gestos del Señor Jesús eran los que se hacían en cualquier comida judía; incluso si fue un cena pascual, lo que se hacía en aquella fiesta de recuerdo impresionante. Pero lo importante son las “palabras” y el sentido que Jesús pone en los gestos. Jesús, en la noche “en que iba a ser entregado”, se “entregó” él a los suyos. El término es elocuente. En los relatos de la pasión aparece frecuentemente este “entregar”. No obstante lo verdaderamente interesante es que antes de que lo entregaran a la muerte y le quitaran la vida, él la ofreció, la entregó, la donó a los suyos en el pan y en el vino, de la forma más sencilla y asombrosa que se podía alguien imaginar.

¿Por qué se ha proclamar la muerte del Señor hasta su vuelta? ¿Para recordar la ignominia y la violencia de su muerte? ¿Para resaltar la dimensión sacrificial de nuestra redención? ¿Para que no se olvide lo que le ha costado a Jesús la liberación de la humanidad? Muchas cosas, con los matices pertinentes, se deben considerar al respecto. Tienen el valor de la memoria “zikarón” que es un elemento antropológico imprescindible de nuestra propia historia. No hacer memoria, significa no tener historia. Y la Iglesia sabe que “nace” de la muerte de Jesús y de su resurrección. No es simplemente memoria de un muerto o de una muerte ignominiosa, o de un sacrificio terrible. Es “memoria” (zikarón) de vida, de entrega, de amor consumado, de acción profética que se adelanta al juicio y a la condena a muerte de las autoridades; es memoria de su vida entera que entrega en aquella noche con aquellos signos proféticos sin media. Precisamente para que no se busque la vida allí donde solamente hay muerte y condena. Es, por otra parte y sobre todo, memoria de resurrección, porque quien se dona en la Eucaristía de la Iglesia, no es un muerto, ni repite su muerte gestualmente, sino el Resucitado.

La Eucaristía, experiencia del Reino de Dios.
Lucas ha presentado la multiplicación de los panes como una Eucaristía. En este sentido podemos hablar que este gesto milagroso de Jesús ya no se explica, ni se entiende, desde ciertos parámetros de lo mágico o de lo extraordinario. Los cinco verbos del v. 16: “tomar, alzar los ojos, bendecir, partir y dar”, denotan el tipo de lectura que ha ofrecido a su comunidad el redactor del evangelio de Lucas. Quiere decir algo así: no se queden solamente con que Jesús hizo un milagro, algo extraordinario que rompía las leyes de la naturaleza (solamente tenían cinco panes y dos peces y eran cinco mil personas). Por tanto, ya tenemos una primera aproximación. Por otra parte, es muy elocuente cómo se introduce nuestro relato: los acogía, les hablaba del Reino de Dios y los curaba de sus males (v.11). E inmediatamente se desencadena nuestra narración. Por tanto la “eucaristía” debe tener esta dimensión: acogida, experiencia del Reino de Dios y curación de nuestra vida.

Sabemos que el relato de la multiplicación de los panes tiene variantes muy señaladas en la tradición evangélica: (dos veces en Mateo: 14,13-21;15,32-39); (dos en Marcos: 6,30-44; 8,1-10); (una en Juan, 6,1-13) y nuestro relato. Se ha escogido, sin duda, para la fiesta del Corpus en este ciclo por ese carácter eucarístico que Lucas nos ofrece. Incluso se apunta a que todo ocurre cuando el día declinaba, como en el caso de los discípulos de Emaús (24,29) que terminó con aquella cena prodigiosa en la que Jesús resucitado realiza los gestos de la última Cena y desaparece. Pero apuntemos otras cosas. Jesús exige a los discípulos que “ellos les den de comer”; son palabras para provocar, sin duda, y para enseñar también. El relato, pues, tiene de pedagógico tanto como de maravilloso.

La Eucaristía: acogida, experiencia del Reino y curación de nuestra vida. Deberíamos centrar la explicación de nuestro texto en ese sumario introductorio (v. 11), que Lucas se ha permitido anteponer a la descripción de la tradición que ha recibido sobre una multiplicación de los panes. Si la Eucaristía de la comunidad cristiana no es un misterio de “acogida”, entonces no haremos lo que hacía Jesús. Muchas personas necesitan la “eucaristía” como misterio de acogida de sus búsquedas, de sus frustraciones, de sus anhelos espirituales. No debe ser, pues, la “eucaristía” la experiencia de una élite de perfectos o de santos. Si fuera así muchas se quedarían fuera para siempre. También debe ser “experiencia del Reino”; el Reino anunciado por Jesús es el Reino del Padre de la misericordia y, por tanto, debe ser experiencia de su Padre y nuestro Padre, de su Dios y nuestro Dios. Y, finalmente, “curación” de nuestra vida, es decir, experiencia de gracia, de encuentro de fraternidad y de armonía. Muchos vienen a la eucaristía buscando su “curación” y la Iglesia debe ofrecérsela, según el mandato mismo de Jesús a los suyos, en el relato: “dadles vosotros de comer”.

Son posible, desde luego, otras lecturas de nuestro texto de hoy. No olvidemos que en el sustrato del mismo se han visto vínculos con la experiencia del desierto y el maná (Ex 16) o del profeta Eliseo y sus discípulos (2Re 4,42-44). Y además se ha visto como un signo de los tiempos mesiánicos en que Dios ha de dar a su pueblo la saciedad de los dones verdaderos (cf Ex 16,12; Sal 22,27; 78,29; 132, 15; Jr 31,14). De ahí que nos sea permitido no esclavizarse únicamente a un tipo de lectura exclusivamente cultual envejecida. El Oficio de la liturgia del Corpus que, en gran parte, es obra de Sto. Tomás de Aquino, nos ofrece la posibilidad de tener presente estos aspectos y otros más relevantes si cabe. La Eucaristía, sacramento de Cuerpo y la Sangre de Señor, debe ser experiencia donde lo viejo es superado. Por eso, la Iglesia debe renovarse verdaderamente en el misterio de la Eucaristía, donde la primitiva comunidad cristiana encontró fuerzas para ir rompiendo con el judaísmo y encontrar su identidad futura.

Lucas 9, 11b-17
«Dadles vosotros de comer»
Es el día más grande para el corazón de un cristiano, porque la Iglesia, después de festejar el Jueves Santo la institución de la Eucaristía, busca ahora la exaltación de este augusto Sacramento, tratando de que todos lo adoremos ilimitadamente. «Quantum potes, tantum aude…», «atrévete todo lo que puedas»: ésta es la invitación que nos hace santo Tomás de Aquino en un maravilloso himno de alabanza a la Eucaristía. Y esta invitación resume admirablemente cuáles tienen que ser los sentimientos de nuestro corazón ante la presencia real de Jesucristo en la Eucaristía. Todo lo que podamos hacer es poco para intentar corresponder a una entrega tan humilde, tan escondida, tan impresionante. El Creador de cielos y tierra se esconde en las especies sacramentales y se nos ofrece como alimento de nuestras almas. Es el pan de los ángeles y el alimento de los que estamos en camino. Y es un pan que se nos da en abundancia, como se distribuyó sin tasa el pan milagrosamente multiplicado por Jesús para evitar el desfallecimiento de los que le seguían: «Comieron todos hasta saciarse. Se recogieron los trozos que les habían sobrado: doce canastos» (Lc 9,17).

Ante esa sobreabundancia de amor, debería ser imposible una respuesta remisa. Una mirada de fe, atenta y profunda, a este divino Sacramento, deja paso necesariamente a una oración agradecida y a un encendimiento del corazón. San Josemaría solía hacerse eco en su predicación de las palabras que un anciano y piadoso prelado dirigía a sus sacerdotes: «Tratádmelo bien».

Un rápido examen de conciencia nos ayudará a advertir qué debemos hacer para tratar con más delicadeza a Jesús Sacramentado: la limpieza de nuestra alma —siempre debe estar en gracia para recibirle—, la corrección en el modo de vestir —como señal exterior de amor y reverencia—, la frecuencia con la que nos acercamos a recibirlo, las veces que vamos a visitarlo en el Sagrario… Deberían ser incontables los detalles con el Señor en la Eucaristía. Luchemos por recibir y por tratar a Jesús Sacramentado con la pureza, humildad y devoción de su Santísima Madre, con el espíritu y fervor de los santos.

«Alimentó a la muchedumbre cuando ya declinaba la tarde, esto es, cuando ya se acerca el fin de los tiempos, o cuando el Sol de Justicia iba a morir por nosotros» (San Beda el Venerable)

«En este día de la Solemnidad del Cuerpo y la Sangre de Cristo queremos reconocer y celebrar a Cristo presente entre nosotros. Y por eso salimos a la calle, para manifestar al mundo nuestra fe, para dar testimonio y para llegar a todos con el misterio de la Presencia de Cristo» (León XIV)

«Los milagros de la multiplicación de los panes, cuando el Señor dijo la bendición, partió y distribuyó los panes por medio de sus discípulos para alimentar la multitud, prefiguran la sobreabundancia de este único pan de su Eucaristía» (Catecismo de la Iglesia Católica, nº 1.335)

EL SEÑOR LES DA LA PAZ

Fuente: Jorge Armando Giron Sosa.

Presbítero

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Hemos decidido, el Espíritu Santo y nosotros, no imponernos más cargas que las indispensables.

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Hechos 15, 1-2. 22-29

Unos que bajaron de Judea se pusieron a enseñar a los hermanos que, si no se circuncidaban conforme al uso de Moisés, no podían salvarse. Esto provocó un altercado y una violenta discusión con Pablo y Bernabé; y se decidió que Pablo, Bernabé y algunos más de entre ellos subieran a Jerusalén a consultar a los apóstoles y presbíteros sobre esta controversia.

Entonces los apóstoles y los presbíteros con toda la Iglesia acordaron elegir a algunos de ellos para mandarlos a Antioquía con Pablo y Bernabé. Eligieron a Judas llamado Barsabás y a Silas, miembros eminentes entre los hermanos, y enviaron por medio de ellos esta carta:

«Los apóstoles y los presbíteros hermanos saludan a los hermanos de Antioquía, Siria y Cilicia provenientes de la gentilidad.

Habiéndonos enterado de que algunos de aquí, sin encargo nuestro, os han alborotado con sus palabras, desconcertando vuestros ánimos, hemos decidido, por unanimidad, elegir a algunos y enviároslos con nuestros queridos Bernabé y Pablo, hombres que han entregado su vida al nombre de nuestro Señor Jesucristo. Os mandamos, pues, a Silas y a Judas, que os referirán de palabra lo que sigue: Hemos decidido, el Espíritu Santo y nosotros, no imponeros más cargas que las indispensables: que os abstengáis de carne sacrificada a los ídolos, de sangre, de animales estrangulados y de uniones ilegítimas. Haréis bien en apartaros de todo esto.

Salmo 66, 2-3. 5. 6 y 8

Oh Dios, que te alaben los pueblos, que todos los pueblos te alaben.Q

ue Dios tenga piedad y nos bendiga, ilumine su rostro sobre nosotros; conozca la tierra tus caminos, todos los pueblos tu salvación.

Que canten de alegría las naciones, porque riges el mundo con justicia, y gobiernas las naciones de la tierra.

Oh, Dios, que te alaben los pueblos, que todos los pueblos te alaben.Que Dios nos bendiga; que le teman todos los confines de la tierra.

Me enseñó la ciudad santa, que bajaba del cielo.

Apocalipsis 21, 10-14. 22-23

El ángel me llevó en espíritu a un monte grande y elevado, y me mostró la ciudad santa de Jerusalén que descendía del cielo, de parte de Dios, y tenía la gloria de Dios; su resplandor era semejante a una piedra muy preciosa, como piedra de jaspe cristalino.

Tenía una muralla grande y elevada, tenía doce puertas y sobre las puertas doce ángeles y nombres grabados que son las doce tribus de Israel.

Al oriente tres puertas, al norte tres puertas, al sur tres puertas, al poniente tres puertas, y la muralla de la ciudad tenía doce cimientos y sobre ellos los nombres de los doce apóstoles del Cordero.

Y en ella no vi santuario, pues el Señor, Dios todopoderoso, es su santuario, y también el Cordero.

Y la ciudad no necesita del sol ni de la luna que la alumbre, pues la gloria del Señor la ilumina, y su lámpara es el Cordero.

El Espíritu Santo os irá recordando todo lo que os he dicho.

Juan 14, 23-29

Dijo Jesús a sus discípulos:

«El que me ama guardará mi palabra, y mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos morada en él.
El que no me ama no guarda mis palabras. Y la palabra que estáis oyendo no es mía, sino del Padre que me envió.

Os he hablado de esto ahora que estoy a vuestro lado, pero el Paráclito, el Espíritu Santo, que enviará el Padre en mi nombre, será quien os lo enseñe todo y os vaya recordando todo lo que os he dicho.
La paz os dejo, mi paz os doy; no os la doy yo como la da el mundo. Que no se turbe vuestro corazón ni se acobarde. Me habéis oído decir:

“Me voy y vuelvo a vuestro lado”. Si me amarais, os alegraríais de que vaya al Padre, porque el Padre es mayor que yo, Os lo he dicho ahora, antes de que suceda, para que cuando suceda creáis».

Se aprecia muy bien en las lecturas de este domingo que el Espíritu que habita la Iglesia es el fruto final de la Pascua.

Aparece en la primera lectura guiando a la comunidad cristiana, inspirando el discerni­miento y la decisión sobre cuestiones que dividían a los conver­tidos.

La segunda es una parte de la revelación que recibe el Apóstol Juan sobre la presencia de Dios en la Iglesia, por su Espíritu. La luz de la nueva Jerusalén es el mismo Señor. Nosotros estamos lla­ma­dos a participar de esa luz a través del Espíritu que recibimos y a compartirla con los demás.

Y el evangelio nos hace ver que quien ama a Jesús cumplirá sus palabras. Esa será la condi­ción para que el Padre envíe al Espíritu Santo en el nombre de Jesucristo y pueda venir y hacer morada en quienes guardan sus palabras.

Dos consecuencias de hacernos morada de Dios son: el Espíritu nos enseñará y nos re­cor­dará todo lo que Jesús nos ha dicho; y la paz de Jesús nos ayudará a superar toda inquietud y cobardía.

El “espíritu” del “Concilio” de Jerusalén.

Hoy leemos uno de los episodios más conocidos y de los más importantes del libro de los Hechos de los Apóstoles: el Concilio de Jerusalén, que viene provocado por la libertad con que actuó en la misión evangelizadora la comunidad de Antioquía de Siria, donde trabajaban apostólicamente Pablo y Bernabé. Rompiendo los tabúes de un judeo-cristianismo todavía demasiado judío y menos cristiano –el de Jerusalén-, en cuanto a su identidad, se admitían a los paganos sin necesidad de que antes tuvieran que circuncidarse. Eso escandalizaba, porque se pensaba que para ser cristiano, primeramente se debía ser judío, admitir la ley de Moisés y otras muchas más tradiciones inherentes a ese modo de vida. ¿Dónde quedaba, pues, lo que Jesucristo había hecho por los hombres? ¿De qué valdría la muerte y la resurrección de Jesús? En definitiva, la cuestión era dónde estaba la posibilidad de la salvación, en la ley, o en Cristo.

Pablo, desde el principio (cf Gal 1-2), se va a oponer a esta distinción tan incoherente y no menos injusta desde todos los puntos de vista, deshaciendo con su teología de la gracia y de la fe en Cristo toda ventaja fundamental respecto de la salvación y la reconciliación del hombre con Dios. Pablo quiere decir que todos partimos de cero, que no cuenta ya ser de origen judío o ser pagano; es decir, de ser “justo” según la ley, o lo que es lo mismo, por herencia, por tradición; y ser pagano, por consiguiente pecador, expuesto a la ira de Dios, porque lo diga una “dogmática” inmemorial. Ante Dios, ante Cristo, estamos todos en igualdad de condiciones. Lo único que existe es una diferencia cultural, pero eso no es ninguna ventaja ante el Dios de la misericordia y de la gracia; eso no es una prerrogativa de salvación. En realidad, Pablo, en este texto de Hch 15, no habla, lo hace Pedro en su lugar inspirado (no olvidemos que es Lucas su autor) en el texto de Gal 2,15-21. Lucas, en la famosa decisión de no imponer “cargas” a los paganos, le apoya en el papel del Espíritu.

No obstante, la decisión estaba tomada: no es necesaria la Ley para la salvación. No hay que obligar a los paganos a someterse a la circuncisión, sino a abrirse a la gracia de Dios. Esta es la gran lucha por la libertad cristiana que comienza ya en los primeros años de la Iglesia. De esta manera, Pablo está rompiendo seguridades, fronteras, ilusiones elitistas de un pueblo que considera que la salvación les pertenece a ellos y a los que ellos den acceso a la “situación de ley”. El texto de hoy solamente es un resumen y nos da la conclusión más importante. Y desde luego, nadie debe ser acusado de “antisemitismo” por este motivo. Es verdad que los que prefieran estar con la Ley… lo hacen desde su libertad y desde su fidelidad. Pero no se debe olvidar que Jesús y Pablo estuvieron sometidos a la Ley y decidieron abandonar ese camino. El cristianismo encontró su identidad abandonando la Ley (la Torah judía) por un Cristo crucificado y resucitado. Eso es irrenunciable, no es antisemitismo. ¡Y no debe existir antisemitismo nunca!

Lo nuevo en las manos de Dios.

Se continúa la esplendorosa visión del domingo anterior sobre la nueva Jerusalén. Es una nueva Jerusalén, sin templo, porque el templo es el mismo Señor, presencia viva de amor y fidelidad. Es la utopía de la felicidad que todos los hombres buscan, pero presentada desde la visión cristiana del mundo y de la historia. Es una afirmación con todos los ingredientes simbólicos necesarios, pero eso no quiere decir que no será una realidad absoluta; porque Dios, el Dios de Jesucristo, es el futuro del hombre.

Hablar del futuro, sin recurrir al pasado y al presente, sería perder el sentido de la historia. Y la humanidad tiene historia, pero será transformada. Incluso Dios, en cuanto vivido y experimentado, está encarnado en esa historia humana. Aunque lo importante de esta visión es poner de manifiesto que todo será como Dios ha previsto, y no como sucedía en la historia donde, por respetar la libertad humana, los hombres han querido manipular hasta lo más santo y sagrado. La nueva Jerusalén es una forma simbólica de hablar de un futuro que estará plenamente en las manos de Dios.

El amor debe transformar el mundo.

Estamos, de nuevo, en el discurso de despedida de la última cena del Señor con los suyos. Se profundiza en que la palabra de Jesús es la palabra del Padre. Pero se quiere poner de manifiesto que cuando él no esté entre los suyos, esa palabra no se agotará, sino que el Espíritu Santo completará todo aquello que sea necesario para la vida de la comunidad. Según Juan, Jesús se despide en el tono de la fidelidad y con el don de la paz. En todo caso, es patente que esta lectura nos va preparando a la fiesta de Pentecostés.

Esta parte del discurso de despedida está provocada por una pregunta “retórica” de Judas (no el Iscariote) de por qué se revela Jesús a los suyos y no al mundo. El círculo joánico es muy particular en la teología del NT. Esa oposición entre los de Jesús y el mundo viene a ser, a veces, demasiado radical. En realidad, Jesús nunca estableció esa separación tan determinante. No obstante es significativa la fuerza del amor a su palabra, a su mensaje. El mundo, en Juan, es el mundo que no ama. Puede que algunos no estén de acuerdo con esta manera de plantear las cosas. Pero sí es verdad que amar el mensaje, la palabra de Jesús, no queda solamente en una cuestión ideológica.

Sin embargo, debemos hoy hacer una interpretación que debe ir más allá del círculo joánico en que nació este discurso. La propuesta es sencilla: quien ama está cumpliendo la voluntad de Dios, del Padre. Por tanto, quien ama en el mundo, sin ser del “círculo” de Jesús, también estaría integrado en este proceso de transformación “trinitaria” que se nos propone en el discurso joánico. Esta es una de las ventajas de que el Espíritu esté por encima de los círculos, de las instituciones, de las iglesias y de las teologías oficiales. El mundo, es verdad, necesita el amor que Jesús propone para que Dios “haga morada” en él. Y donde hay amor verdadero, allí está Dios, como podrá inferirse de la reflexión que el mismo círculo joánico ofrecerá en 1Jn 4.

Juan 14, 23-29

El Evangelio nos invita a reflexionar sobre el amor como la base de la relación con Jesús y el Padre. La promesa de la morada de Jesús y el Padre en el corazón de quien los ama nos recuerda la importancia de mantener la fe y cumplir sus mandamientos.

El amor como base de la relación:

Jesús declara que el amor es la clave para la presencia de Dios en la vida del creyente. Quien ama a Jesús, guarda sus palabras y el Padre lo ama.

La palabra de Jesús, al igual que sus mandamientos, es la guía para una vida en comunión con Él y con Dios Padre.

La promesa de que el Padre y Jesús harán morada en el corazón del creyente es un llamado a la intimidad y a la presencia constante de Dios en la vida diaria.

El Espíritu Santo como guía:Jesús promete enviar el Espíritu Santo, el Paráclito, que permanecerá con los creyentes para guiarles y consolarles.

El Espíritu Santo es el “abogado” que nos ayuda a comprender la palabra de Dios y a vivir en coherencia con ella.

El compromiso con la fe:

El Evangelio nos anima a mantener la fe y a no dejarnos llevar por la desconfianza ante los cambios o las dificultades.

La confianza en la palabra de Jesús y la esperanza en su retorno al Padre nos dan paz y nos ayudan a superar los desafíos de la vida.

Jesús es el mismo ayer, hoy y siempre, y nos invita a mantenernos fieles a su mensaje y a no ceder ante las presiones de una sociedad secularizada.

En resumen:

El Evangelio nos insta a amar a Jesús, a guardar su palabra, y a confiar en el Espíritu Santo que nos guiará en el camino de la fe.

La presencia de Dios en nuestros corazones es una realidad que se manifiesta en la medida en que nos acercamos a Él con amor y obediencia.

EL SEÑOR LES DA LA PAZ

Fuente: Jorge Armando Girón Sosa

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El buen pastor

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Sabed que nos dedicamos a los gentiles.

Hechos 13, 14. 43–52

Pablo y Bernabé continuaron desde Perge y llegaron a Antioquia de Pisidia. El sábado entraron en la sinagoga y tomaron asiento.
Muchos judíos y prosélitos adoradores de Dios siguieron a Pablo y Bernabé, que hablaban con ellos exhortándolos a perseverar fieles a la gracia de Dios.
El sábado siguiente, casi toda la ciudad acudió a oír la palabra del Señor. Al ver el gentío, los judíos se llenaron de envidia y respondían con blasfemias a las palabras de Pablo.
Entonces Pablo y Bernabé dijeron con toda valentía:
«Teníamos que anunciaros primero a vosotros la palabra de Dios; pero como la rechazáis y no os consideráis dignos de la vida eterna, sabed que nos dedicamos a los gentiles. Así nos lo ha mandado el Señor: “Yo te puesto como luz de los gentiles, para que lleves la salvación hasta el confín de la tierra”».
Cuando los gentiles oyeron esto, se alegraron y alababan la palabra del Señor; y creyeron los que estaban destinados a la vida eterna.
La palabra del Señor se iba difundiendo por toda la región. Pero los judíos incitaron a las señoras distinguidas, adoradoras de Dios, y a los principales de la ciudad, provocaron una persecución contra Pablo y Bernabé y los expulsaron del territorio.
Ellos sacudieron el polvo de los pies contra ellos y se fueron a Iconio. Los discípulos, por su parte, quedaron llenos de alegría y de Espíritu Santo.

Salmo 99, 2. 3. 5
Nosotros somos su pueblo y ovejas de su rebaño.

Aclama al Señor, tierra entera,
servid al Señor con alegría,
entrad en su presencia con vítores.

Sabed que el Señor es Dios:
que él nos hizo y somos suyos,
su pueblo y ovejas de su rebaño.

«El Señor es bueno, su misericordia es eterna, su fidelidad por todas las edades».

El Cordero será su pastor, y los conducirá hacia fuentes de aguas vivas.

Apocalipsis 7, 9. 14b-17

Yo, Juan, vi una muchedumbre inmensa, que nadie podría contar, de todas las naciones, razas, pueblos y lenguas, de pie delante del trono y delante del Cordero, vestidos con vestiduras blancas y con palmas en sus manos.
Y uno de los ancianos me dijo:
«Estos son los que vienen de la gran tribulación: han lavado y blanqueado sus vestiduras en la sangre del Cordero.
Por eso están ante el trono de Dios, dándole culto día y noche en su templo.
El que se sienta en el trono acampará entre ellos.
Ya no pasarán hambre ni sed, no les hará daño el sol ni el bochorno. Porque el Cordero que está delante del trono los apacentará y los conducirá hacia fuentes de aguas vivas.
Y Dios enjugará las lágrimas de sus ojos».

Yo doy la vida eterna a mis ovejas.

Juan 10, 27-30

Dijo Jesús:
«Mis ovejas escuchan mi voz, y yo las conozco, y ellas me siguen, y yo les doy la vida eterna; no perecerán para siempre, y nadie las arrebatará de mi mano.
Lo que mi Padre me ha dado es más que todas las cosas, y nadie puede arrebatar nada de la mano de mi Padre.
Yo y el Padre somos uno».

Este domingo se celebra la 62ª Jornada Mundial de oración por las Vocaciones dado que la liturgia de la Palabra nos propone un texto del capítulo décimo del evangelio de san Juan que presenta la figura de Jesucristo como Buen Pastor. La vocación nace del encuentro personal con Jesucristo y con su Palabra, una Palabra que no es sólo la “mía” sino que se realiza junto con las demás personas, pues somos comunidad de creyentes, personas que esperamos la realización del plan de salvación por medio de Jesucristo, que cuenta con nosotros.

Tengamos presente lo que bien conocemos de la suerte que ha vivido el Buen Pastor, pues Jesucristo culmina su vida en este mundo clavado en una cruz. Esta consideración nos sirve para tomar muy en serio la obra llevada a cabo por Jesucristo, una obra a la que él nos ha asociado a todos, puesto que su encarnación, vida, muerte y resurrección han tenido la finalidad de mostrarnos nuestra verdadera condición: sabernos hijas e hijos de Dios.

Las peripecias vividas por Pablo y Bernabé (primera lectura) nos sirven para encuadrar nuestra vida en los planes de Dios, que algunas veces nos resultan misteriosos, tal como la segunda lectura refiere a propósito de lo que llama “la gran tribulación” (Ap 7,14).

La Palabra de Dios en este domingo espera de nosotros una decidida adhesión para seguir los pasos del Maestro y así superar todas las dificultades que encontremos en el camino de la vida contando con su presencia continua, que es la que da sentido pleno a nuestro vivir diario.

Celebrando el Jubileo de la esperanza sintámonos peregrinos de esperanza y portadores de alegría, generando fraternidad y paz.

La gracia de Dios es para todos los hombres.
La primera lectura de este cuarto domingo de Pascua es la consecuencia de otro discurso axial, kerygmático, de los que aparecen frecuentemente en el libro de los Hechos. Pero esta vez es Pablo su artífice y ante un auditorio judío, pero con presencia de paganos que se habían hecho prosélitos o temerosos de Dios. Ya se han rotos las barreras fundamentales entre cristianismo y judaísmo. Los seguidores de Jesús han recibido un nombre nuevo, el de “cristianos”, en la gran ciudad de Antioquía de Siria, y esta comunidad ha delegado a Bernabé y Pablo para anunciar el evangelio entre los paganos.

Todavía son tímidas estas iniciativas, pero resultarán concluyentes. Ahora, en la otra Antioquía, en la de Pisidia, se nos ofrece un discurso típico (independientemente del de Pedro en casa de Cornelio, c. 10). El sábado siguiente, el número de paganos directos se acrecienta, y los judíos de la ciudad no lo podrán soportar. Sobre el texto de Is 49,6 se justifica que los cristianos proclamen el evangelio de la vida a aquellos que la buscan con sincero corazón. El evangelio es ese juicio crítico contra nuestras posturas enquistadas en privilegios que son signos de muerte más que caminos de vida. La consecuencia del primer discurso de Pablo en los Hechos de los Apóstoles no se hará esperar. El autor, Lucas, le ha reservado este momento en que ya se dejan claras ciertas posturas que han de confirmarse en Hch 15, sobre la aceptación definitiva de los paganos en el seno de la comunidad judeo-cristiana.

Dios enjugará las lágrimas de la muerte.
La visión de este domingo, siguiendo el libro de Apocalipsis , no es elitista, es litúrgica, como corresponde al mundo simbólico, pero se reúnen todos los hombres de toda raza, lengua y lugar: son todos los que han vivido y han luchado por un mundo mejor, como hizo Jesucristo. Los vestidos blancos y la palma de la mano denotan vida tras las muerte violenta, como la victoria del mismo Señor resucitado.

Si en su vida cada uno pudo luchar por una causa, el iluminado de Patmos ve que ahora todos viven en comunión proclamando y alabando la causa del Señor Jesús como la suya propia. No habrá más hambre, ni sed, y todos beberán de la fuente de agua viva. Es toda una revelación de resurrección. Eso es lo que nos espera tras la muerte, por eso merece la pena luchar aquí por la causa de Jesús.

Dios da su vida a los hombres en Jesús.
Siempre se ha considerado éste el domingo del Buen Pastor a causa del evangelio del día que habla de las ovejas, retomando el comienzo de Jn 10,1-10.. El texto del Apocalipsis que se ha leído como segunda lectura también apunta a este simbolismo. Está situado en el marco de la fiesta de la dedicación del Templo de Jerusalén y le acosan a preguntas sobre si es verdaderamente el Mesías. Jesús, aparentemente, no quiere contestar a esa pregunta intencionada, pero en realidad no desvía la cuestión, sino que les habla con un lenguaje más vivo, más radical y en consonancia con una forma de entender el mesianismo en clave distinta de los judíos.

No viene para ser un personaje nacionalista, sino aquél que sabe bien la necesidad que tienen los hombres de vida y de vida verdadera; de una forma nueva de comprender a Dios, y por ello va a dar la vida. Los judíos nunca esperaron un Mesías que sufriera y que fuera, por tanto, capaz de dar la vida como Jesús se empeña en hacer. El evangelio de Juan, pues, pretende desmontar una concepción equivocada de mesianismo y nos descubre la opción radical tomada por Jesús. El verdadero Mesías es el que sabe dar “la vida por las ovejas”, es decir, por el pueblo.

Esta polémica, pues, de Jesús con los judíos, revela el sentido ejemplar, global, del buen pastor, símbolo de la gracia y del juicio que se opera en el seno de su pueblo. La altura desde la que Juan nos presenta a Jesús, “uno con el Padre”, es una provocación teológica, sin duda; pero es una realidad incuestionable. Tenemos que reconocer que el Jesús histórico no habló así, de la forma que lo hace en Juan; ni siquiera hablaba de sí mismo, pero siempre de Dios y del Reino de Dios. Pero el evangelio de Juan tiene otro tono, menos histórico, aunque más teológico. No entramos en la cuestión de la conciencia personal de Jesús, no es el caso. Decir que “el Padre y yo somos uno” es alta cristología, sin duda. Pero es verdad que Jesús nos reveló al verdadero Dios, y es eso lo que le discuten los adversarios.

Es un escándalo, porque toda la vida de Jesús es un juicio contra los que pensaban que el mismo Dios debía ajustarse a su dogmática. Así, pues, lo que decide de un modo definitivo el sentido de este evangelio es la actitud que tenemos ante la verdad que Jesús propone: quien se encuentra de verdad con Él, se encuentra con Dios. Si Él escucha nuestras súplicas, Dios hace lo mismo. Si Él da la vida por nosotros, eso es lo que hace Dios por nosotros. No estamos ante una ficción teológica con estas palabras de Jesús, sino que estamos ante el “dador de vida”.

Juan 10, 27-30«Mis ovejas escuchan mi voz, y yo las conozco».La mirada de Jesús sobre los hombres es la mirada del Buen Pastor, que toma bajo su responsabilidad a las ovejas que le son confiadas y se ocupa de cada una de ellas. Entre Él y ellas crea un vínculo, un instinto de conocimiento y de fidelidad:

«Escuchan mi voz, y yo las conozco y ellas me siguen» (Jn 10,27). La voz del Buen Pastor es siempre una llamada a seguirlo, a entrar en su círculo magnético de influencia.Cristo nos ha ganado no solamente con su ejemplo y con su doctrina, sino con el precio de su Sangre. Le hemos costado mucho, y por eso no quiere que nadie de los suyos se pierda. Y, con todo, la evidencia se impone: unos siguen la llamada del Buen Pastor y otros no. El anuncio del Evangelio a unos les produce rabia y a otros alegría. ¿Qué tienen unos que no tengan los otros? San Agustín, ante el misterio abismal de la elección divina, respondía: «Dios no te deja, si tú no le dejas»; no te abandonará, si tu no le abandonas. No des, por tanto, la culpa a Dios, ni a la Iglesia, ni a los otros, porque el problema de tu fidelidad es tuyo. Dios no niega a nadie su gracia, y ésta es nuestra fuerza: agarrarnos fuerte a la gracia de Dios. No es ningún mérito nuestro; simplemente, hemos sido “agraciados”.La fe entra por el oído, por la audición de la Palabra del Señor, y el peligro más grande que tenemos es la sordera, no oír la voz del Buen Pastor, porque tenemos la cabeza llena de ruidos y de otras voces discordantes, o lo que todavía es más grave, aquello que los Ejercicios de san Ignacio dicen «hacerse el sordo», saber que Dios te llama y no darse por aludido. Aquel que se cierra a la llamada de Dios conscientemente, reiteradamente, pierde la sintonía con Jesús y perderá la alegría de ser cristiano para ir a pastar a otras pasturas que no sacian ni dan la vida eterna. Sin embargo, Él es el único que ha podido decir: «Yo les doy la vida eterna» (Jn 10,28).«‘El que entre por mí se salvará’, disfrutará de libertad para entrar y salir, y encontrará pastos abundantes. En efecto, entrará al abrirse a la fe; saldrá al pasar de la fe a la visión; encontrará pastos en el banquete eterno» (San Gregorio Magno)«Ésta es precisamente la diferencia entre el verdadero pastor y el ladrón: para el ladrón, para los ideólogos y dictadores, las personas son sólo cosas que se poseen. Pero para el verdadero pastor, por el contrario, son seres libres en vista de alcanzar la verdad y el amor» (Benedicto XVI)«La participación en la celebración común de la Eucaristía dominical es un testimonio de pertenencia y de fidelidad a Cristo y a su Iglesia. Los fieles proclaman así su comunión en la fe y la caridad. Se reconfortan mutuamente, guiados por el Espíritu Santo» (Catecismo de la Iglesia Católica, nº 2.182)

EL SEÑOR LES DA LA PAZ

Fuente: Jorge Armando Girón Sosa

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