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Fé & Religión

EL CUERPO Y LA SANGRE DE CRISTO

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Génesis 14, 18-20
Melquisedec, rey de Salén, sacerdote del Dios altísimo, sacó pan y vino, y le bendijo diciendo:
«Bendito sea Abrán por el Dios altísimo, creador de cielo y tierra; bendito sea el Dios altísimo, que te ha entregado tus enemigos».
Y Abrán le dio el diezmo de todo.

Salmo 109, 1. 2. 3. 4
Tú eres sacerdote eterno, según el rito de Melquisedec.

Oráculo del Señor a mi Señor:
«Siéntate a mi derecha, y haré de tus enemigos estrado de tus pies».

Desde Sión extenderá el Señor
el poder de tu cetro:
somete en la batalla a tus enemigos.

«Eres príncipe desde el día de tu nacimiento, entre esplendores sagrados; yo mismo te engendré, desde el seno, antes de la aurora».

El Señor lo ha jurado y no se arrepiente: «Tú eres sacerdote eterno, según el rito de Melquisedec».

1 Corintios 11, 23-26
Hermanos:
Yo he recibido una tradición, que procede del Señor y que a mi vez os he transmitido:
Que el Señor Jesús, en la noche en que iba a ser entregado, tomó pan y, pronunciando la Acción de Gracias, lo partió y dijo:
«Esto es mi cuerpo, que se entrega por vosotros. Haced esto en memoria mía».
Lo mismo hizo con el cáliz, después de cenar, diciendo:
«Este cáliz es la nueva alianza en mi sangre; haced esto cada vez que lo bebáis, en memoria mía».
Por eso, cada vez que coméis de este pan y bebéis del cáliz, proclamáis la muerte del Señor, hasta que vuelva.

Lucas 9, 11b-17
Jesús hablaba a la gente del reino y sanaba a los que tenían necesidad de curación.
El día comenzaba a declinar. Entonces, acercándose los Doce, le dijeron:
«Despide a la gente; que vayan a las aldeas y cortijos de alrededor a buscar alojamiento y comida, porque aquí estamos en descampado».
Él les contestó:
«Dadles vosotros de comer».
Ellos replicaron:
«No tenemos más que cinco panes y dos peces; a no ser que vayamos a comprar de comer para toda esta gente».
Porque eran unos cinco mil hombres.
Entonces dijo a sus discípulos:
«Haced que se sienten en grupos de unos cincuenta cada uno».
Lo hicieron así y dispusieron que se sentaran todos.
Entonces, tomando él los cinco panes y los dos peces y alzando la mirada al cielo, pronunció la bendición sobre ellos, los partió y se los iba dando a los discípulos para que se los sirvieran a la gente. Comieron todos y se saciaron, y recogieron lo que les había sobrado: doce cestos de trozos.

Hoy celebramos el cuerpo y la sangre de Cristo y al celebrar esta festividad estamos celebrando y recordando la entrega de Jesús por la humanidad, para que esta tuviera vida y la tuviera en abundancia. Celebramos el mandato de Jesús de hacer de su entrega nuestra propia entrega y de su vida nuestra propia vida. Si él nos amó hasta entregar su vida por nosotros, de la misma manera, nosotros también estamos llamados a entregar nuestra vida por los demás en nuestra propia cotidianidad y allí donde nos encontremos.

Hoy hay muchas situaciones de muerte en nuestro mundo en las que estamos invitados por Cristo a sembrar vida. En este mes de junio, comienza en Sevilla, España, la Conferencia de la ONU de financiación al desarrollo y como Iglesia estamos llamados a dar una palabra de vida: pedir la condonación de la deuda es poner vida allí donde hay muerte, pedir que el canje de la deuda lleve un compromiso de invertir en educación, en salud, en cuidado del medio ambiente, en seguridad alimentaria es poner vida allí donde hay muerte, pedir que se destine el 0,7% a los países empobrecidos es poner vida allí donde hay muerte, pedir que en la economía se ponga como centro la vida y a las personas más vulnerables es poner vida allí donde hay muerte.

Celebramos el Cuerpo y la Sangre de Cristo haciendo realidad su propuesta de amor en el mundo en el que estamos y vivimos por medio de la palabra, pero, sobre todo, por medio de nuestra vida.

Un culto sencillo y original.
Todos los textos ancestrales del AT tienen algo especial en la tradiciones de Israel, hasta el punto de poder considerar que un texto como el de Melquisedec podría ser una campaña militar, antigua, en la que se ha querido ver que los grandes, en este caso el rey de Salem, también ha querido ponerse a los pies del padre del pueblo, de Abrahán. Con los gestos del pan y el vino que se ofrecen, las cosas más naturales de la tierra, el rey misterioso le otorga a Abrahán un rango sagrado, casi de rey-sacerdote. Será en este sentido cómo la carta a los Hebreos c. 7,1-10 se permitirá hacer una lectura nueva de Jesucristo, de su sacerdocio no-dinástico, absolutamente distinto y original, que no tiene parangón como el sacerdocio ministerial. En el mismo sentido lo había ya intuido el Sal 110,4. Se ha discutido mucho sobre quién es este personaje, incluso tenemos un texto en Qumrán (11Q) que lo ve como un ser celeste.

El valor, pues, de nuestro texto es que sirve como plataforma teológica para un sentido nuevo y una actualización de la religión inaugurada por la vida de Cristo. El hecho de que en esa ofrenda de Melquisedec no se usen animales, sino las cosas sencillas de la tierra, apunta a una dimensión ecológica y personalista. Jesús, antes de morir, ofrecerá su vida ¡tal como suena! en un poco de pan y en un poco de vino. No hacía falta más que la intención misma de entregarse, de donarse, de “pro-existir” para los demás. Con ello se alza una protesta radical contra un culto de sacrificios de animales que no lleva a ninguna parte. Es la vida de Dios y de los hombres la que tiene que estar en comunión. El ser humano se fascina ante lo divino y deja de ser humano muchas veces, pero la “comunión vital” entre Dios y la humanidad no tiene por qué esclavizarnos a un culto externo y a veces inhumano. Porque lo que es inhumano, es antidivino.

En realidad es todo el texto de Heb 7 el que puede generar una lectura interesante en una fiesta como hoy. Quizás muchos hubieran preferido otro texto para esta fiesta. Pero debemos reconocer que la intención de la elección litúrgica del mismo se explica porque el gesto de Melquisedec es como un signo anticipado de los gestos del pan y el vino de Jesús en la última cena con sus discípulos. Se ha hablado que la intención del autor de la carta a los Hebreos era mostrar que el sacerdocio de Cristo, a imagen de Melquisedec, logra una verdadera “téléiôsis”, que se puede traducir de muchas formas, como “perfección” o incluso como “transformación”. Preferimos esto último, porque Jesús, con su vida, con sus palabra, con sus gestos, transforma una religión de culto sacrificial de animales, en una verdadera donación de vida, para introducirnos en la vida misma de Dios.
{En griego, “teleios” (τέλειος) significa perfecto, completo, acabado, o maduro. Se refiere a algo que ha alcanzado su fin, su propósito, o su desarrollo completo. En un contexto bíblico, a menudo se traduce como “perfecto”, pero implica más la idea de madurez y cumplimiento del propósito que una perfección sin errores.
El significado de “teleios” puede variar según el contexto:
Desarrollo físico: Puede referirse a un cuerpo completamente desarrollado o maduro.
Propósito: Puede indicar que algo ha cumplido su propósito o meta.
Madurez espiritual: En contextos religiosos, puede referirse a la madurez espiritual, la cual implica alcanzar la plenitud de la fe y la virtud.
Ejemplos de uso en la Biblia:
En Mateo 5:48, Jesús dice: “Sed, pues, vosotros perfectos (teleioi), como vuestro Padre celestial es perfecto (teleios)”.
En Hebreos 5:14, se habla de “alimento sólido para los adultos, para los que por el uso tienen los sentidos ejercitados en el discernimiento del bien y del mal” (teleiōn).
En resumen, “teleios” implica la idea de completitud, madurez, y cumplimiento de un propósito, ya sea físico, espiritual, o en relación a una meta específica.}

La tradición del Señor es vida.
El cristianismo primitivo tuvo que hacerse “recibiendo” tradiciones del Señor. Pablo, que no lo conoció personalmente, le da mucha importancia a unas pocas que ha recibido. Y una de esas tradiciones son las palabras y los gestos de la última cena. Porque el apóstol sabía lo que el Vaticano II decía, que “la Iglesia se realiza en la Eucaristía”. Todos debemos reconocer que aquella noche marcaría para siempre a los suyos. Cuando la Iglesia intentaba un camino de identidad distinto del judaísmo, serán esos gestos y esas palabras las que le ofrecerá la oportunidad de cristalizar en el misterio de comunión con su Señor y su Dios. Esta tradición “recibida”, según la mayoría de los especialistas, pertenece a Antioquía (como en Lc 22,19-20), donde los seguidores de Jesús “recibieron” por primera vez el nombre de “cristianos”. Un poco distinta es la de Jerusalén (Mc y Mt).

Los gestos del Señor Jesús eran los que se hacían en cualquier comida judía; incluso si fue un cena pascual, lo que se hacía en aquella fiesta de recuerdo impresionante. Pero lo importante son las “palabras” y el sentido que Jesús pone en los gestos. Jesús, en la noche “en que iba a ser entregado”, se “entregó” él a los suyos. El término es elocuente. En los relatos de la pasión aparece frecuentemente este “entregar”. No obstante lo verdaderamente interesante es que antes de que lo entregaran a la muerte y le quitaran la vida, él la ofreció, la entregó, la donó a los suyos en el pan y en el vino, de la forma más sencilla y asombrosa que se podía alguien imaginar.

¿Por qué se ha proclamar la muerte del Señor hasta su vuelta? ¿Para recordar la ignominia y la violencia de su muerte? ¿Para resaltar la dimensión sacrificial de nuestra redención? ¿Para que no se olvide lo que le ha costado a Jesús la liberación de la humanidad? Muchas cosas, con los matices pertinentes, se deben considerar al respecto. Tienen el valor de la memoria “zikarón” que es un elemento antropológico imprescindible de nuestra propia historia. No hacer memoria, significa no tener historia. Y la Iglesia sabe que “nace” de la muerte de Jesús y de su resurrección. No es simplemente memoria de un muerto o de una muerte ignominiosa, o de un sacrificio terrible. Es “memoria” (zikarón) de vida, de entrega, de amor consumado, de acción profética que se adelanta al juicio y a la condena a muerte de las autoridades; es memoria de su vida entera que entrega en aquella noche con aquellos signos proféticos sin media. Precisamente para que no se busque la vida allí donde solamente hay muerte y condena. Es, por otra parte y sobre todo, memoria de resurrección, porque quien se dona en la Eucaristía de la Iglesia, no es un muerto, ni repite su muerte gestualmente, sino el Resucitado.

La Eucaristía, experiencia del Reino de Dios.
Lucas ha presentado la multiplicación de los panes como una Eucaristía. En este sentido podemos hablar que este gesto milagroso de Jesús ya no se explica, ni se entiende, desde ciertos parámetros de lo mágico o de lo extraordinario. Los cinco verbos del v. 16: “tomar, alzar los ojos, bendecir, partir y dar”, denotan el tipo de lectura que ha ofrecido a su comunidad el redactor del evangelio de Lucas. Quiere decir algo así: no se queden solamente con que Jesús hizo un milagro, algo extraordinario que rompía las leyes de la naturaleza (solamente tenían cinco panes y dos peces y eran cinco mil personas). Por tanto, ya tenemos una primera aproximación. Por otra parte, es muy elocuente cómo se introduce nuestro relato: los acogía, les hablaba del Reino de Dios y los curaba de sus males (v.11). E inmediatamente se desencadena nuestra narración. Por tanto la “eucaristía” debe tener esta dimensión: acogida, experiencia del Reino de Dios y curación de nuestra vida.

Sabemos que el relato de la multiplicación de los panes tiene variantes muy señaladas en la tradición evangélica: (dos veces en Mateo: 14,13-21;15,32-39); (dos en Marcos: 6,30-44; 8,1-10); (una en Juan, 6,1-13) y nuestro relato. Se ha escogido, sin duda, para la fiesta del Corpus en este ciclo por ese carácter eucarístico que Lucas nos ofrece. Incluso se apunta a que todo ocurre cuando el día declinaba, como en el caso de los discípulos de Emaús (24,29) que terminó con aquella cena prodigiosa en la que Jesús resucitado realiza los gestos de la última Cena y desaparece. Pero apuntemos otras cosas. Jesús exige a los discípulos que “ellos les den de comer”; son palabras para provocar, sin duda, y para enseñar también. El relato, pues, tiene de pedagógico tanto como de maravilloso.

La Eucaristía: acogida, experiencia del Reino y curación de nuestra vida. Deberíamos centrar la explicación de nuestro texto en ese sumario introductorio (v. 11), que Lucas se ha permitido anteponer a la descripción de la tradición que ha recibido sobre una multiplicación de los panes. Si la Eucaristía de la comunidad cristiana no es un misterio de “acogida”, entonces no haremos lo que hacía Jesús. Muchas personas necesitan la “eucaristía” como misterio de acogida de sus búsquedas, de sus frustraciones, de sus anhelos espirituales. No debe ser, pues, la “eucaristía” la experiencia de una élite de perfectos o de santos. Si fuera así muchas se quedarían fuera para siempre. También debe ser “experiencia del Reino”; el Reino anunciado por Jesús es el Reino del Padre de la misericordia y, por tanto, debe ser experiencia de su Padre y nuestro Padre, de su Dios y nuestro Dios. Y, finalmente, “curación” de nuestra vida, es decir, experiencia de gracia, de encuentro de fraternidad y de armonía. Muchos vienen a la eucaristía buscando su “curación” y la Iglesia debe ofrecérsela, según el mandato mismo de Jesús a los suyos, en el relato: “dadles vosotros de comer”.

Son posible, desde luego, otras lecturas de nuestro texto de hoy. No olvidemos que en el sustrato del mismo se han visto vínculos con la experiencia del desierto y el maná (Ex 16) o del profeta Eliseo y sus discípulos (2Re 4,42-44). Y además se ha visto como un signo de los tiempos mesiánicos en que Dios ha de dar a su pueblo la saciedad de los dones verdaderos (cf Ex 16,12; Sal 22,27; 78,29; 132, 15; Jr 31,14). De ahí que nos sea permitido no esclavizarse únicamente a un tipo de lectura exclusivamente cultual envejecida. El Oficio de la liturgia del Corpus que, en gran parte, es obra de Sto. Tomás de Aquino, nos ofrece la posibilidad de tener presente estos aspectos y otros más relevantes si cabe. La Eucaristía, sacramento de Cuerpo y la Sangre de Señor, debe ser experiencia donde lo viejo es superado. Por eso, la Iglesia debe renovarse verdaderamente en el misterio de la Eucaristía, donde la primitiva comunidad cristiana encontró fuerzas para ir rompiendo con el judaísmo y encontrar su identidad futura.

Lucas 9, 11b-17
«Dadles vosotros de comer»
Es el día más grande para el corazón de un cristiano, porque la Iglesia, después de festejar el Jueves Santo la institución de la Eucaristía, busca ahora la exaltación de este augusto Sacramento, tratando de que todos lo adoremos ilimitadamente. «Quantum potes, tantum aude…», «atrévete todo lo que puedas»: ésta es la invitación que nos hace santo Tomás de Aquino en un maravilloso himno de alabanza a la Eucaristía. Y esta invitación resume admirablemente cuáles tienen que ser los sentimientos de nuestro corazón ante la presencia real de Jesucristo en la Eucaristía. Todo lo que podamos hacer es poco para intentar corresponder a una entrega tan humilde, tan escondida, tan impresionante. El Creador de cielos y tierra se esconde en las especies sacramentales y se nos ofrece como alimento de nuestras almas. Es el pan de los ángeles y el alimento de los que estamos en camino. Y es un pan que se nos da en abundancia, como se distribuyó sin tasa el pan milagrosamente multiplicado por Jesús para evitar el desfallecimiento de los que le seguían: «Comieron todos hasta saciarse. Se recogieron los trozos que les habían sobrado: doce canastos» (Lc 9,17).

Ante esa sobreabundancia de amor, debería ser imposible una respuesta remisa. Una mirada de fe, atenta y profunda, a este divino Sacramento, deja paso necesariamente a una oración agradecida y a un encendimiento del corazón. San Josemaría solía hacerse eco en su predicación de las palabras que un anciano y piadoso prelado dirigía a sus sacerdotes: «Tratádmelo bien».

Un rápido examen de conciencia nos ayudará a advertir qué debemos hacer para tratar con más delicadeza a Jesús Sacramentado: la limpieza de nuestra alma —siempre debe estar en gracia para recibirle—, la corrección en el modo de vestir —como señal exterior de amor y reverencia—, la frecuencia con la que nos acercamos a recibirlo, las veces que vamos a visitarlo en el Sagrario… Deberían ser incontables los detalles con el Señor en la Eucaristía. Luchemos por recibir y por tratar a Jesús Sacramentado con la pureza, humildad y devoción de su Santísima Madre, con el espíritu y fervor de los santos.

«Alimentó a la muchedumbre cuando ya declinaba la tarde, esto es, cuando ya se acerca el fin de los tiempos, o cuando el Sol de Justicia iba a morir por nosotros» (San Beda el Venerable)

«En este día de la Solemnidad del Cuerpo y la Sangre de Cristo queremos reconocer y celebrar a Cristo presente entre nosotros. Y por eso salimos a la calle, para manifestar al mundo nuestra fe, para dar testimonio y para llegar a todos con el misterio de la Presencia de Cristo» (León XIV)

«Los milagros de la multiplicación de los panes, cuando el Señor dijo la bendición, partió y distribuyó los panes por medio de sus discípulos para alimentar la multitud, prefiguran la sobreabundancia de este único pan de su Eucaristía» (Catecismo de la Iglesia Católica, nº 1.335)

EL SEÑOR LES DA LA PAZ

Fuente: Jorge Armando Giron Sosa.

Presbítero

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EL TEMPLO DEL SEÑOR

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Malaquías 3, 19-20a
He aquí que llega el día, ardiente como un horno, en el que todos los orgullosos y malhechores serán como paja; los consumirá el día que está llegando, dice el Señor del universo, y no les dejará ni copa ni raíz.
Pero a vosotros, los que teméis mi nombre, os iluminará un sol de justicia y hallaréis salud a su sombra.

Salmo 97, 5-6 7-8. 9
ElSeñor llega para regir la tierra con justicia.

Tañed la cítara para el Señor,
suenen los instrumentos:
con clarines y al son de trompetas, aclamad al Rey y Señor.

Retumbe el mar y cuanto contiene, la tierra y cuantos la habitan; aplaudan los ríos,
aclamen los montes.

Al Señor, que llega para regir la tierra.
Regirá el orbe con justicia y los pueblos con rectitud.

2 Tesalonicenses 3, 7-12
Hermanos:
Ya sabéis vosotros cómo tenéis que imitar nuestro ejemplo: No vivimos entre vosotros sin trabajar, no comimos de balde el pan de nadie, sino que con cansancio y fatiga, día y noche, trabajamos a fin de no ser una carga para ninguno de vosotros.
No porque no tuviéramos derecho, sino para daros en nosotros un modelo que imitar.
Además, cuando estábamos entre vosotros, os mandábamos que si alguno no quiere trabajar, que no coma.
Porque nos hemos enterado de que algunos viven desordenadamente, sin trabajar, antes bien metiéndose en todo.
A esos les mandamos y exhortamos, por el Señor Jesucristo, que trabajen con sosiego para comer su propio pan.

Lucas 21, 5-19
Como algunos hablaban del templo, de lo bellamente adornado que estaba con piedra de calidad y exvotos, Jesús les dijo:
«Esto que contempláis, llegarán días en que no quedará piedra sobre piedra que no sea destruida».
Ellos le preguntaron:
«Maestro, ¿cuándo va a ser eso?, ¿y cuál será la señal de que todo eso está para suceder?».
Él dijo:
«Mirad que nadie os engañe. Porque muchos vendrán en mi nombre diciendo: “Yo soy”, o bien: “Está llegando el tiempo”; no vayáis tras ellos.
Cuando oigáis noticias de guerras y de revoluciones, no tengáis pánico.
Porque es necesario que eso ocurra primero, pero el fin no será enseguida».
Entonces les decía:
«Se alzará pueblo contra pueblo y reino contra reino, habrá grandes terremotos, y en diversos países, hambres y pestes.
Habrá también fenómenos espantosos y grandes signos en el cielo.
Pero antes de todo eso os echarán mano, os perseguirán, entregándoos a las sinagogas y a las cárceles, y haciéndoos comparecer ante reyes y gobernadores, por causa de mi nombre. Esto os servirá de ocasión para dar testimonio.
Por ello, meteos bien en la cabeza que no tenéis que preparar vuestra defensa, porque yo os daré palabras y sabiduría a las que no podrá hacer frente ni contradecir ningún adversario vuestro.
Y hasta vuestros padres, y parientes, y hermanos, y amigos os entregarán, y matarán a algunos de vosotros, y todos os odiarán a causa de mi nombre.
Pero ni un cabello de vuestra cabeza perecerá; con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas».

Esta Historia hay que vivirla con dignidad.
En la línea litúrgica de presentar los temas sobre las últimas cosas de la vida y de la historia, al final del año litúrgico, la lecturas de este domingo pecan un poco de apocalípticas. Este es un género literario religioso que tiene sus contradicciones, acertado en algunas cosas por su inspiración profética y desenfocado en otras. Es una literatura para tiempos de crisis, en que se ambiciona una identidad frente a culturas nuevas que pretenden arrasar con todo el pasado; refugio, en otros momentos, de mentalidades fundamentalistas. En la Biblia existe de todo eso un poco y a lo largo de la historia siempre ha habido grupos y personas que se encuentran demasiado a gusto en esos perfiles.

La lectura de Malaquías es un buen ejemplo de ese tipo de presentación. Es un texto que se centra en un término consagrado de la teología profética del Antiguo Testamento: el día de Yahvé, el día de la actuación de Dios. Para aquella mentalidad se trataba de presentar el final de la historia. Y son obvias sus afirmaciones: para los que han vivido arrogantemente, en la injusticia, en la ceguera del poder y la corrupción, será su final. Pero los que han vivido según el proyecto de Dios no tienen por qué temer. Es lógico pensar que alguien tiene que denunciar a los arrogantes y soberbios que un día todo eso se acabará; en ese sentido los mensajes apocalípticos tienen mucho de profético. Es, a veces, el grito reivindicativo de los que han soportado la injusticia y el oprobio.

¡No tengamos miedo al futuro! ¡Vigilemos!
La segunda lectura es un texto continuación del domingo anterior. Supone una lección muy concreta, precisamente para corregir ciertos abusos que se dieron en algunas comunidades donde, personas con mentalidad apocalíptica que esperaban el fin del mundo, se cruzaban de brazos o se aprovechaban de los que eran más sensatos y conscientes de que, mientras el mundo sea mundo y la historia sea historia real, se debe vivir en ella con dignidad y responsabilidad. Bajo la mentalidad religiosa desenfocada se pueden producir abusos que no deben ser tolerados en la comunidad.

El autor -se pretende que sea Pablo- da su testimonio personal de que él, aún siendo apóstol y teniendo derecho a vivir de ese trabajo (1Cor 9, 6ss; Gal 6, 6), sin embargo trabajó lo necesario para subsistir (Hch 18, 3; 1Cor 4, 12). Este texto, pues, viene bien para no preocuparse demasiado por el final del mundo y para no vivir en la fiebre de una mentalidad apocalíptica. Esto sigue interesando mucho a ciertos grupos sectarios, que más allá de lo religioso, embaucan a muchos por nada.

No toda la felicidad está en esta historia.
El texto del evangelio de Lucas corresponde a lo que se ha llamado el discurso escatológico de Jesús que aparece en los tres evangelios sinópticos, aunque con visiones diferentes entre uno y otro. El de Lucas es el más explícito en cuanto a corregir los abusos de algunos que se presentaban en Jerusalén o en cualquier comunidad para decir que llegaba el día del Señor, el fin del mundo, para que les siguieran a ellos. Lucas tuvo mucho cuidado de catequizar a su comunidad al respecto, en el sentido de que no fue un evangelista que se dejó impresionar demasiado por el lenguaje y los símbolos apocalípticos. Conserva, eso sí, el talante profético de este discurso que se pone en boca de Jesús como en Mc 13. El discurso base de Mc 13 pudo ser redactado, tal como lo tenemos ahora, en un momento de la crisis que Calígula provoca en la comunidad judía, y por lo mismo en la comunidad cristiana: mandó que se le levantara una estatua en la explanada del templo. Pero Lucas, por su parte y mucho más tarde de estos acontecimientos, trata de serenar y tranquilizar, máxime teniendo en cuenta que él conoció o tuvo noticia de la destrucción de Jerusalén en el año 70 de nuestra era. Esta es una tesis no aceptada por todo el mundo, pero que parece lógica. De hecho, Lucas es el autor del NT que mejor ha sabido asumir el mensaje profético-apocalíptico de Jesús mirando a la historia como lo más positivo, sin estar obsesionados por el final catastrófico de movimientos sectarios.

Con la destrucción de Jerusalén no llegó el fin del mundo, ni del judaísmo siquiera. Los judíos pensaban que el día que el templo fuera destruido desaparecería el pueblo de Israel. ¡No fue así! Porque sin templo, una religión puede tener mucho sentido. Luego, había que reinterpretar todos esos acontecimientos. Lucas prepara a su comunidad para las persecuciones, ya que los cristianos serán perseguidos; pero eso no es el final. Las urgencias apocalípticas no son la mejor manera para catequizar o hablar de Dios y de su salvación, pero tampoco debemos vivir con la pretensión de instalarnos aquí para siempre. El anhelo de un mundo mejor es lo radicalmente cristiano. Y ese mundo mejor se ampara en una vida nueva, en una experiencia nueva de vida que no podemos programar… como casi todo se programa hoy. No podemos avergonzarnos, los cristianos, de decir y proclamar que eso está en las manos del Dios “amigo de la vida”, que para eso nos ha creado.

No podemos menos de tener cuidado cuando nos adentramos en el sentido de un texto como este. De hecho, el fin del mundo y de la historia, que en algunos círculos cristianos surgía de vez en cuando, no se ha llevado a cabo. Es seguro que Jesús nunca se definió por un fin del mundo y de la historia con la llegada del reinado de Dios. No era un iluso, aunque fuera un “profeta” escatológico. Pero con ello hay que entender que algo nuevo y “definitivo” estaba surgiendo con su llamada a la conversión y a buscar a Dios con toda el alma y todo el corazón. Porque los reinos de este mundo solamente provocan guerras y catástrofes, pero el Reino de Dios al que él le dedica su vida, nos trae la justicia y la paz. Si no es así es porque los poderosos de este mundo quieren ocupar el lugar de Dios en la historia. Y es eso lo que se condena con este discurso. Los cristianos deben saber que estarán en conflicto con los que dominan en el mundo. En el caso de Lucas, el discurso prepara a los cristianos, no para el fin del mundo, sino para estar dispuestos a la persecución y a la lucha si en verdad son fieles al mensaje del profeta de Galilea. Por ello hay que mantenerse “vigilantes”, pero no por catástrofes apocalípticas, sino porque el reinado de Dios es una instancia crítica que no puede ser aceptada en muchos ambientes de este mundo.

Lucas 21, 5-19
«Mirad, no os dejéis engañar»
El Evangelio nos habla de la última venida del Hijo del hombre. Se acerca el final del año litúrgico y la Iglesia nos presenta la parusía, y al mismo tiempo quiere que pensemos en nuestras postrimerías: muerte, juicio, infierno o cielo. El fin de un viaje condiciona su realización. Si quieres ir al infierno, te podrás comportar de una manera determinada de acuerdo con el término de tu viaje. Si escoges el cielo, habrás de ser coherente con la Gloria que quieres conquistar. Siempre, libremente. Al infierno no va nadie por la fuerza; ni al cielo, tampoco. Dios es justo y da a cada uno lo que se ha ganado, ni más ni menos. No castiga ni premia arbitrariamente, movido por simpatías o antipatías. Respeta nuestra libertad. Sin embargo, hay que tener presente que al salir de este mundo la libertad ya no podrá escoger. El árbol permanecerá tendido por el lado en que haya caído.

«Morir en pecado mortal sin estar arrepentidos ni acoger el amor misericordioso de Dios, significa permanecer separados de Él para siempre por nuestra propia y libre elección» (Catecismo de la Iglesia n. 1033).

¿Te imaginas la grandiosidad del espectáculo? Los hombres y las mujeres de todas las razas y de todos los tiempos, con nuestro cuerpo resucitado y nuestra alma compareceremos delante de Jesucristo, que presidirá el acto con gran poder y majestad. Vendrá a juzgarnos en presencia de todo el mundo. Si la entrada no fuera gratuita, valdría la pena… Entonces se sabrá la verdad de todos nuestros actos interiores y exteriores. Entonces veremos de quién son los dineros, los hijos, los libros, los proyectos y las demás cosas: «No quedará piedra sobre piedra que no sea derruida» (Lc 21, 6). Día de alegría y de gloria para unos; día de tristeza y de vergüenza para otros. Lo que no quieras que aparezca públicamente, ahora te es posible eliminarlo con una confesión bien hecha. No puedes improvisar un acto tan solemne y comprometedor. Jesús nos lo advierte: «Mirad, no os dejéis engañar» (Lc 21, 8). ¿Estás preparado ahora?

«Toda fidelidad debe pasar por la prueba más exigente: la de la duración. Es fácil ser coherente por un día o algunos días. Difícil e importante es ser coherente toda la vida» (San Juan Pablo II)

«‘Con su perseverancia salvarán sus almas’. ¡Cuánta esperanza en estas palabras! Son un llamamiento a la esperanza y a la paciencia. El Señor, dueño de la historia, lleva todo a su cumplimiento. ¡A pesar de los desórdenes y de los desastres que turban al mundo, el designio de bondad y de misericordia de Dios se cumplirá!» (Francisco)

«Las virtudes humanas adquiridas mediante la educación, mediante actos deliberados, y una perseverancia, mantenida siempre en el esfuerzo, son purificadas y elevadas por la gracia divina. Con la ayuda de Dios forjan el carácter y dan soltura en la práctica del bien. El hombre virtuoso es feliz al practicarlas» (Catecismo de la Iglesia Católica, nº 1.810)

EL SEÑOR LES DA LA PAZ

Fuente:Jorge Giron Sosa

Presbítero

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Fé & Religión

SOMO TEMPLO DE DIOS AMEMOS LA CASA DEL PADRE

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Ezequiel 47, 1-2.8-9.12:
El ángel me hizo volver a la entrada del templo.
Del zaguán del templo manaba agua hacia levante –el templo miraba a levante–. El agua iba bajando por el lado derecho del templo, al mediodía del altar.
Me sacó por la puerta septentrional y me llevó a la puerta exterior que mira a levante. El agua iba corriendo por el lado derecho.
Me dijo:
«Estas aguas fluyen hacia la comarca levantina, bajarán hasta la estepa, desembocarán en el mar de las aguas salobres, y lo sanearán. Todos los seres vivos que bullan allí donde desemboque la corriente, tendrán vida; y habrá peces en abundancia. Al desembocar allí estas aguas, quedará saneado el mar y habrá vida dondequiera que llegue la corriente.
A la vera del río, en sus dos riberas, crecerán toda clase de frutales; no se marchitarán sus hojas ni sus frutos se acabarán; darán cosecha nueva cada luna, porque los riegan aguas que manan del santuario; su fruto será comestible y sus hojas medicinales.»

Salmo 45
El correr de las acequias alegra la ciudad de Dios, el Altísimo consagra su morada.

Dios es nuestro refugio y nuestra fuerza, poderoso defensor en el peligro.
Por eso no tememos aunque tiemble la tierra, y los montes se desplomen en el mar.

El correr de las acequias alegra la ciudad de Dios,
el Altísimo consagra su morada.
Teniendo a Dios en medio, no vacila; Dios la socorre al despuntar la aurora.

El Señor de los ejércitos está con nosotros, nuestro alcázar es el Dios de Jacob.
Venid a ver las obras del Señor,
las maravillas que hace en la tierra: pone fin a la guerra hasta el extremo del orbe.

1 Corintios 3, 9-11.16-17
Hermanos:
Sois edificio de Dios. Conforme al don que Dios me ha dado, yo, como hábil arquitecto, coloqué el cimiento, otro levanta el edificio. Mire cada uno cómo construye.
Nadie puede poner otro cimiento fuera del ya puesto, que es Jesucristo.
¿No sabéis que sois templo de Dios y que el Espíritu de Dios habita en vosotros?
Si alguno destruye el templo de Dios, Dios lo destruirá a él; porque el templo de Dios es santo: ese templo sois vosotros.

Juan 2, 13-22
Se acercaba la Pascua de los judíos, y Jesús subió a Jerusalén.
Y encontró en el templo a los vendedores de bueyes, ovejas y palomas, y a los cambistas sentados; y, haciendo un azote de cordeles, los echó a todos del templo, ovejas y bueyes; y a los cambistas les esparció las monedas y les volcó las mesas; y a los que vendían palomas les dijo:
«Quitad esto de aquí; no convirtáis en un mercado la casa de mi Padre.»
Sus discípulos se acordaron de lo que está escrito: «El celo de tu casa me devora.»
Entonces intervinieron los judíos y le preguntaron:
«¿Qué signos nos muestras para obrar así?»
Jesús contestó:
«Destruid este templo, y en tres días lo levantaré.»
Los judíos replicaron:
«Cuarenta y seis años ha costado construir este templo, ¿y tú lo vas a levantar en tres días?»
Pero él hablaba del templo de su cuerpo. Y, cuando resucitó de entre los muertos, los discípulos se acordaron de que lo había dicho, y dieron fe a la Escritura y a la palabra que había dicho Jesús.

La fuente de agua viva.
Ezequiel es un profeta de visiones extraordinarias que mira al Templo, la casa de Dios, como fuente de aguas que han de llegar hasta el abismo de la Arabá, del Mar Muerto, para que vuelva a nacer un nuevo paraíso. El manantial del templo que el profeta posexílico nos describe en este c. 47 ha encendido una inspiración sublime. Los discípulos ordenaron su obra, sus oráculos e inspiraciones y ésta es la última visión del profeta, antes de ofrecer una lista final de las tribus (c. 48). Tiene esta visión unas conexiones muy refinadas y particulares con el c. 37 sobre la efusión del Espíritu. Agua y Espíritu vienen a vivificar al pueblo que vive “desierto” o alejado de Dios. El desierto rodea al pueblo de la Biblia y las aguas del paraíso (Gn 2, 10-14) han sido siempre una nostalgia en la teología profética del Antiguo Testamento.

El agua que mana, al lado del altar, se hace un río hacia Oriente, hacia el desierto de Judea porque es agua divina, regalo de Dios para el desierto y el destierro de su pueblo. La imagen de que esta agua ha de llegar a las aguas fétidas y mortíferas del Mar Muerto es todo un canto y una inspiración de los dones divinos. Donde no hay vida, Dios donará vida; donde no hay Espíritu, Dios suscitará algo realmente nuevo. Este profeta, que tiene mucho de sacerdote, no podía menos que imaginar que la fuente estaba en el Templo de la ciudad Santa, la Jerusalén poética que él siempre se imaginó. Pero es, puede ser, un sacerdote profeta; eso significa que no se contenta con ofrecer sacrificios a Dios en nombre del pueblo y que todo siga igual. Propone la visión de un Dios que “ofrece” agua para la vida.

La comunidad, templo de Dios.
Si extraordinaria es la visión de Ezequiel, no es menos original la teología del “templo” que nos ofrece Pablo en estos versos de 1Cor: Pero ¡qué diferencia! Ahora no hay templo, ni altar, sino el “cuerpo” y el “espíritu”. Sobre estos símbolos bien significantes se carga todo el peso de una teología cristiana que es un descubrimiento sin precedentes. En todo caso sería una deducción de que el ser humano ha sido creado a imagen de Dios. El hombre, la persona, es “un cuerpo”, material y espiritual a la vez. El cuerpo nos identifica, nos personaliza, pero también nos lleva a la muerte si es un cuerpo “sin espíritu”.

¿Qué podemos inferir de la lectura? Que la presencia Dios en el mundo se realiza, sobre todo y ante todo, por nosotros, por nuestro cuerpo, por nuestra historia. Somos nosotros, según esta teología -sin caer en panteísmo alguno-, presencia viva del Dios vivo. Y como que Pablo está hablando en sentido plural, de la comunidad que no es otra que la de Corinto, podemos hacer la misma aplicación a la Iglesia. Los corintios están llamados pues, después de la “edificación” que hizo el Apóstol, poniendo como fundamento a Cristo, a ser el templo o santuario de la presencia de Dios por medio de su Espíritu. El edificio, la comunidad, es lo que es, porque está fundamentada en Cristo. Pero son personas las que han hecho posible este santuario de presencia divina. No obstante, la comunidad sin el Espíritu de Dios tampoco sería nada.

Un nuevo templo: una religión más humana.
El relato de la expulsión de los vendedores del templo, en la primera Pascua “de los judíos” que Juan menciona en su obra, es un marco de referencia obligado del sentido de este texto joánico. Este episodio viene a continuación del relato de las bodas de Caná, donde el vacío de la boda lo llena Jesús con el “vino” nuevo sacado del agua. Las tinajas estaban allí para la purificación de los judíos. El relato de la expulsión del Templo se encadena pues a anterior, porque se quiere insistir más en el vacío de una religión, que aunque “celebre” y llene el templo, puede que haya perdido su sentido verdadero y sea necesario algo nuevo. No olvidemos que este episodio ha quedado marcado en la tradición cristiana como un hito, por considerarse como acusación determinante para condenar a muerte a Jesús, unas de las causas inmediatas de la misma. Aunque Juan ha adelantado al comienzo de su actividad, que los otros evangelios proponen al final (Mc 11, 15-17; Mt 21 ,12-13; Lc 19, 45-46), estamos en lo cierto si con ello vemos el enfrentamiento que los judíos van a tener con Jesús. Este episodio no es otra cosa que la propuesta de Jesús de una religión humana, liberadora, comprometida e incluso verdaderamente espiritual.

En el trasfondo también debemos saber ver las claves mesiánicas con las que Juan ha querido presentar este relato, teniendo en cuenta un texto como el de Zac 14, 21 (el deutero-Zacarías) para anunciar el día del Señor. Es de esa manera cómo se construyen algunas ideas de nuestro evangelio: Pascua, religión, mesianismo, culto, relación con Dios, vida, sacrificios. Jesús expulsa propiamente a los animales del culto. No debemos pensar que Jesús la emprende a latigazos con las personas, sino con los animales; Juan es el que subraya más este aspecto. Los animales eran los sustitutos de los sacrificios a Dios. Por tanto, sin animales, el sentido del texto es más claro: Jesús quiere anunciar, proféticamente, una religión nueva, personal, sin necesidad de “sustituciones”. Por eso dice: “Quitad esto de aquí”. No se ha de interpretar, pues, como un acto político-militar como se hizo en el pasado. Es, consideramos, una profecía “en acto”.

El evangelio de Juan, pues, nos presenta esa escena de Jesús que cautiva a mentes proféticas y renovadoras. Desde luego, es un acto profético y no podemos menos de valorarlo de esa forma. En el marco de la Pascua, la gran fiesta religiosa y de peregrinación por parte de los judíos piadosos a Jerusalén. Esta es una escena que no debemos permitir se convierta en tópica; que no podemos rebajarla hasta hacerla asequiblemente normal. Está ahí, en el corazón del evangelio, para ser una crítica de nuestra “religión” sin corazón con la que muchas veces queremos comprar a Dios. Es la condena de ese tipo de religión sin fe y sin espiritualidad, que se ha dado siempre y se sigue dando frecuentemente. Ya Jeremías (7, 11) había clamado contra el templo, porque con ello se usaba el nombre de Dios para justificar muchas cosas. Ahora Jesús, con esta acción simbólico-profética, como hacían los antiguos profetas cuando sus palabras no eran atendidas, quiere llevar a sus últimas consecuencias el que la religión del templo, donde se adora a Dios, no sea una religión de vida sino de… vacío. Por eso mismo, no está condenado el culto y la plegaria de una religión, sino que se haya vaciado de contenido y después no tenga incidencia en la vida.

Aunque Juan es muy atrevido, teológicamente hablando, se está anunciando el cambio de una religión de culto por una religión en la que lo importante es dar la vida los unos por los otros, como se hace al mencionar el “cuerpo” del Jesús que sustituirá al templo. Aquí, con este episodio (aunque no sólo), lo sabemos, Jesús se jugó su vida en “nombre de Dios” y le aplicaron la ley también “en nombre de Dios”. ¿Quién llevaba razón? Como en el episodio se apela a la resurrección (“en tres días lo levantaré”) está claro que era el Dios de Jesús el verdadero y no el Dios de la ley. Esta es una diferencia teológica incuestionable, porque si Dios ha resucitado a Jesús es porque no podía asumir esa muerte injusta. Pero sucede que, a pesar de ello, los hombres seguimos prefiriendo el Dios de la ley, y la religión del templo y de los sacrificios de animales. Jesús, sin embargo, nos ofreció una religión de vida.

Juan 2, 13-22
«Destruid este templo y en tres días lo levantaré»
En esta fiesta universal de la Iglesia, recordamos que aunque Dios no puede ser contenido entre las paredes de ningún edificio del mundo, desde muy antiguo el ser humano ha sentido la necesidad de reservar espacios que favorezcan el encuentro personal y comunitario con Dios. Al principio del cristianismo, los lugares de encuentro con Dios eran las casas particulares, en las que se reunían las comunidades para la oración y la fracción del pan. La comunidad reunida era —como también hoy es— el templo santo de Dios. Con el paso del tiempo, las comunidades fueron construyendo edificios dedicados a las reuniones litúrgicas, la predicación de la Palabra y la oración. Y así es como en el cristianismo, con el paso de la persecución a la libertad religiosa en el Imperio Romano, aparecieron las grandes basílicas, entre ellas San Juan de Letrán, la catedral de Roma.

San Juan de Letrán es el símbolo de la unidad de todas las Iglesias del mundo con la Iglesia de Roma, y por eso esta basílica ostenta el título de Iglesia principal y madre de todas las Iglesias. Su importancia es superior a la de la misma Basílica de San Pedro del Vaticano, pues en realidad ésta no es una catedral, sino un santuario edificado sobre la tumba de San Pedro y el lugar de residencia actual del Papa, que, como Obispo de Roma, tiene en la Basílica Lateranense su catedral.

Pero no podemos perder de vista que el verdadero lugar de encuentro del hombre con Dios, el auténtico templo, es Jesucristo. Por eso, Él tiene plena autoridad para purificar la casa de su Padre y pronunciar estas palabras: «Destruid este templo y en tres días lo levantaré» (Jn 2, 19). Gracias a la entrega de su vida por nosotros, Jesucristo ha hecho de los creyentes un templo vivo de Dios. Por esta razón, el mensaje cristiano nos recuerda que toda persona humana es sagrada, está habitada por Dios, y no podemos profanarla usándola como un medio.

«Cuando recordemos la Consagración de un templo, pensemos en aquello que dijo san Pablo: ‘Cada uno de nosotros somos un templo del Espíritu Santo’. Ojalá conservemos nuestra alma bella y limpia, como le agrada a Dios que sean sus templos santos» (San Agustín)

«Hoy, fiesta de la Dedicación de la Basílica de San Juan de Letrán, recordemos que el Señor desea habitar en todos los corazones. Incluso si sucede que nos alejamos de Él, al Señor le bastan tres días para reconstruir su templo dentro de nosotros» (Francisco)

«Las Iglesias particulares son plenamente católicas gracias a la comunión con una de ellas: la Iglesia de Roma que preside en la caridad. El Señor hizo de san Pedro el fundamento visible de su Iglesia. Le dio las llaves de ella. El obispo de la Iglesia de Roma, sucesor de san Pedro, es la cabeza del Colegio de los Obispos, Vicario de Cristo y Pastor de la Iglesia universal en la tierra» (Catecismo de la Iglesia Católica, nº 834 y 936)

EL SEÑOR LES DA LA PAZ

FUENTE: JORGE GIRON SOSA

PRESBÍTERO

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