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El PUEBLO DE DIOS CELEBRA LA PASCUA, DESPUES DE ENTRAR A LA TIERRA PROMETIDA.

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Josué 5, 9a. 10-12

Dijo el Señor a Josué:
«Hoy os he quitado de encima el oprobio de Egipto».
Los hijos de Israel acamparon en Guilgal y celebraron allí la Pascua al atardecer del día catorce del mes, en la estepa de Jericó.
Al día siguiente a la Pascua, comieron ya de los productos de la tierra: ese día, panes ácimos y espigas tostadas.
Y desde ese día en que comenzaron a comer de los productos de la tierra, cesó el maná. Los hijos de Israel ya no tuvieron maná, sino que ya aquel año comieron de la cosecha de la tierra de Canaán.

Salmo 33, 2-3. 4-5. 6-7
Gustad y ved qué bueno es el Señor.

Bendigo al Señor en todo momento, su alabanza está siempre en mi boca; mi alma se gloría en el Señor: que los humildes lo escuchen y se alegren.

Proclamad conmigo la grandeza del Señor,
ensalcemos juntos su nombre.
Yo consulté al Señor, y me respondió, me libró de todas mis ansias.

Contempladlo, y quedaréis radiantes, vuestro rostro no se avergonzará. El afligido invocó al Señor, él lo escuchó y lo salvó de sus angustias.

Dios, por medio de Cristo, nos reconcilió consigo.

2 Corintios 5, 17-21

Hermanos:
Si alguno está en Cristo es una criatura nueva. Lo viejo ha pasado, ha comenzado lo nuevo.
Todo procede de Dios, que nos reconcilió consigo por medio de Cristo y nos encargó el ministerio de la reconciliación.
Porque Dios mismo estaba en Cristo reconciliando al mundo consigo, sin pedirles cuenta de sus pecados, y ha puesto en nosotros el mensaje de la reconciliación.
Por eso, nosotros actuamos como enviados de Cristo, y es como si Dios mismo exhortara por medio de nosotros. En nombre de Cristo os pedimos que os reconciliéis con Dios.
Al que no conocía el pecado, lo hizo pecado en favor nuestro, para que nosotros llegáramos a ser justicia de Dios en él.

«Este hermano tuyo estaba muerto y ha vuelto a la vida».

Lucas 15, 1-3. 11-32

Solían acercarse a Jesús todos los publicanos y pecadores a escucharlo. Y los fariseos y los escribas murmuraban diciendo:
«Ese acoge a los pecadores y come con ellos».
Jesús les dijo esta parábola:
«Un hombre tenía dos hijos; el menor de ellos dijo a su padre:
“Padre, dame la parte que me toca de la fortuna”. El padre les repartió los bienes.
No muchos días después, el hijo menor, juntando todo lo suyo, se marchó a un país lejano, y allí derrochó su fortuna viviendo perdidamente. Cuando lo había gastado todo, vino por aquella tierra un hambre terrible, y empezó él a pasar necesidad.
Fue entonces y se contrató con uno de los ciudadanos de aquel país que lo mandó a sus campos a apacentar cerdos. Deseaba saciarse de las algarrobas que comían los cerdos, pero nadie le daba nada.
Recapacitando entonces, se dijo:
“Cuántos jornaleros de mi padre tienen abundancia de pan, mientras yo aquí me muero de hambre. Me levantaré, me pondré en camino adonde está mi padre, y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo: trátame como a uno de tus jornaleros».
Se levantó y vino adonde estaba su padre; cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y se le conmovieron las entrañas; y, echando a correr, se le echó al cuello y lo cubrió de besos.
Su hijo le dijo:
“Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo”.
Pero el padre dijo a sus criados:
“Sacad enseguida la mejor túnica y vestídsela; ponedle un anillo en la mano y sandalias en los pies; traed el ternero cebado y sacrificadlo; comamos y celebremos un banquete, porque este hijo mío estaba muerto y ha revivido; estaba perdido y lo hemos encontrado”.
Y empezaron a celebrar el banquete.
Su hijo mayor estaba en el campo. Cuando al volver se acercaba a la casa, oyó la música y la danza, y llamando a uno de los criados, le preguntó qué era aquello.
Este le contestó:
“Ha vuelto tu hermano; y tu padre ha sacrificado el ternero cebado, porque lo ha recobrado con salud”.
Él se indignó y no quería entrar, pero su padre salió e intentaba persuadirlo.
Entonces él respondió a su padre:
“Mira: en tantos años como te sirvo, sin desobedecer nunca una orden tuya, a mí nunca me has dado un cabrito para tener un banquete con mis amigos; en cambio, cuando ha venido ese hijo tuyo que se ha comido tus bienes con malas mujeres, le matas el ternero cebado”.
El padre le dijo:
“Hijo, tú estás siempre conmigo, y todo lo mío es tuyo; pero era preciso celebrar un banquete y alegrarse, porque este hermano tuyo estaba muerto y ha revivido; estaba perdido y lo hemos encontrado”».

Seguimos en el tiempo de Cuaresma, aunque ya alcanzando la meta anhelada, con nuestros ojos fijos en una sola esperanza: la Pascua, la resurrección de Jesús, nuestra propia resurrección. La liturgia de hoy nos habla de la misericordia de Dios, que transforma la vida del hombre: las lecturas se orientan a transmitirnos con fuerza los beneficios que se siguen de una vida asentada en la paz con Dios, que a su vez genera paz en nuestras relaciones humanas. La historia de la salvación tiene procesos de restauración, reconciliación y renovación. No olvidemos que el origen y la meta de esta historia es Dios mismo: un diálogo de amor continuo que, una vez iniciado, nunca termina.

La parábola del hijo pródigo puede releerse como la «paradoja de los hermanos». La vida cristiana no es una oposición entre los hijos mayor y menor, del Padre misericordioso, sino un único camino de fe con dos facetas. La ascética del hermano mayor (esfuerzo, fidelidad, servicio) y la mística del hermano menor (gracia, conversión, misericordia) son los dos aspectos de una misma vía de vida. Los dos hermanos caminan juntos de la mano.

Aprender a ser hijo de Dios y hermano de los hombres.

Pascua en la tierra prometida.
La primera lectura pretende recordar un hecho bien determinado de la historia primitiva del pueblo de Israel cuando se celebró la Pascua, fiesta de la liberación, en Guilgal. Es la primera Pascua en la tierra prometida, para señalar que desde ahora se terminan los dones extraordinarios del desierto, como el maná, porque el pueblo no puede vivir exclusivamente de cosas extraordinarias, sino que tiene que vivir su fe en Dios, en Yahvé, desde la experiencia de cada día, de la lucha de cada día, del trabajo de cada día. La confianza en Dios no puede alimentarse de cosas que estén fuera de lo normal, sino que debemos acostumbrarnos a ver la mano de Dios en todos los momentos de nuestra vida.

Si la primera Pascua, la del Éxodo (Ex 12), es la de la liberación, esta Pascua en Guilgal es un memorial de acción de gracias porque ha terminado el tiempo del desierto, de la esclavitud. Es muy probable que el autor deuteronomista, redactor de los libros históricos, quiera hacer presente que la tierra es también un don de la Pascua de la liberación. Es una fiesta de unidad, de alegría: Dios ha cumplido su promesa. Un día escuchó el lamento del pueblo y hoy el pueblo debe hacerle una fiesta porque es un Dios consecuente. Es probable que la historicidad de este relato deje muchos cabos sueltos, pero no importa.

La salvación como reconciliación.
La lectura pone como tema dominante la reconciliación a lo que Pablo dedica toda su vida apostólica, toda su pasión por Cristo. Eso es lo que él ha querido trasmitir a su comunidad frente a algunos adversarios que lo ponen en duda. El evangelio de Cristo, para Pablo, se centra precisamente en la reconciliación de todos los hombres con Dios; por ello da Cristo su vida y eso es lo que los cristianos celebramos en las Pascua, a la que nos prepara este tiempo de Cuaresma. La Pascua de Cristo abre, pues, una nueva era: la era de la reconciliación.

La teología de la reconciliación ha dado mucho que hablar y se presta a muchas lecturas según el mundo religioso de la época y de la sociedad de esclavos y libres de entonces. Pablo, sin duda, ha teologizado estas fórmulas y le ha dado su sentido. El tema lo remata maravillosamente Pablo con una fórmula tradicional sobre la muerte redentora de Cristo (v.21). De alguna manera, Pablo piensa que está en sus manos el misterio de la reconciliación de Dios con los hombres. El sabe que esto viene de Dios (v.19) y sabe que ello ha sido posible mediante la muerte de Jesús (v. 21). Pero la reconciliación por la muerte no es una necesidad que tenga Dios de la misma muerte, sino porque así lo han querido los hombres en el rechazo de Cristo. La pregunta es ¿cómo reconciliarse con Dios? Aceptando el mensaje de la salvación que Pablo está encargado de proclamar en el mundo. Este mensaje es el evangelio, y el evangelio está centrado en la muerte y resurrección de Jesús.

El Dios, Padre, pródigo de sus hijos.
En este domingo nos encontramos en el corazón de la Cuaresma, y de alguna manera, en el corazón del evangelio de Lucas, que es la lectura determinante del Ciclo C del año litúrgico. En el corazón, porque Lc 15, siempre se ha considerado el centro de esta obra, más por lo que dice y enseña en su catequesis, que porque corresponda exactamente a ese momento de la narración sobre Jesús. La otras lecturas de hoy simplemente acompañan a la grandeza y radicalidad de lo que hoy se nos comunica en el evangelio. Por eso, el misterio de la reconciliación, diríamos que se expresa maravillosamente en el evangelio de este día: Lc 15,11-32. Esta es una de las piezas maestra de la literatura narrativa del Nuevo Testamento, y una maravillosa historia de amor de padre frente a egoísmos y rencores de hijos. Jesús, ante las acusaciones de los que le reprochan que le da oportunidades a los publicanos y pecadores, cosa que no entra en los cálculos de las tradiciones más exigentes del judaísmo, contesta con esta parábola para dejar bien claro que eso es lo que quiere Dios y eso es lo que hace Dios por medio de él.

Se podrían escribir páginas enteras de la narración, de su intriga asombrosa, de los “tempi” narrativos, de su desenlace. Se podría recurrir a hermenéuticas sofisticadas de las formas en las que esto se ha logrado. Del lenguaje y el arte de la misma intriga divina. De hecho hay libros maravillosos que pueden servir no solamente para preparar el texto a nivel literario, exegético, teológico y espiritual (cf v.g. F. CONTRERAS MOLINA, Un padre tenía dos hijos, Estella, Verbo Divino, 1999). Hay textos clásicos de escritores y predicadores que dan en la tecla verdadera de la armonía y la polifonía del texto bíblico. La hermenéutica podría decirnos que no es un texto sagrado, sino de simple humanidad. Pero no es verdad que en boca de Jesús no sea precisamente sagrado: es describir lo divino por lo humano.

Es toda una justificación y una defensa incuestionable de Dios, de Dios como Padre. Por eso no es, propiamente hablando, la parábola del hijo pródigo, del hijo que vuelve, del hijo que se arrepiente, aunque esto es muy importante en la narración y en su profundidad simbólica. Es la parábola del Padre, de Dios, que nunca abandona a sus hijos, que nunca los olvida. De ahí que algunos autores, con razón, han señalado que deberíamos comenzar a entender la parábola fijándonos en el hijo mayor; el que no quiere entrar a la fiesta que da el padre por haber encontrado a su hijo. Él, que siempre se ha quedado con el padre en la casa, tiene unos derechos legales que nadie le niega, pero le falta la capacidad del padre para tener la alegría de ver que su hermano ha vuelto. No tiene mentalidad de hijo, de hermano; es alguien que está centrado en sí mismo, sólo en él, en su mundo, en su salvación.

El hijo mayor, en el fondo, no quiere que su padre sea padre, sino juez inmisericorde. Porque esto es lo importante de la parábola, por encima de cualquier otra cosa: que se ha organizado una fiesta por un hermano perdido, y no está dispuesto a participar en ella. Jesús está hablando de Dios y es la forma de contestarle a los escribas y fariseos que se escandalizan de dar oportunidades a los perdidos: el Dios que él trae es el de la parábola; el que viendo de lejos que su hijo vuelve, sale a su encuentro para hacerle menos penosa y más humana su conversión, su vuelta, su cambio de mentalidad y de rumbo. Esta es su significación última y definitiva. ¿Estaríamos nosotros dispuestos a entrar a esa fiesta de la alegría? ¿Queremos para los otros el mismo Dios que queremos para nosotros?

EL SEÑOR LES DA LA PAZ

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EL TEMPLO DEL SEÑOR

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Malaquías 3, 19-20a
He aquí que llega el día, ardiente como un horno, en el que todos los orgullosos y malhechores serán como paja; los consumirá el día que está llegando, dice el Señor del universo, y no les dejará ni copa ni raíz.
Pero a vosotros, los que teméis mi nombre, os iluminará un sol de justicia y hallaréis salud a su sombra.

Salmo 97, 5-6 7-8. 9
ElSeñor llega para regir la tierra con justicia.

Tañed la cítara para el Señor,
suenen los instrumentos:
con clarines y al son de trompetas, aclamad al Rey y Señor.

Retumbe el mar y cuanto contiene, la tierra y cuantos la habitan; aplaudan los ríos,
aclamen los montes.

Al Señor, que llega para regir la tierra.
Regirá el orbe con justicia y los pueblos con rectitud.

2 Tesalonicenses 3, 7-12
Hermanos:
Ya sabéis vosotros cómo tenéis que imitar nuestro ejemplo: No vivimos entre vosotros sin trabajar, no comimos de balde el pan de nadie, sino que con cansancio y fatiga, día y noche, trabajamos a fin de no ser una carga para ninguno de vosotros.
No porque no tuviéramos derecho, sino para daros en nosotros un modelo que imitar.
Además, cuando estábamos entre vosotros, os mandábamos que si alguno no quiere trabajar, que no coma.
Porque nos hemos enterado de que algunos viven desordenadamente, sin trabajar, antes bien metiéndose en todo.
A esos les mandamos y exhortamos, por el Señor Jesucristo, que trabajen con sosiego para comer su propio pan.

Lucas 21, 5-19
Como algunos hablaban del templo, de lo bellamente adornado que estaba con piedra de calidad y exvotos, Jesús les dijo:
«Esto que contempláis, llegarán días en que no quedará piedra sobre piedra que no sea destruida».
Ellos le preguntaron:
«Maestro, ¿cuándo va a ser eso?, ¿y cuál será la señal de que todo eso está para suceder?».
Él dijo:
«Mirad que nadie os engañe. Porque muchos vendrán en mi nombre diciendo: “Yo soy”, o bien: “Está llegando el tiempo”; no vayáis tras ellos.
Cuando oigáis noticias de guerras y de revoluciones, no tengáis pánico.
Porque es necesario que eso ocurra primero, pero el fin no será enseguida».
Entonces les decía:
«Se alzará pueblo contra pueblo y reino contra reino, habrá grandes terremotos, y en diversos países, hambres y pestes.
Habrá también fenómenos espantosos y grandes signos en el cielo.
Pero antes de todo eso os echarán mano, os perseguirán, entregándoos a las sinagogas y a las cárceles, y haciéndoos comparecer ante reyes y gobernadores, por causa de mi nombre. Esto os servirá de ocasión para dar testimonio.
Por ello, meteos bien en la cabeza que no tenéis que preparar vuestra defensa, porque yo os daré palabras y sabiduría a las que no podrá hacer frente ni contradecir ningún adversario vuestro.
Y hasta vuestros padres, y parientes, y hermanos, y amigos os entregarán, y matarán a algunos de vosotros, y todos os odiarán a causa de mi nombre.
Pero ni un cabello de vuestra cabeza perecerá; con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas».

Esta Historia hay que vivirla con dignidad.
En la línea litúrgica de presentar los temas sobre las últimas cosas de la vida y de la historia, al final del año litúrgico, la lecturas de este domingo pecan un poco de apocalípticas. Este es un género literario religioso que tiene sus contradicciones, acertado en algunas cosas por su inspiración profética y desenfocado en otras. Es una literatura para tiempos de crisis, en que se ambiciona una identidad frente a culturas nuevas que pretenden arrasar con todo el pasado; refugio, en otros momentos, de mentalidades fundamentalistas. En la Biblia existe de todo eso un poco y a lo largo de la historia siempre ha habido grupos y personas que se encuentran demasiado a gusto en esos perfiles.

La lectura de Malaquías es un buen ejemplo de ese tipo de presentación. Es un texto que se centra en un término consagrado de la teología profética del Antiguo Testamento: el día de Yahvé, el día de la actuación de Dios. Para aquella mentalidad se trataba de presentar el final de la historia. Y son obvias sus afirmaciones: para los que han vivido arrogantemente, en la injusticia, en la ceguera del poder y la corrupción, será su final. Pero los que han vivido según el proyecto de Dios no tienen por qué temer. Es lógico pensar que alguien tiene que denunciar a los arrogantes y soberbios que un día todo eso se acabará; en ese sentido los mensajes apocalípticos tienen mucho de profético. Es, a veces, el grito reivindicativo de los que han soportado la injusticia y el oprobio.

¡No tengamos miedo al futuro! ¡Vigilemos!
La segunda lectura es un texto continuación del domingo anterior. Supone una lección muy concreta, precisamente para corregir ciertos abusos que se dieron en algunas comunidades donde, personas con mentalidad apocalíptica que esperaban el fin del mundo, se cruzaban de brazos o se aprovechaban de los que eran más sensatos y conscientes de que, mientras el mundo sea mundo y la historia sea historia real, se debe vivir en ella con dignidad y responsabilidad. Bajo la mentalidad religiosa desenfocada se pueden producir abusos que no deben ser tolerados en la comunidad.

El autor -se pretende que sea Pablo- da su testimonio personal de que él, aún siendo apóstol y teniendo derecho a vivir de ese trabajo (1Cor 9, 6ss; Gal 6, 6), sin embargo trabajó lo necesario para subsistir (Hch 18, 3; 1Cor 4, 12). Este texto, pues, viene bien para no preocuparse demasiado por el final del mundo y para no vivir en la fiebre de una mentalidad apocalíptica. Esto sigue interesando mucho a ciertos grupos sectarios, que más allá de lo religioso, embaucan a muchos por nada.

No toda la felicidad está en esta historia.
El texto del evangelio de Lucas corresponde a lo que se ha llamado el discurso escatológico de Jesús que aparece en los tres evangelios sinópticos, aunque con visiones diferentes entre uno y otro. El de Lucas es el más explícito en cuanto a corregir los abusos de algunos que se presentaban en Jerusalén o en cualquier comunidad para decir que llegaba el día del Señor, el fin del mundo, para que les siguieran a ellos. Lucas tuvo mucho cuidado de catequizar a su comunidad al respecto, en el sentido de que no fue un evangelista que se dejó impresionar demasiado por el lenguaje y los símbolos apocalípticos. Conserva, eso sí, el talante profético de este discurso que se pone en boca de Jesús como en Mc 13. El discurso base de Mc 13 pudo ser redactado, tal como lo tenemos ahora, en un momento de la crisis que Calígula provoca en la comunidad judía, y por lo mismo en la comunidad cristiana: mandó que se le levantara una estatua en la explanada del templo. Pero Lucas, por su parte y mucho más tarde de estos acontecimientos, trata de serenar y tranquilizar, máxime teniendo en cuenta que él conoció o tuvo noticia de la destrucción de Jerusalén en el año 70 de nuestra era. Esta es una tesis no aceptada por todo el mundo, pero que parece lógica. De hecho, Lucas es el autor del NT que mejor ha sabido asumir el mensaje profético-apocalíptico de Jesús mirando a la historia como lo más positivo, sin estar obsesionados por el final catastrófico de movimientos sectarios.

Con la destrucción de Jerusalén no llegó el fin del mundo, ni del judaísmo siquiera. Los judíos pensaban que el día que el templo fuera destruido desaparecería el pueblo de Israel. ¡No fue así! Porque sin templo, una religión puede tener mucho sentido. Luego, había que reinterpretar todos esos acontecimientos. Lucas prepara a su comunidad para las persecuciones, ya que los cristianos serán perseguidos; pero eso no es el final. Las urgencias apocalípticas no son la mejor manera para catequizar o hablar de Dios y de su salvación, pero tampoco debemos vivir con la pretensión de instalarnos aquí para siempre. El anhelo de un mundo mejor es lo radicalmente cristiano. Y ese mundo mejor se ampara en una vida nueva, en una experiencia nueva de vida que no podemos programar… como casi todo se programa hoy. No podemos avergonzarnos, los cristianos, de decir y proclamar que eso está en las manos del Dios “amigo de la vida”, que para eso nos ha creado.

No podemos menos de tener cuidado cuando nos adentramos en el sentido de un texto como este. De hecho, el fin del mundo y de la historia, que en algunos círculos cristianos surgía de vez en cuando, no se ha llevado a cabo. Es seguro que Jesús nunca se definió por un fin del mundo y de la historia con la llegada del reinado de Dios. No era un iluso, aunque fuera un “profeta” escatológico. Pero con ello hay que entender que algo nuevo y “definitivo” estaba surgiendo con su llamada a la conversión y a buscar a Dios con toda el alma y todo el corazón. Porque los reinos de este mundo solamente provocan guerras y catástrofes, pero el Reino de Dios al que él le dedica su vida, nos trae la justicia y la paz. Si no es así es porque los poderosos de este mundo quieren ocupar el lugar de Dios en la historia. Y es eso lo que se condena con este discurso. Los cristianos deben saber que estarán en conflicto con los que dominan en el mundo. En el caso de Lucas, el discurso prepara a los cristianos, no para el fin del mundo, sino para estar dispuestos a la persecución y a la lucha si en verdad son fieles al mensaje del profeta de Galilea. Por ello hay que mantenerse “vigilantes”, pero no por catástrofes apocalípticas, sino porque el reinado de Dios es una instancia crítica que no puede ser aceptada en muchos ambientes de este mundo.

Lucas 21, 5-19
«Mirad, no os dejéis engañar»
El Evangelio nos habla de la última venida del Hijo del hombre. Se acerca el final del año litúrgico y la Iglesia nos presenta la parusía, y al mismo tiempo quiere que pensemos en nuestras postrimerías: muerte, juicio, infierno o cielo. El fin de un viaje condiciona su realización. Si quieres ir al infierno, te podrás comportar de una manera determinada de acuerdo con el término de tu viaje. Si escoges el cielo, habrás de ser coherente con la Gloria que quieres conquistar. Siempre, libremente. Al infierno no va nadie por la fuerza; ni al cielo, tampoco. Dios es justo y da a cada uno lo que se ha ganado, ni más ni menos. No castiga ni premia arbitrariamente, movido por simpatías o antipatías. Respeta nuestra libertad. Sin embargo, hay que tener presente que al salir de este mundo la libertad ya no podrá escoger. El árbol permanecerá tendido por el lado en que haya caído.

«Morir en pecado mortal sin estar arrepentidos ni acoger el amor misericordioso de Dios, significa permanecer separados de Él para siempre por nuestra propia y libre elección» (Catecismo de la Iglesia n. 1033).

¿Te imaginas la grandiosidad del espectáculo? Los hombres y las mujeres de todas las razas y de todos los tiempos, con nuestro cuerpo resucitado y nuestra alma compareceremos delante de Jesucristo, que presidirá el acto con gran poder y majestad. Vendrá a juzgarnos en presencia de todo el mundo. Si la entrada no fuera gratuita, valdría la pena… Entonces se sabrá la verdad de todos nuestros actos interiores y exteriores. Entonces veremos de quién son los dineros, los hijos, los libros, los proyectos y las demás cosas: «No quedará piedra sobre piedra que no sea derruida» (Lc 21, 6). Día de alegría y de gloria para unos; día de tristeza y de vergüenza para otros. Lo que no quieras que aparezca públicamente, ahora te es posible eliminarlo con una confesión bien hecha. No puedes improvisar un acto tan solemne y comprometedor. Jesús nos lo advierte: «Mirad, no os dejéis engañar» (Lc 21, 8). ¿Estás preparado ahora?

«Toda fidelidad debe pasar por la prueba más exigente: la de la duración. Es fácil ser coherente por un día o algunos días. Difícil e importante es ser coherente toda la vida» (San Juan Pablo II)

«‘Con su perseverancia salvarán sus almas’. ¡Cuánta esperanza en estas palabras! Son un llamamiento a la esperanza y a la paciencia. El Señor, dueño de la historia, lleva todo a su cumplimiento. ¡A pesar de los desórdenes y de los desastres que turban al mundo, el designio de bondad y de misericordia de Dios se cumplirá!» (Francisco)

«Las virtudes humanas adquiridas mediante la educación, mediante actos deliberados, y una perseverancia, mantenida siempre en el esfuerzo, son purificadas y elevadas por la gracia divina. Con la ayuda de Dios forjan el carácter y dan soltura en la práctica del bien. El hombre virtuoso es feliz al practicarlas» (Catecismo de la Iglesia Católica, nº 1.810)

EL SEÑOR LES DA LA PAZ

Fuente:Jorge Giron Sosa

Presbítero

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SOMO TEMPLO DE DIOS AMEMOS LA CASA DEL PADRE

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Ezequiel 47, 1-2.8-9.12:
El ángel me hizo volver a la entrada del templo.
Del zaguán del templo manaba agua hacia levante –el templo miraba a levante–. El agua iba bajando por el lado derecho del templo, al mediodía del altar.
Me sacó por la puerta septentrional y me llevó a la puerta exterior que mira a levante. El agua iba corriendo por el lado derecho.
Me dijo:
«Estas aguas fluyen hacia la comarca levantina, bajarán hasta la estepa, desembocarán en el mar de las aguas salobres, y lo sanearán. Todos los seres vivos que bullan allí donde desemboque la corriente, tendrán vida; y habrá peces en abundancia. Al desembocar allí estas aguas, quedará saneado el mar y habrá vida dondequiera que llegue la corriente.
A la vera del río, en sus dos riberas, crecerán toda clase de frutales; no se marchitarán sus hojas ni sus frutos se acabarán; darán cosecha nueva cada luna, porque los riegan aguas que manan del santuario; su fruto será comestible y sus hojas medicinales.»

Salmo 45
El correr de las acequias alegra la ciudad de Dios, el Altísimo consagra su morada.

Dios es nuestro refugio y nuestra fuerza, poderoso defensor en el peligro.
Por eso no tememos aunque tiemble la tierra, y los montes se desplomen en el mar.

El correr de las acequias alegra la ciudad de Dios,
el Altísimo consagra su morada.
Teniendo a Dios en medio, no vacila; Dios la socorre al despuntar la aurora.

El Señor de los ejércitos está con nosotros, nuestro alcázar es el Dios de Jacob.
Venid a ver las obras del Señor,
las maravillas que hace en la tierra: pone fin a la guerra hasta el extremo del orbe.

1 Corintios 3, 9-11.16-17
Hermanos:
Sois edificio de Dios. Conforme al don que Dios me ha dado, yo, como hábil arquitecto, coloqué el cimiento, otro levanta el edificio. Mire cada uno cómo construye.
Nadie puede poner otro cimiento fuera del ya puesto, que es Jesucristo.
¿No sabéis que sois templo de Dios y que el Espíritu de Dios habita en vosotros?
Si alguno destruye el templo de Dios, Dios lo destruirá a él; porque el templo de Dios es santo: ese templo sois vosotros.

Juan 2, 13-22
Se acercaba la Pascua de los judíos, y Jesús subió a Jerusalén.
Y encontró en el templo a los vendedores de bueyes, ovejas y palomas, y a los cambistas sentados; y, haciendo un azote de cordeles, los echó a todos del templo, ovejas y bueyes; y a los cambistas les esparció las monedas y les volcó las mesas; y a los que vendían palomas les dijo:
«Quitad esto de aquí; no convirtáis en un mercado la casa de mi Padre.»
Sus discípulos se acordaron de lo que está escrito: «El celo de tu casa me devora.»
Entonces intervinieron los judíos y le preguntaron:
«¿Qué signos nos muestras para obrar así?»
Jesús contestó:
«Destruid este templo, y en tres días lo levantaré.»
Los judíos replicaron:
«Cuarenta y seis años ha costado construir este templo, ¿y tú lo vas a levantar en tres días?»
Pero él hablaba del templo de su cuerpo. Y, cuando resucitó de entre los muertos, los discípulos se acordaron de que lo había dicho, y dieron fe a la Escritura y a la palabra que había dicho Jesús.

La fuente de agua viva.
Ezequiel es un profeta de visiones extraordinarias que mira al Templo, la casa de Dios, como fuente de aguas que han de llegar hasta el abismo de la Arabá, del Mar Muerto, para que vuelva a nacer un nuevo paraíso. El manantial del templo que el profeta posexílico nos describe en este c. 47 ha encendido una inspiración sublime. Los discípulos ordenaron su obra, sus oráculos e inspiraciones y ésta es la última visión del profeta, antes de ofrecer una lista final de las tribus (c. 48). Tiene esta visión unas conexiones muy refinadas y particulares con el c. 37 sobre la efusión del Espíritu. Agua y Espíritu vienen a vivificar al pueblo que vive “desierto” o alejado de Dios. El desierto rodea al pueblo de la Biblia y las aguas del paraíso (Gn 2, 10-14) han sido siempre una nostalgia en la teología profética del Antiguo Testamento.

El agua que mana, al lado del altar, se hace un río hacia Oriente, hacia el desierto de Judea porque es agua divina, regalo de Dios para el desierto y el destierro de su pueblo. La imagen de que esta agua ha de llegar a las aguas fétidas y mortíferas del Mar Muerto es todo un canto y una inspiración de los dones divinos. Donde no hay vida, Dios donará vida; donde no hay Espíritu, Dios suscitará algo realmente nuevo. Este profeta, que tiene mucho de sacerdote, no podía menos que imaginar que la fuente estaba en el Templo de la ciudad Santa, la Jerusalén poética que él siempre se imaginó. Pero es, puede ser, un sacerdote profeta; eso significa que no se contenta con ofrecer sacrificios a Dios en nombre del pueblo y que todo siga igual. Propone la visión de un Dios que “ofrece” agua para la vida.

La comunidad, templo de Dios.
Si extraordinaria es la visión de Ezequiel, no es menos original la teología del “templo” que nos ofrece Pablo en estos versos de 1Cor: Pero ¡qué diferencia! Ahora no hay templo, ni altar, sino el “cuerpo” y el “espíritu”. Sobre estos símbolos bien significantes se carga todo el peso de una teología cristiana que es un descubrimiento sin precedentes. En todo caso sería una deducción de que el ser humano ha sido creado a imagen de Dios. El hombre, la persona, es “un cuerpo”, material y espiritual a la vez. El cuerpo nos identifica, nos personaliza, pero también nos lleva a la muerte si es un cuerpo “sin espíritu”.

¿Qué podemos inferir de la lectura? Que la presencia Dios en el mundo se realiza, sobre todo y ante todo, por nosotros, por nuestro cuerpo, por nuestra historia. Somos nosotros, según esta teología -sin caer en panteísmo alguno-, presencia viva del Dios vivo. Y como que Pablo está hablando en sentido plural, de la comunidad que no es otra que la de Corinto, podemos hacer la misma aplicación a la Iglesia. Los corintios están llamados pues, después de la “edificación” que hizo el Apóstol, poniendo como fundamento a Cristo, a ser el templo o santuario de la presencia de Dios por medio de su Espíritu. El edificio, la comunidad, es lo que es, porque está fundamentada en Cristo. Pero son personas las que han hecho posible este santuario de presencia divina. No obstante, la comunidad sin el Espíritu de Dios tampoco sería nada.

Un nuevo templo: una religión más humana.
El relato de la expulsión de los vendedores del templo, en la primera Pascua “de los judíos” que Juan menciona en su obra, es un marco de referencia obligado del sentido de este texto joánico. Este episodio viene a continuación del relato de las bodas de Caná, donde el vacío de la boda lo llena Jesús con el “vino” nuevo sacado del agua. Las tinajas estaban allí para la purificación de los judíos. El relato de la expulsión del Templo se encadena pues a anterior, porque se quiere insistir más en el vacío de una religión, que aunque “celebre” y llene el templo, puede que haya perdido su sentido verdadero y sea necesario algo nuevo. No olvidemos que este episodio ha quedado marcado en la tradición cristiana como un hito, por considerarse como acusación determinante para condenar a muerte a Jesús, unas de las causas inmediatas de la misma. Aunque Juan ha adelantado al comienzo de su actividad, que los otros evangelios proponen al final (Mc 11, 15-17; Mt 21 ,12-13; Lc 19, 45-46), estamos en lo cierto si con ello vemos el enfrentamiento que los judíos van a tener con Jesús. Este episodio no es otra cosa que la propuesta de Jesús de una religión humana, liberadora, comprometida e incluso verdaderamente espiritual.

En el trasfondo también debemos saber ver las claves mesiánicas con las que Juan ha querido presentar este relato, teniendo en cuenta un texto como el de Zac 14, 21 (el deutero-Zacarías) para anunciar el día del Señor. Es de esa manera cómo se construyen algunas ideas de nuestro evangelio: Pascua, religión, mesianismo, culto, relación con Dios, vida, sacrificios. Jesús expulsa propiamente a los animales del culto. No debemos pensar que Jesús la emprende a latigazos con las personas, sino con los animales; Juan es el que subraya más este aspecto. Los animales eran los sustitutos de los sacrificios a Dios. Por tanto, sin animales, el sentido del texto es más claro: Jesús quiere anunciar, proféticamente, una religión nueva, personal, sin necesidad de “sustituciones”. Por eso dice: “Quitad esto de aquí”. No se ha de interpretar, pues, como un acto político-militar como se hizo en el pasado. Es, consideramos, una profecía “en acto”.

El evangelio de Juan, pues, nos presenta esa escena de Jesús que cautiva a mentes proféticas y renovadoras. Desde luego, es un acto profético y no podemos menos de valorarlo de esa forma. En el marco de la Pascua, la gran fiesta religiosa y de peregrinación por parte de los judíos piadosos a Jerusalén. Esta es una escena que no debemos permitir se convierta en tópica; que no podemos rebajarla hasta hacerla asequiblemente normal. Está ahí, en el corazón del evangelio, para ser una crítica de nuestra “religión” sin corazón con la que muchas veces queremos comprar a Dios. Es la condena de ese tipo de religión sin fe y sin espiritualidad, que se ha dado siempre y se sigue dando frecuentemente. Ya Jeremías (7, 11) había clamado contra el templo, porque con ello se usaba el nombre de Dios para justificar muchas cosas. Ahora Jesús, con esta acción simbólico-profética, como hacían los antiguos profetas cuando sus palabras no eran atendidas, quiere llevar a sus últimas consecuencias el que la religión del templo, donde se adora a Dios, no sea una religión de vida sino de… vacío. Por eso mismo, no está condenado el culto y la plegaria de una religión, sino que se haya vaciado de contenido y después no tenga incidencia en la vida.

Aunque Juan es muy atrevido, teológicamente hablando, se está anunciando el cambio de una religión de culto por una religión en la que lo importante es dar la vida los unos por los otros, como se hace al mencionar el “cuerpo” del Jesús que sustituirá al templo. Aquí, con este episodio (aunque no sólo), lo sabemos, Jesús se jugó su vida en “nombre de Dios” y le aplicaron la ley también “en nombre de Dios”. ¿Quién llevaba razón? Como en el episodio se apela a la resurrección (“en tres días lo levantaré”) está claro que era el Dios de Jesús el verdadero y no el Dios de la ley. Esta es una diferencia teológica incuestionable, porque si Dios ha resucitado a Jesús es porque no podía asumir esa muerte injusta. Pero sucede que, a pesar de ello, los hombres seguimos prefiriendo el Dios de la ley, y la religión del templo y de los sacrificios de animales. Jesús, sin embargo, nos ofreció una religión de vida.

Juan 2, 13-22
«Destruid este templo y en tres días lo levantaré»
En esta fiesta universal de la Iglesia, recordamos que aunque Dios no puede ser contenido entre las paredes de ningún edificio del mundo, desde muy antiguo el ser humano ha sentido la necesidad de reservar espacios que favorezcan el encuentro personal y comunitario con Dios. Al principio del cristianismo, los lugares de encuentro con Dios eran las casas particulares, en las que se reunían las comunidades para la oración y la fracción del pan. La comunidad reunida era —como también hoy es— el templo santo de Dios. Con el paso del tiempo, las comunidades fueron construyendo edificios dedicados a las reuniones litúrgicas, la predicación de la Palabra y la oración. Y así es como en el cristianismo, con el paso de la persecución a la libertad religiosa en el Imperio Romano, aparecieron las grandes basílicas, entre ellas San Juan de Letrán, la catedral de Roma.

San Juan de Letrán es el símbolo de la unidad de todas las Iglesias del mundo con la Iglesia de Roma, y por eso esta basílica ostenta el título de Iglesia principal y madre de todas las Iglesias. Su importancia es superior a la de la misma Basílica de San Pedro del Vaticano, pues en realidad ésta no es una catedral, sino un santuario edificado sobre la tumba de San Pedro y el lugar de residencia actual del Papa, que, como Obispo de Roma, tiene en la Basílica Lateranense su catedral.

Pero no podemos perder de vista que el verdadero lugar de encuentro del hombre con Dios, el auténtico templo, es Jesucristo. Por eso, Él tiene plena autoridad para purificar la casa de su Padre y pronunciar estas palabras: «Destruid este templo y en tres días lo levantaré» (Jn 2, 19). Gracias a la entrega de su vida por nosotros, Jesucristo ha hecho de los creyentes un templo vivo de Dios. Por esta razón, el mensaje cristiano nos recuerda que toda persona humana es sagrada, está habitada por Dios, y no podemos profanarla usándola como un medio.

«Cuando recordemos la Consagración de un templo, pensemos en aquello que dijo san Pablo: ‘Cada uno de nosotros somos un templo del Espíritu Santo’. Ojalá conservemos nuestra alma bella y limpia, como le agrada a Dios que sean sus templos santos» (San Agustín)

«Hoy, fiesta de la Dedicación de la Basílica de San Juan de Letrán, recordemos que el Señor desea habitar en todos los corazones. Incluso si sucede que nos alejamos de Él, al Señor le bastan tres días para reconstruir su templo dentro de nosotros» (Francisco)

«Las Iglesias particulares son plenamente católicas gracias a la comunión con una de ellas: la Iglesia de Roma que preside en la caridad. El Señor hizo de san Pedro el fundamento visible de su Iglesia. Le dio las llaves de ella. El obispo de la Iglesia de Roma, sucesor de san Pedro, es la cabeza del Colegio de los Obispos, Vicario de Cristo y Pastor de la Iglesia universal en la tierra» (Catecismo de la Iglesia Católica, nº 834 y 936)

EL SEÑOR LES DA LA PAZ

FUENTE: JORGE GIRON SOSA

PRESBÍTERO

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