Opinión
Omisión y prisas
Opinión / Cicuta del Caribe LXII
Lo que se hace con precipitación nunca se hace bien (…) el hombre, cuando emprende una cosa, la echa a perder por tener prisa en terminarla.
San Francisco de Sales / Lao-Tse (viejo maestro)
• Problema hotelero a la vista para verano; el personal no habla inglés
• Desembarca en África Occidental cadena con más llaves en Cancún
• Hoteles, presa “fácil” de ciberpiratas; son tercer sector más afectado
• Agencia promete tarifas hasta 25% más baratas que las de Booking
• México es 4º mercado mundial de espumas, que supera los 44 mmdd
Por: Carlos Águila Arreola
La economía está en crisis, la violencia desbordada, las desapariciones a sus más altos niveles, y en lugar de que este gobierno dé resultados, su desinterés está cobrando la vida de las mujeres en México; al inquilino de Los Pinos le incomoda el pluralismo, por eso quiere destruir al Instituto Nacional Electoral (INE), y su iniciativa electoral es una muestra más de su autoritarismo.
Hay que temer cuando dice que ahorrará más de 20 mil millones de pesos con su reforma, que propone sustituir al INE, eliminar legisladores plurinominales y reducir el gasto de partidos políticos porque tiene un karma ruinoso que sale carísimo al país. No vaya a ser que pase lo de los aeropuertos o la salud, y en lugar de la institución probada y funcional, el gobierno dé a luz un engendro como el Instituto de Salud para el Bienestar o el Felipe Ángeles.
En ese contexto, la autobautizada Cuarta Transformación (4T) incumple lo que prometió: pacificar al país, y la violencia contra las mujeres es lacerante. Andrés Manuel López Obrador ha convertido a los integrantes del Ejército mexicano, la Guardia Nacional y la Secretaría de Marina (Semar) en el hazmerreír con su estúpida consigna de “abrazos, no balazos”
Los datos del Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública muestran que entre 10 y 11 mujeres son asesinadas al día, y más de 600 denuncian violencia doméstica cada día, y desde su púlpito matinal López Obrador habla de todo y condena a todos los que no comulguen con él, pero nada dice de las mujeres asesinadas en el país, no existen para el señor López.
La inseguridad está en las calles, las escuelas, las oficinas, el transporte público, en la casa… ya ningún lugar es seguro, y no hablemos de Cancún, donde quién iba a pensar en que algún día iba a estar en la lastimosa y penosa situación en la que está actualmente, donde la violencia, las ejecuciones, secuestros y levantones ya se han “normalizado”.
El gobierno ha incumplido con su obligación de garantizar seguridad, tampoco hay inversión en ese rubro, se carece de políticas públicas y hay una impunidad lastimosa, salvo en los temas que interesan a su “alteza pequeñísima”, como su Tren Maya, que pretende construir a costa de lo que sea, en tres años y medio, de los que ya han transcurrido año y medio.
Prisa
Un proyecto como el concebido por la 4T —Frankenstein de Tartufo— no sería posible en un sistema democrático y de leyes, donde todo se discute, se debate, se revisan presupuestos y se cumplen las normas ambientales, entre otras. Normalmente, en países con sistemas así las obras las inicia un gobierno y las termina otro; lo importante es la utilidad para la sociedad y no el lucimiento de un político y su horda de testaferros.
López Obrador ofreció tres obras emblemáticas de su gobierno: el aeropuerto Felipe Ángeles, la refinería de Dos Bocas y el Tren Maya. El problema es que la prisa empieza a pasar factura… la terminal aérea se pudo inaugurar cuando lo dispuso, pero sin concluir las vías de acceso con lo que está siendo subutilizada, lo que implica desperdicio de recursos públicos.
En el Tren Maya ya reconoció que arrancó sin los necesarios manifiestos de impacto ambiental, por lo que hay gravísimos problemas respecto del suelo: hay afectaciones por donde sea que pretende pasar, exhibida lo suficiente centenas de ecologistas.
La prisa, como ya admitió el propio mesías tabasqueño, llevó a sacar la vuelta a Mérida porque no se quiso lidiar con los problemas legales que implicaba conectar con la estación de trenes de la capital yucateca, lo que era lógico, y es que cualquier obra de infraestructura lleva su tiempo y sus procesos… así se hacen las cosas normalmente, la planeación tiene su razón de ser.
Las normas de construcción y ambientales están por algo y para algo… esos procesos protegen el dinero público para que sea bien usado. De nada sirve terminar rápido un aeropuerto, una refinería o un tren si los recursos que se gastan —pocos o muchos— cuestan el deterioro del sitio donde se construye o, peor aún, en accidentes que cuestan vidas.
Parece que el señor López piensa más en la inauguración de sus megaobras —por él, desde luego—– que en el beneficio para la sociedad, y es que viendo lo que pasó con su aeropuerto, al que ya empezaron a meter a las aerolíneas a la fuerza, y los problemas con su ferrocarril, las cosas no pintan nada bien, y es que bien dice el dicho: la prisa es mala consejera.

Menudencias
El desconocimiento e incapacidad en el dominio del idioma inglés entre el personal hotelero de primer contacto con el turista ha reducido la calidad de atención en el Caribe mexicano, lo que provoca escozor y pánico en el sector ante la inminente llegada del verano, y es que se espera un boom de visitantes, sobre todo de Estados Unido y Canadá, lo que seguramente causará serios problemas e incluso cancelaciones, revelaron fuentes hoteleras de Cancún.
La española Riu, la cadena que más cuartos tiene en Cancún, llegó a Senegal, en pleno corazón de África, con un hotel cinco estrellas, el Riu Baobab, resort con detalles de la cultura local. Tiene 522 habitaciones, está en Pointe Sarène, con una extensa playa de arena blanca, a 100 kilómetros de Dakar y 48 del aeropuerto. Su diseño y decoración es a base de materiales naturales como maderas oscuras, acabados en piedra y una paleta de colores tonos tierra.
Aumentan los ciberataques al turismo, sobre todo a los hoteles… son presa fácil y rentable, sobre todo los lujosos; es el tercer sector más afectado, solo superado por empresas de distribución y los servicios financieros, según un informe de la plataforma Trustwave. El motivo: los datos que acumulan de clientes y los cambios tecnológicos para sustituir los servicios presenciales, entre otros, a la hora del “check-in” y los pagos en recepción.
Bizaway competirá con Booking en el segmento corporativo, aprovechando el escaso impacto de la crisis en su estructura interna, y promete abaratar las tarifas de la gigante de los viajes hasta “en un 25 por ciento”, y no cobrará comisión, pues “nuestros honorarios están exclusivamente ligados al ahorro que conseguimos”, y pese a llevar apenas siete años en el mercado, su capacidad de resistencia ha permitido ofrecer tarifas realmente competitivas.
China, Estados Unidos, Alemania y México son los principales consumidores de espumas (poliuretano) a nivel global, debido a la industria automotriz, de ropa, electrodomésticos, construcción y calzado, entre otros. Los principales consumidores están en América del Norte, Europa y Asia-Pacífico, con 95 por ciento de la demanda mundial. Anualmente se producen más de 13.6 millones de toneladas y el mercado mundial supera los 44 mil 265 millones de dólares.
EN LA OPINIÓN DE:
“Vivir con miedo: la huella psicológica de la inseguridad en México”
Los Mexicanos vivimos con miedo y eso es una realidad…
Conciencia Saludablemente
Psicol. Alex Barrera
¡Mexicanos al grito de guerra! Esta es una de las estrofas más fuertes de nuestro himno nacional, cualquier mexicano conoce esta frase, pero cuantos de los habitantes de este país repara en el significado de esta frase que pareciera ser una realidad en estos días, cuantos de verdad se dan cuenta que la violencia en México si indiscutiblemente se ha convertido en una guerra, una que enfrentamos día a día y que se ha enraizado en nuestra sociedad.
Peor aún, ¿cuántos mexicanos si quiera se dan cuenta lo que le hace a su salud mental? La percepción de inseguridad, más allá de cifras, opera como un reflejo trastornador en el bienestar psicológico de la ciudadanía. En México, cuando los titulares de prensa retumban con asesinatos públicos, atrocidades y organismos de seguridad incapaces de contener el escalamiento criminal, lo que se resquebraja no es únicamente la confianza en las instituciones: se fractura la sensación de habitar un entorno protector, lo que repercute directamente en el ánimo, la salud mental y la capacidad de resiliencia de las personas.
Mientras el gobierno actual culpa a los anteriores gobiernos de la herencia de violencia, poco se ocupa de comunicar sus propias estrategias para brindar la certeza que la gente necesita hoy, y es que, si vamos al pasado inmediato, tan sólo en octubre se registraron un par de episodios que ilustran a la vez la crudeza de la violencia y su potencia simbólica.
La violencia ya no solo es violencia, sino que está plagada de un claro mensaje “NO HAY TREGUA”, porque no es solo el hecho de que en el estado de Michoacán, se registrara el asesinato de siete presidentes municipales en menos de cuatro años, si no que el último de ellos haya sido el de Carlos Manzo Rodríguez, alcalde de Uruapan, ejecutado el 1 de noviembre durante un evento público en pleno centro de la ciudad, y no cualquier evento, sino la celebración de Día de Muertos, uno de los eventos más significativos para los mexicanos. ¿Y entonces, no es este un atentado contra la misma sociedad, como podemos no entender esto como un mensaje, no para una persona, no para un estado, sino para un país entero? ¿Cómo puede no ser esto una agresión directa a la sociedad?
Este mismo mes en Culiacán, capital del estado de Sinaloa, se vivió una semana de “limpieza” entre cárteles cuyo resultado fueron 41 muertos en seis días, 12 solamente el 22 de octubre, estos eventos inundan las páginas de los medios de comunicación locales e internacionales, que detallan enfrentamientos sangrientos entre bandos criminales.
Cuando la violencia se vuelve espectáculo —y aún más cuando el blanco son eventos culturales o áreas urbanas frecuentadas—, la inquietud colectiva crece y se instala un estado de permanente alerta emocional. La población no sólo teme por su integridad física, sino por la certeza de que el espacio en el que habita ya no es predecible ni seguro. En este contexto, la evidencia señala que la percepción de inseguridad persiste pese a mejoras estadísticas en homicidios. Por ejemplo, en una nota de El País publicada el pasado 23 de octubre se señala que el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI) reportó que, en septiembre de 2025, el 34 % de los mexicanos consideraba que la inseguridad permanecería “igual de mal” en su ciudad los próximos doce meses, y el 23.9 % estimaba que “empeorará”.
Desde la psicología, esos datos no son únicamente indicadores sociales: son síntomas de un clima emocional colectivo afectado. La inseguridad percibida produce estrés crónico, desgaste emocional y una reducción progresiva de lo que se denomina “capital psicológico”. Las personas pueden volverse más reacias a participar, a salir o a confiar en su entorno; aparece la hipervigilancia, la ansiedad, la alteración del sueño, e incluso la evitación de actividades cotidianas. Cuando la amenaza parece constante (aunque en el sentido probabilístico no esté dirigida a cada persona en lo individual) el efecto se propaga y se torna comunitario.
Además, esta erosión de la confianza se reconoce también en la relación entre ciudadanía y Gobierno. Aunque la presidenta Claudia Sheinbaum según publica en su sitio web PolíticoMX mantiene una aprobación del 74 % al cierre de octubre de 2025, mientras que la desaprobación ronda el 25 %, eso no sostiene la percepción sobre la inseguridad que la ciudadanía no aprueba pues el mismo medio publica que otra encuesta hecha entre abril-mayo de 2025 que señala que solo 21.6 % de los mexicanos afirmaron sentirse seguros viviendo en el país, lo que significa que ~78.4 % se siente inseguro.
Los mexicanos esperan seguridad, efectividad institucional y protección, cuando eso falla, también se quiebra el sentido de que “las cosas están bajo control”. Ese quiebre tiene consecuencias psicológicas: ¡el orden que sostiene la rutina y la confianza se vuelve frágil!
La percepción de que “nadie está a salvo” o que “las autoridades no se dan abasto” abre una fisura emocional que afecta la vida social: las personas se retraen, desconfían, se inhiben. En la práctica clínica, se puede observar cómo en zonas de alta violencia o alta percepción de riesgo, los pacientes presentan mayor vulnerabilidad ante trastornos de ansiedad, alteraciones del sueño, síntomas de hipervigilancia y menos recursos para enfrentar los imprevistos. Cuando se vive con la sensación de que el entorno se volvió hostil, el bienestar se vuelve una meta difícil.
Es imprescindible comprender que, aunque los índices de homicidio puedan bajar en ciertos meses, la experiencia subjetiva de inseguridad no cae de inmediato. El retraso entre la mejora real y la percepción ciudadana deja un vacío de tiempo en que la salud emocional queda expuesta. Y mientras tanto, la violencia, al ser tan visible y tan simbólica, sigue reforzando la sensación de vulnerabilidad.
¿Qué hacer ante este escenario? En primer lugar, desde lo comunitario, es necesario promover espacios de diálogo, reforzar lazos de vecindad, crear plataformas de resiliencia colectiva: porque la inseguridad emocional se enfrenta también socialmente. Pero, en segundo lugar, y no menos importante, desde el ámbito individual, no se puede trivializar el impacto psicológico que tiene vivir bajo la sombra de la violencia. Acudir a servicios de salud mental, recibir contención, comprender que la reacción emocional es lógica, constituye un acto de cuidado.
No solo “sobrevivir” a la inseguridad física, sino preservar el bienestar psicológico, es una tarea urgente, porque la constante percepción de peligro provoca estrés constante, y esto a su vez genera, malestar físico, y más allá de ello fragmenta el bienestar social. Las autoridades tienen la obligación de garantizar la seguridad, pero las personas también tienen el derecho y la necesidad de salvaguardar su salud emocional cuando la protección estatal se ve comprometida.
En un país donde la violencia arremete en plazas públicas, atenta contra autoridades, se infiltra en la vida cotidiana y deja huella en la percepción de la gente, el bienestar psicológico no es un lujo: es una condición para el mínimo sustento de la dignidad humana.
Los mexicanos vivimos con miedo y eso es una realidad, aceptarlo, afrontarlo y en su caso buscar ayuda profesional, hablar con un terapeuta, explorar las formas en que la inseguridad impacta nuestra mente, es tan importante como procurar cerraduras y alarmas. Porque al final del día, tenemos que reconstruir no solo ciudades más seguras, sino experiencias interiores donde no nos sintamos indefensos.
**Además de 10 años de experiencia como comunicólogo, ejerciendo el periodismo. Alex Barrera es también psicólogo por la UNAM con profundización en desarrollo humano.
Actualmente brinda terapia clínica con enfoque Biopsicosocial.
Si desea contactar con los especialistas en terapia y salud puede hacerlo enviando un mensaje
EN LA OPINIÓN DE:
Entre flores y recuerdos: la psicología del Día de Muertos
Colocar un altar nos lleva a encontrar un vinculo en el que se pude sanar la perdida
Conciencia Saludablemente
Por: Psicol. Alex Barrera
En México, la muerte no se esconde; se decora con flores de cempasúchil, se endulza con pan y se acompaña de risas y canciones. El Día de Muertos no es sólo una tradición; es una declaración cultural profundamente humana: la vida y la muerte no son opuestos, sino partes del mismo ciclo. Desde la psicología, esta visión ofrece una lección esencial sobre cómo enfrentamos la pérdida, el duelo y la memoria.
En muchas culturas occidentales, hablar de la muerte sigue siendo un tema prohibido. Se evita mencionar a los fallecidos, se apartan sus objetos, se oculta el dolor tras una aparente fortaleza. Sin embargo, la cultura mexicana, heredera de cosmovisiones indígenas y creencias sincréticas, ha desarrollado una relación distinta con la finitud. Aquí la muerte se sienta a la mesa. Se le invita, se le honra, se le ríe. En lugar de negar su existencia, se le integra como una compañera inevitable.
Esta actitud, lejos de ser una mera expresión folklórica, tiene profundas implicaciones psicológicas. Aceptar la muerte —propia y ajena— es aceptar la impermanencia de todo. Es reconocer que la pérdida forma parte de la vida, y que el dolor, cuando se vive con consciencia, puede transformarse en gratitud. Desde la psicología existencial, este reconocimiento no conduce a la desesperanza, sino a una mayor plenitud: saber que el tiempo es finito nos empuja a vivir con sentido, a cuidar los vínculos y a encontrar propósito en cada día.
Pero el Día de Muertos no solo nos enseña a pensar en la muerte; también nos enseña a recordar con amor. El altar, corazón simbólico de la celebración, se convierte en un espacio terapéutico. Al colocar una fotografía, una vela o el platillo favorito del ser querido, no solo evocamos su presencia: actualizamos el vínculo. Recordar no es aferrarse al pasado, sino mantener viva la conexión emocional que sigue existiendo más allá de la ausencia física.
En psicología del duelo, esto se conoce como el vínculo continuo. Lejos de promover el olvido, se alienta a las personas a encontrar formas sanas de mantener esa relación interior con quienes ya no están. El altar cumple exactamente esa función: da forma, color y orden al dolor. Permite hablar con los que se fueron, agradecerles, perdonarlos o simplemente compartir un instante simbólico de convivencia. Es, en términos terapéuticos, una representación externa del proceso interno de sanar.
Cada objeto en el altar cumple una función emocional: las flores representan el ciclo de la vida, la comida evoca el cuidado, las velas guían el camino y las fotografías preservan la memoria. A través de este acto ritual, la persona que recuerda también se reconstruye. Como en cualquier proceso terapéutico, el ritual ofrece estructura, contención y sentido: tres elementos fundamentales para elaborar el duelo.
La psicología contemporánea reconoce que los rituales —ya sean religiosos, culturales o personales— facilitan la transición emocional tras una pérdida. Funcionan como puentes entre el dolor y la aceptación, entre el caos y la calma. En ese sentido, el Día de Muertos puede entenderse como una forma colectiva de terapia: una jornada en la que la sociedad entera legitima el dolor, lo comparte y lo transforma en celebración.
Sin embargo, bajo el colorido de las ofrendas y la alegría de las calaveras, también laten silencios profundos. No todos los duelos son iguales ni todas las pérdidas se procesan del mismo modo. Hay quienes, tras la muerte de un ser querido, sienten que la vida pierde sentido, que el vacío es demasiado grande o que la tristeza se ha vuelto una compañera constante. En esos casos, el acompañamiento psicológico puede marcar una diferencia vital.
Hablar del duelo en terapia es un acto de valentía. Es reconocer que, aunque la cultura ofrezca rituales para honrar la muerte, a veces el dolor necesita otro espacio: un lugar donde ser escuchado, comprendido y trabajado con herramientas profesionales. La psicoterapia ayuda a darle forma a la ausencia, a integrar el recuerdo y a reconstruir la vida sin negarla, es iniciar el camino hacia una nueva forma de coexistir con el dolor y afrontarlo de manera que no se convierta en un trauma.
Así, el Día de Muertos no es sólo una tradición que mira hacia el pasado, sino una invitación a mirar hacia adentro. Nos recuerda que el amor y la pérdida son inseparables, y que recordar no duele: lo que duele es callar. Cada altar que encendemos es una forma de iluminar nuestra historia, de reconciliarnos con lo inevitable y de encontrar sentido en el recuerdo.
Quizás por eso, entre el aroma del copal y la luz de las velas, comprendemos que no se trata de vencer a la muerte, sino de aprender a convivir con ella, y entender que la vida es sólo el camino que nos lleva inevitablemente hacia el final. Y en ese aprendizaje, la psicología tiene mucho que aportar: ayudarnos a aceptar, a transformar y, sobre todo, a vivir con conciencia.
Porque así como los altares se llenan de flores cada noviembre, también nuestra mente y nuestro corazón pueden renovarse. A veces, solo hace falta dar el primer paso: hablar con alguien, pedir ayuda, acudir a terapia.
La vida como el altar, se enciende de nuevo cuando nos atrevemos a mirar la sombra y convertirla en luz en este ciclo cuya belleza se encuentra en tomar conciencia de que un día se va terminar.
**Además de 10 años de experiencia como comunicólogo, ejerciendo el periodismo. Alex Barrera es también psicólogo por la UNAM con profundización en desarrollo humano.
Actualmente brinda terapia clínica con enfoque Biopsicosocial.
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