Nacional
Denunciarán a Fox, Calderón y Ruiz ante la Corte Penal Internacional por crímenes de lesa humanidad

CIUDAD DE MÉXICO, 21 DE MARZO.- La Defensoría de los Derechos Humanos del Pueblo de Oaxaca presentará una denuncia ante la Corte Penal Internacional por los crímenes de lesa humanidad cometidos por exfuncionarios del Estado Mexicano en contra de la población civil del estado de Oaxaca, durante el conflicto sociopolítico de 2006 y 2007, los cuales se encuentran en la absoluta impunidad.
Entre los funcionarios que serán llevados a la Corte se encuentran los expresidentes Vicente Fox Quesada y Felipe Calderón Hinojosa, así como los entonces funcionarios federales Francisco Ramírez Acuña, Eduardo Medina Mora, Genaro García Luna y Ardelio Vargas Fosado.
De igual forma el exgobernador de Oaxaca, Ulises Ruiz Ortiz y sus colaboradores Jorge Franco Vargas, Manuel Teófilo García Corpus, Rosa Lizbeth Caña Cadeza, Alma López Vásquez, Sergio Segreste Ríos, Manuel Moreno Rivas, Daniel Camarena Flores, Pedro Hernández Hernández, así como Alejandro Barrita López y Aristeo López Martínez (estos dos últimos asesinados).
Para la Defensoría, durante los años 2006 y 2007, las instituciones de seguridad del Estado (cuerpos federales, estatales y municipales de policía) cometieron crímenes graves, en particular asesinatos, torturas y desapariciones forzadas, que podrían constituir crímenes de lesa humanidad, por su carácter sistemático y por realizarse como parte de una política criminal que se evidencia por el uso de patrones definidos y por el carácter organizado de su accionar.
En conclusión, la defensoría resumió que hubo un patrón persistente de ilegalidad en actuaciones de autoridades en sus diferentes niveles de gobierno con respecto al conflicto del 2006 y 2007 que conllevaron a que hasta ahora persista la impunidad, dado que no ha habido responsabilidad penal contra los autores de violaciones a los derechos humanos pese a que se cuenta con elementos suficientes para inculpar, detener, procesar, a diferentes personas como responsables, el Estado sólo ha consignado averiguaciones.
Además, agregó, las denuncias que se presentaron en el ámbito de lo administrativo, no han sido resueltas, lo que siguen siendo actos que continúan violando los derechos humanos de las víctimas y así manteniendo una situación de impunidad.
“Para este organismo de derechos humanos, lo sucedido durante 2006 y 2007 en Oaxaca son crímenes de lesa humanidad que agravian no sólo a las víctimas directas de esos sucesos, ni a sus familiares, ni a sus comunidades, son fenómenos que atentan contra la humanidad entera pues niegan a la persona su derecho de ser y existir, por lo tanto, por justicia, por dignidad y por humanidad, si queremos evitar que en cualquier lugar del mundo esto se repita, no debemos permitir que ninguno de estos crímenes quede impune”.
Es por ello, que la Defensoría presentará en próximos días una denuncia ante la Corte Penal Internacional buscando con ello restituir la deuda histórica que el Estado mexicano tiene respecto al derecho a la justicia de las personas directa e indirectamente afectadas.
“Crímenes que no obstante su gravedad, los gobiernos tanto federal como estatal, han omitido investigarlos o haciéndolo lo han hecho de manera fraudulenta buscando exculpar a los responsables de tales hechos, quienes se encuentran en completa impunidad”, se puntualizó.
El ombudsman Arturo Peimbert Calvo declaró que ya se sometió esta información a la Fiscal de la CPI para su conocimiento con miras a la adopción de una decisión según el artículo 53 del Estatuto de Roma.
Cabe señalar que el Estatuto de Roma entró en vigor en México el 1 de enero de 2006 y la información que se presenta se refiere a crímenes cometidos durante el período de 2006 a 2007 en el territorio mexicano, por lo tanto, estas conductas entran en la competencia temporal y territorial de la Corte Penal Internacional.
Y es que durante los años 2006 y 2007, el Estado empleó a las instituciones encargadas de la seguridad pública para la formación y el empleo de grupos armados ilegales que tuvieron el objetivo de causar terror y desmovilizar a la población inconforme. Dichos grupos, lo mismo tomaron la forma de porros infiltrados en el movimiento social, que de caravanas de la muerte que atacaban durante la noche a la población civil.
Explicó que el movimiento social de 2006 y 2007 en Oaxaca inició con las demandas del magisterio, luego se fue alimentando de la inconformidad de amplios sectores de la población hasta convertirse en una insurrección en contra de la forma de ejercer el poder por parte del entonces gobernador Ulises Ruiz Ortiz.
La administración de Ruiz Ortiz se caracterizó por la violencia y amenazas contra las personas opuestas a sus planes económicos y políticos, la corrupción y la falta de políticas públicas para enfrentar problemas estructurales como la pobreza y desigualdad, así como el incremento de la marginación y la exclusión de los servicios públicos, la falta de transparencia en el gasto público, el nepotismo, entre otros elementos autoritarios.
A partir del 14 de junio de 2006, tras la instrumentación de un operativo por parte del gobierno estatal con el objetivo de desalojar el zócalo, el movimiento social se fortaleció y se vio apoyado por más personas inconformes. El objetivo común fue la destitución de Ulises Ruiz Ortiz como gobernador. Se demandó se le sometiera a juicio político y se decretara la desaparición de poderes.
El movimiento se dio a la tarea de incrementar las acciones colectivas, entre ellas, la toma de instituciones, el bloqueo de carreteras, la instalación de barricadas, los paros sindicales y las manifestaciones.
Sin embargo, la estrategia del Estado, primero a nivel estatal y después federal, fue la de combatir al movimiento social a través de tácticas antisubversivas, a pesar de que este se condujo de forma civil y rechazó expresamente la opción armada. En contraparte, el Estado empleó a las instituciones encargadas de la seguridad nacional —como el Cisen, AFI, PFP, Sedena y Semar— para idear e instrumentar planes que contemplaron varios operativos de seguridad.
Dentro de estos planes de seguridad no se escatimó la formación y el empleo de grupos armados ilegales que tuvieron el objetivo de causar terror y desmovilizar a la población inconforme.
Las autoridades instrumentaron los siguientes operativos: Operativo 14 de junio, Plan General de Operaciones Antibloqueo (20 de julio a 20 de agosto de 2006), Limpieza de Vialidades (21 y 22 de agosto de 2006), Plan Hierro (1 al 27 de octubre de 2006), Plan Rector de Operaciones “Juárez” (28 de octubre de 2006 al 24 de enero de 2007) y Guelaguetza (1 de julio al 1 de agosto de 2007).
Los operativos fueron una respuesta del Estado frente al descontento ciudadano, pero estos, más que aminorar la inconformidad, hicieron que el conflicto escalara y se profundizaran sus consecuencias.
De esta forma, señaló, el Estado violó de manera masiva y sistemática los siguientes derechos humanos: violación del principio de presunción de inocencia, al debido proceso y garantías judiciales; detenciones arbitrarias, tratos crueles inhumanos y degradantes; así como también incurrió en desapariciones forzadas, tortura y ejecuciones extrajudiciales, consideradas como violaciones graves de derechos humanos. La tortura fue sistemática y generalizada, dado que el tiempo que duró el conflicto hubo una frecuencia casi diaria de detenciones acompañadas de esta práctica. Por lo anterior se puede presumir la existencia de crímenes de lesa humanidad.
Peimbert Calvo recordó que en el conflicto social de 2006 y 2007, ocurrieron 28 muertes, de las cuales 24 fueron en el año de 2006 y tres en 2007. De estos casos, 9 asesinatos podrían ser clasificados como ejecuciones extrajudiciales. Además, se mantiene la desaparición forzada de los miembros del Partido Democrático Popular Revolucionario-Ejército Popular Revolucionario (PDPR-EPR), Edmundo Reyes Amaya o Andrés Reyes Amaya y Gabriel Alberto Cruz Sánchez o Raymundo Rivera Bravo, que desaparecieron en el contexto del movimiento social en Oaxaca en 2006 y 2007.
Mientras que a 149 personas detenidas el 25 de noviembre de 2006 en la ciudad de Oaxaca se le sometieron a tortura y tratos crueles y degradantes.
Entonces, los asesinatos, la privación grave de la libertad física, la tortura, y la desaparición forzada de las víctimas, no son hechos fortuitos o casuales, sino que provienen de una innegable política de estado que busca eliminar a todo aquel que pudiese ser considerado un obstáculo.
Como pruebas para la presentación de esta denuncia ante la Corte Penal Internacional está la propia información de la DDHPO documentada en esos años y las conclusiones, así como el Informe realizado por la Suprema Corte de Justicia de la Nación derivado de su Facultad de Investigación 1/2007; la Recomendación 15/2017 de la Comisión Nacional de Derechos Humanos y el informe de la Comisión de la Verdad de Oaxaca.
En todos estos informes, se señala como responsable a nivel estatal de la violación sistemática a los derechos humanos en Oaxaca durante el conflicto de 2006 y 2007 al entonces gobernador, Ulises Ruiz Ortiz, quien generó todas y cada una de las condiciones necesarias para la operación de grupos armados ilegales, los cuales llevaron a cabo ejecuciones extrajudiciales, desapariciones forzadas y actos de tortura, así como también ordenó y encubrió el uso excesivo de la fuerza cometido por sus subordinados.
Fuente Proceso
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Nacional
Tabasco al Borde del Abismo: La Guerra Silenciosa entre el CJNG y La Barredora Siembra Terror y Desafía la Estabilidad Estatal

La primera luz del alba apenas comenzaba a pintar el horizonte tabasqueño cuando el hallazgo macabro irrumpió en la relativa calma, tiñendo la jornada de un presagio sombrío y familiar. En la periferia polvorienta de Villahermosa, una ciudad que paradójicamente ostenta el deshonroso título de la más insegura del país según las recientes encuestas del INEGI, un cuerpo decapitado yacía como un despojo, abandonado a la vera del camino. Junto a él, un narcomensaje, un trozo de cartulina con letras amenazantes, helaba la sangre incluso antes de ser leído por los peritos de la fiscalía. Este no es un incidente aislado, sino un eslabón más en la cadena de terror que estrangula al estado, una consecuencia directa de la brutal guerra territorial entre el omnipresente Cártel Jalisco Nueva Generación (CJNG) y la organización local, La Barredora, cuya sed de sangre no es menor.

La noticia, cruda y escalofriante, se propagó rápidamente a través de los grupos de WhatsApp y las transmisiones de radio locales, sembrando una profunda sensación de vulnerabilidad entre los habitantes de Tabasco. La brutalidad del acto, la decapitación como una firma macabra que evoca los peores momentos de la lucha contra el narcotráfico en México, resonó con fuerza en una región históricamente marcada por la violencia. Aunque las autoridades han optado por un silencio cauteloso, la confirmación tácita a través de fuentes extraoficiales fue suficiente para que el miedo se arraigara nuevamente en los hogares tabasqueños, donde las puertas se cierran con doble llave al caer la noche.
El narcomensaje encontrado junto al cuerpo, cuyos detalles específicos se mantienen bajo reserva para no entorpecer las investigaciones en curso, se presume que contenía amenazas directas y advertencias explícitas dirigidas a La Barredora. Este tipo de comunicación, directa y sin adornos, es una táctica común en la guerra entre cárteles, utilizada para intimidar al rival, marcar territorio con sangre y enviar un mensaje escalofriante a la sociedad: el control se disputa a balazos y cuchilladas, y la vida de cualquiera puede ser moneda de cambio. La mera existencia del mensaje tensa aún más el ambiente, sugiriendo que la confrontación, lejos de amainar, se recrudece con cada amanecer.

La escalada de violencia en Tabasco no es un fenómeno reciente, sino la dolorosa culminación de una lenta pero constante descomposición del tejido social y de la evidente incapacidad del Estado para garantizar la seguridad de sus ciudadanos. En los últimos meses, el estado ha sido testigo de un aumento alarmante en los enfrentamientos armados, tanto en las colonias populares de las ciudades como en las comunidades rurales olvidadas. Secuestros exprés que dejan familias rotas, extorsiones que asfixian a los pequeños negocios, el robo descarado de hidrocarburos que alimenta las arcas del crimen y las ejecuciones sumarias que engrosan las estadísticas de muertes violentas se han convertido en una preocupante rutina, alterando la vida cotidiana y sembrando el terror en cada esquina. La presencia de hombres fuertemente armados, moviéndose en camionetas blindadas y portando un arsenal que a menudo supera al de las fuerzas del orden locales, es una imagen cada vez más común en las carreteras y los caminos vecinales de Tabasco.
La disputa entre el CJNG y La Barredora responde a una lógica territorial y económica despiadada. El control de las rutas de trasiego de drogas que atraviesan el estado, el lucrativo negocio del “huachicol” que sangra los ductos de Pemex, y la extorsión sistemática a comerciantes, empresarios e incluso pequeños vendedores ambulantes son los principales combustibles de esta sangrienta confrontación. El CJNG, con su vasta infraestructura y su poderío económico a nivel nacional, busca imponer su ley en Tabasco, un estado estratégico por su ubicación y sus conexiones logísticas. Por su parte, La Barredora, un grupo local con un conocimiento profundo del terreno y arraigo en algunas comunidades, se resiste a ceder su control, luchando con una ferocidad desesperada por mantener su cuota de poder e influencia.

La respuesta de las autoridades estatales y federales ante esta creciente ola de violencia ha sido recibida con escepticismo y frustración por gran parte de la población. Si bien se han implementado operativos conjuntos, con el despliegue de elementos de la Guardia Nacional, el Ejército y la policía estatal, la percepción generalizada es que las fuerzas de seguridad se ven superadas por la capacidad de fuego y la sofisticación de los grupos criminales. La falta de una estrategia integral y a largo plazo, así como las persistentes denuncias de corrupción en algunos niveles de gobierno, son señaladas como obstáculos que impiden una respuesta efectiva y contundente.
La situación de inseguridad tiene un impacto devastador en todos los aspectos de la vida en Tabasco. El sector empresarial local se ve paralizado por las extorsiones y la incertidumbre, lo que frena la inversión y la creación de empleos formales. La vida cotidiana de los ciudadanos se ve cada vez más restringida por el miedo a salir de casa, a transitar por ciertas zonas consideradas peligrosas o a realizar actividades que antes eran parte de la normalidad. La confianza en las instituciones se desmorona, y la sensación de indefensión se extiende como una sombra sobre la población. La reciente designación de Villahermosa como la ciudad más insegura del país no es una simple estadística; es el reflejo palpable del miedo y la angustia que viven sus habitantes día a día.
Ante la aparente ineficacia de las medidas gubernamentales, la sociedad civil organizada comienza a movilizarse con mayor determinación. Colectivos de víctimas que buscan justicia, organizaciones no gubernamentales que trabajan en la defensa de los derechos humanos y ciudadanos preocupados que exigen un cambio han convocado a marchas silenciosas, foros de discusión y campañas de concientización para visibilizar la magnitud del problema y presionar a las autoridades para que actúen con firmeza y transparencia. La demanda unánime es por un Tabasco donde la paz no sea una utopía y donde el Estado de Derecho deje de ser una promesa incumplida.

El gobierno estatal, liderado por el Gobernador Carlos Manuel Merino Campos, ha emitido comunicados oficiales condenando enérgicamente los actos de violencia y reiterando su compromiso de trabajar en coordinación con las fuerzas federales para restablecer el orden. Sin embargo, estas declaraciones contrastan con la cruda realidad que viven los tabasqueños, quienes exigen resultados tangibles y una estrategia clara para frenar la espiral de violencia. La magnitud del desafío requiere una acción que vaya más allá de los operativos reactivos y que aborde las causas profundas de la violencia, incluyendo la desigualdad social, la falta de oportunidades para los jóvenes y la impunidad que protege a los criminales.
La crisis de seguridad en Tabasco no es un problema aislado, sino un síntoma alarmante de la compleja y multifacética lucha contra el crimen organizado que enfrenta México en varias regiones del país. Sin embargo, la particular dinámica entre el CJNG y La Barredora, con sus propias reglas no escritas y códigos de confrontación, exige un análisis detallado y soluciones adaptadas a la realidad local. La inteligencia policial efectiva, la desarticulación de las redes financieras que sostienen a estos grupos, el fortalecimiento de las instituciones de justicia para romper el ciclo de impunidad y la implementación de programas de prevención del delito con un enfoque social son elementos cruciales para intentar revertir la tendencia actual.
Mientras la violencia continúa cobrando vidas y sembrando terror en cada rincón del estado, los habitantes de Tabasco viven en una angustiosa incertidumbre. El hallazgo del cuerpo decapitado en el amanecer y el ominoso narcomensaje son un sombrío recordatorio de la urgencia de una respuesta efectiva y coordinada por parte de las autoridades. La nación observa con creciente preocupación el desarrollo de los acontecimientos en Tabasco, esperando que se implementen medidas concretas que logren frenar esta escalada de violencia y devolver la esperanza a una sociedad que clama por paz y justicia. El futuro del estado pende de un hilo, y la capacidad del Estado mexicano para hacer frente a este desafío definirá no solo el destino de Tabasco, sino también la credibilidad de sus instituciones en la lucha contra la sombra ensangrentada del crimen organizado.
Fuente: medios locales Tabasco

Nacional
Doble Golpe a Tabasco: Fugas Gemelas en Ducto de Pemex Desatan Crisis Ambiental y Polémica en Torno a Dos Bocas

Una densa capa de crudo ha transformado la paradisíaca costa de Tabasco en un escenario de desolación, luego de que Petróleos Mexicanos (Pemex) confirmara la pesadilla que los habitantes de la región temían: dos fugas simultáneas en un ducto vital, ubicado en las proximidades de la emblemática, y a menudo controversial, refinería de Dos Bocas. La magnitud del desastre se ha revelado con la admisión de que aproximadamente 300 barriles de hidrocarburo han sido vertidos al Golfo de México, extendiéndose a lo largo de varios kilómetros de litoral y sembrando la alarma entre comunidades pesqueras y ambientalistas.
Desde las primeras horas del día, reportes de pescadores y pobladores alertaban sobre manchas oscuras y un fuerte olor a petróleo que invadía el ambiente. Imágenes impactantes, difundidas a través de redes sociales, mostraban la cruda realidad: aves cubiertas de un espeso manto negro luchando por sobrevivir, tortugas marinas intentando desesperadamente escapar de la contaminación y la arena, antes un lienzo dorado, ahora impregnada de un pegajoso residuo oscuro. La biodiversidad local, rica y vulnerable, se enfrenta a una amenaza sin precedentes.
La confirmación oficial, aunque tardía para muchos, llegó de la mano de la virtual presidenta electa, Claudia Sheinbaum, quien aseguró que Pemex ya se encuentra desplegando esfuerzos para contener y remediar la situación. Sin embargo, esta declaración no ha logrado disipar la creciente indignación y la desconfianza que se han instalado en la región. La lentitud en la respuesta inicial, sumada a la opacidad en la información sobre las causas exactas de las fugas y la extensión real del daño, han exacerbado la sensación de abandono y la exigencia de rendición de cuentas.
“Es una catástrofe, una verdadera tragedia para nuestras familias”, lamentaba entre lágrimas Don Manuel, un pescador con más de 40 años faenando en las ahora contaminadas aguas. “Nuestras redes están llenas de petróleo, los peces están muriendo. ¿De qué vamos a vivir ahora?”. Su testimonio es solo uno de los muchos que reflejan la angustia de una comunidad cuya subsistencia depende directamente de la salud del ecosistema marino.
Las preguntas sobre las causas de estas fugas gemelas resuenan con fuerza a nivel nacional. ¿Se trató de un accidente fortuito, de un acto de sabotaje, de una negligencia en el mantenimiento de la infraestructura o, quizás, de un sombrío presagio de los desafíos operativos que podría enfrentar la tan publicitada refinería de Dos Bocas? La falta de respuestas claras por parte de Pemex alimenta la especulación y la exigencia de una investigación transparente y exhaustiva.
Mientras brigadas de trabajadores luchan contra el tiempo para contener la expansión de la “marea negra”, utilizando barreras de contención y equipos de limpieza, el daño ecológico ya es significativo. Expertos en medio ambiente advierten sobre las consecuencias a largo plazo para los manglares, los arrecifes de coral y las diversas especies marinas que habitan la zona. La recuperación del ecosistema podría llevar años, e incluso décadas, con un impacto económico devastador para las comunidades locales.
Organizaciones de la sociedad civil y grupos ambientalistas han alzado la voz, condenando enérgicamente la negligencia de Pemex y anunciando la presentación de acciones legales para exigir justicia y reparación del daño. Recuerdan los amargos precedentes de otros derrames en la región, donde la impunidad y la falta de remediación efectiva han dejado cicatrices imborrables en el medio ambiente y en la vida de las personas.
Este incidente se erige como un desafío temprano y de gran magnitud para el nuevo gobierno que se avecina. La gestión de esta crisis pondrá a prueba su compromiso con la protección ambiental, la transparencia en la información y la capacidad de hacer rendir cuentas a una empresa estatal históricamente marcada por incidentes de este tipo. La mirada de la nación y de la comunidad internacional se posa ahora sobre Tabasco, esperando no solo medidas paliativas, sino una estrategia integral y efectiva para prevenir futuros desastres y garantizar la justicia ambiental para las comunidades afectadas. La doble fuga en Dos Bocas ha desatado una crisis que va más allá de la contaminación, abriendo un debate crucial sobre el futuro de la industria petrolera en México y su relación con el medio ambiente y las comunidades locales.
Fuente: 5to Poder Agencia de Noticias

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