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LA OEA Y LA DEMOCRACIA

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“La Última Palabra”
Por: Jorge A. Martínez Lugo.

• La calidad moral de un organismo que opera-avala los golpes de Estado blandos en América Latina; su arma principal, el lawfare impulsado con las oligarquías nacionales; casos recientes: Perú, Bolivia, Ecuador y antes con Lula y Kirtchner.

Como generación estamos viviendo un cambio de ciclo, el fin del orden mundial de la posguerra de mediados del siglo XX. Los pactos entre las naciones después de la segunda guerra mundial crearon la ONU, la OEA, la OTAN y diversos organismos especializados como la Unesco en educación y cultura, la OMS en salud y así otras actividades para el desarrollo armónico y feliz prometido.

De algún modo eso funcionó en la medida que dichas organizaciones sirvieron más para el control político y la acumulación de capital, con la hegemonía casi absoluta de Estados Unidos en su papel de “primera potencia mundial”, acompañado de otras seis u ocho potencias globales.

Pero el progreso no llegó para las mayorías, ni siquiera la pobreza se erradicó, solo se transformó y en muchos casos se agudizó; el control requirió cada vez más el uso de las armas, golpes de Estado, dictaduras militares y, lo más reciente, golpes de Estado blandos o lawfare, para derrocar gobiernos incómodos con el uso de las armas de las leyes y los medios a través de los poderes judiciales. La OEA ha legitimado junto con las oligarquías nacionales golpes de Estado en casos recientes como: Perú, Bolivia, Ecuador y antes con Lula y Kirtchner.

EL CONTROL POLÍTICO
La OTAN fue y es el brazo militar de las potencias y la OEA el brazo político para el control de los gobiernos que se quisieran salir de las reglas y buscaran mejores condiciones para sus pueblos.

Pero todo este orden se está desmoronando. Esas organizaciones internacionales han perdido no solo su calidad moral, sino su credibilidad y cada vez son más patéticas. Esto se está acelerando con la llegada de Donald Trump a la presidencia del país más poderoso del mundo, que está dejando de serlo. Se está desmoronando internamente en lo moral; una sociedad enferma y adicta; la economía más endeudada del mundo; niveles de pobreza y hasta de miseria interna; Trump es consecuencia de esa decadencia. Está evidenciando de manera burda que su país ya no es tan poderoso y tiene grandes problemas por el mismo modelo que empobreció al mundo que ha empobrecido al mismo Estados Unidos.

Las elecciones del Poder Judicial en México le rompe el esquema a los cuadrados de la OEA. Lo mismo sea Luis Almagro o el actual Alberto Radmin. Ellos están acostumbrados a tratar con las élites, tanto ministros como grandes empresarios en las naciones; desde el escritorio pueden estrangular a cualquier gobierno que haya ganado unas elecciones; las elecciones son de juguete; basta que un ministro “desconozca” a un presidente para derrocarlo e incluso meterlo a la cárcel y colocar en su lugar a alguien que responda a esas élites geopolíticas-empresariales.

Es completamente explicable que la OEA no esté de acuerdo con las elecciones de jueces, magistrados y ministros, con las que México es ya una referencia, independientemente de las partes criticables. Por eso “no recomienda replicar la elección judicial en otros países”. Que conste, no está “imponiendo” solo está “no recomendando”. De esa dimensión es la elección que acabamos de vivir en México.

Desde principio de este siglo estamos viviendo un cambio de época; como generación somos privilegiados de estar siendo testigos de ello. La elección pudo haber sido mejor y es perfectible; recordemos que es política y todo tiene una intención y nada queda a la ingenuidad.

La presidenta Claudia Sheinbaum ha expresado un posicionamiento firme, cuyo desenlace aún está por verse y se junta este tema con las redadas masivas que han generado una reacción de la comunidad latina y mexicana en Paramount.

Es una doble crisis inédita que requiere un manejo diplomático con fuerza serena; cabeza fría; la presidenta saldrá seguramente fortalecida y muchos al interior de ese gran condominio que se llama 4T quisieran verla debilitada para poder hacer de las suyas. Por eso es importante una expresión de respaldo nacional ante el embate de un organismo caduco y decadente, pero con el peligro de un coletazo que podría hacer algún daño. Usted tiene la última palabra.

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PVEM CON 9% GOBIERNA SLP

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“La Última Palabra”
Por: Jorge A. Martínez Lugo.

En San Luis Potosí el Partido Verde tiene una aceptación electoral de 9%, pero gobierna el estado. En Quintana Roo, con 4-6% también podría gobernar.

Morena registra aceptación de 31% en SLP, sin embargo, el morenismo fue sacrificado y obligado a votar en 2021 por Ricardo Gallardo Cardona (a pesar de haber sido encarcelado en 2015 por presunta delincuencia organizada y lavado de dinero), en una “concertacesión” pragmática de Andrés Manuel López Obrador con Jorge Emilio González y Manuel Velasco, los dueños del verde.

QUINTANA ROO 2027
En este contexto, la sucesión gubernamental en Quintana Roo corre el riesgo de ser entregada a la élite verde, en caso de que la presidenta Claudia Sheinbaum siga la continuidad del pragmatismo electoral, con tal de mantener al verde en la alianza 4T, al costo que sea, sacrificando al morenismo quintanarroense, como lo hizo en San Luis Potosí en 2021.

Si es “continuidad con cambio”, veremos en Quintana Roo cuánta continuidad y cuánto cambio habrá y dónde.

Diversas encuestas otorgan al verde en Quintana Roo, si compite solo, entre 4% y 6% de los votos; si va en alianza, alcanzará los que sean necesarios para ganar con el “trasvase” de sufragios guindas al verde, aunque el morenismo haga su berrinche.

Aquí les dejamos la gráfica de San Luis Potosí, de la encuestadora Algoritmo, para que usted la analice y tenga como siempre la última palabra.
ooOoo

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Entre flores y recuerdos: la psicología del Día de Muertos

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Colocar un altar nos lleva a encontrar un vinculo en el que se pude sanar la perdida

Conciencia Saludablemente

Por: Psicol. Alex Barrera

En México, la muerte no se esconde; se decora con flores de cempasúchil, se endulza con pan y se acompaña de risas y canciones. El Día de Muertos no es sólo una tradición; es una declaración cultural profundamente humana: la vida y la muerte no son opuestos, sino partes del mismo ciclo. Desde la psicología, esta visión ofrece una lección esencial sobre cómo enfrentamos la pérdida, el duelo y la memoria.

En muchas culturas occidentales, hablar de la muerte sigue siendo un tema prohibido. Se evita mencionar a los fallecidos, se apartan sus objetos, se oculta el dolor tras una aparente fortaleza. Sin embargo, la cultura mexicana, heredera de cosmovisiones indígenas y creencias sincréticas, ha desarrollado una relación distinta con la finitud. Aquí la muerte se sienta a la mesa. Se le invita, se le honra, se le ríe. En lugar de negar su existencia, se le integra como una compañera inevitable.

Esta actitud, lejos de ser una mera expresión folklórica, tiene profundas implicaciones psicológicas. Aceptar la muerte —propia y ajena— es aceptar la impermanencia de todo. Es reconocer que la pérdida forma parte de la vida, y que el dolor, cuando se vive con consciencia, puede transformarse en gratitud. Desde la psicología existencial, este reconocimiento no conduce a la desesperanza, sino a una mayor plenitud: saber que el tiempo es finito nos empuja a vivir con sentido, a cuidar los vínculos y a encontrar propósito en cada día.

Pero el Día de Muertos no solo nos enseña a pensar en la muerte; también nos enseña a recordar con amor. El altar, corazón simbólico de la celebración, se convierte en un espacio terapéutico. Al colocar una fotografía, una vela o el platillo favorito del ser querido, no solo evocamos su presencia: actualizamos el vínculo. Recordar no es aferrarse al pasado, sino mantener viva la conexión emocional que sigue existiendo más allá de la ausencia física.

En psicología del duelo, esto se conoce como el vínculo continuo. Lejos de promover el olvido, se alienta a las personas a encontrar formas sanas de mantener esa relación interior con quienes ya no están. El altar cumple exactamente esa función: da forma, color y orden al dolor. Permite hablar con los que se fueron, agradecerles, perdonarlos o simplemente compartir un instante simbólico de convivencia. Es, en términos terapéuticos, una representación externa del proceso interno de sanar.

Cada objeto en el altar cumple una función emocional: las flores representan el ciclo de la vida, la comida evoca el cuidado, las velas guían el camino y las fotografías preservan la memoria. A través de este acto ritual, la persona que recuerda también se reconstruye. Como en cualquier proceso terapéutico, el ritual ofrece estructura, contención y sentido: tres elementos fundamentales para elaborar el duelo.

La psicología contemporánea reconoce que los rituales —ya sean religiosos, culturales o personales— facilitan la transición emocional tras una pérdida. Funcionan como puentes entre el dolor y la aceptación, entre el caos y la calma. En ese sentido, el Día de Muertos puede entenderse como una forma colectiva de terapia: una jornada en la que la sociedad entera legitima el dolor, lo comparte y lo transforma en celebración.

Sin embargo, bajo el colorido de las ofrendas y la alegría de las calaveras, también laten silencios profundos. No todos los duelos son iguales ni todas las pérdidas se procesan del mismo modo. Hay quienes, tras la muerte de un ser querido, sienten que la vida pierde sentido, que el vacío es demasiado grande o que la tristeza se ha vuelto una compañera constante. En esos casos, el acompañamiento psicológico puede marcar una diferencia vital.

Hablar del duelo en terapia es un acto de valentía. Es reconocer que, aunque la cultura ofrezca rituales para honrar la muerte, a veces el dolor necesita otro espacio: un lugar donde ser escuchado, comprendido y trabajado con herramientas profesionales. La psicoterapia ayuda a darle forma a la ausencia, a integrar el recuerdo y a reconstruir la vida sin negarla, es iniciar el camino hacia una nueva forma de coexistir con el dolor y afrontarlo de manera que no se convierta en un trauma.

Así, el Día de Muertos no es sólo una tradición que mira hacia el pasado, sino una invitación a mirar hacia adentro. Nos recuerda que el amor y la pérdida son inseparables, y que recordar no duele: lo que duele es callar. Cada altar que encendemos es una forma de iluminar nuestra historia, de reconciliarnos con lo inevitable y de encontrar sentido en el recuerdo.

Quizás por eso, entre el aroma del copal y la luz de las velas, comprendemos que no se trata de vencer a la muerte, sino de aprender a convivir con ella, y entender que la vida es sólo el camino que nos lleva inevitablemente hacia el final. Y en ese aprendizaje, la psicología tiene mucho que aportar: ayudarnos a aceptar, a transformar y, sobre todo, a vivir con conciencia.

Porque así como los altares se llenan de flores cada noviembre, también nuestra mente y nuestro corazón pueden renovarse. A veces, solo hace falta dar el primer paso: hablar con alguien, pedir ayuda, acudir a terapia.
La vida como el altar, se enciende de nuevo cuando nos atrevemos a mirar la sombra y convertirla en luz en este ciclo cuya belleza se encuentra en tomar conciencia de que un día se va terminar.

**Además de 10 años de experiencia como comunicólogo, ejerciendo el periodismo. Alex Barrera es también psicólogo por la UNAM con profundización en desarrollo humano.
Actualmente brinda terapia clínica con enfoque Biopsicosocial.

Si desea contactar con los especialistas en terapia y salud puede hacerlo enviando un mensaje

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