Fé & Religión
El Señor de la Divina Misericordia

Hechos 5, 12-16
Por mano de los apóstoles se realizaban muchos signos y prodigios en medio del pueblo.
Todos se reunían con un mismo espíritu en el pórtico de Salomón; los demás no se atrevían a juntárseles, aunque la gente se hacía lenguas de ellos; más aún, crecía el número de los creyentes, una multitud tanto de hombres como de mujeres, que se adherían al Señor.
La gente sacaba los enfermos a las plazas, y los ponía en catres y camillas, para que, al pasar Pedro, su sombra, por lo menos, cayera sobre alguno.
Acudía incluso mucha gente de las ciudades cercanas a Jerusalén, llevando a enfermos y poseídos de espíritu inmundo, y todos eran curados.
Salmo 117, 2-4. 22-24. 25-27
Dad gracias al Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia.
Diga la casa de Israel:
eterna es su misericordia.
Diga la casa de Aarón:
eterna es su misericordia.
Digan los fieles del Señor:
eterna es su misericordia.
La piedra que desecharon los arquitectos es ahora la piedra angular.
Es el Señor quien lo ha hecho,
ha sido un milagro patente.
Éste es el día que hizo el Señor:
sea nuestra alegría y nuestro gozo.
Señor, danos la salvación;
Señor, danos prosperidad.
Bendito el que viene en nombre del Señor, os bendecimos desde la casa del Señor.
El Señor es Dios, él nos ilumina.
Apocalipsis 1, 9-11a. 12-13. 17-19
Yo, Juan, vuestro hermano y compañero en la tribulación, en el reino y en la perseverancia en Jesús, estaba desterrado en la isla llamada Patmos a causa de la palabra de Dios y del testimonio de Jesús.
El día del Señor fui arrebatado en espíritu y escuché detrás de mí una voz potente como de trompeta que decía:
«Lo que estás viendo, escríbelo en un libro y envíalo a las siete iglesias».
Me volví para ver la voz que hablaba conmigo, y, vuelto, vi siete candelabros de oro, y en medio de los candelabros como un Hijo de hombre, vestido de una túnica talar, y ceñido el pecho con un cinturón de oro.
Cuando lo vi, caí a sus pies como muerto. Pero él puso su mano derecha sobre mí, diciéndome:
«No temas; yo soy el Primero y el Último, el Viviente; estuve muerto, pero ya ves: vivo por los siglos de los siglos, y tengo las llaves de la muerte y del abismo. Escribe, pues, lo que estás viendo: lo que es y lo que ha de suceder después de esto.
Juan 20, 19-31
Al anochecer de aquel día, el primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo:
«Paz a vosotros».
Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió:
«Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo».
Y, dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo:
«Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos».
Tomás, uno de los Doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Y los otros discípulos le decían:
«Hemos visto al Señor».
Pero él les contestó:
«Si no veo en sus manos la señal de los clavos, si no meto el dedo en el agujero de los clavos y no meto la mano en su costado, no lo creo».
A los ocho días, estaban otra vez dentro los discípulos y Tomás con ellos. Llegó Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio y dijo:
«Paz a vosotros».
Luego dijo a Tomás:
«Trae tu dedo, aquí tienes mis manos; trae tu mano y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente».
Contestó Tomás:
«Señor mío y Dios mío!».
Jesús le dijo:
«¿Porque me has visto has creído? Bienaventurados los que crean sin haber visto».
Muchos otros signos, que no están escritos en este libro, hizo Jesús a la vista de los discípulos. Estos han sido escritos para que creáis que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que, creyendo, tengáis vida en su nombre.
En este Segundo Domingo de Pascua, también llamado Domingo de la Divina Misericordia, contemplamos el inmenso amor de Dios reflejado en la incredulidad de Tomás. Su falta de fe lo lleva a un encuentro personal con el Cristo resucitado, a quien reconoce por las heridas de los clavos en sus manos. Finalmente, ante la evidencia de la resurrección, proclama con profunda fe: “¡Señor mío y Dios mío!”
La duda de Tomás nos invita a reflexionar sobre nuestra propia fe. Nos recuerda que sin un encuentro personal con el Resucitado, nuestra fe puede vacilar. Ser creyente no es solo aceptar una enseñanza, sino vivir la experiencia interior de un Cristo vivo y presente en nuestra vida.
Jesús sigue resucitando hoy, haciéndose presente incluso en medio de la incredulidad y del corazón cerrado de muchos. No hay barrera que su misericordia no pueda atravesar, porque su deseo es que toda la humanidad experimente, desde ahora, la alegría y la certeza de su presencia en el mundo.
La fe en la Resurrección no es puro personalismo.
Pertenece al conjunto llamado de los sumarios, en los que Lucas presenta una visión de conjunto de la vida de la comunidad primitiva y su crecimiento. El fragmento de hoy subraya especialmente el testimonio apostólico, sobre todo a través de signos y prodigios (como lo hacía Jesús) y la reacción de los que recibían el beneficio o de los que lo presenciaban.
El fragmento recoge la primera visión-vocación del profeta. El libro del Apocalipsis nos va a acompañar, como segunda lectura. durante toda la cincuentena pascual. Por eso es necesario recordar brevemente que este escrito pertenece a un género literario peculiar: a través de visiones, a veces desconcertantes y complejas en su interpretación, intenta afirmar algunas verdades fundamentales. Se recurre a ese modo de expresión para consolar en momentos difíciles y de persecución. El autor intenta mostrar o presentar al lector algunas verdades centrales: la Iglesia es perseguida como lo fue su Maestro y Señor (el Cordero degollado); en medio de la persecución es invitada a contemplar que el Cordero degollado está vivo ante el trono del Todopoderoso; por tanto, es posible mantener la fidelidad al Evangelio movidos por una gran esperanza.
Señor mío! La resurrección se cree, no se prueba.
El texto es muy sencillo, tiene dos partes (vv. 19-23 y vv. 26-27) unidas por la explicación de los vv. 24-25 sobre la ausencia de Tomás. Las dos partes inician con la misma indicación sobre los discípulos reunidos y en ambas Jesús se presenta con el saludo de la paz (vv. 19.26). Las apariciones, pues, son un encuentro nuevo de Jesús resucitado que no podemos entender como una vuelta a esta vida. Los signos de las puertas cerradas por miedo a los judíos y cómo Jesús las atraviesa, “dan que pensar”, como dice Ricoeur, en todo un mundo de oposición entre Jesús y los suyos, entre la religión judía y la nueva religión de la vida por parte de Dios. La “verdad” del texto que se nos propone, no es una verdad objetivable, empírica o física, como muchas veces se propone en una hermenéutica apologética de la realidad de la resurrección. Vivimos en un mundo cultural distinto, y aunque la fe es la misma, la interpretación debe proponerse con más creatividad.
El “soplo” sobre los discípulos recuerda acciones bíblicas que nos hablan de la nueva creación, de la vida nueva, por medio del Espíritu. Se ha pensado en Gn 2,7 o en Ez 37. El espíritu del Señor Resucitado inicia un mundo nuevo, y con el envío de los discípulos a la misión se inaugura un nuevo Israel que cree en Cristo y testimonia la verdad de la resurrección. El Israel viejo, al que temen los discípulos, está fuera de donde se reúnen los discípulos (si bien éstos tienen las puertas cerradas). Será el Espíritu del resucitado el que rompa esas barreras y abra esas puertas para la misión. En Juan, “Pentecostés” es una consecuencia inmediata de la resurrección del Señor. Esto, teológicamente, es muy coherente y determinante.
La figura de Tomás es solamente una actitud de “anti-resurrección”; nos quiere presentar las dificultades a que nuestra fe está expuesta; es como quien quiere probar la realidad de la resurrección como si se tratara de una vuelta a esta vida. Algunos todavía la quieren entender así, pero de esa manera nunca se logrará que la fe tenga sentido. Porque la fe es un misterio, pero también es relevante que debe tener una cierta racionalidad (fides quaerens intellectum), y en una vuelta a la vida no hay verdadera y real resurrección. Tomás, uno de los Doce, debe enfrentarse con el misterio de la resurrección de Jesús desde sus seguridades humanas y desde su soledad, porque no estaba con los discípulos en aquel momento en que Jesús, después de la resurrección, se les hizo presente, para mostrarse como el Viviente. Este es un dato que no es nada secundario a la hora de poder comprender el sentido de lo que se nos quiere poner de manifiesto en esta escena: la fe, vivida desde el personalismo, está expuesta a mayores dificultades. Desde ahí no hay camino alguno para ver que Dios resucita y salva.
Tomás no se fía de la palabra de sus hermanos; quiere creer desde él mismo, desde sus posibilidades, desde su misma debilidad. En definitiva, se está exponiendo a un camino arduo. Pero Dios no va a fallar ahora tampoco. Jesucristo, el resucitado, va a «mostrarse» (es una forma de hablar que encierra mucha simbología; concretamente podemos hablar de la simbología del “encuentro”) como Tomás quiere, como muchos queremos que Dios se nos muestre. Pero así no se “encontrará” con el Señor. Esa no es forma de “ver” nada, ni entender nada, ni creer nada.
Tomás, pues, debe comenzar de nuevo: no podrá tocar con sus manos las heridas de las manos del Resucitado, de sus pies y de su costado, porque éste, no es una “imagen”, sino la realidad pura de quien tiene la vida verdadera. Y es ante esa experiencia de una vida distinta, pero verdadera, cuando Tomás se siente llamado a creer como sus hermanos, como todos los hombres. Diciendo «Señor mío y Dios mío», es aceptar que la fe deja de ser puro personalismo para ser comunión que se enraíce en la confianza comunitaria, y experimentar que el Dios de Jesús es un Dios de vida y no de muerte.
Juan 20, 19-31
«Recibid el Espíritu Santo. A quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados».
Hoy, Domingo II de Pascua, completamos la octava de este tiempo litúrgico, una de las dos octavas —juntamente con la de Navidad— que en la liturgia renovada por el Concilio Vaticano II han quedado. Durante ocho días contemplamos el mismo misterio y tratamos de profundizar en él bajo la luz del Espíritu Santo.
Por designio del Papa San Juan Pablo II, este domingo se llama Domingo de la Divina Misericordia. Se trata de algo que va mucho más allá que una devoción particular. Como ha explicado el Santo Padre en su encíclica Dives in misericordia, la Divina Misericordia es la manifestación amorosa de Dios en una historia herida por el pecado. “Misericordia” proviene de dos palabras: “Miseria” y “Cor”. Dios pone nuestra mísera situación debida al pecado en su corazón de Padre, que es fiel a sus designios. Jesucristo, muerto y resucitado, es la suprema manifestación y actuación de la Divina Misericordia. «Tanto amó Dios al mundo que le entregó a su Hijo Unigénito» (Jn 3,16) y lo ha enviado a la muerte para que fuésemos salvados. «Para redimir al esclavo ha sacrificado al Hijo», hemos proclamado en el Pregón pascual de la Vigilia. Y, una vez resucitado, lo ha constituido en fuente de salvación para todos los que creen en Él. Por la fe y la conversión acogemos el tesoro de la Divina Misericordia.
La Santa Madre Iglesia, que quiere que sus hijos vivan de la vida del resucitado, manda que —al menos por Pascua— se comulgue y que se haga en gracia de Dios. La cincuentena pascual es el tiempo oportuno para el cumplimiento pascual. Es un buen momento para confesarse y acoger el poder de perdonar los pecados que el Señor resucitado ha conferido a su Iglesia, ya que Él dijo sólo a los Apóstoles: «Recibid el Espíritu Santo. A quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados» (Jn 20,22-23). Así acudiremos a las fuentes de la Divina Misericordia. Y no dudemos en llevar a nuestros amigos a estas fuentes de vida: a la Eucaristía y a la Penitencia. Jesús resucitado cuenta con nosotros.
«Y a ti, oh Señor, que ves nítidamente con tus ojos los abismos de la conciencia humana, ¿qué podría pasarte desapercibido de mí, aun cuando yo me negara a confesártelo?» (San Agustín)
«Muchas veces pensamos que ir a confesarnos es como ir a la tintorería. Pero Jesús en el confesionario no es una tintorería. La confesión es un encuentro con Jesús que nos espera tal como somos» (Francisco)
«Cristo actúa en cada uno de los sacramentos. Se dirige personalmente a cada uno de los pecadores: ‘Hijo, tus pecados están perdonados’ (Mc 2,5); es el médico que se inclina sobre cada uno de los enfermos que tienen necesidad de Él para curarlos; los restaura y los devuelve a la comunión fraterna. Por tanto, la confesión personal es la forma más significativa de la reconciliación con Dios y con la Iglesia» (Catecismo de la Iglesia Católica, nº 1.484)
EL SEÑOR LES DA LA PAZ
Fuente: Jorge Armando Girón Sosa


Fé & Religión
EL HIJO PRODIGO

Números 21, 4b-9:
El pueblo estaba extenuado del camino, y habló contra Dios y contra Moisés:
«¿Por qué nos has sacado de Egipto para morir en el desierto? No tenemos ni pan ni agua, y nos da náusea ese pan sin cuerpo».
El Señor envió contra el pueblo serpientes venenosas, que los mordían, y murieron muchos israelitas. Entonces el pueblo acudió a Moisés, diciendo:
«Hemos pecado hablando contra el Señor y contra ti; reza al Señor para que aparte de nosotros las serpientes».
Moisés rezó al Señor por el pueblo, y el Señor le respondió:
«Haz una serpiente venenosa y colócala en un estandarte: los mordidos de serpientes quedarán sanos al mirarla».
Moisés hizo una serpiente de bronce y la colocó en un estandarte. Cuando una serpiente mordía a uno, él miraba a la serpiente de bronce y quedaba curado.

Salmo 77
No olvidéis las acciones del Señor.
Escucha, pueblo mío, mi enseñanza, inclina el oído a las palabras de mi boca: que voy a abrir mi boca a las sentencias,
para que broten los enigmas del pasado.
Cuando los hacía morir, lo buscaban, y madrugaban para volverse hacia Dios; se acordaban de que Dios era su roca, el Dios Altísimo su redentor.
Lo adulaban con sus bocas,
pero sus lenguas mentían:
su corazón no era sincero con él, ni eran fieles a su alianza.
Él, en cambio, sentía lástima,
perdonaba la culpa y no los destruía: una y otra vez reprimió su cólera, y no despertaba todo su furor.
Filipenses 2, 6-11
Cristo, a pesar de su condición divina, no hizo alarde de su categoría de Dios; al contrario, se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo, pasando por uno de tantos.
Y así, actuando como un hombre cualquiera, se rebajó hasta someterse incluso a la muerte, y una muerte de cruz.
Por eso Dios lo levantó sobre todo y le concedió el «Nombre-sobre-todo-nombre»; de modo que al nombre de Jesús toda rodilla se doble en el cielo, en la tierra, en el abismo, y toda lengua proclame: ¡Jesucristo es Señor!, para gloria de Dios Padre.

Juan 3, 13-17
Dijo Jesús a Nicodemo:
«Nadie ha subido al cielo, sino el que bajó del cielo, el Hijo del hombre.
Lo mismo que Moisés elevó la serpiente en el desierto, así tiene que ser elevado el Hijo del hombre, para que todo el que cree en él tenga vida eterna.
Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna.
Porque Dios no mandó su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salve por él».
De paso por el desierto.
Este texto del libro de los Números nos resulta hoy una verdadera leyenda religiosa, casi pagana, propia de un pueblo del desierto que tiene que defenderse contra los adversarios más naturales de ese hábitat. No podía ser de otra manera y no merecería la pena entrar en una interpretación historicista del relato (como sería el pensar que esta tradición habría nacido en contacto con las minas de cobre en la Arabá, en Timna, cuando el pueblo pasa por allí). Sabemos que a la religión se le ha dotado de tradiciones y leyendas que a veces pueden resultar demasiado culturalistas. Eso es lo que sucede en este caso. Los hombres siempre han recurrido a artes extrañas e incluso las han plasmado en ritos religiosos con los que quiere expresar que solamente es posible que Dios nos defienda.

La solidaridad divina se ha humanizado.
Son muchos los que piensan que Filipenses 2: 6-11 es en su esencia un antiguo himno cristiano. Pablo lo tomó, lo adaptó y lo retocó, con objeto de que sirviera para poner ante la comunidad de Filipos el “modelo” de la deidad velada en el misterio de su anonadamiento. Los creyentes alababan al Hijo de Dios: porque “se despojó a sí mismo” (v. 7) y escogió dejar de lado sus propios derechos y privilegios para convertirse en hombre. Y no cualquier hombre, sino un siervo humilde, esclavo, con lo que ello significaba en aquél ambiente. Y murió, pero no con una muerte humana, sino inhumana: la “mors turpissima” que se despreciaba en aquella sociedad, como se repudiaba a los esclavos y a los que hambreaban tener la dignidad que su conciencia y su corazón les dictaban.
No es determinante que insistamos o pongamos de manifiesto si las dos estrofas del himno tienen el mismo equilibrio; tampoco el trasfondo que las sustenta, aunque resulte erudito. Es una pieza, sin embargo, que quiere cantar antes que nada la kénosis (el vaciamiento, el despojamiento) de lo divino en lo humano. No se trata tampoco de que ésto lo entendamos ontológicamente, porque no es la ontología del ser divino y el humano que aquí prevalece. Es verdad que antes de que Jesús, el Señor y el Hijo de Dios, fuera uno de nosotros, preexiste en una «prehistoria” divina a la que renuncia para llegar a la kénosis. Esa, y no otra, es la razón de la alabanza de este himno que se cantaba en alguna comunidad paulina. Esa prehistoria es importante, porque no se está hablando simplemente de la aparición de un hombre extraordinario, como otros hombres maravillosos han aparecido en la historia. ¡No! “Apparuit Deus in humanitatem suam” (“Dios apareció en su humanidad”).

Entonces ¿qué significa kénosis? Entre las muchas cosas que me pueden decir elegimos ésta: la solidaridad con los que no son nada en este mundo. Esa es la razón por la que se compuso este himno. Y no se trata de una simple solidaridad social, sino de radicalidad antropológica. Si se hizo esa opción antropológica es porque a Dios le interesa el hombre, la humanidad y, de la humanidad, aquellos que han sido reducidos a lo inhumano. La muerte en la cruz es la máxima expresión de lo inhumano y hasta ahí llegó. Y ello no es una simple representación estética. Por medio está toda una vida y unas opciones proféticas en medio de un pueblo quo adora a Dios, pero que le llevan a una condena. No eligió concretamente la muerte en la cruz en el misterio de su kénosis; eso quedaba a decisiones de los que podían resolver y decidían sobre la vida y la muerte de las personas. Y esos precisamente, emperadores y reyes, querían recorrer un camino opuesto al del Hijo: dejar de ser hombres para ser adorados como dioses. Algunos lo consiguieron con mucha sangre y crueldad, pero su divinidad se ha esfumado. Que Pablo haya añadido ‘y una muerte de cruz” -como muchos creen-, es para dejar bien asentada esa solidaridad radical.
Por eso se le dio un nombre nuevo. El nombre es una misión, Su nombre es Jesús, el que tuvo siendo hombre en esta historia, pero desde la cruz ese nombre viene a ser fuente de salvación: Dios es mi salvador, significa. El crucificado, pues, ya no es un maldito, sino el bendito porque ha sabido llegar a “entregarse” por todos. Y al nombre de Jesús… La cruz no es adorada, no puede serlo, La cruz es un patíbulo y sigue siendo un patíbulo para muchos. En la cruz hay que poner un nombre, una persona, una historia real, un Hijo, que es lo que le da sentido. Allí, en la cruz, se resuelve toda una historia de amor de Dios por la humanidad. Y esa historia la realiza Jesús, el crucificado, que por su solidaridad con la humanidad es glorificado.
El amor crucificado es glorificado.
El diálogo con Nicodemo es una de las estampas más significativas del evangelio de Juan. Nicodemo, desde “su noche”, viene -según el evangelista- a encontrarse con Jesús ¿por qué? Habría que pensar en el trasfondo de la comunidad joánica, así como en el acercamiento de algunos judíos a los cristianos, para poder entender esta escena. Hubo enfrentamientos muy fuertes entre judíos y cristianos, y esto se refleja en este evangelio. Pero también hubo judíos que con toda su carga religiosa y su tradición querían buscar la verdad, la luz, el agua viva, el nuevo maná. Los israelitas en el desierto protestaban contra el maná y vinieron serpientes. Estos conceptos teológicos son muy propios del evangelio de Juan.

En concreto, los vv. 13-17 corresponden a una reflexión teológica, sobre palabras de Jesús, que tienen una carga soteriológica de envergadura. Aquí se ha querido ir más allá de lo que el mismo Jesús pudo decir en su vida histórica. Porque no podemos olvidar que este evangelio se construye con una ideología soteriológica que se pone de manifiesto desde la misma presencia de Jesús en la “encarnación”. Jesús es el “revelador” de la salvación y quien se encuentra con él y cree en él, se encuentra con la vida. El texto, además, intenta superar la escena religioso-culturalista de la primera lectura (Núm 21,8). Ahora los hombres no tienen que mirar a una serpiente en su “abrasador” (saraf: cf Is 30,6), sino al trono de la cruz, donde ha sido elevado el Hijo del hombre. Ahora la salvación no queda en mirar a un animal venenoso, por mucho simbolismo que tuviera en la antigüedad y en la Biblia.
En la cruz está el “hijo del Hombre”. El “abrasador” es una cruz que los hombres han levantado para quien revelaba a Dios de una forma nueva e inaudita. Y esto lo explica la teología joánica como “amor” de Padre al mundo. Es, probablemente, la afirmación soteriológica más decisiva de estas palabras del evangelio. El Hijo de Dios ha venido entregado por el Padre “para salvar” al mundo. El mundo en San Juan son los hombres que no aceptan el proyecto salvífico de Dios. Bien, pues ese Dios no odia al mundo, sino que lo ama y así lo muestra en el misterio de la entrega del Hijo. Podríamos atrevemos a decir que el texto evangélico de hoy es una “versión” joánica del himno de la carta a los Filipenses, ni más, ni menos. Con un trasfondo distinto, pero que viene a misma verdad.
Se ha dicho que este es también un texto de profundo calado escatológico, muy propio de la teología joánica. ¡Es verdad! El juicio de nuestra salvación futura no es una decisión jurídica y enrevesada de última hora ante un ficticio tribunal divino. Esa es una imagen apocalíptica poco feliz. Es en el presente donde se está decidiendo nuestro porvenir salvífico. Ello es posible al aceptar por la fe al que ha sido “elevado a lo alto”, en la cruz, donde se inicia su gloria. En la teología del cuarto evangelio la elevación en la cruz es la glorificación; por eso se permite proclamar: “y yo cuando sea elevado de la tierra, atraeré a todos hacia mí, Decía esto para significar de qué muerte iba a morir.” (Jn 12,32-33). Toda una garantía que teológicamente es irrenunciable: el Dios de nuestra salvación es un Dios que ama al mundo que lo rechaza. No un dios perverso o rencoroso. Es un Dios que quiere ser aceptado, que quiere ser amado, desde el amor que Él mismo ha mostrado en su Hijo entregado hasta la muerte en la cruz. Esa es su gloria esa es nuestra garantía.

Juan 3, 13-17
«Para que todo el que crea en Él tenga vida eterna»
El Evangelio es una profecía, es decir, una mirada en el espejo de la realidad que nos introduce en su verdad más allá de lo que nos dicen nuestros sentidos: la Cruz, la Santa Cruz de Jesucristo, es el Trono del Salvador. Por esto, Jesús afirma que «tiene que ser levantado el Hijo del hombre» (Jn 3,14).
Bien sabemos que la cruz era el suplicio más atroz y vergonzoso de su tiempo. Exaltar la Santa Cruz no dejaría de ser un cinismo si no fuera porque allí cuelga el Crucificado. La cruz, sin el Redentor, es puro cinismo; con el Hijo del Hombre es el nuevo árbol de la Sabiduría. Jesucristo, «ofreciéndose libremente a la pasión» de la Cruz ha abierto el sentido y el destino de nuestro vivir: subir con Él a la Santa Cruz para abrir los brazos y el corazón al Don de Dios, en un intercambio admirable. También aquí nos conviene escuchar la voz del Padre desde el cielo: «Éste es mi Hijo, en quien me he complacido» (Mc 1,11). Encontrarnos crucificados con Jesús y resucitar con Él: ¡he aquí el porqué de todo! ¡Hay esperanza, hay sentido, hay eternidad, hay vida! No estamos locos los cristianos cuando en la Vigilia Pascual, de manera solemne, es decir, en el Pregón pascual, cantamos alabanza del pecado original: «¡Oh!, feliz culpa, que nos has merecido tan gran Redentor», que con su dolor ha impreso “sentido” al dolor.
«Mirad el árbol de la cruz, donde colgó el Salvador del mundo: venid y adorémosle» (Liturgia del Viernes Santo). Si conseguimos superar el escándalo y la locura de Cristo crucificado, no hay más que adorarlo y agradecerle su Don. Y buscar decididamente la Santa Cruz en nuestra vida, para llenarnos de la certeza de que, «por Él, con Él y en Él», nuestra donación será transformada, en manos del Padre, por el Espíritu Santo, en vida eterna: «Derramada por vosotros y por muchos para el perdón de los pecados».
«Allí donde un cristiano gaste su vida honradamente, debe poner con su amor la Cruz de Cristo, que atrae a Sí todas las cosas» (San Josemaría)
«No existe un cristianismo sin la Cruz y no existe una Cruz sin Jesucristo. Por esto, un cristiano que no sabe gloriarse en Cristo crucificado no ha entendido lo que significa ser cristiano» (Francisco)
«La oración de la Iglesia venera y honra al Corazón de Jesús, como invoca su Santísimo Nombre. Adora al Verbo encarnado y a su Corazón que, por amor a los hombres, se dejó traspasar por nuestros pecados. La oración cristiana practica el Vía Crucis siguiendo al Salvador. Las estaciones desde el Pretorio, al Gólgota y al Sepulcro jalonan el recorrido de Jesús que con su santa Cruz nos redimió» (Catecismo de la Iglesia Católica, nº 2.669)
EL SEÑOR LES DA LA PAZ
Fuente: Presbítero Jorge Armando Girón Sosa

Fé & Religión
SEÑOR, DATE PRISA EN AYUDARME

Jeremías 38, 4-6.8-10:
Los dignatarios dijeron al rey:
«Hay que condenar a muerte a ese Jeremías, pues, con semejantes discursos, está desmoralizando a los soldados que quedan en la ciudad y al resto de la gente. Ese hombre no busca el bien del pueblo, sino su desgracia».
Respondió el rey Sedecías:
«Ahí lo tenéis, en vuestras manos. Nada puedo hacer yo contra vosotros».
Ellos se apoderaron de Jeremías y lo metieron en el aljibe de Malquías, príncipe real, en el patio de la guardia, descolgándolo con sogas. Jeremías se hundió en el lodo del fondo, pues el aljibe no tenía agua.
Ebedmélec abandonó el palacio, fue al rey y le dijo:
«Mi rey y señor, esos hombres han tratado injustamente al profeta Jeremías al arrojarlo al aljibe, donde sin duda morirá de hambre, pues no queda pan en la ciudad».
Entonces el rey ordenó a Ebedmélec el cusita:
«Toma tres hombres a tu mando y sacad al profeta Jeremías del aljibe antes de que muera».
Salmo 39
Señor, date prisa en socorrerme.
Yo esperaba con ansia al Señor; él se inclinó y escuchó mi grito.
Me levantó de la fosa fatal,
de la charca fangosa;
afianzó mis pies sobre roca,
y aseguró mis pasos.
Me puso en la boca un cántico nuevo, un himno a nuestro Dios.
Muchos, al verlo, quedaron sobrecogidos y confiaron en el Señor.
Yo soy pobre y desgraciado,
pero el Señor se cuida de mí;
tú eres mi auxilio y mi liberación: Dios mío, no tardes.
Hebreos 12, 1-4
Hermanos:
Teniendo una nube tan ingente de testigos, corramos, con constancia, en la carrera que nos toca, renunciando a todo lo que nos estorba y al pecado que nos asedia, fijos los ojos en el que inició y completa nuestra fe, Jesús, quien, en lugar del gozo inmediato, soportó la cruz, despreciando la ignominia, y ahora está sentado a la derecha del trono de Dios.
Recordad al que soportó tal oposición de los pecadores, y no os canséis ni perdáis el ánimo. Todavía no habéis llegado a la sangre en vuestra pelea contra el pecado.

Lucas 12, 49-53
Dijo Jesús a sus discípulos:
«He venido a prender fuego a la tierra, ¡y cuánto deseo que ya esté ardiendo! Con un bautismo tengo que ser bautizado, ¡y qué angustia sufro hasta que se cumpla!
¿Pensáis que he venido a traer paz a la tierra? No, sino división.
Desde ahora estarán divididos cinco en una casa: tres contra dos y dos contra tres; estarán divididos el padre contra el hijo y el hijo contra el padre, la madre contra la hija y la hija contra la madre, la suegra contra su nuera y la nuera contra la suegra».
La fe como un combate de vida.
Las lecturas de hoy llevan, como santo y seña, el signo de contradicción, lo que a veces es el evangelio y el proyecto de Dios frente al proyecto del mundo.
La palabra profética no se pudre.
Esta primera lectura nos relata el famoso pasaje biográfico (aunque escrito por sus discípulos) de la experiencia amarga del profeta Jeremías en una cisterna, de esas cisternas que recogen el agua en Jerusalén para poder subsistir. Un día el profeta había hablado precisamente contra el pueblo, especialmente contra sus dirigentes, que prefieren a otros dioses, otros proyectos, y comparaba esta actitud con el cambio entre beber de la fuente de agua viva o beber de las cisternas, donde el agua no corre. Incluso el rey Sedecías es impotente contra ellos. La situación de Jerusalén era catastrófica, y un grupo poderoso cerraba los ojos a la realidad que el profeta veía venir, no porque aceptase la derrota de Babilonia que estaba llegando, pero tampoco era partidario de echarse en manos de otro poderoso como Egipto.
Dios, Yahvé, es la fuente viva, y los otros dioses, las cisternas agrietadas y de aguas estancadas (Jer 2,13). Ahora, quiere decirnos el texto, recibe el profeta su merecido por hablar contra la clase dominante, por proclamar la palabra de Dios y no acomodarse a los mandatos humanos. Pero los profetas aman lo propio, su religión, pero de otra manera. Los otros, los opositores, los situados, quieren encerrar la palabra de vida en una cisterna para ver si se pudre. Pero la palabra profética nunca muere. Alguien se compadece de Jeremías, y el rey, quizá por respeto, lo permite liberar.

Jesús, un creyente de verdad.
La segunda lectura viene a completar aspectos de la liturgia del domingo anterior y del famoso c. 11 de la carta sobre el tema de la fe; la fe como combate en el largo caminar del pueblo cristiano que peregrina hacia el futuro. Pero el autor de la carta sabe presentar bien las cosas y habla de Jesús como de nuestro modelo, superando a todos los antepasados, y por eso se le llama « iniciador y consumador de nuestra fe». Esto se debe interpretar en el sentido con el que Jesús, en las tentaciones, en Getsemaní, tuvo que mantener ese combate de la fe que le llevará a la victoria. No lo tenía todo conquistado, tuvo que luchar, era humano, muy humano, aunque fuera Dios. Este aspecto es, cristológicamente hablando, muy sugerente y siempre se habla de Jesús como si no hubiera tenido fe, confianza, emunah en Dios. Eso sería negar la humanidad de Jesús, la fuerza de la realidad de la encarnación.
Eso significa, pues, que la fe es imprescindible para vivir, para dar sentido a la vida. La fe, por tanto, no es aceptar fórmulas, sino que es un combate entre la vida y la muerte, entre la vida ética y la vida sin sentido. Es de esa manera como se presenta a Jesús, en ese combate que le lleva hasta dar la vida. El autor trata de ser práctico o parenético: Jesús no hubiera dado su vida por nosotros, para vencer el pecado del mundo, si no hubiera sido un gran creyente. No era un “dios que se pasea por la tierra”, sino el creyente verdadero “capaz de Dios” (capax Dei) en su vida hasta la consumación de todo. El antagonismo contra el pecado (usa el verbo antagônidsomai) se ha convertido en la fuerza trasformadora de su vida y esa debe ser la actitud cristiana para el autor de Hebreos.

El fuego del amor que trasforma el mundo.
Y en este ámbito de radicalidades que la lecturas de este domingo ponen de manifiesto, aparece el texto del evangelio de Lucas (12,49-53) con todas sus contradicciones semíticas, con su lenguaje de símbolos, de contrastes orientales: paz-guerra, amor-odio. Jesús profetiza prendiendo fuego al mundo; trayendo una guerra, un combate, mejor, al que invita a participar. Estas palabras de Jesús nos hablan de la radicalidad de su mensaje evangélico. Este es radical porque busca la raíz de las cosas. En todo caso no debemos evitar la pregunta en lo que respecta al qué hacer para llevar a la práctica el seguimiento de Jesús y, en consecuencia, la radicalidad por la que hay que optar. Sabemos que estas palabras se trasmiten en el ámbito de un grupo apocalíptico, radicales itinerantes cristianos de primera hora, al menos en una primera fase, que muestra lo en serio que se tomaron el evangelio de Jesús.
Consideramos que el espíritu de la radicalidad de estas palabras de Jesús permanece y debe mantener su vigor en medio del realismo que sin duda nos apremia. La radicalidad obedece a una mentalidad, a unas circunstancias, que no pueden ser las mismas para el s. XXI. Jesús era un hombre de su tiempo que usaba también el lenguaje de su tiempo. Él hablaba sirviéndose de metáforas, imágenes y comparaciones entendidas en aquella época. Porque ¿a dónde nos llevaría una interpretación literal del evangelio de hoy, o un dicho como “si alguno viene a mi y no odia a su padre, a su madre, a su mujer, a sus hijos, no puede ser discípulo mío” (Lc 14,26), cuando él mandó amar a todos, incluso a los enemigos? No se puede pedir amar a los enemigos y “odiar” a los padres o hermanos, ¡sería absurdo! Pero el espíritu de lo que Jesús quería expresar permanece: frente a este mundo, el evangelio es un signo de contradicción. Hay que amar, no odiar; pero el amor, frente a este mundo injusto y de desamor, es una guerra. Lo será siempre. En realidad es una guerra en la que no caben medias distintas y en la que los lazos familiares pueden saltar por los aires.

No es posible olvidar que estamos hablando desde la analogía, del contraste y el simbolismo. Los profetas itinerantes, casi como unos filósofos cínicos para algunos, se expresaban así: ¿los míos o Jesús? ¿yo o el evangelio? Son palabras proféticas que siempre mantendrán su vigencia, sin que las rebajemos a lo inútil. Algunos han hablado del “terrorismo” o el “fundamentalismo” de la ética cristiana. Es posible que los conceptos de actualidad puedan resultar explicativos… pero no es ni terrorismo ni fundamentalismo, sino que cuando el evangelio se vive con radicalidad nuestra vida no puede ser como siempre, como se ha aprendido de los “nuestros”, porque los “nuestros” pueden estar lejos del proyecto profético de Jesús. Lo que se ha mamado en nuestro ámbito no siempre es lo mejor. Los “nuestros” son más nuestros cuando vivimos la radicalidad del amor y eso trae fuego a la tierra. A los nuestros los amamos, pero sin renunciar a lo que Dios desea. Eso lo vivió Jesús como experiencia liberadora que quiso trasmitir a los suyos, para cambiar una religión “nuestra” que no tenía vida. Y si “los nuestros” no nos aceptan en esta guerra de amor, desde el evangelio y con el evangelio, seguirán siendo los nuestros, pero no haremos lo que ellos quieren. Los nuestros, a veces, piden odio o venganza: ahí está la guerra, el fuego del evangelio. Esa fue la experiencia del profeta de Galilea.
Lucas 12, 49-53
«¿Creéis que he venido a traer paz a la tierra?»
-De labios de Jesús- escuchamos afirmaciones estremecedoras: «He venido a encender fuego en el mundo» (Lc 12,49); «¿creéis que he venido a traer paz a la tierra? Pues os digo que no, sino división» (Lc 12,51). Y es que la verdad divide frente a la mentira; la caridad ante el egoísmo, la justicia frente a la injusticia…
En el mundo -y en nuestro interior- hay mezcla de bien y de mal; y hemos de tomar partido, optar, siendo conscientes de que la fidelidad es “incómoda”. Parece más fácil contemporizar, pero a la vez es menos evangélico.

Nos tienta hacer un “evangelio” y un “Jesús” a nuestra medida, según nuestros gustos y pasiones. Hemos de convencernos de que la vida cristiana no puede ser una pura rutina, un “ir tirando”, sin un constante afán de mejorar y de perfección. Benedicto XVI ha afirmado que «Jesucristo no es una simple convicción privada o una doctrina abstracta, es una persona real cuya entrada en la historia es capaz de renovar la vida de todos».
El modelo supremo es Jesús (hemos de “tener la mirada puesta en Él”, especialmente en las dificultades y persecuciones). Él aceptó voluntariamente el suplicio de la Cruz para reparar nuestra libertad y recuperar nuestra felicidad: «La libertad de Dios y la libertad del hombre se han encontrado definitivamente en su carne crucificada» (Benedicto XVI). Si tenemos presente a Jesús, no nos dejaremos abatir. Su sacrificio representa lo contrario de la tibieza espiritual en la que frecuentemente nos instalamos nosotros.
La fidelidad exige valentía y lucha ascética. El pecado y el mal constantemente nos tientan: por eso se impone la lucha, el esfuerzo valiente, la participación en la Pasión de Cristo. El odio al pecado no es cosa pacífica. El reino del cielo exige esfuerzo, lucha y violencia con nosotros mismos, y quienes hacen este esfuerzo son quienes lo conquistan (cf. Mt 11,12).

«Sintamos la ilusión de llevar el fuego divino de un extremo a otro del mundo, de darlo a conocer a quines nos rodean: para que también ellos conozcan la paz de Cristo y, con ella, encuentren la felicidad» (San Josemaría)
«El fuego del cual habla Jesús es el fuego del Espíritu Santo, presencia viva y operante en nosotros desde el día de nuestro Bautismo. Jesús desea que el Espíritu Santo estalle como el fuego en nuestro corazón» (Francisco)
«En su Pascua, Cristo abrió a todos los hombres las fuentes del Bautismo. En efecto, había hablado ya de su pasión que iba a sufrir en Jerusalén como de un ‘Bautismo’ con que debía ser bautizado. La sangre y el agua que brotaron del costado traspasado de Jesús crucificado son “figuras” del Bautismo y de la Eucaristía» (Catecismo de la Iglesia Católica, nº 1.225)
EL SEÑOR LES DA LA PAZ
Fuente: Jorge Armando Girón Sosa
PRESBITERO

-
Chetumalhace 23 horas
FALLECE JESÚS MARTÍNEZ ROSS, PRIMER GOBERNADOR CONSTITUCIONAL DE QUINTANA ROO
-
Chetumalhace 4 horas
CLIMA EN QUINTANA ROO ESTE 16 DE SEPTIEMBRE: ENTRE LLUVIAS Y CALOR, ASÍ DESPIERTA EL CARIBE MEXICANO
-
Opiniónhace 4 horas
HISTÓRICO GRITO DE INDEPENDENCIA: CLAUDIA SHEINBAUM SE CONVIERTE EN LA PRIMERA MUJER PRESIDENTA EN ENCABEZAR LA CEREMONIA EN PALACIO NACIONAL
-
Playa del Carmenhace 4 horas
ESTEFANÍA MERCADO MARCA UN HITO EN PLAYA DEL CARMEN CON HISTÓRICO GRITO DE INDEPENDENCIA
-
Cozumelhace 3 horas
CHACÓN ENCABEZA CONMEMORACIÓN HISTÓRICA DEL CCXV ANIVERSARIO DE LA INDEPENDENCIA EN COZUMEL
-
Puerto Moreloshace 3 horas
PUERTO MORELOS VIBRA CON EL 215 ANIVERSARIO DEL GRITO DE INDEPENDENCIA
-
Gobierno Del Estadohace 3 horas
MÁS DE 12 MIL QUINTANARROENSES VIVEN UNA NOCHE HISTÓRICA DE INDEPENDENCIA JUNTO A MARA LEZAMA
-
Isla Mujereshace 3 horas
ISLA MUJERES VIBRA CON EL GRITO DE INDEPENDENCIA ENCABEZADO POR ATENEA GÓMEZ