Opinión
Aguakán, el fin de una concesión

“El Minotauro”
Por: Nicolás Durán de la Sierra
Tras el anuncio días atrás del Plan Hídrico Nacional de la presidenta Claudia Sheinbaum, proyecto que busca, en lo toral, garantizar el acceso al agua potable a toda la población y luego, con la suma de la gobernadora Mara Lezama al dicho plan, pareciera que está próximo el fin de Aguakán en Quintana Roo, al menos en su operación actual, que es la que puso en entredicho a la empresa.
Esto, claro, aparte de los escándalos de corrupción en los que se han visto envueltas la propia empresa y figuras aún vigentes de la política estatal.
El anuncio presidencial en la capital del país es no sólo la concreción de una política iniciada en el sexenio anterior, sino también la cúspide de acuerdos de alto nivel con las empresas del ramo, entre ellas el holding BlackRock firma que administra fondos de inversión en todo el mundo, y a la que se liga con Aguakán, entre otras concesionarias de agua potable en México.
Cabe destacar que el plan hídrico abarca un amplio espectro, no sólo las concesiones, como por ejemplo la instalación de dos plantas desalinizadoras que impulsa el gobierno de Mara Lezama en Holbox y Cozumel, o el uso de paneles solares para facilitar el suministro del líquido en áreas rurales del Estado; se trata, pues, de un proyecto señero del nuevo gobierno federal.
El problema con Aguakán no está en el servicio en sí, aunque esto no signifique que su operación sea óptima, sino en el abusivo costo del abasto del líquido en el norte estatal, y hete allí uno de los puntos críticos: el regulador de la empresa es el congreso, pues este fija el costo del abasto, y la amplitud de la concesión; esto es, que la empresa requiere del aval oficial.
La maniobra más turbia entre concesionaria y el poder legislativo, la que originó la posible salida de la primera, ocurrió en el 2013, en el gobierno de Roberto Borge, cuando la XIV Legislatura, liderada por José Luis Toledo, amplió la concesión de Aguakán hasta el 2053; la empresa alega que, en contraprestación al gobierno estatal de entonces, abonó mil 50 millones de pesos, sin que hasta la fecha se sepa dónde están.
La disputa está en tribunales, enfangada sin visas de pronta solución, en un “punto muerto” que permite a Aguakán seguir operando. El trance rebasó la esfera de la legislatura actual en su afán por revocar la concesión hasta el 2053. Es aquí donde el dicho plan puede ser la salida al conflicto al regular desde la federación el costo y abasto del agua.
Quizá la solución del problema con Aguakán no sea retirarle la concesión, sino regular su servicio desde el poder federal, el que puede negociar, por ejemplo, con entes poderosos como BlackRock.
Nota:Las opiniones vertidas por nuestros colaboradores son responsabilidad de quienes las emiten.

EN LA OPINIÓN DE:
Memoria, emoción y verdad: las fiestas patrias en un país inseguro

Más allá del grito una mirada psicológica de la celebración
Bitácora de la Rebelión
Por: Psic.Alex Barrera**
A pesar de todo y en cualquier circunstancia los mexicanos, nos distinguimos de otras naciones por nuestra alegría y por el impulso que demostramos en todo lo que hacemos, el gran fervor de los mexicanos por su nación aun en circunstancias tan adversas como las que vivimos en nuestra era es inamovible, porque no deja nunca el mexicano incluso cuando vive en el extranjero de sentir una gran conexión con su patria, haciendo que millones de extranjeros en el mundo no sólo admiren ese fervor sino que se sumen a ese increíble sentimiento que se da al conocer lo que una nación como México ofrece.
Las fiestas patrias funcionan como dispositivos de memoria colectiva: nos convocan a recordar una historia compartida, a cantar himnos, a envolvernos en colores y rituales que reconstruyen, por unas horas, una identidad colectiva. Esa emoción compartida que mezcla, orgullo, nostalgia y alegría; tiene un efecto psicológico real: crea cohesión, reduce la sensación de soledad y permite experimentar gratitud por pertenecer a algo mayor que nosotros mismos. Pero en México, donde la vida cotidiana se ve atravesada por la inseguridad y la violencia, esa celebración también exige honestidad sobre qué memorias elegimos exaltar y cuáles preferimos silenciar.
La memoria histórica cumple funciones terapéuticas: refrenda que no estamos solos, que nuestra historia tiene continuidad y sentido. En contextos de fragilidad social, los rituales nacionales pueden facilitar redes de apoyo y resiliencia comunitaria; compartir comida, música y calles en fiestas públicas reduce el aislamiento y genera capital social. No obstante, la imagen de una nación unida por la festividad puede convertirse en un barniz emocional si la realidad subyacente (delitos, miedo, victimización) queda fuera del relato.
Sin embargo, en 2025, las condiciones de un país secuestrado por el miedo y la violencia dejan muy lejana la posibilidad de poder abrazar el bienestar psicológico, por el contrario, nos pone en una total situación de fragilidad social, ante el miedo latente de una catástrofe que pone en peligro nuestro bienestar y que nos arrebata la alegría y el orgullo nacional.
Este año al menos 22 municipios de seis estados en México suspendieron parcial o totalmente los festejos patrios debido a la inseguridad y a amenazas del crimen organizado. Los casos se concentraron en Michoacán —con Uruapan, Peribán, Zinapécuaro y Tocumbo—, así como en Sinaloa, donde municipios como San Ignacio y Navolato cancelaron eventos masivos. En Veracruz, localidades como Coxquihui, Cerro Azul, Zozocolco de Hidalgo y Coahuitlán también se vieron obligadas a posponer actividades, mientras que en Oaxaca varios municipios —entre ellos La Reforma, San Juan Bautista Guelache y Magdalena Ocotlán— optaron por ceremonias mínimas. Incluso en zonas urbanas como Iztapalapa (Ciudad de México) y Xalatlaco (Estado de México) se cancelaron verbenas o desfiles.
Estas decisiones reflejan cómo la violencia impacta directamente en la vida comunitaria, alterando rituales colectivos que históricamente han servido para fortalecer la identidad y la memoria compartida, situación que impacta psicológicamente a los individuos que habitan en la comunidad, pues la falta de actividades comunales y la percepción de desconfianza hacia el colectivo social, crea a la larga la sensación de inseguridad que sin duda impacta en el individuo, haciéndole cada vez mucho más insensible al deseo de bienestar colectivo y por tanto incrementa los niveles de cortisol y noradrenalina, sustancias que impactan directamente en la salud.
Duele entonces, porque el miedo se apodera del colectivo y golpea a la comunidad en el orgullo y ahí en el día que se logró la independencia, se encuentra la frustración de que quizá se ha perdido de nuevo y de la peor manera porque allá en la lejanía del tiempo pasado donde el rugir de las armas y los gritos de libertad recuperaron el orgullo mexicano en contra de un “extraño enemigo” hoy “quien profana tu suelo” no lleva arma, ni puede caminar, como entonces se combate a un enemigo sin forma física? ¿Cómo entonces se levantan los hijos de la patria contra la violencia?
Esa realidad de miedo constante está documentada: en junio de 2025, según datos del INEGI, el 63.2% de la población adulta en las áreas urbanas manifestó que vivir en su ciudad es inseguro; las mujeres se sienten particularmente vulnerables (68.5% vs. 56.7% de los hombres). Estos porcentajes muestran que la percepción de inseguridad es amplia y persistente en la vida cotidiana de millones de mexicanos.
Además, la victimización no es un dato menor: según la ENVIPE 2024, en 2023 el 27.5% de los hogares en México registró al menos una integrante víctima de delito, un recordatorio de que la amenaza no es sólo percibida, sino vivida por muchas familias cuya vida, dicho sea de paso, no es la misma después de afrontar un crimen.
Frente a estos datos, las fiestas patrias tienen una doble lectura psicológica. Por un lado, ofrecen un espacio legítimo para la reparación simbólica: la celebración colectiva puede aliviar tensiones, ofrecer momentos de alegría compartida y reactivar vínculos comunitarios necesarios para la salud mental.
Por otro lado, cuando el relato nacional omite las heridas abiertas (personas desaparecidas, zonas de alto riesgo, desconfianza institucional) genera lo que la psicología social llama disonancia cognitiva colectiva: la tensión entre el orgullo proclamado y la experiencia real de inseguridad. Esa disonancia puede profundizar el sentimiento de traición o desamparo cuando el orgullo patriótico se percibe como una máscara que oculta fracasos estatales en seguridad y justicia.
El nacionalismo emocional tiene otra trampa: su capacidad para cohesionar puede acompañarse de exclusión. Una celebración que pone énfasis en símbolos y héroes puede silenciar memorias locales o críticas necesarias, y eso erosiona la confianza cívica. En contextos donde, por ejemplo, algunas ciudades aparecen entre las más violentas del mundo y las cifras de homicidios siguen siendo altas, la narrativa festiva sin autocrítica corre el riesgo de normalizar la violencia como un telón de fondo inevitable. Recientes reportes periodísticos como el realizado por el diario internacional “El País” y análisis sobre violencia urbana muestran que, pese a ligeras mejoras en algunos indicadores, siguen existiendo focos críticos que condicionan la vida cotidiana de amplios sectores.
¿Qué puede hacer la sociedad civil y el periodismo en este cruce entre memoria y violencia? Primero, reclamar una celebración que sea también espacio de memoria plural: plazas y actos donde, además de elogiarnos, se reconozca a las víctimas y se visibilicen las demandas de justicia. Segundo, promover rituales de civismo que incluyan reflexión: minutos de silencio, mesas comunitarias después del desfile, conciertos que donen recursos a programas de atención psicosocial. Tercero, aprovechar la energía colectiva para movilizar vínculos solidarios concretos —redes de apoyo vecinal, brigadas culturales en zonas afectadas, campañas de prevención— que traduzcan el orgullo en acción social.
En suma, las fiestas patrias pueden y deben ser fuente de gratitud y alegría compartida: son necesarias. Pero su poder simbólico será más sano y profundo si se acompaña de verdad histórica y responsabilidad colectiva. Celebrar sin mirar las heridas es perpetuar la ilusión; celebrar reconociéndolas es construir una nación que cuida a sus habitantes y que convierte la memoria en motor de cambio. Si la unión emocional que generan nuestros himnos y colores se traduce en diálogos reales sobre seguridad, justicia y apoyo comunitario, entonces la psicología de la celebración habrá cumplido su mejor propósito: no sólo hacernos sentir parte de algo, sino ayudarnos a proteger lo que celebramos, porque claro está: “Piensa patria querida que el cielo un soldado en cada hijo te dio”
** Además de 10 años de experiencia como comunicólogo, ejerciendo el periodismo. Alex Barrera es también psicólogo por la UNAM con profundización en desarrollo.
Actualmente brinda terapia clínica con enfoque Biopsicosocial.
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Opinión
HISTÓRICO GRITO DE INDEPENDENCIA: CLAUDIA SHEINBAUM SE CONVIERTE EN LA PRIMERA MUJER PRESIDENTA EN ENCABEZAR LA CEREMONIA EN PALACIO NACIONAL

Ciudad de México, 15 de septiembre de 2025.— En una noche cargada de simbolismo y emoción, la presidenta Claudia Sheinbaum Pardo encabezó por primera vez el Grito de Independencia desde el balcón central de Palacio Nacional, marcando un hito en la historia política de México como la primera mujer en ocupar este cargo y liderar esta ceremonia emblemática.
A las 11:00 p.m., ante miles de personas reunidas en el Zócalo capitalino, Sheinbaum pronunció con firmeza los nombres de los héroes patrios y concluyó con un enérgico “¡Viva México!”, seguido por el repique de campanas y un espectáculo de fuegos artificiales que iluminó el cielo de la capital.
La ceremonia estuvo acompañada por un despliegue cultural que incluyó música tradicional, danzas regionales y una destacada presencia de mujeres en los actos protocolarios, reflejando el compromiso de la nueva administración con la inclusión y la equidad.
Este Grito no solo conmemora la lucha por la independencia, sino que también representa un avance significativo en la participación política de las mujeres en México. Diversos sectores sociales han celebrado el momento como un símbolo de transformación y esperanza para las futuras generaciones.
La presidenta Sheinbaum reafirmó su compromiso con la justicia social, la paz y el fortalecimiento de la democracia, en un mensaje que resonó más allá de las fronteras nacionales.
Fuente: 5to Poder Agencia de Noticias

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