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La importancia del  Acta de Ginebra para Quintana Roo

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Por Hugo Alday Nieto

México forma parte del Arreglo de Lisboa relativo a la Protección de las Denominaciones de Origen y su Registro Internacional suscrito por México el 26 de octubre del 2000, dicho instrumento internacional se encuentra de igual forma contenido en la Ley Federal para la Protección de la Propiedad Industrial vigente en sus artículos 264 y 265, es decir, forma parte del derecho positivo mexicano.

En Quintana Roo, contamos con una de las 16 denominaciones de origen que tiene el país y que se distribuyen en alimentos, bebidas y productos artesanales misma que se obtuvo a través de una Controversia Constitucional en 2008 de la que emanó la DECLARATORIA DE PROTECCIÓN DE LA DENOMINACIÓN DE ORIGEN DEL CHLE HABANERO DE LA PENÍNSULA DE YCATÁN, en la que tuve el gran honor de representar a Quintana Roo ante la Suprema Corte de Justicia de la Nación contra el Ejecutivo Federal (Felipe Calderon) y el estado de Yucatán (Yvonne Ortega).

De igual forma, recientemente en el Diario Oficial de la Federación se publicó la DECLARACIÓN DE PROTECCIÓN DE LA INDICACIÓN GEOGRÁFICA CHICLE MAYA DE QUINTANA ROO Y CAMPECHE suscrita con fecha 15 de octubre de 2024, por la Directora Divisional de Marcas del Instituto Mexicano de la Propiedad Industrial, Mayra Elena Ramos González, lo que le da a Quintana Roo la posibilidad de seguir siendo parte del mundo de la efectiva gestión de derechos de propiedad industrial en el campo, con la única diferencia de que la IG del Chicle es privada y la DO del Chile Habanero de la Península de Yucatán, además de ser propiedad del Estado Mexicano, se deriva de una solicitud del gobierno del estado de Quintana Roo.

Sin embargo, Quintana Roo es una importante fuente en potencia de indicaciones geográficas que requieren una protección inmediata en el ámbito internacional para la protección de diversos productos agroindustriales como la Miel Melipona, la Pitahaya, el Tzalam, Pulpo Maya, y el Cacao (marca Mazorca Negra) así como diversos textiles y bordados emanados de pueblos originarios como aquellas amparadas bajo la marca XPichil, entre otras, que puedan impactar económicamente de manera directa a los productores locales, lo anterior de conformidad con la reciente visita de la delegación quintanarroense al director general del Instituto Mexicano de la Propiedad Industrial.

El Acta de Ginebra del Arreglo de Lisboa relativo a las Denominaciones de Origen y las Indicaciones Geográficas, que fue adoptado el 20 de mayo de 2015, entró en vigor el 26 de febrero de 2020, y cuenta ya con las siguientes Partes Contratantes: Albania, Boznia y Hezergovina, Burkina Faso, Cabo Verde, Camboya, Congo; Costa Rica,  Costa de Marfil, Djibouti, Eslovaquia, Federación Rusa, Francia, Gabón, Ghana, Hungría, Italia, Mali, Montenegro, Nicaragua, Oman, La oficina africana de propiedad intelectual, Perú, Portugal, República Checa, República de Moldova, República Democrática Popular de Lao, República Democrática Popular de Corea, Rumania, Samoa, Santo Tomé y Principe, Senegal, Suiza, Togo, Túnez y la Unión Europea.

En términos generales, una indicación geográfica es un signo utilizado en productos que tienen un origen geográfico concreto y cuyas cualidades, prestigio o características son atribuibles esencialmente a ese lugar. Algunos requisitos de las denominaciones de origen, por ejemplo, que las materias primas hayan sido extraídas del lugar de origen y que la elaboración del producto también se lleve a cabo en ese lugar, no tienen necesariamente la misma importancia para que un producto pueda protegerse como indicación geográfica.

Las ventajas de ratificar el Acta de Ginebra, es que México podrá obtener protección en las demás Partes Contratantes para sus denominaciones de origen y sus indicaciones geográficas, independientemente de la naturaleza de los productos para los que solicite la protección. Dicha protección podrá obtenerse mediante un único procedimiento de registro en la Organización Mundial de la Propiedad Intelectual, lo que simplifica los trámites y costos. Además, la protección de toda denominación de origen o indicación geográfica registrada en virtud del Acta permanecerá vigente todo el tiempo que esté protegida en la Parte Contratante de origen.

En este sentido mediante oficio SG/UE/230/1996/22 de fecha 23 de agosto del año 2022 suscrito por el encargado de despacho de la Unidad de Enlace  de la Secretaría de Gobernación, dirigido a la presidencia de la mesa directiva de la comisión permanente del Senado de la República, fue turnado en alcance el oficio número 100.2022.OEL.120 de esa misma fecha, suscrito por el titular de la oficina de Enlace Legislativo de la Secretaría de Economía, mediante el cual, con fundamento en lo dispuesto en los artículos 27 fracción tercera de la Ley Orgánica de la Administración Pública Federal, 31 del Reglamento Interior de la Secretaría de Gobernación y en cumplimiento a lo establecido por los artículos 76, fracción primera y 89 fracción décima de la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos; 5,6 y 8 de la Ley Sobre la Aprobación de Tratados Internacionales en Materia Económica, se hizo llegar el INFORME DE LA SECRETARÍA DE ECONOMÍA A LA CÁMARA DE SENADORES DEL H. CONGRESO DE LA UNIÓN SOBRE LAS NEGOCIACIONES COMERCIALES EN TURNO, señalando expresamente que:

“La adhesión al Acta de Ginebra de 2015 traerá grandes beneficios económicos para México coma los sectores productores y de comercialización, así como los consumidores de los productos amparados por las denominaciones de origen coma ya que permitirá impulsar la comercialización de los productos de alta calidad amparados por las denominaciones de origen e indicaciones geográficas mexicanas a nivel nacional e internacional.

En caso de que México no se adhiera al Acta de Ginebra del 2015 coma los productores mexicanos no tendrán el beneficio de que sus productos amparados por denominaciones de origen e indicaciones geográficas mexicanas puedan comercializarse exitosamente en las partes contratantes del acta de ginebra de 2015 coma gracias a las bondades y protección legal que brinda el tratado.”

En dicho Informe, la Secretaría de Economía solicitó al Senado de la República la adhesión de México al Acta de Ginebra del Arreglo de Lisboa Relativo a las Denominaciones de Origen y las Indicaciones Geográficas por los beneficios y facilidades que generará a los productores primarios y secundarios de la agroindustria, principalmente y, por ende, representa para Quintana Roo un instrumento de gran importancia para la diversificación de la economía en la zona maya y sur del Estado.

Es por lo antes expuesto que, hace unos días ante el Pleno del Congreso de Quintana Roo, solicité se aprobase un exhorto para que el Senado ratificara dicho instrumento en el entendido de que aprovechando este instrumento la SEDARPE y la SEDE en coordinación con el Congreso de Estado, podrán actuar de forma más ágil ante el Instituto Mexicano de la Propiedad Industrial en beneficio de los productores quintanarroenses.

Ahora todo depende primero, de que el Pleno de la XVIII Legislatura de Quintana Roo lo vote a favor, y segundo, que el Senado de la República haga lo propio para ratificar el documento internacional para poder accionar en el estado.

Nota:Las opiniones vertidas por nuestros colaboradores son responsabilidad de quienes las emiten.

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La criatura que nos mira: identidad, mirada ajena y el espejo psicológico en Frankenstein de Guillermo del Toro 

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En un entorno donde tantas voces compiten por definirnos, el acto más radical es elegir seguir siendo más allá del juicio ajeno

Conciencia Saludablemente

Por: Psicol. Alex Barrera**

Como fiel seguidora del cine sobre todo como una gran admiradora de la visión fantástica del director Guillermo del  Toro no podía perder la oportunidad de compartir con usted mi estimado lector un breve análisis sobre Frankenstein, la reciente entrega de uno de los directores más queridos de México. 

Y es que, al revisar sus más emblemáticas películas, no podemos dejar de lado que además del gozo increíble que significa la obra visual de quien me permito llamar maestro, se encuentra una marcada tendencia del creador a resaltar siempre temas profundamente filosóficos en sus producciones.  

En Frankenstein, una reinterpretación visualmente poderosa y emocionalmente compleja, la historia clásica de Mary Shelley recupera su esencia original: no es un relato de monstruos, sino una meditación profunda sobre lo que significa ser visto, nombrado y definido por otros. Del Toro coloca el foco en uno de los conflictos humanos más estudiados: la identidad que construimos, y en aquella que otros construyen de nosotros. 

La criatura, construida a partir de fragmentos, ensamblada desde lo roto, encarna una verdad psicológica tan vigente hoy como en la época de Shelley: somos el resultado de muchas manos, voces y expectativas que moldean nuestra forma de vivirnos. El “monstruo” no nace monstruoso; se vuelve tal cuando descubre que el mundo lo mira sin posibilidad de redención, añadiendo además que el monstruo no eligió ser así, sino que es creado por una figura incapaz de mirar en él otra cosa que su propio abismo personal, el creador sufre de igual forma por el deseo de una confirmación externa que no llega. Ese choque entre la autoimagen y la mirada ajena es, quizá, uno de los dilemas más profundos de la psicología contemporánea. 

La mirada del otro como espejo 

En psicología, la identidad se construye de manera relacional. Desde Cooley y su concepto del self reflejado, hasta los aportes más recientes sobre autoimagen y validación social, como los de Zygmunt Bauman y Judith Butler; sabemos que los seres humanos aprendemos a ser en función de cómo creemos que los demás nos perciben. Esa dinámica se intensifica cuando la mirada ajena es hostil, reduccionista o violenta, y no deja paso a lo diferente. 

Del Toro enfatiza este punto: la criatura experimenta el mundo con asombro y curiosidad, pero la sociedad le responde con miedo, miedo que se trasforma en violencia. Ante cada gesto de rechazo, él aprende una lección: “no soy quien creo, soy lo que ellos temen”. Y cuando esa enseñanza se repite, cuando la identidad se edifica con ladrillos de desprecio, el resultado es inevitable: una fractura psicológica profunda. 

La psicología clínica lo observa en múltiples ámbitos: personas que crecen bajo etiquetas dañinas, niños a quienes se les llama “problemáticos”, adolescentes que reciben rechazos por su cuerpo, su voz, su forma de ser, hasta llegar a la forma más violenta, personas que son rechazadas por su mera existencia. Como en la película, no es la naturaleza sino la experiencia social la que siembra el conflicto. Y entonces la idea queda implícitamente expresada, quien entonces engendra al monstruo, no es sino otro monstruo.  

Del Toro y la compasión como respuesta estética 

Guillermo del Toro, fiel a su visión humanista y con una inefable belleza, no demoniza a la criatura, sino que la convierte en el concepto de la dualidad, un ser que a pesar de sus características grotescas, despierta en el espectador un sentimiento de ternura representado con maestría en la bondadosa Elizabeth quien no sólo encuentra la gracia en el monstruo sino que identifica la verdadera fealdad en su creador Frankenstein, y pone al descubierto el gran fallo estructural de la sociedad que rechaza todo aquello que es diferente; así del Toro denuncia la crueldad de una sociedad que no sabe mirar desde la comprensión sino que lo hace desde el prejuicio.  

En su versión, la cámara se detiene en los ojos del monstruo, no para exhibirlo sino para invitarnos a reconocer su dolor. Es un recordatorio estético de una idea psicológica fundamental: la identidad se estabiliza solo cuando alguien nos mira con benevolencia. 

En terapia, y en la vida real, esto se traduce en el poder transformador de una mirada que valida, que reconoce y que acompaña. La criatura de Del Toro sufre esa transformación de la mano de quien no le juzga desde la apariencia, y así tiene la oportunidad de experimentar una conexión auténtica, descubriendo la verdad absoluta que nos lleva a la verdad, el deseo más profundo, que probablemente se encuentra en todo ser humano, y es: ser visto con amor por otro que es como “yo”. 

El rechazo como herida fundacional 

La película subraya un patrón: cada rechazo alimenta la narrativa interna de no pertenencia. Esto resuena con estudios actuales sobre trauma relacional, los cuales muestran que la marginación, el abandono y la deshumanización tienen efectos comparables a heridas físicas. La criatura aprende que su valor depende del juicio externo; aprende a temerse a sí misma porque teme a los otros. 

En términos psicológicos, esta es una condición ideal para la fragmentación de la identidad: cuando lo que somos y lo que se nos permite ser se contradicen, surge el conflicto interno. Del Toro lo muestra con una sensibilidad casi clínica: la criatura oscila entre la búsqueda de afecto y la ira desesperada de quien ha sido quebrado. 

¿Y si fuéramos el doctor Frankenstein? 

La película también sugiere que, como espectadores y como sociedad, ocupamos el lugar del creador. Somos quienes definimos qué merece ser aceptado y qué merece ser repudiado. Todos hemos sido, en algún momento, Frankenstein: creadores de expectativas imposibles, constructores de etiquetas, emisores de juicios que dejan cicatrices. Y en esa triada simbólica que Del Toro construye, el científico, la criatura y Elizabeth, aparece una metáfora poderosa sobre la identidad.  

La criatura, hecha de fragmentos y marcada por el abandono, se convierte en un espejo incómodo: revela lo que otros proyectan sobre ella. Elizabeth, con su mirada compasiva, es la única capaz de ver belleza allí donde otros ven monstruosidad; para ella, aquello que la sociedad desecha adquiere dignidad, humanidad e incluso ternura.  

En cambio, cuando mira al doctor Frankenstein, no encuentra brillantez ni nobleza, sino una forma más profunda de monstruo: el ser que, incapaz de empatía y preso de su propia ambición, destruye lo que crea y luego huye de las consecuencias. En esa inversión moral, la criatura como lo bello inesperado y su creador como lo verdaderamente oscuro, la película nos confronta con un dilema ineludible: ¿somos Elizabeth cuando miramos a los otros con apertura, o somos Frankenstein cuando solo vemos defectos, desviaciones y amenazas? 

La pregunta que subyace a esta analogía es profundamente ética: 
¿qué identidades estamos “creando” o deformando con nuestra forma de mirar? 

En la era digital, todos somos criaturas bajo escrutinio 

Si la criatura de Shelley sufría por la mirada directa, nuestra época añade un espejo más complejo: el digital. Redes sociales, filtros, opiniones al instante, la necesidad perpetua de ajustar quién somos para encajar con una audiencia invisible… La lógica es la misma: permitimos que la mirada del otro determine nuestro valor. Cambia el contexto; permanece la vulnerabilidad. Porque al final la autoimagen se deteriora, se fractura, se desestabiliza, cuando el de afuera devalúa a nuestro propio ser y pone en duda nuestras creencias sobre el “yo” 

Del Toro no habla explícitamente de redes sociales, pero su versión de Frankenstein dialoga con nuestra era: identidades que se modifican para sobrevivir y subjetividades que se fragmentan bajo la presión del juicio público. 

La psicología como espacio para reconstruirnos 

En medio de esa tensión, entre lo que somos y lo que creemos que debemos ser, la psicología ofrece un camino. El trabajo terapéutico ayuda a desmontar identidades construidas desde el miedo, la culpa o la vergüenza. Permite resignificar la mirada ajena, construir una voz interna propia y comprender que nuestra identidad no depende únicamente de lo que los demás interpretan. 

Porque, a diferencia de la criatura de Del Toro, nosotros podemos en conciencia, abrazar nuestras carencias, conocer y entender lo que nos hace diferentes y modificar aquello que nos causa malestar, en un espacio donde seamos vistos sin el peso del juicio: la consulta psicológica. 

Al final el monstruo vive 

La historia de Frankenstein sigue viva porque habla de nosotros: de las veces que hemos sido criaturas, rechazadas o incomprendidas; y de las veces que hemos sido Frankenstein, incapaces de mirar con compasión, dejando en otros un poco del monstruo que a veces somos. La versión de Guillermo del Toro nos recuerda que la identidad es un territorio construido entre muchas miradas, pero que merece ser reclamado. 

“Mientras permanezcas vivo, ¿qué más puedes hacer sino vivir?”

Del Toro cierra con maestría con una frase que no sólo es conmovedora, sino que invita a la resiliencia y al perdón, no hacia el que nos hizo monstruos sino a nosotros mismos por convertirnos en aquello que no es genuino y que nos separa de la bondad. “Mientras permanezcas vivo, ¿qué más puedes hacer sino vivir?” Esa pregunta, sencilla y contundente, que termina de cerrar con la única orden verdadera que un padre puede ofrecerle a su hijo “VIVE”, ofreciendo un final, que nos recuerda que la existencia sigue siendo un gesto de apuesta, incluso cuando el mundo, o la mirada de los otros, parezca negarnos un lugar.  

Vivir implica resistir las narrativas que nos reducen, cuestionar las identidades que nos impusieron y recuperar, con paciencia y valentía, la posibilidad de reescribirnos. En un entorno donde tantas voces compiten por definirnos, el acto más radical es elegir seguir siendo, seguir explorando quiénes somos más allá del juicio ajeno. Porque mientras hay vida, hay margen para la transformación; mientras respiras, existe la oportunidad de regresar a ti, de reconstruir tu historia y de reclamar una identidad que, aun frágil, sigue siendo tuya.  

**Además de 10 años de experiencia como comunicólogo, ejerciendo el periodismo, Alex Barrera es también psicólogo por la UNAM con profundización en desarrollo humano, y especialización en neurobiología de los trastornos mentales, enfocada a la psicología.
Actualmente brinda terapia clínica con enfoque biopsicosocial.

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Belleza artificial, daño real: Estética digital, peligro creciendo en la pantalla 

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Entre la estética virtual y la salud mental: los riesgos psicológicos de vivir en un mundo donde lo “perfecto” se fabrica con un clic.

Conciencia Saludablemente
Por: Psicol. Alex Barrera

Vivimos en una era en la que la apariencia puede alterarse con un gesto: un filtro que afina el rostro, una aplicación que elimina una arruga, una inteligencia artificial que fabrica una imagen perfecta desde cero. Lo que comenzó como un juego estético se ha convertido en un factor de riesgo para la salud mental: la proliferación de filtros y de fotografías generadas por IA está alimentando formas de insatisfacción corporal que, en casos extremos, se traducen en trastornos como la disformia, o dicho de otra forma. la percepción distorsionada de la propia apariencia física, (body dysmorphic disorder, BDD). 

No es una alarma infundada algunas investigaciones recientes y revisiones académicas como la publicada en la revista Springer Nature muestran que las plataformas centradas en la imagen (Instagram, Snapchat, TikTok) y las prácticas de edición cotidiana fomentan comparaciones constantes y expectativas irreales sobre el cuerpo y el rostro.  

La evidencia indica que la exposición continuada a imágenes idealizadas y manipuladas, y el uso recurrente de filtros sobre el propio rostro, se asocian con mayor insatisfacción corporal, baja autoestima y conductas de verificación o evitación, síntomas que caracterizan la disformia, lo preocupante es que para muchos el espejo ya no es el referente inmediato: sino la pantalla.  

Los filtros no son inocuos por dos razones clave. Primero, alteran el estándar de comparación: cuando la norma visible es una versión “mejorada” de la realidad, las personas tienden a medir su valor contra un ideal inalcanzable. Estudios sobre filtros de belleza y efectos cognitivos muestran que estas imágenes generan un “halo” de atributos positivos (mayor atractivo, confianza y hasta credibilidad) que amplifican la presión por parecerse a esas versiones digitales.  

Segundo, la práctica de editar la propia imagen (self-filtering) puede resultar más dañina que observar filtrados ajenos: en primer lugar porque refuerza la idea de ser como “Se supone debo ser” en lugar de promover la “aceptación del como soy”. Manipular el propio rostro fomenta la atención excesiva hacia defectos percibidos y refuerza conductas compulsivas de comprobación.  

La irrupción de la IA complica aún más el panorama. Las imágenes generadas por algoritmos son cada vez más verosímiles y muchas personas dejan de distinguir entre lo real y lo fabricado; esa dificultad para detectar “deepfakes” permite que modelos corporales imposibles circulen como aspiracionales, naturalizando una estética artificial que no se puede alcanzar haciendo que el daño psicológico se vuelva sistémico: no se trata solo de un individuo que sufre, sino de una cultura visual que normaliza la perfección editada y penaliza la diferencia, de forma inconsciente esto decanta en insatisfacción pues no puedo obtener por ningún medio la imagen que la sociedad acepta, lo que termina en trastornos psicológicos que pueden llegar a ser severos.  

¿Cuáles son las consecuencias conductuales?  

En el extremo, la disformia se manifiesta por presencia de pensamientos constantes sobre el tema, búsqueda repetida de seguridad (miradas al espejo, fotos infinitas), evitación social y, en algunos casos, búsquedas de procedimientos estéticos invasivos. En la práctica clínica se observa también un incremento de consultas relacionadas con la insatisfacción facial y el deseo de “corregir” rasgos que llevan a quienes lo padecen a una vida limitada por la preocupación estética, razón por la cual pueden presentarse ataques de ansiedad, evitar tener contacto social, incluso angustia y tristeza constante. 

Ante esto, la terapia psicológica puede ser una buena opción, dado que actualmente los filtros y el uso de IA para mejorar la apariencia son parte del día a día la terapia para fortalecer las habilidades socioemocionales es recomendable, pues al desarrollar ciertas capacidades, el individuo comprende los limites sobre la realidad y lo que es inalcanzable, esto sobre todo en etapas de desarrollo como la adolescencia cuando las personas aún están formando una personalidad propia.   

Los psicólogos aplican técnicas probadas, y actuan como agentes de prevención y educación: los psicólogos pueden desarrollar programas de alfabetización mediática que enseñen habilidades críticas para interpretar imágenes, reducir la comparación social y gestionar la autoimagen; pueden colaborar con escuelas y plataformas para mitigar contenidos nocivos; y pueden adaptar intervenciones digitales (terapia en línea, módulos guiados) para alcanzar a jóvenes expuestos a estos riesgos. Además, el trabajo interdisciplinario con dermatólogos, cirujanos plásticos y educadores es esencial para distinguir deseos estéticos razonables de síntomas clínicos que requieren tratamiento.  

La responsabilidad, sin embargo, no es solo profesional: es colectiva. Empresas tecnológicas deben transparentar cuándo una imagen ha sido alterada o generada por IA; los medios deben abandonar la glorificación de cuerpos uniformes; las escuelas y las familias deben enseñar a las nuevas generaciones a cuestionar la verosimilitud de lo que consumen. Y quienes sienten que la preocupación por su aspecto se ha vuelto persistente, invasiva o limitante, deben saber que pedir ayuda es una decisión de cuidado, de igual manera las personas deben permanecer alerta y saber cuándo alguien a su alrededor está presentando conductas que pueden ponerle en riesgo. 

La belleza filtrada puede dar placer momentáneo, pero la disformia —esa brecha entre imagen ideal y experiencia sufriente— deja cicatrices conductuales y emocionales al individuo, además de un severo daño en el tejido social.

Y la realidad dura que quizá se está dejando de lado es que la popularidad de los filtros y las imágenes creadas por IA revela una crisis silenciosa: la insatisfacción corporal y el malestar psicológico en la era digital, para contrarrestarla hacen falta políticas, educación y, sobre todo, la intervención de profesionales capacitados.

Los psicólogos están listos para intervenir: evaluar, acompañar y ofrecer herramientas que restauren una relación más realista y amable con el propio cuerpo. En un entorno donde lo artificial compite con lo auténtico, esa tarea puede ser la diferencia entre una vida dominada por la imagen y una vivida en plenitud. 

**Además de 10 años de experiencia como comunicólogo, ejerciendo el periodismo, Alex Barrera es también psicólogo por la UNAM con profundización en desarrollo humano, y especialización en neurobiología de los trastornos mentales, enfocada a la psicología.
Actualmente brinda terapia clínica con enfoque biopsicosocial.

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