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Opinión

La ardua labor del DIF

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“Caminos del Mayab”

Por Martín G. Iglesias

El Sistema del Desarrollo Integral de la Familia (DIF) en Quintana Roo, que preside Verónica Lezama Espinosa, realiza una tarea titánica, para acercar los servicios que ofrece a la población quintanarroense, en especial, a las y los más vulnerables.

Quizá, por ser una posición honorífica, no es de mucho interés para aquellos periodistas que están dedicados a replicar todas y cada una de las acciones de gobierno, porque ahí en el DIF en lugar de recibir, muchas veces hay que dar. Estoy seguro, que la mayoría de las personas que trabajan en esa noble institución, tienen amor o compasión por los semejantes.

Pero el DIF es la piedra angular sobre la que se sostiene la “cara amorosa” del Gobierno del Estado, porque a parte de atender a los grupos vulnerables como son las personas de la tercera edad, con capacidades diferentes, niñas y niños, familias en pobreza extrema y mujeres embarazadas; también hace la entrega de desayunos escolares, ‘cobijando con amor’ en temporada de invierno. Sin olvidar las actividades lúdicas, los talleres de diferentes manualidades, la asistencia psicológica, la asesoría jurídica; contribuye a la erradicación de la violencia contra las mujeres; procura evitar el maltrato infantil, la trata de personas menores de edad; entre otras muchas actividades que no se dan a conocer por cuestiones legales.

Quiero ser más específico, es en el DIF, tanto estatal como municipal, donde hay entrega de sillas de ruedas, bastones, medicamentos, traslados de pacientes, ayuda alimentaria, asesoría para la familia; luego entonces es realmente quien contribuye de manera directa con la composición del tejido social; es quien hace posible la mejoría de la calidad de vida de las y los quintanarroenses; ya no digamos de los habitantes de la zona maya, así como de los lugares de marginación de las cabeceras municipales.

Al mismo tiempo, el DIF tiene un brazo ejecutor para recabar las cosas que dona, las llamadas Damas Voluntarias, quienes son las encargadas de órganizar las actividades de recolecta como el llamado “Desayuno del Sombrero”, los boteos en cruceros, rifas de artículos que reciben en donación, entre otras actividades para obtener los recursos que necesitan. No hay que olvidar que también trabajan de la mano con la Beneficencia Pública, con Asociaciones Civiles, con organizaciones nacionales y hasta internacionales.

Luego entonces, por su labor social, el DIF es y será la institución que vea por los más desprotegidos; pero para eso, necesita la ayuda de todos, no solamente de los que trabajan en el, sino de la sociedad en su conjunto. Ahí se las dejo…

SASCAB
Ayer por cuestiones de trabajo tuve que viajar hacia Mérida; durante el trayecto en la autopista, observé que el Tren Maya puede alcanzar una velocidad de hasta 150 kilómetros por hora; así puedo decir que de Cancún a la capital yucateca existe la seguridad de viajar en ese tipo de transporte; tiene paradas en Leona Vicario, Nuevo Xcán, en Quintana Roo; Valladolid, Piste (Chichén Itzá), Izamal y Teya, en Yucatán.

Ojalá podamos acostumbrarnos a utilizar este transporte ferroviario, el servicio es de primera, al menos en el tramo de Cancún a Mérida no nos engañaron; en corto tiempo será conectado a la red eléctrica y entonces sí, veremos a ese Tren correr hasta a 200 kilómetros por hora. Al tiempo…

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EN LA OPINIÓN DE:

Memoria, emoción y verdad: las fiestas patrias en un país inseguro

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Más allá del grito una mirada psicológica de la celebración

Bitácora de la Rebelión
Por: Psic.Alex Barrera**

A pesar de todo y en cualquier circunstancia los mexicanos, nos distinguimos de otras naciones por nuestra alegría y por el impulso que demostramos en todo lo que hacemos, el gran fervor de los mexicanos por su nación aun en circunstancias tan adversas como las que vivimos en nuestra era es inamovible, porque no deja nunca el mexicano incluso cuando vive en el extranjero de sentir una gran conexión con su patria, haciendo que millones de extranjeros en el mundo no sólo admiren ese fervor sino que se sumen a ese increíble sentimiento que se da al conocer lo que una nación como México ofrece.

Las fiestas patrias funcionan como dispositivos de memoria colectiva: nos convocan a recordar una historia compartida, a cantar himnos, a envolvernos en colores y rituales que reconstruyen, por unas horas, una identidad colectiva. Esa emoción compartida que mezcla, orgullo, nostalgia y alegría; tiene un efecto psicológico real: crea cohesión, reduce la sensación de soledad y permite experimentar gratitud por pertenecer a algo mayor que nosotros mismos. Pero en México, donde la vida cotidiana se ve atravesada por la inseguridad y la violencia, esa celebración también exige honestidad sobre qué memorias elegimos exaltar y cuáles preferimos silenciar.

La memoria histórica cumple funciones terapéuticas: refrenda que no estamos solos, que nuestra historia tiene continuidad y sentido. En contextos de fragilidad social, los rituales nacionales pueden facilitar redes de apoyo y resiliencia comunitaria; compartir comida, música y calles en fiestas públicas reduce el aislamiento y genera capital social. No obstante, la imagen de una nación unida por la festividad puede convertirse en un barniz emocional si la realidad subyacente (delitos, miedo, victimización) queda fuera del relato.

Sin embargo, en 2025, las condiciones de un país secuestrado por el miedo y la violencia dejan muy lejana la posibilidad de poder abrazar el bienestar psicológico, por el contrario, nos pone en una total situación de fragilidad social, ante el miedo latente de una catástrofe que pone en peligro nuestro bienestar y que nos arrebata la alegría y el orgullo nacional.

Este año al menos 22 municipios de seis estados en México suspendieron parcial o totalmente los festejos patrios debido a la inseguridad y a amenazas del crimen organizado. Los casos se concentraron en Michoacán —con Uruapan, Peribán, Zinapécuaro y Tocumbo—, así como en Sinaloa, donde municipios como San Ignacio y Navolato cancelaron eventos masivos. En Veracruz, localidades como Coxquihui, Cerro Azul, Zozocolco de Hidalgo y Coahuitlán también se vieron obligadas a posponer actividades, mientras que en Oaxaca varios municipios —entre ellos La Reforma, San Juan Bautista Guelache y Magdalena Ocotlán— optaron por ceremonias mínimas. Incluso en zonas urbanas como Iztapalapa (Ciudad de México) y Xalatlaco (Estado de México) se cancelaron verbenas o desfiles.

Estas decisiones reflejan cómo la violencia impacta directamente en la vida comunitaria, alterando rituales colectivos que históricamente han servido para fortalecer la identidad y la memoria compartida, situación que impacta psicológicamente a los individuos que habitan en la comunidad, pues la falta de actividades comunales y la percepción de desconfianza hacia el colectivo social, crea a la larga la sensación de inseguridad que sin duda impacta en el individuo, haciéndole cada vez mucho más insensible al deseo de bienestar colectivo y por tanto incrementa los  niveles de cortisol y noradrenalina, sustancias que impactan directamente en la salud.

Duele entonces, porque el miedo se apodera del colectivo y golpea a la comunidad en el orgullo y ahí en el día que se logró la independencia, se encuentra la frustración de que quizá se ha perdido de nuevo y de la peor manera porque allá en la lejanía del tiempo pasado donde el rugir de las armas y los gritos de libertad recuperaron el orgullo mexicano en contra de un “extraño enemigo” hoy “quien profana tu suelo” no lleva arma, ni puede caminar, como entonces se combate a un enemigo sin forma física? ¿Cómo entonces se levantan los hijos de la patria contra la violencia?   

Esa realidad de miedo constante está documentada: en junio de 2025, según datos del INEGI, el 63.2% de la población adulta en las áreas urbanas manifestó que vivir en su ciudad es inseguro; las mujeres se sienten particularmente vulnerables (68.5% vs. 56.7% de los hombres). Estos porcentajes muestran que la percepción de inseguridad es amplia y persistente en la vida cotidiana de millones de mexicanos.

Además, la victimización no es un dato menor: según la ENVIPE 2024, en 2023 el 27.5% de los hogares en México registró al menos una integrante víctima de delito, un recordatorio de que la amenaza no es sólo percibida, sino vivida por muchas familias cuya vida, dicho sea de paso, no es la misma después de afrontar un crimen.

Frente a estos datos, las fiestas patrias tienen una doble lectura psicológica. Por un lado, ofrecen un espacio legítimo para la reparación simbólica: la celebración colectiva puede aliviar tensiones, ofrecer momentos de alegría compartida y reactivar vínculos comunitarios necesarios para la salud mental.

Por otro lado, cuando el relato nacional omite las heridas abiertas (personas desaparecidas, zonas de alto riesgo, desconfianza institucional) genera lo que la psicología social llama disonancia cognitiva colectiva: la tensión entre el orgullo proclamado y la experiencia real de inseguridad. Esa disonancia puede profundizar el sentimiento de traición o desamparo cuando el orgullo patriótico se percibe como una máscara que oculta fracasos estatales en seguridad y justicia.

El nacionalismo emocional tiene otra trampa: su capacidad para cohesionar puede acompañarse de exclusión. Una celebración que pone énfasis en símbolos y héroes puede silenciar memorias locales o críticas necesarias, y eso erosiona la confianza cívica. En contextos donde, por ejemplo, algunas ciudades aparecen entre las más violentas del mundo y las cifras de homicidios siguen siendo altas, la narrativa festiva sin autocrítica corre el riesgo de normalizar la violencia como un telón de fondo inevitable. Recientes reportes periodísticos como el realizado por el diario internacional “El País” y análisis sobre violencia urbana muestran que, pese a ligeras mejoras en algunos indicadores, siguen existiendo focos críticos que condicionan la vida cotidiana de amplios sectores.

¿Qué puede hacer la sociedad civil y el periodismo en este cruce entre memoria y violencia? Primero, reclamar una celebración que sea también espacio de memoria plural: plazas y actos donde, además de elogiarnos, se reconozca a las víctimas y se visibilicen las demandas de justicia. Segundo, promover rituales de civismo que incluyan reflexión: minutos de silencio, mesas comunitarias después del desfile, conciertos que donen recursos a programas de atención psicosocial. Tercero, aprovechar la energía colectiva para movilizar vínculos solidarios concretos —redes de apoyo vecinal, brigadas culturales en zonas afectadas, campañas de prevención— que traduzcan el orgullo en acción social.

En suma, las fiestas patrias pueden y deben ser fuente de gratitud y alegría compartida: son necesarias. Pero su poder simbólico será más sano y profundo si se acompaña de verdad histórica y responsabilidad colectiva. Celebrar sin mirar las heridas es perpetuar la ilusión; celebrar reconociéndolas es construir una nación que cuida a sus habitantes y que convierte la memoria en motor de cambio. Si la unión emocional que generan nuestros himnos y colores se traduce en diálogos reales sobre seguridad, justicia y apoyo comunitario, entonces la psicología de la celebración habrá cumplido su mejor propósito: no sólo hacernos sentir parte de algo, sino ayudarnos a proteger lo que celebramos, porque claro está: “Piensa patria querida que el cielo un soldado en cada hijo te dio”

** Además de 10 años de experiencia como comunicólogo, ejerciendo el periodismo. Alex Barrera es también psicólogo por la UNAM con profundización en desarrollo.
Actualmente brinda terapia clínica con enfoque Biopsicosocial.

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Opinión

HISTÓRICO GRITO DE INDEPENDENCIA: CLAUDIA SHEINBAUM SE CONVIERTE EN LA PRIMERA MUJER PRESIDENTA EN ENCABEZAR LA CEREMONIA EN PALACIO NACIONAL

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Ciudad de México, 15 de septiembre de 2025.— En una noche cargada de simbolismo y emoción, la presidenta Claudia Sheinbaum Pardo encabezó por primera vez el Grito de Independencia desde el balcón central de Palacio Nacional, marcando un hito en la historia política de México como la primera mujer en ocupar este cargo y liderar esta ceremonia emblemática.

A las 11:00 p.m., ante miles de personas reunidas en el Zócalo capitalino, Sheinbaum pronunció con firmeza los nombres de los héroes patrios y concluyó con un enérgico “¡Viva México!”, seguido por el repique de campanas y un espectáculo de fuegos artificiales que iluminó el cielo de la capital.

La ceremonia estuvo acompañada por un despliegue cultural que incluyó música tradicional, danzas regionales y una destacada presencia de mujeres en los actos protocolarios, reflejando el compromiso de la nueva administración con la inclusión y la equidad.

Este Grito no solo conmemora la lucha por la independencia, sino que también representa un avance significativo en la participación política de las mujeres en México. Diversos sectores sociales han celebrado el momento como un símbolo de transformación y esperanza para las futuras generaciones.

La presidenta Sheinbaum reafirmó su compromiso con la justicia social, la paz y el fortalecimiento de la democracia, en un mensaje que resonó más allá de las fronteras nacionales.

Fuente: 5to Poder Agencia de Noticias

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