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Opinión

Canadá y la descentralización

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Opinión / Cicuta del Caribe XCIII

• Dubái desplaza a Cancún como sitio más visitado del mundo
• Frenan construcción del aeropuerto de Tulum; no hay dinero
• Cancún, sede del Congreso Latinoamericano de Bodas 2023
• Cirugías estéticas, nicho al alza en el destino y Riviera Maya
• Últimos 7 años, con más calor; 2021, 6º mayor desde 1880

Por: Carlos Águila Arreola

Hace semanas todo mundo colocaba a Carlos Manuel Joaquín González —incluida esta columna—, por su expertise, en el Fondo Nacional de Fomento al Turismo (Fonatur) o relevando a Miguel Torruco Marqués en la Secretaría de Turismo (Sectur), dependiendo el rumbo que tomara el Tren Maya.

Una vez derribadas las suspensiones definitivas por (otro) capricho de su alteza pequeñísima Andrés Manuel López Obrador, lo que permitirá seguir destruyendo la selva maya y lo que por siglos ha mantenerlo a salvo de la intervención humana, la referencia del aún gobernador quintanarroense a la Embajada canadiense es una jugada de ajedrez.

¿Por qué? Porque al ser postulado para embajador en Canadá estaría llegando un experto en turismo al único país emisor de viajeros relevante que sigue rezagado respecto a antes de la pandemia, además de tener a la mano al suplente de Torruco de ser necesario.

El anuncio no cayó del todo bien en Acción Nacional (PAN) —que en alianza con el de la Revolución Democrática (PRD) llevaron a la gubernatura al también ex priista—, partido al que aún pertenece el mandatario de Quintana Roo y que habló de “posible traición” de Joaquín González de aceptar la Embajada de Canadá.

El líder blanquiazul en el Senado, Julen Rementería del Puerto, lamentó el anuncio y subrayó que pudiera tratarse de una “traición” a los principios de Acción Nacional, toda vez que el gobernador pertenece a las filas del blanquiazul, consideró que “pareciera que la decisión habla de acuerdos entre el gobierno federal y ese mandatario previos a las elecciones pasadas”.

Por otra parte, Carlos Joaquín cumplió su parte al entregar el 10 de septiembre la polémica megaescultura —estructura de más de 50 metros de altura— al pueblo de Chetumal, un atractivo cultural ubicado en la bahía del mismo nombre, que busca fortalecer su oferta turística y cultural.

La información no cayó bien en las oficinas de avenida Presidente Masaryk 172, en la colonia Bosques de Chapultepec (frente a Polanco), pues la mudanza de la Sectur a la capital quintanarroense se ha frustrado una y otra vez por falta de recursos, los que son designados para el ya tristemente célebre Tren Maya.

Y es que apenas a fines de agosto pasado, de visita al Caribe mexicano para inaugurar el Cancun Investment Summit, el secretario Torruco Marqués aseguró por enésima ocasión que la mudanza de la dependencia a Chetumal sigue en pie pero que hacen falta mil 500 viviendas y alrededor de 170 millones de pesos para concretar la descentralización.

La promesa de Tartufo —por antonomasia hombre hipócrita y falso —de descentralizar 32 dependencias y entidades de su gobierno para apoyar la economía de los estados, tiene un rezago de 90.62por ciento; solo tres han migrado y la mayoría de las restantes argumenta falta de presupuesto.

Según la misma Presidencia, apenas se han mudado las secretarías de Energía (Sener) y la de Cultura (SC), así como la Comisión Nacional de Acuacultura y Pesca (Conapesca), a Tabasco, Tlaxcala y Sinaloa, respectivamente; sin embargo, esas dependencias señalan que lo han hecho de manera parcial.

La dependencia del Ejecutivo federal indica que la Comisión Nacional del Agua (Conagua), las secretarías de Agricultura y Desarrollo Rural (Sader), del Bienestar (SB) y de Salud (Ssa), y la Subsecretaría de Minería (Secretaría de Economía, SE) han hecho una mudanza parcial, pero las propias entidades aclaran que no es así.

Las 24 instituciones restantes exponen que no han iniciado el proceso, entre otras los institutos Mexicano del Seguro Social (IMSS), el de Seguridad y Servicios Sociales de los Trabajadores del Estado (ISSSTE), las secretarías de la Función Pública (SFP), del Trabajo y Previsión Social (STyPS) y de Turismo (Sectur).

Y también la Comisión Federal de Electricidad (CFE), el Instituto del Fondo Nacional de la Vivienda para los Trabajadores (Infonavit), Petróleos Mexicanos (Pemex), Nacional Financiera (Nafin) y el Servicio de Administración Tributaria (SAT), entre las principales entidades y dependencias del gobierno federal.

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Menudencias
El paraíso emiratí (Emiratos Árabes Unidos) —ese sí de a deveras— de Dubái desplazó al segundo lugar a Cancún como el sitio más visitado del mundo, de acuerdo a datos basados en el número de pases de abordar recabados por la consultora ForwardKeys. En la exclusiva lista también están la Ciudad de México en el puesto 16 y otros destinos de talla mundial como Nueva York, París, Ámsterdam, Punta Cana y Barcelona, dentro del top ten.

La construcción del aeropuerto de Tulum sufrió “un parón”. La Secretaría de la Defensa Nacional pausó las obras por falta de recursos y los estudios de preinversión que demanda la Ley de Obras Públicas y Servicios —cuestan 246.4 millones de pesos y debieron entregarse el 31 de julio— ni siquiera se han iniciado, según un oficio de la Dirección General de Ingenieros de la Sedena, que muestra que el avance de los estudios es nulo y no tienen presupuesto debido a la expropiación (de predios).

Cancún será sede de la decimotercera edición del Congreso Latinoamericano de Bodas en el año 2023, de acuerdo con Darío Flota Ocampo, director del Consejo de Promoción Turística de Quintana Roo (CPTQ), quien destacó que se trata de de los últimos logros alcanzados bajo su gestión. Será la segunda ocasión en que se albergará el evento; la primera fue en 2019, con exponentes de países como Estados Unidos, Canadá, Colombia, Argentina y Brasil.

Angélica Frías González, presidente interina de la Confederación Patronal de la República Mexicana (Coparmex) que recientemente creó la Comisión de Turismo Médico para impulsar este segmento y captar más visitantes, y es que asegura que Cancún y la Riviera Maya tienen la infraestructura para atender ese segmento, que genera pernoctas de al menos 10 días, lo que significa una derrama mucho mayor, pues no solo viaja el paciente, sino que llega acompañado de por lo menos un familiar o amigo.

Últimos siete años son los más cálidos, y 2021 el sexto mayor desde 1880 —primero con datos— solo superado por 2015, 2016, 2017, 2019 y 2020, de acuerdo con la NASA y la Administración Oceánica y Atmosférica Nacional (NOAA). La temperatura terrestre y oceánica de la Tierra durante el año pasado estuvo 0.84°C encima del promedio del siglo XX, para ser el cuadragésimo quinto año seguido con registros superiores a la media del siglo pasado.

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“Vivir con miedo: la huella psicológica de la inseguridad en México”

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Los Mexicanos vivimos con miedo y eso es una realidad…

Conciencia Saludablemente
Psicol. Alex Barrera

¡Mexicanos al grito de guerra! Esta es una de las estrofas más fuertes de nuestro himno nacional, cualquier mexicano conoce esta frase, pero cuantos de los habitantes de este país repara en el significado de esta frase que pareciera ser una realidad en estos días, cuantos de verdad se dan cuenta que la violencia en México si indiscutiblemente se ha convertido en una guerra, una que enfrentamos día a día y que se ha enraizado en nuestra sociedad.

Peor aún, ¿cuántos mexicanos si quiera se dan cuenta lo que le hace a su salud mental? La percepción de inseguridad, más allá de cifras, opera como un reflejo trastornador en el bienestar psicológico de la ciudadanía. En México, cuando los titulares de prensa retumban con asesinatos públicos, atrocidades y organismos de seguridad incapaces de contener el escalamiento criminal, lo que se resquebraja no es únicamente la confianza en las instituciones: se fractura la sensación de habitar un entorno protector, lo que repercute directamente en el ánimo, la salud mental y la capacidad de resiliencia de las personas.

Mientras el gobierno actual culpa a los anteriores gobiernos de la herencia de violencia, poco se ocupa de comunicar sus propias estrategias para brindar la certeza que la gente necesita hoy, y es que, si vamos al pasado inmediato, tan sólo en octubre se registraron un par de episodios que ilustran a la vez la crudeza de la violencia y su potencia simbólica.

La violencia ya no solo es violencia, sino que está plagada de un claro mensaje “NO HAY TREGUA”, porque no es solo el hecho de que en el estado de Michoacán, se registrara el asesinato de siete presidentes municipales en menos de cuatro años, si no que el último de ellos haya sido el de Carlos Manzo Rodríguez, alcalde de Uruapan, ejecutado el 1 de noviembre durante un evento público en pleno centro de la ciudad, y no cualquier evento, sino la celebración de Día de Muertos, uno de los eventos más significativos para los mexicanos. ¿Y entonces, no es este un atentado contra la misma sociedad, como podemos no entender esto como un mensaje, no para una persona, no para un estado, sino para un país entero? ¿Cómo puede no ser esto una agresión directa a la sociedad?

Este mismo mes en Culiacán, capital del estado de Sinaloa, se vivió una semana de “limpieza” entre cárteles cuyo resultado fueron 41 muertos en seis días, 12 solamente el 22 de octubre, estos eventos inundan las páginas de los medios de comunicación locales e internacionales, que detallan enfrentamientos sangrientos entre bandos criminales.

Cuando la violencia se vuelve espectáculo —y aún más cuando el blanco son eventos culturales o áreas urbanas frecuentadas—, la inquietud colectiva crece y se instala un estado de permanente alerta emocional. La población no sólo teme por su integridad física, sino por la certeza de que el espacio en el que habita ya no es predecible ni seguro. En este contexto, la evidencia señala que la percepción de inseguridad persiste pese a mejoras estadísticas en homicidios. Por ejemplo, en una nota de  El País publicada el pasado 23 de octubre se señala que el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI) reportó que, en septiembre de 2025, el 34 % de los mexicanos consideraba que la inseguridad permanecería “igual de mal” en su ciudad los próximos doce meses, y el 23.9 % estimaba que “empeorará”.

Desde la psicología, esos datos no son únicamente indicadores sociales: son síntomas de un clima emocional colectivo afectado. La inseguridad percibida produce estrés crónico, desgaste emocional y una reducción progresiva de lo que se denomina “capital psicológico”. Las personas pueden volverse más reacias a participar, a salir o a confiar en su entorno; aparece la hipervigilancia, la ansiedad, la alteración del sueño, e incluso la evitación de actividades cotidianas. Cuando la amenaza parece constante (aunque en el sentido probabilístico no esté dirigida a cada persona en lo individual) el efecto se propaga y se torna comunitario.

Además, esta erosión de la confianza se reconoce también en la relación entre ciudadanía y Gobierno. Aunque la presidenta Claudia Sheinbaum según publica en su sitio web PolíticoMX  mantiene una aprobación del 74 % al cierre de octubre de 2025, mientras que la desaprobación ronda el 25 %, eso no sostiene la percepción sobre la inseguridad que la ciudadanía no aprueba pues el mismo medio publica que otra encuesta hecha entre abril-mayo de 2025 que señala que solo 21.6 % de los mexicanos afirmaron sentirse seguros viviendo en el país, lo que significa que ~78.4 % se siente inseguro.

Los mexicanos esperan seguridad, efectividad institucional y protección, cuando eso falla, también se quiebra el sentido de que “las cosas están bajo control”. Ese quiebre tiene consecuencias psicológicas: ¡el orden que sostiene la rutina y la confianza se vuelve frágil!

La percepción de que “nadie está a salvo” o que “las autoridades no se dan abasto” abre una fisura emocional que afecta la vida social: las personas se retraen, desconfían, se inhiben. En la práctica clínica, se puede observar cómo en zonas de alta violencia o alta percepción de riesgo, los pacientes presentan mayor vulnerabilidad ante trastornos de ansiedad, alteraciones del sueño, síntomas de hipervigilancia y menos recursos para enfrentar los imprevistos. Cuando se vive con la sensación de que el entorno se volvió hostil, el bienestar se vuelve una meta difícil.

Es imprescindible comprender que, aunque los índices de homicidio puedan bajar en ciertos meses, la experiencia subjetiva de inseguridad no cae de inmediato. El retraso entre la mejora real y la percepción ciudadana deja un vacío de tiempo en que la salud emocional queda expuesta. Y mientras tanto, la violencia, al ser tan visible y tan simbólica, sigue reforzando la sensación de vulnerabilidad.

¿Qué hacer ante este escenario? En primer lugar, desde lo comunitario, es necesario promover espacios de diálogo, reforzar lazos de vecindad, crear plataformas de resiliencia colectiva: porque la inseguridad emocional se enfrenta también socialmente. Pero, en segundo lugar, y no menos importante, desde el ámbito individual, no se puede trivializar el impacto psicológico que tiene vivir bajo la sombra de la violencia. Acudir a servicios de salud mental, recibir contención, comprender que la reacción emocional es lógica, constituye un acto de cuidado.

No solo “sobrevivir” a la inseguridad física, sino preservar el bienestar psicológico, es una tarea urgente, porque la constante percepción de peligro provoca estrés constante, y esto a su vez genera, malestar físico, y más allá de ello fragmenta el bienestar social. Las autoridades tienen la obligación de garantizar la seguridad, pero las personas también tienen el derecho y la necesidad de salvaguardar su salud emocional cuando la protección estatal se ve comprometida.

En un país donde la violencia arremete en plazas públicas, atenta contra autoridades, se infiltra en la vida cotidiana y deja huella en la percepción de la gente, el bienestar psicológico no es un lujo: es una condición para el mínimo sustento de la dignidad humana.

Los mexicanos vivimos con miedo y eso es una realidad, aceptarlo, afrontarlo y en su caso buscar ayuda profesional, hablar con un terapeuta, explorar las formas en que la inseguridad impacta nuestra mente, es tan importante como procurar cerraduras y alarmas. Porque al final del día, tenemos que reconstruir no solo ciudades más seguras, sino experiencias interiores donde no nos sintamos indefensos.

**Además de 10 años de experiencia como comunicólogo, ejerciendo el periodismo. Alex Barrera es también psicólogo por la UNAM con profundización en desarrollo humano.
Actualmente brinda terapia clínica con enfoque Biopsicosocial.

Si desea contactar con los especialistas en terapia y salud puede hacerlo enviando un mensaje

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Entre flores y recuerdos: la psicología del Día de Muertos

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Colocar un altar nos lleva a encontrar un vinculo en el que se pude sanar la perdida

Conciencia Saludablemente

Por: Psicol. Alex Barrera

En México, la muerte no se esconde; se decora con flores de cempasúchil, se endulza con pan y se acompaña de risas y canciones. El Día de Muertos no es sólo una tradición; es una declaración cultural profundamente humana: la vida y la muerte no son opuestos, sino partes del mismo ciclo. Desde la psicología, esta visión ofrece una lección esencial sobre cómo enfrentamos la pérdida, el duelo y la memoria.

En muchas culturas occidentales, hablar de la muerte sigue siendo un tema prohibido. Se evita mencionar a los fallecidos, se apartan sus objetos, se oculta el dolor tras una aparente fortaleza. Sin embargo, la cultura mexicana, heredera de cosmovisiones indígenas y creencias sincréticas, ha desarrollado una relación distinta con la finitud. Aquí la muerte se sienta a la mesa. Se le invita, se le honra, se le ríe. En lugar de negar su existencia, se le integra como una compañera inevitable.

Esta actitud, lejos de ser una mera expresión folklórica, tiene profundas implicaciones psicológicas. Aceptar la muerte —propia y ajena— es aceptar la impermanencia de todo. Es reconocer que la pérdida forma parte de la vida, y que el dolor, cuando se vive con consciencia, puede transformarse en gratitud. Desde la psicología existencial, este reconocimiento no conduce a la desesperanza, sino a una mayor plenitud: saber que el tiempo es finito nos empuja a vivir con sentido, a cuidar los vínculos y a encontrar propósito en cada día.

Pero el Día de Muertos no solo nos enseña a pensar en la muerte; también nos enseña a recordar con amor. El altar, corazón simbólico de la celebración, se convierte en un espacio terapéutico. Al colocar una fotografía, una vela o el platillo favorito del ser querido, no solo evocamos su presencia: actualizamos el vínculo. Recordar no es aferrarse al pasado, sino mantener viva la conexión emocional que sigue existiendo más allá de la ausencia física.

En psicología del duelo, esto se conoce como el vínculo continuo. Lejos de promover el olvido, se alienta a las personas a encontrar formas sanas de mantener esa relación interior con quienes ya no están. El altar cumple exactamente esa función: da forma, color y orden al dolor. Permite hablar con los que se fueron, agradecerles, perdonarlos o simplemente compartir un instante simbólico de convivencia. Es, en términos terapéuticos, una representación externa del proceso interno de sanar.

Cada objeto en el altar cumple una función emocional: las flores representan el ciclo de la vida, la comida evoca el cuidado, las velas guían el camino y las fotografías preservan la memoria. A través de este acto ritual, la persona que recuerda también se reconstruye. Como en cualquier proceso terapéutico, el ritual ofrece estructura, contención y sentido: tres elementos fundamentales para elaborar el duelo.

La psicología contemporánea reconoce que los rituales —ya sean religiosos, culturales o personales— facilitan la transición emocional tras una pérdida. Funcionan como puentes entre el dolor y la aceptación, entre el caos y la calma. En ese sentido, el Día de Muertos puede entenderse como una forma colectiva de terapia: una jornada en la que la sociedad entera legitima el dolor, lo comparte y lo transforma en celebración.

Sin embargo, bajo el colorido de las ofrendas y la alegría de las calaveras, también laten silencios profundos. No todos los duelos son iguales ni todas las pérdidas se procesan del mismo modo. Hay quienes, tras la muerte de un ser querido, sienten que la vida pierde sentido, que el vacío es demasiado grande o que la tristeza se ha vuelto una compañera constante. En esos casos, el acompañamiento psicológico puede marcar una diferencia vital.

Hablar del duelo en terapia es un acto de valentía. Es reconocer que, aunque la cultura ofrezca rituales para honrar la muerte, a veces el dolor necesita otro espacio: un lugar donde ser escuchado, comprendido y trabajado con herramientas profesionales. La psicoterapia ayuda a darle forma a la ausencia, a integrar el recuerdo y a reconstruir la vida sin negarla, es iniciar el camino hacia una nueva forma de coexistir con el dolor y afrontarlo de manera que no se convierta en un trauma.

Así, el Día de Muertos no es sólo una tradición que mira hacia el pasado, sino una invitación a mirar hacia adentro. Nos recuerda que el amor y la pérdida son inseparables, y que recordar no duele: lo que duele es callar. Cada altar que encendemos es una forma de iluminar nuestra historia, de reconciliarnos con lo inevitable y de encontrar sentido en el recuerdo.

Quizás por eso, entre el aroma del copal y la luz de las velas, comprendemos que no se trata de vencer a la muerte, sino de aprender a convivir con ella, y entender que la vida es sólo el camino que nos lleva inevitablemente hacia el final. Y en ese aprendizaje, la psicología tiene mucho que aportar: ayudarnos a aceptar, a transformar y, sobre todo, a vivir con conciencia.

Porque así como los altares se llenan de flores cada noviembre, también nuestra mente y nuestro corazón pueden renovarse. A veces, solo hace falta dar el primer paso: hablar con alguien, pedir ayuda, acudir a terapia.
La vida como el altar, se enciende de nuevo cuando nos atrevemos a mirar la sombra y convertirla en luz en este ciclo cuya belleza se encuentra en tomar conciencia de que un día se va terminar.

**Además de 10 años de experiencia como comunicólogo, ejerciendo el periodismo. Alex Barrera es también psicólogo por la UNAM con profundización en desarrollo humano.
Actualmente brinda terapia clínica con enfoque Biopsicosocial.

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