Opinión
Corrupción, autogol lopezobradorista
Opinión / Cicuta del Caribe LXVI
• En Mallorca hubo errores que México no ha hecho, acepta Trian Riu
• Aeropuerto de Puerto Vallarta destronó durante marzo al de Cancún
• La inflación ya preocupa a ocho de cada 10 mexicanos, dice Deloitte
• Covid-19 disparó 30% ventas de luces conectadas a internet: Signify
• En Santa Lucía duplicaría costos y sería ineficiente: Lufthansa Cargo
• Prevén revolución turística con el auge de los aviones supersónicos
Por: Carlos Águila Arreola
Cada mexicano que realizó algún tipo de trámite durante el año pasado y que por cualquier causa no siguió los lineamientos correspondientes, tuvo que pagar en promedio tres mil 44 pesos; en general, el costo de la corrupción —casi siempre vía soborno— en México al realizar pagos, trámites o solicitudes de servicios públicos asciende a nueve mil 500 millones de pesos.
La primera descripción es uno de los principales hallazgos de la edición 2021 de la Encuesta Nacional de Calidad e Impacto Gubernamental (ENCIG por sus siglas) que realiza personal del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi), también encontró que 86.3 por ciento de la población consideró “frecuentes” los actos de corrupción en instituciones de gobierno.
El Inegi también señala que 17.4 por ciento de la población que realizó trámites, pagos, solicitudes de servicios, o que tuvo contacto con algún servidor público experimentó corrupción durante el año 2021. El contacto con autoridades de seguridad pública fue el trámite con más corrupción, con 65 por ciento, seguido del contacto con el Ministerio Público, con 24.
En ese sentido, la encuesta encontró que solo uno de cada tres mexicanos (33.3 por ciento) confía en las policías, la segunda peor institución pública evaluada, solo por encima de los partidos políticos (27.9), mientras que el Ejército y la Marina comparten la tercera posición mejor evaluada, con la confianza de 71 por ciento de la población.
En cuanto a servicios básicos, la sociedad reportó estar más satisfecha con la recolección de basura y agua potable (en las ciudades), con grados de satisfacción de 70.5 y 53.7 por ciento, mientras que los peor calificados fueron calles (25.1) y avenidas (25.3), policía y alumbrado público (40.5 por ciento en ambos casos), revela la encuesta elaborada por personal del Inegi.
La oferta de combatir la corrupción definió el triunfo electoral de Andrés Manuel López Obrador en 2018; hoy, en su cuarto año de gobierno, México sigue sin percibir avances, pero ha mantenido un discurso constante al asegurar que ese es el principal problema para el país. “Barrer las escaleras de arriba para abajo”, ofreció; sin embargo, los datos no muestran un avance significativo.
El Índice de Percepción de Corrupción es publicado de forma anual desde 1995 por Transparencia Internacional, oenegé con sede en Berlín, Alemania, en el que México, en manos de su “alteza pequeñísima”, se estancó en el sitio 124 de 180: en 2019 fue de 29 puntos, y en 2020 de 31, en una escala 0-100 en la que cero es el nivel más alto de corrupción, y 100 es igual al más bajo.
Inmoralidad
De acuerdo con Dante Preisser, experto en políticas anticorrupción, “no sorprende” el estancamiento cuando hay un abandono sistemático al Sistema Nacional Anticorrupción y a cualquier política “seria en la materia. Ojalá gobierno y sociedad civil reconstruyan o propongan iniciativas efectivas en la segunda mitad del sexenio”, señaló en su cuenta de Twitter.
Pero no; según la Transparencia Mexicana, encargada del capítulo México, el control de la corrupción es una prioridad de la sociedad mexicana en los últimos años, y uno de los factores que definió la elección federal en 2018 y que, cuatro años después, sigue siendo el talón de Aquiles de los gobiernos mexicanos.
“La lucha contra la corrupción ha sido el eje principal de la administración federal 2018-2024; sin embargo, los casos emblemáticos —Estafa maestra, Odebrecht, Agronitrogenados, ex presidentes, entre otros—, no han sido sancionados en materia penal, como ya lo hizo en materia mediática el señor López y el séquito de “comunicadores” que lo acompañan cada mañana.
Tampoco hay una recuperación de los activos desviados en estos y otros casos de gran corrupción, y la reparación del daño a las víctimas es “prácticamente inexistente”, y es que el mexicano sigue siendo víctima de la corrupción: seguimos yendo a un Ministerio Público y nos siguen pidiendo “mordida” para presentar una denuncia.
Seguimos intentando ir a un hospital para que nos den una cama, y nos van a poner en lista de espera a menos que demos 500 pesos, esa es la corrupción a la que los ciudadanos estamos expuestos, y esa no ha cambiado… es la misma que criticó durante 18 años de campaña “Lopitos”, la misma que prometió erradicar y que no podrá desaparecer, como le gusta, por “decreto”.
Un aforismo latino que dice quod licet Iovi, non licet bovi (“lo que es lícito para Dios, no es lícito para todos”) retrata las inmorales normas de comportamiento que la élite de izquierda, encabezada por López Obrador, aplica a sí misma, y las normas más rígidas que exige a las masas, pero estoy seguro no imaginaba que quizá el golpe más duro a su sexenio, hasta ahora, se lo daría su estirpe.
La familia
Si hay un personaje en México que ha vivido, crecido y prosperado usando a los pobres, es Andrés Manuel López Obrador, y su familia ha gozado de esa prosperidad. El diálogo es exactamente el mismo de Juan Evo Morales Ayma, José Daniel Ortega Saavedra y Cristina Elisabet Fernández de Kirchner: la lucha clasista de los desposeídos contra los ricos.
Antes de “La mansión del bienestar’, en la que José Ramón López Beltrán fue el protagonista y quien habría caído en conflicto de interés por habitar una casa relacionada a un contratista de Petróleos Mexicanos (Pemex) —no fue el primer escándalo relacionado a los hijos del señor López—, otro de los vástagos se vio envuelto en una polémica por unos tenis de lujo.
El escenario no es nuevo, pero el principal problema de Tartufo es que le falta un tornillo: el de la ética. Hace 13 años, en 2009, mientras denunciaba frente al Senado que “la oligarquía se ha enriquecido en los últimos 20 años traficando influencias al amparo del poder público”, su hijo Andrés Manuel López Beltrán llegó para aplaudirlo calzando unas zapatillas deportivas Louis Vuitton.
Los tenis del segundo hijo del tabasqueño costaban 900 dólares, 12 mil 600 pesos, según la cotización peso-dólar de entonces, pero los hijos solo imitan a los padres: el 9 de mayo de 2005, al anunciar que su campaña presidencial sería “austera”, López Obrador lució un reloj Tiffany de platino y correa de piel de lagarto colección “Mark” de siete mil 800 dólares (85 mil pesos de entonces).
En agosto de 2020, Jesús Ernesto López Gutiérrez vacacionaba en Acapulco, en plena pandemia y sin cubrebocas, pero con unos tenis de nueve mil pesos (seis mil 609 más dos mil 366 de importación); dos escándalos, aunque en el primero, como jefe de Gobierno del ex Distrito Federal, demandaba austeridad y menos lujos al entonces presidente Felipe de Jesús Calderón Hinojosa.
Los gustos del Pejestorio y familia por las marcas caras no llamarían la atención si no fuera por el discurso político que maneja, basado en las máximas juaristas de “austeridad republicana”, sello que le quiso imponer a su administración, que sin embargo no se ha visto librada de actos corruptos en los primeros círculos de poder, e incluso hay nepotismo, otra forma de corrupción.
No hemos disminuido la experiencia en corrupción, no veo esos resultados que Lopitos imagina, lo que se explica por la falta de una estrategia articulada de integridad pública, parecería que el de Macuspana le ha apostado a un discurso moralista, que hasta ahora, 3.5 años después, ha mostrado ser muy ineficaz en términos concretos de política pública
Menudencia
Los hoteles de la cadena Riu en el Caribe mexicano fueron el “tanque de oxígeno” en los momentos más críticos de la pandemia”, afirmó Joan Trian Riu, director ejecutivo de la hotelera española, quien añadió que “México lo ha hecho bien. Soy de Mallorca, donde comenzamos a trabajar en el turismo mucho antes, y cometimos muchos errores que México no ha hecho (…) será difícil que alguien sobrepase al Caribe mexicano porque lo tiene todo”.
Puerto Vallarta fue el aeropuerto con mejor recuperación en marzo con 612 mil 900 pasajeros atendidos, 129.6 por ciento más que en el mismo mes de 2021. Las terminales aéreas en destinos de playa mostraron una mejor recuperación, de acuerdo con la Agencia Federal de Aviación Civil (AFAC). El segundo sitio fue para Cancún, con 73.3 más pasajeros movilizados, y en tercero el de San José del Cabo, Baja California Sur, con 69.5 más viajeros.
La inflación es una de las principales preocupaciones para los consumidores. Según el Global State of the Consumer Tracker elaborado por la empresa de consultoría Deloitte, 80 por ciento de los mexicanos reconoce estar altamente preocupado. Ante el aumento de precios y la pérdida de poder adquisitivo, las marcas propias, de retailers —comerciantes que compran grandes cantidades y los venden en pequeñas cantidades al cliente final—, incrementan su demanda.
El encierro por la pandemia del coronavirus provocó un alza de 30 por ciento en venta de focos y luces que se conectan a internet en México, ante la necesidad de hacer más amena la estancia en casa y complementar las opciones de esparcimiento, según Signify, compañía que factura 6.9 mil millones de euros a nivel mundial al año, que el año pasado tuvo un crecimiento de 6.1 por ciento, frente al resto del mercado, que registra una tasa promedio de 3 por ciento.
Lufthansa Cargo es la primera aerolínea que se opone a trasladar operaciones al aeropuerto Felipe Ángeles porque duplicaría costos, es ineficiente y aumenta el flujo vehicular, ya que tendría que utilizar camionetas para regresar la carga al Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México; además, necesitaría un almacén más, lo que aumentaría gastos para el movimiento de mercancías, declaró Frank Nozinsky, director para México de la compañía, quien agregó que la aduana jamás permitirá despachar en diferentes lugares. “Tendría que regresar y juntar todos los paquetes para pasar y entregarlos al cliente”.
La carrera supersónica que lideran Estados Unidos, China y Rusia implica tensiones geopolíticas y el involucramiento de fuerzas armadas y grandes empresas aeroespaciales que invierten en el desarrollo de un avión para generar una revolución también turística, según el rotativo español ABC. “Los aviones que viajan a velocidades hipersónicas pueden ser indetectables, y aunque se les lance un misil no lo podrán alcanzar” porque superan la barrera del sonido, conocida como Match 1, en torno a los mil 235 kilómetros por hora.
EN LA OPINIÓN DE:
Cuando el estrés se vuelve hogar
En una mente estresada por años, el silencio se vuelve territorios peligrosos ocultando el verdadero mal
Conciencia Saludablemente
Por. Psicol. Alex Barrera
Hubo un tiempo en el que el estrés era una señal de alarma: algo no estaba bien y el cuerpo pedía pausa. Hoy, para muchas personas, el estrés dejó de ser un estado pasajero y se convirtió en una forma de vida. Muchas personas sin darse cuenta aprendieron a vivir aceleradas, hiperconectadas y con la sensación constante de que, si no estamos ocupados o tensos, estamos fallando en algo. El problema no es solo vivir con estrés, sino volverse incapaz de vivir sin él.
Durante años hemos aprendido a vivir con el estrés como si fuera una condición natural de la adultez. “Así es la vida”, decimos, mientras normalizamos el cansancio crónico, la ansiedad constante y la sensación de que, si no estamos ocupados, algo anda mal. Poco a poco, sin darnos cuenta, dejamos de preguntarnos si el estrés es inevitable y comenzamos a organizarnos alrededor de él. El problema no es sólo que vivamos estresados, sino que a de que sabemos que existe, no sabemos ni como reconocerlo, es decir, sabemos que existe el estrés, pero no sabemos cómo se siente el estrés, y mucho menos como detenerlo, aunque suene duro muchos hemos desarrollado una incapacidad real para vivir sin estrés.
Y es que cuando el estrés se normaliza, el silencio incomoda. Los espacios de calma generan culpa y la tranquilidad se interpreta como pérdida de tiempo incluso hay quien al intentar detenerlo se encuentra con la respuesta automática del cerebro una rotunda negativa, como si el propio cuerpo se negara a abandonar ese estado. Y lo grave es que aunque el cerebro lo haya normalizado, el generar estrés mantiene los mecanismos del naturales del cuerpo provocando daños clínicos en la salud de las personas.
No hablo del estrés como respuesta adaptativa —ese mecanismo biológico que nos permite reaccionar ante una amenaza real—, sino de un estado permanente de activación que se vuelve identidad. Hay personas que no saben qué hacer cuando no hay pendientes, conflictos o urgencias. El silencio les incomoda. El descanso les genera culpa. La calma se percibe como improductiva, sospechosa, incluso peligrosa. En ese punto, el estrés deja de ser una reacción y se convierte en una forma de vida.
Desde la psicología sabemos que el cuerpo no distingue entre una amenaza real y una simbólica. El sistema nervioso responde igual a un león que a un correo electrónico. Cuando vivimos en estado de alerta constante, el organismo se adapta a esa intensidad. El cortisol y la adrenalina se mantienen elevados y, con el tiempo, el cuerpo aprende a funcionar así. Entonces ocurre algo paradójico: la calma empieza a sentirse extraña, y el estrés se vuelve familiar. Incluso necesario.
Esto explica por qué algunas personas, al tener un fin de semana libre, se enferman, se angustian o buscan inconscientemente un conflicto. No es mala suerte: es un sistema nervioso que no sabe bajar la guardia. La mente, acostumbrada al ruido, interpreta la quietud como vacío. Y el vacío, para muchos, resulta insoportable.
La cultura contemporánea ha hecho del estrés una medalla de honor. Estar ocupados es sinónimo de éxito. Dormir poco es señal de compromiso. Decir “no tengo tiempo” nos valida socialmente. Hemos romantizado el agotamiento al punto de sospechar de quien vive con calma. ¿Qué estará haciendo mal? ¿Por qué no corre como los demás? Así, el estrés deja de ser un problema y se vuelve un valor cultural.
Pero el cuerpo no negocia con las narrativas sociales. El estrés sostenido tiene consecuencias claras: trastornos del sueño, problemas digestivos, enfermedades cardiovasculares, irritabilidad, dificultades de concentración, distanciamiento social, ansiedad y depresión. Lo más grave es que muchas de estas señales se ignoran porque se consideran “normales”. Vivir cansados se vuelve la norma. Sentirse mal, el precio a pagar.
Hay otro aspecto menos visible pero igual de dañino: el estrés constante empobrece la vida emocional. Cuando estamos siempre en modo supervivencia, no hay espacio para el placer, la creatividad ni la introspección. Todo se vuelve funcional. Incluso las relaciones. Escuchamos a medias, convivimos con prisa, respondemos desde la reactividad. Vivir así no sólo desgasta el cuerpo; también nos desconecta de nosotros mismos.
Con frecuencia escucho frases como: “Si me relajo, pierdo el control”, “Si descanso, me atraso”, “Si bajo el ritmo, todo se desmorona”” Hay que seguir” y la más atros “Puedo con eso y más”, todas ellas de personas que puedo ver están a punto de desmoronarse. Detrás de ellas hay una creencia profunda: la idea de que sólo somos valiosos cuando estamos produciendo o resolviendo problemas. El estrés, entonces, se convierte en una forma de sostener la autoestima. Mientras estoy ocupado, existo. Cuando paro, me enfrento al vacío de no saber quién soy sin la urgencia.
En ese sentido, la incapacidad de vivir sin estrés no es sólo fisiológica; es también psicológica. El estrés funciona como anestesia. Mantiene la mente ocupada y evita preguntas incómodas: ¿estoy donde quiero estar?, ¿esto me hace sentido?, ¿qué estoy evitando sentir? Cuando bajamos el ritmo, esas preguntas aparecen. Y no siempre estamos preparados para escucharlas.
La ironía es que muchas personas buscan “manejar mejor el estrés” sin cuestionar por qué viven en un estado que lo genera de manera permanente han olvidado siquiera como se sentían, y casi puedo asegurar que ya ni siquiera lo distinguen. Hacemos yoga, meditamos cinco minutos, tomamos suplementos… pero regresamos a la misma lógica de exigencia. No se trata de eliminar el estrés —eso sería imposible—, sino de dejar de necesitarlo para sentirnos vivos.
Incluso el cerebro puede interpretar como amenazantes los ejercicios orientados a la calma y la relajación cuando ha pasado demasiado tiempo funcionando en modo de alerta. Desde la neurociencia sabemos que el sistema nervioso se adapta a los estados que se repiten con mayor frecuencia; si una persona vive bajo estrés crónico, su cerebro aprende que la activación constante es sinónimo de seguridad.
En ese contexto, prácticas como la respiración profunda, la meditación o el silencio corporal pueden generar incomodidad, ansiedad o inquietud, porque implican “bajar la guardia”. Al disminuir la estimulación externa, emergen sensaciones internas, emociones reprimidas o pensamientos evitados, lo que el cerebro interpreta como pérdida de control.
La amígdala, encargada de detectar amenazas, puede activarse ante esta quietud desconocida, enviando señales de alarma que se manifiestan como nerviosismo, tensión muscular o necesidad urgente de interrumpir el ejercicio. No es que la calma sea peligrosa, sino que resulta extraña para un sistema acostumbrado a sobrevivir desde la urgencia. Por ello, aprender a relajarse no siempre es placentero al inicio; es un proceso de reaprendizaje en el que el cerebro necesita tiempo y acompañamiento para reconocer que el descanso también es un estado seguro.
Aprender a vivir sin estrés no significa abandonar responsabilidades ni aspiraciones. Significa recuperar la capacidad de alternar entre acción y reposo reconociendo conscientemente cual es cual. Dejar que el sistema nervioso recuerde que la calma también es segura. Que no todo es amenaza. Que no todo es urgente. Que el descanso no es un premio, sino una necesidad biológica y emocional y de usar herramientas que me permitan disminuir el estrés en momentos precisos de la vida.
Este reaprendizaje no es sencillo. Para alguien acostumbrado a la hiperactividad, el descanso puede generar ansiedad, irritabilidad o incluso tristeza. Es como quitarle una muleta al cuerpo: al principio duele. Por eso, muchas personas fracasan en sus intentos de bajar el ritmo y concluyen que “no pueden”. No es que no puedan; es que están deshabituándose de un estado que se volvió adictivo.
Aquí es donde la terapia psicológica cobra un papel fundamental. No sólo para enseñar técnicas de relajación, sino para explorar qué función cumple el estrés en la vida de la persona. ¿Qué evita? ¿Qué sostiene? ¿Qué identidad refuerza? Acompañar este proceso permite construir una relación más sana con el tiempo, el cuerpo y las emociones.
Vivir sin estrés constante no es una utopía, pero sí un acto contracultural. Implica cuestionar mandatos, tolerar la incomodidad del silencio y redefinir el valor personal más allá del rendimiento. Implica, en muchos casos, aceptar que hemos estado sobreviviendo cuando podríamos estar viviendo.
Tal vez la pregunta no sea cómo eliminar el estrés, sino algo más incómodo y honesto: ¿qué parte de mí no sabe existir sin él? Mientras no nos atrevamos a responderla, seguiremos corriendo, no porque sea necesario, sino porque detenernos nos confronta con una calma que aún no sabemos habitar.
**Además de 10 años de experiencia como comunicólogo, ejerciendo el periodismo. Alex Barrera es también psicólogo por la UNAM con profundización en desarrollo.
Actualmente brinda terapia clínica con enfoque Biopsicosocial de manera privada.
Si le interesa el tema puede profundizar en los siguientes textos:
American Psychological Association. (2020). Stress effects on the body.
https://www.apa.org/topics/stress/body
Describe cómo el estrés crónico mantiene al sistema nervioso en estado de alerta y dificulta la activación de respuestas de relajación.
Porges, S. W. (2011). The polyvagal theory: Neurophysiological foundations of emotions, attachment, communication, and self-regulation. W. W. Norton & Company.
https://wwnorton.com/books/9780393707007
Explica cómo el sistema nervioso autónomo puede interpretar estados de calma como inseguros cuando el organismo está habituado a la hiperactivación.
Van der Kolk, B. (2014). The body keeps the score: Brain, mind, and body in the healing of trauma. Viking.
https://www.penguinrandomhouse.com/books/215391/the-body-keeps-the-score-by-bessel-van-der-kolk-md/
Aborda cómo personas con estrés prolongado o trauma pueden experimentar ansiedad al intentar relajarse o meditar.
Thayer, J. F., & Lane, R. D. (2000). A model of neurovisceral integration in emotion regulation and dysregulation. Journal of Affective Disorders, 61(3), 201–216.
https://doi.org/10.1016/S0165-0327(00)00338-4
Expone cómo la regulación emocional deficiente hace que el sistema nervioso perciba la calma como una pérdida de control.
Treleaven, D. A. (2018). Trauma-sensitive mindfulness: Practices for safe and transformative healing. W. W. Norton & Company.
https://wwnorton.com/books/9780393709780
Analiza por qué prácticas de mindfulness pueden activar ansiedad en personas con sistemas nerviosos hipervigilantes.
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EN LA OPINIÓN DE:
El lado oscuro de la navidad: una mirada psicológica a la depresión invernal
Detrás de la mercadotecnia de la época de paz en el mundo, la cifra de suicidios se eleva
Conciencia Saludablemente
Por Psicol. Alex Barrera**
Cada año, cuando el invierno comienza a instalarse y los días se acortan, noto un cambio sutil pero profundo en muchas de las personas, lo cual inevitablemente a mi parecer crea una bruma en todo el ambiente, y es que mientras la gran maquinaria de la mercadotecnia nos vende un espacio de amor, familia y entornos diseñados a modo para fomentar el espíritu de dar y recibir, la realidad es que muchas veces esto es la máscara que oculta, lo que no queremos saber, pero que nuestro cerebro ya sabe. Y no es otra cosa sino la reacción biológica natural que nos alinea con la naturaleza, invierno significa el final.
Y no, no es fatalismo, es la naturaleza terminando un ciclo, es por eso que durante el invierno muchos animales se retiran a descansar, los arboles desojados esperan pacientes para poder reverdecer, la luz del día es menos, y por supuesto los seres humanos experimentamos cambios que desafortunadamente intentamos ignorar debido a que cada día nos alejamos más y más de lo natural, pensando con la soberbia que solo el razonamiento nos puede dar, que si la luz del sol se va, nosotros podemos llenarla con pequeñas luces artificiales, que se venden en aquellos puestos que ocupan miles de esquinas en el país.
Pero dejemos el romanticismo y la filosofía de lado y para no abrumarle entremos de lleno a lo que quiero en este espacio, comentarle a usted, que se toma el tiempo de leer estas líneas y es que, si hablamos de los síntomas del invierno, incluso yo, como especialista en salud mental debo confesar que experimento cierta variación en mi nivel de energía y claridad emocional.
Así pues, le hablaré de las cosas por su nombre, lo que muchas personas experimentamos no se trata simplemente de “mal humor por el frío”, sino de un fenómeno ampliamente documentado: la depresión invernal, también conocida como Trastorno Afectivo Estacional (TAE). Aunque a veces se percibe como una exageración o un invento moderno, la ciencia ha demostrado que es una condición real y prevalente, estrechamente vinculada a los ciclos de luz y a la respuesta biológica de nuestro organismo.
La American Psychological Association (APA) explica que el TAE aparece cuando la disminución de luz solar altera nuestros ritmos circadianos, los cuales funcionan como un reloj interno que regula funciones tan esenciales como el sueño, el apetito, la energía y el estado de ánimo. Cuando ese reloj se desajusta, aumentan la melatonina —la hormona del sueño— y disminuyen los niveles de serotonina, vinculada al bienestar. El resultado es una combinación de fatiga, desmotivación, tristeza persistente, irritabilidad, dificultades de concentración y, en algunos casos, un fuerte deseo de aislamiento social.
Observando desde un ángulo clínico, lo más complejo de la depresión invernal no es sólo la sintomatología, sino la forma en que suele ser minimizada. Muchas personas que pasan por este tipo de situaciones se expresan diciendo: “Debe ser flojera”, “Solo necesito echarle ganas”, “Es normal, a todos nos cae pesado el invierno”. Y aunque es cierto que los cambios estacionales influyen en nuestro ánimo, no debemos normalizar un malestar que interfiere en la vida cotidiana. Reconocer que algo no está bien permite atenderlo y evitar que el evento evolucione hacia formas más severas por ejemplo caer en depresión.
Es importante señalar que algunas personas tienen mayor vulnerabilidad biológica a este trastorno. Investigaciones del National Institute of Mental Health (NIMH) indican que quienes viven lejos del ecuador, en regiones donde el invierno tiene menor exposición solar, presentan tasas más altas de TAE. Además, quienes tienen antecedentes de depresión mayor suelen ser más sensibles a las variaciones de luz. Esto no significa que sea inevitable, sino que debemos prestar especial atención a los primeros síntomas.
En terapia, he observado que uno de los desafíos más grandes es el impacto en la percepción personal: quienes viven depresión invernal suelen sentirse “culpables” de no rendir igual, de no tener la misma energía o motivación que en otras épocas. Explicarles el componente biológico, ese juego de hormonas, luz y ritmos internos, les ayuda a comprender que no se trata de una falla personal, sino de un proceso fisiológico que puede regularse con estrategias adecuadas. Probablemente es por ello que muchas personas no son capaces de aceptar que están pasando por un mal momento, incluso ni siquiera lo reconocer, y tapan este tipo de sentimientos con conductas dañinas que curiosamente son fomentadas con el falso espíritu de la navidad, por ejemplo las compras excesivas, o el descontrol en los hábitos alimenticios.
Aun cuando se supone que la temporada enaltece virtudes como la paz, el amor, y la fraternidad, resulta preocupante observar que la disminución de luz natural y la carga emocional invernal coinciden con un aumento sostenido de suicidios en México, en donde para 2023 se registraron 8 mil 837 suicidios, lo que representa una tasa de 6.8 por cada 100 mil habitantes, una cifra más alta que la de años previos, según el INEGI. Estos datos sugieren que la temporada de oscuridad, soledad o desánimo puede agravar la vulnerabilidad psicológica (especialmente en personas predispuestas) y transformar la tristeza estacional en crisis profundas.
Sobre esto existen métodos que pueden ayudar a reducir el riesgo de padecer TAE, ninguno de ellos tan efectivo como la atención psicológica profesional. Un especialista de la salud puede evaluar el nivel del problema además el acompañamiento terapéutico brinda herramientas para detectar pensamientos suicidas, regular el estado de ánimo y reconstruir el bienestar emocional en los meses más oscuros del año.
Algunas acciones cotidianas contribuyen significativamente a reducir el impacto del TAE. Por ello, aquí te comparto tres recomendaciones basadas en evidencia para prevenir o disminuir la depresión invernal:
1) Exponte diariamente a la luz solar entre 5 y 10 minutos, siempre con la protección adecuada.
Salir por la mañana, abrir cortinas, caminar un poco o simplemente recibir la luz directa del gran astro ayuda a regular la serotonina y el reloj biológico. Puede parecer un gesto mínimo, pero su impacto es notable cuando se vuelve parte de la rutina, eso sí, no olvides el bloqueador solar y los lentes con filtro UV.
2) Mantén horarios regulares de sueño y actividad física.
Tu cuerpo necesita estabilidad cuando la luz es escasa. Dormir a horas similares y realizar ejercicio —aunque sea ligero— mejora la energía, la regulación emocional y el descanso nocturno. Aun si la noche dura más tiempo que el día es importante mantener la rutina.
3) Cultiva espacios de conexión social, incluso si la apatía te invita al aislamiento.
El invierno tiende a encerrarnos, pero el contacto humano funciona como un amortiguador emocional. Conversar con alguien, compartir actividades o participar en grupos de apoyo contribuye a mejorar el estado de ánimo.
Y, sobre todo, recuerda que la terapia psicológica es un acompañamiento fundamental durante esta temporada. No solo ofrece un espacio seguro para explorar lo que sientes, sino que te brinda herramientas para comprender tus ciclos internos, reorganizar rutinas, manejar pensamientos negativos y fortalecer tu resiliencia. En los meses más fríos del año, cuando el mundo parece apagarse un poco, la terapia se convierte en un punto de luz que ayuda a atravesar el invierno con mayor claridad y bienestar. Y no olvides que el invierno es el final que marca el inicio de algo nuevo, la navidad no sólo es época de dar y recibir, sino que también amerita un tiempo de introspección para disminuir el ritmo y reflexionar sobre lo que finalizamos y como queremos comenzar el nuevo ciclo.
**Además de 10 años de experiencia como comunicólogo, ejerciendo el periodismo. Alex Barrera es también psicólogo por la UNAM con profundización en desarrollo Humano.
Actualmente brinda terapia clínica con enfoque Biopsicosocial.
Si deseas contactar al especialista o necesitas ayuda terapéutica puedes comunicarte vía Whats App
Para más información del tema puede consultar:
Textos de Interes
American Psychiatric Association. (2013). Diagnostic and Statistical Manual of Mental Disorders (5.ª ed.). Washington, D.C.: Author.
(Para la definición clínica del Trastorno Afectivo Estacional como especificador del trastorno depresivo mayor.)
Rosenthal, N. E., Sack, D. A., Gillin, J. C., Lewy, A. J., Goodwin, F. K., Davenport, Y., … & Wehr, T. A. (1984). Seasonal Affective Disorder: A description of the syndrome and preliminary findings with light therapy. Archives of General Psychiatry, 41(1), 72–80.
(Estudio pionero que define la depresión invernal y su relación con la luz.)
Melrose, S. (2015). Seasonal Affective Disorder: An Overview of Assessment and Treatment Approaches. Depression Research and Treatment, 2015, 1–6.
(Revisión general sobre causas, síntomas y tratamiento del TAE.)
Partonen, T., & Lönnqvist, J. (1998). Bright light improves vitality and alleviates distress in healthy people. Journal of Affective Disorders, 46(1), 175–181.
(Evidencia científica del impacto de la luz en el estado de ánimo.)
Rohan, K. J., Roecklein, K. A., & Haaga, D. A. F. (2009). Cognitive-behavioral therapy for seasonal affective disorder: A randomized controlled trial. American Journal of Psychiatry, 166(5), 503–510.
(Estudio que valida la efectividad de la terapia psicológica para el TAE.)
Lewy, A. J. (2007). Circadian misalignment in mood disturbances. Current Psychiatry Reports, 9(6), 517–522.
(Base científica sobre ritmos circadianos y trastornos del estado de ánimo.)
Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI). (2023). Estadísticas a propósito del día mundial para la prevención del suicidio.
(Fuente de la cifra: 8,837 suicidios y tasa de 6.8 por cada 100 mil habitantes en México.)
Lam, R. W., & Levitt, A. J. (1999). Canadian Consensus Guidelines for the Treatment of Seasonal Affective Disorder. Clinical & Academic Publishing.
(Guía clínica que respalda intervenciones terapéuticas para depresión invernal.)
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