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CJ: Atención permanente y personal a las estrategias para la seguridad
Redacción
CHETUMAL, 4 DE DICIEMBRE.- El presidente Andrés Manuel López Obrador y el secretario de Seguridad y Protección Ciudadana, Alfonso Durazo, han reconocido el trabajo que realiza el gobernador de Quintana Roo, Carlos Joaquín, para disminuir los índices delictivos, principalmente los delitos de alto impacto, mediante una estrategia que, si bien inició antes, es similar al plan nacional pues contempló el impulso a la policía militar, el establecimiento del Mando Único policial, la integración de una Mesa de Seguridad que se reúne bajo la presencia del mandatario estatal y la coordinación permanente con las fuerzas federales y municipales, entre otras acciones.
En su conferencia mañanera del 24 de junio López Obrador informó la disminución en casi 50% del número de homicidios dolosos en Quintana Roo. “En los últimos meses ha ido disminuyendo la violencia, sobre todo el número de homicidios cometidos en Quintana Roo. Había un promedio de dos homicidios diarios y se ha logrado reducir a un promedio de uno diario”, aseguró el presidente.
Esa tendencia a la baja respecto al 2018 se ha sostenido hasta este cierre de año aunque Carlos Joaquín consideró que no es suficiente y los homicidios dolosos requieren de la mayor atención junto con el resto de los delitos. En ese sentido Quintana Roo adoptó el Mando Único Policial, estrategia que también ha sido reconocida por el gobierno federal.
“Vamos a unificar a todas las fuerzas: la Marina, el Ejército, la Policía Federal, las policías ministeriales, las policías estatales, las policías municipales… En cada coordinación se va a actuar de manera conjunta y va a haber Mando Único”, dijo López Obrador mientras Alfonso Durazo detalló las ventajas de esta estrategia pues “todas las fuerzas salen a operar bajo un solo mando, con una sola estrategia; es una coordinación óptima por llamarle de alguna manera”.
“Hemos ido platicando muy de cerca con el gobernador”, dijo Durazo. “Reconocemos el esfuerzo que en materia de seguridad está haciendo. Hemos venido avanzando en todos los sentidos en el tema de seguridad, en los mejores términos y con la mayor disposición de su parte para trabajar juntos”.
A la par de estas estrategias el gobierno de Quintana Roo ha priorizado la inversión en seguridad pública y, como parte de esta, la construcción de un centro de comando C5 dotado con la más novedosa tecnología para reducir el tiempo de respuesta en la ubicación, investigación, detención y vinculación de criminales, así como en la atención de emergencias.
Como parte de este programa denominado Quintana Roo Seguro, se han empezado a instalar Arcos de Seguridad de Identificación Vehicular y cámaras de vigilancia removibles y fijas con botón de pánico en las principales avenidas de Cancún. De acuerdo con la Secretaría estatal de Gobierno, ahora se tiene el doble de detenidos que cuando inició la actual administración debido a que, entre otras medidas, ya operan mil 200 cámaras y se instalarán otras mil en 2020.
El pasado martes el presidente López Obrador anunció que su gobierno dará a conocer “quién es quién en la seguridad” para evidenciar el trabajo que realizan los gobernadores en la materia, porque hay autoridades locales que se aplican, que están así como nosotros, todas las mañanas”, indicó.
Entre esas autoridades Carlos Joaquín ha sido reconocido como uno de los gobernadores que atiende personalmente las reuniones de coordinación para la seguridad y en ese sentido el secretario estatal de Seguridad Pública, Alberto Capella consideró “atinada” la propuesta del presidente: “Considero que es un ejercicio de transparencia. En ese sentido, ayudaría bastante. El análisis completo de lo que hace cada quién, cada gobernador, ayudaría mucho para establecer estrategias a mediano y largo plazo”, indicó.
EN LA OPINIÓN DE:
Cuando el estrés se vuelve hogar
En una mente estresada por años, el silencio se vuelve territorios peligrosos ocultando el verdadero mal
Conciencia Saludablemente
Por. Psicol. Alex Barrera
Hubo un tiempo en el que el estrés era una señal de alarma: algo no estaba bien y el cuerpo pedía pausa. Hoy, para muchas personas, el estrés dejó de ser un estado pasajero y se convirtió en una forma de vida. Muchas personas sin darse cuenta aprendieron a vivir aceleradas, hiperconectadas y con la sensación constante de que, si no estamos ocupados o tensos, estamos fallando en algo. El problema no es solo vivir con estrés, sino volverse incapaz de vivir sin él.
Durante años hemos aprendido a vivir con el estrés como si fuera una condición natural de la adultez. “Así es la vida”, decimos, mientras normalizamos el cansancio crónico, la ansiedad constante y la sensación de que, si no estamos ocupados, algo anda mal. Poco a poco, sin darnos cuenta, dejamos de preguntarnos si el estrés es inevitable y comenzamos a organizarnos alrededor de él. El problema no es sólo que vivamos estresados, sino que a de que sabemos que existe, no sabemos ni como reconocerlo, es decir, sabemos que existe el estrés, pero no sabemos cómo se siente el estrés, y mucho menos como detenerlo, aunque suene duro muchos hemos desarrollado una incapacidad real para vivir sin estrés.
Y es que cuando el estrés se normaliza, el silencio incomoda. Los espacios de calma generan culpa y la tranquilidad se interpreta como pérdida de tiempo incluso hay quien al intentar detenerlo se encuentra con la respuesta automática del cerebro una rotunda negativa, como si el propio cuerpo se negara a abandonar ese estado. Y lo grave es que aunque el cerebro lo haya normalizado, el generar estrés mantiene los mecanismos del naturales del cuerpo provocando daños clínicos en la salud de las personas.
No hablo del estrés como respuesta adaptativa —ese mecanismo biológico que nos permite reaccionar ante una amenaza real—, sino de un estado permanente de activación que se vuelve identidad. Hay personas que no saben qué hacer cuando no hay pendientes, conflictos o urgencias. El silencio les incomoda. El descanso les genera culpa. La calma se percibe como improductiva, sospechosa, incluso peligrosa. En ese punto, el estrés deja de ser una reacción y se convierte en una forma de vida.
Desde la psicología sabemos que el cuerpo no distingue entre una amenaza real y una simbólica. El sistema nervioso responde igual a un león que a un correo electrónico. Cuando vivimos en estado de alerta constante, el organismo se adapta a esa intensidad. El cortisol y la adrenalina se mantienen elevados y, con el tiempo, el cuerpo aprende a funcionar así. Entonces ocurre algo paradójico: la calma empieza a sentirse extraña, y el estrés se vuelve familiar. Incluso necesario.
Esto explica por qué algunas personas, al tener un fin de semana libre, se enferman, se angustian o buscan inconscientemente un conflicto. No es mala suerte: es un sistema nervioso que no sabe bajar la guardia. La mente, acostumbrada al ruido, interpreta la quietud como vacío. Y el vacío, para muchos, resulta insoportable.
La cultura contemporánea ha hecho del estrés una medalla de honor. Estar ocupados es sinónimo de éxito. Dormir poco es señal de compromiso. Decir “no tengo tiempo” nos valida socialmente. Hemos romantizado el agotamiento al punto de sospechar de quien vive con calma. ¿Qué estará haciendo mal? ¿Por qué no corre como los demás? Así, el estrés deja de ser un problema y se vuelve un valor cultural.
Pero el cuerpo no negocia con las narrativas sociales. El estrés sostenido tiene consecuencias claras: trastornos del sueño, problemas digestivos, enfermedades cardiovasculares, irritabilidad, dificultades de concentración, distanciamiento social, ansiedad y depresión. Lo más grave es que muchas de estas señales se ignoran porque se consideran “normales”. Vivir cansados se vuelve la norma. Sentirse mal, el precio a pagar.
Hay otro aspecto menos visible pero igual de dañino: el estrés constante empobrece la vida emocional. Cuando estamos siempre en modo supervivencia, no hay espacio para el placer, la creatividad ni la introspección. Todo se vuelve funcional. Incluso las relaciones. Escuchamos a medias, convivimos con prisa, respondemos desde la reactividad. Vivir así no sólo desgasta el cuerpo; también nos desconecta de nosotros mismos.
Con frecuencia escucho frases como: “Si me relajo, pierdo el control”, “Si descanso, me atraso”, “Si bajo el ritmo, todo se desmorona”” Hay que seguir” y la más atros “Puedo con eso y más”, todas ellas de personas que puedo ver están a punto de desmoronarse. Detrás de ellas hay una creencia profunda: la idea de que sólo somos valiosos cuando estamos produciendo o resolviendo problemas. El estrés, entonces, se convierte en una forma de sostener la autoestima. Mientras estoy ocupado, existo. Cuando paro, me enfrento al vacío de no saber quién soy sin la urgencia.
En ese sentido, la incapacidad de vivir sin estrés no es sólo fisiológica; es también psicológica. El estrés funciona como anestesia. Mantiene la mente ocupada y evita preguntas incómodas: ¿estoy donde quiero estar?, ¿esto me hace sentido?, ¿qué estoy evitando sentir? Cuando bajamos el ritmo, esas preguntas aparecen. Y no siempre estamos preparados para escucharlas.
La ironía es que muchas personas buscan “manejar mejor el estrés” sin cuestionar por qué viven en un estado que lo genera de manera permanente han olvidado siquiera como se sentían, y casi puedo asegurar que ya ni siquiera lo distinguen. Hacemos yoga, meditamos cinco minutos, tomamos suplementos… pero regresamos a la misma lógica de exigencia. No se trata de eliminar el estrés —eso sería imposible—, sino de dejar de necesitarlo para sentirnos vivos.
Incluso el cerebro puede interpretar como amenazantes los ejercicios orientados a la calma y la relajación cuando ha pasado demasiado tiempo funcionando en modo de alerta. Desde la neurociencia sabemos que el sistema nervioso se adapta a los estados que se repiten con mayor frecuencia; si una persona vive bajo estrés crónico, su cerebro aprende que la activación constante es sinónimo de seguridad.
En ese contexto, prácticas como la respiración profunda, la meditación o el silencio corporal pueden generar incomodidad, ansiedad o inquietud, porque implican “bajar la guardia”. Al disminuir la estimulación externa, emergen sensaciones internas, emociones reprimidas o pensamientos evitados, lo que el cerebro interpreta como pérdida de control.
La amígdala, encargada de detectar amenazas, puede activarse ante esta quietud desconocida, enviando señales de alarma que se manifiestan como nerviosismo, tensión muscular o necesidad urgente de interrumpir el ejercicio. No es que la calma sea peligrosa, sino que resulta extraña para un sistema acostumbrado a sobrevivir desde la urgencia. Por ello, aprender a relajarse no siempre es placentero al inicio; es un proceso de reaprendizaje en el que el cerebro necesita tiempo y acompañamiento para reconocer que el descanso también es un estado seguro.
Aprender a vivir sin estrés no significa abandonar responsabilidades ni aspiraciones. Significa recuperar la capacidad de alternar entre acción y reposo reconociendo conscientemente cual es cual. Dejar que el sistema nervioso recuerde que la calma también es segura. Que no todo es amenaza. Que no todo es urgente. Que el descanso no es un premio, sino una necesidad biológica y emocional y de usar herramientas que me permitan disminuir el estrés en momentos precisos de la vida.
Este reaprendizaje no es sencillo. Para alguien acostumbrado a la hiperactividad, el descanso puede generar ansiedad, irritabilidad o incluso tristeza. Es como quitarle una muleta al cuerpo: al principio duele. Por eso, muchas personas fracasan en sus intentos de bajar el ritmo y concluyen que “no pueden”. No es que no puedan; es que están deshabituándose de un estado que se volvió adictivo.
Aquí es donde la terapia psicológica cobra un papel fundamental. No sólo para enseñar técnicas de relajación, sino para explorar qué función cumple el estrés en la vida de la persona. ¿Qué evita? ¿Qué sostiene? ¿Qué identidad refuerza? Acompañar este proceso permite construir una relación más sana con el tiempo, el cuerpo y las emociones.
Vivir sin estrés constante no es una utopía, pero sí un acto contracultural. Implica cuestionar mandatos, tolerar la incomodidad del silencio y redefinir el valor personal más allá del rendimiento. Implica, en muchos casos, aceptar que hemos estado sobreviviendo cuando podríamos estar viviendo.
Tal vez la pregunta no sea cómo eliminar el estrés, sino algo más incómodo y honesto: ¿qué parte de mí no sabe existir sin él? Mientras no nos atrevamos a responderla, seguiremos corriendo, no porque sea necesario, sino porque detenernos nos confronta con una calma que aún no sabemos habitar.
**Además de 10 años de experiencia como comunicólogo, ejerciendo el periodismo. Alex Barrera es también psicólogo por la UNAM con profundización en desarrollo.
Actualmente brinda terapia clínica con enfoque Biopsicosocial de manera privada.
Si le interesa el tema puede profundizar en los siguientes textos:
American Psychological Association. (2020). Stress effects on the body.
https://www.apa.org/topics/stress/body
Describe cómo el estrés crónico mantiene al sistema nervioso en estado de alerta y dificulta la activación de respuestas de relajación.
Porges, S. W. (2011). The polyvagal theory: Neurophysiological foundations of emotions, attachment, communication, and self-regulation. W. W. Norton & Company.
https://wwnorton.com/books/9780393707007
Explica cómo el sistema nervioso autónomo puede interpretar estados de calma como inseguros cuando el organismo está habituado a la hiperactivación.
Van der Kolk, B. (2014). The body keeps the score: Brain, mind, and body in the healing of trauma. Viking.
https://www.penguinrandomhouse.com/books/215391/the-body-keeps-the-score-by-bessel-van-der-kolk-md/
Aborda cómo personas con estrés prolongado o trauma pueden experimentar ansiedad al intentar relajarse o meditar.
Thayer, J. F., & Lane, R. D. (2000). A model of neurovisceral integration in emotion regulation and dysregulation. Journal of Affective Disorders, 61(3), 201–216.
https://doi.org/10.1016/S0165-0327(00)00338-4
Expone cómo la regulación emocional deficiente hace que el sistema nervioso perciba la calma como una pérdida de control.
Treleaven, D. A. (2018). Trauma-sensitive mindfulness: Practices for safe and transformative healing. W. W. Norton & Company.
https://wwnorton.com/books/9780393709780
Analiza por qué prácticas de mindfulness pueden activar ansiedad en personas con sistemas nerviosos hipervigilantes.
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Chetumal
QUINTANA ROO ENTRE NIEBLAS MATUTINAS Y CIELOS NUBLADOS: EL CLIMA HOY 17 DE DICIEMBRE DE 2025
Chetumal, Quintana Roo. Este miércoles 17 de diciembre, el estado de Quintana Roo amaneció bajo la influencia de humedad proveniente del mar Caribe, generando nieblas en zonas costeras y lluvias aisladas en distintos municipios. El ambiente se mantendrá templado por la mañana y cálido durante la tarde, con ráfagas de viento moderadas y una sensación térmica elevada que supera la temperatura real en varios puntos.
MUNICIPIOS Y CONDICIONES
- Cancún: Temperatura máxima 29°C, sensación térmica 31°C
- Playa del Carmen: Temperatura 28°C, sensación térmica 30°C
- Chetumal: Temperatura 27°C, sensación térmica 29°C
- Felipe Carrillo Puerto: Temperatura 26°C, sensación térmica 28°C
- Cozumel: Temperatura 27°C, sensación térmica 30°C
- Isla Mujeres: Temperatura 28°C, sensación térmica 30°C
- Tulum: Temperatura 29°C, sensación térmica 31°C
- José María Morelos: Temperatura 25°C, sensación térmica 27°C
- Bacalar: Temperatura 26°C, sensación térmica 28°C
- Mañana: Fresca, con bancos de niebla en Cancún y zonas rurales.
- Tarde: Cálida, con cielos parcialmente nublados y baja probabilidad de lluvias intensas.
- Noche: Descenso moderado de temperatura, humedad elevada y ambiente estable.
El estado de Quintana Roo vivirá una jornada sin riesgos meteorológicos mayores, marcada por alta humedad, sensación térmica superior y lluvias intermitentes. Un día ideal para actividades al aire libre con precauciones básicas: mantenerse hidratado, usar protector solar y estar atentos a posibles chubascos en la tarde.
Fuente: 5to Poder Agencia de Noticias
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