Conecta con nosotros

zslider

Hombre de 56 años construye su propio muro con México

Publicado

el

ESTADOS UNIDOS, 28 DE MAYO.- Jeff Allen, un ciudadano estadounidense de 56 años, inició la construcción de su propio muro para impedir el cruce ilegal de migrantes en la franja fronteriza de Estados Unidos y México, donde convergen Texas y Nuevo México con el norteño estado mexicano de Chihuahua.

Allen, en declaraciones a medios, explicó que hace seis años adquirió una propiedad en el lado estadounidense que colindaba con la frontera de estos dos países y que el terreno carecía de alguna construcción que delimitara el espacio.

Esto la hacía una zona de fácil acceso para los migrantes, que al no contar con sus documentos, no podían ingresar por los puertos oficiales a Estados Unidos.

Sin embargo, Allen decidió tomar acciones por su cuenta y con apoyo de donaciones monetarias realizadas por otros estadounidenses comenzó la construcción de un muro de barrotes de acero que miden 5,9 metros de alto.

La obra, parecida a la que está actualmente construyendo el Gobierno de Donald Trump, tiene una longitud de poco más de 800 metros y podría ser terminada en las próximas semanas.

“Yo soy patriota, este es mi país y lo voy a proteger. Y voy a proteger a mi familia”, enfatizó Allen, cuya esposa e hija son originarias de Ciudad Juárez.

De acuerdo con Allen, quien además es fundador del grupo de militares veteranos ‘United Constitutional Patriots’, su acción no está basada en el racismo, sino en la protección y seguridad.

“Ellos (refiriéndose a las personas migrantes) me aventaron rocas, ellos roban, me poncharon (pincharon) las llantas? estoy cansado, esto sucede desde hace seis años”, aseguró.

Desde la perspectiva del veterano estadounidense, el Congreso de su país ha fallado en proteger las fronteras de la población migrante que no ingresa de forma legal.

Aseguró que los ciudadanos ya se encuentran tomando acciones al respecto; esto se puede ver reflejado en la página de internet donde recibe las donaciones para la construcción de su muro.

“El Congreso es perezoso, es irresponsable y no protege al ciudadano. Ellos no están protegiendo Estados Unidos. En Estados Unidos, en este momento, 45 personas al día mueren a manos de migrantes”, recalcó.

Para Allen, todas las personas migrantes deberían ingresar de forma legal, tal y como lo hizo su esposa, de lo contrario, no está dispuesto a aceptar a ningún migrante en su país.

“Esta es mi casa, no es tu casa, no es la casa de ellos, es mi casa y si quieres entrar a Estados Unidos tienes que hacerlo legal. Yo pienso que legal es genial”, concluyó.

Cada año decenas de miles de migrantes cruzan México y buscan entrar ilegalmente a Estados Unidos con el afán de cumplir su sueño americano.

Además, desde octubre de 2018 miles de ellos también viajan en caravana, un fenómeno más visible y que ha causado choques diplomáticos entre naciones.

Fuente: Excélsior

Compartir:
Click para comentar

Leave a Reply

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Fé & Religión

Viernes Santo la Pasión de nuestro Señor Jesucristo

Publicado

el

Isaías 52, 13 — 53, 12
Mirad, mi siervo tendrá éxito, subirá y crecerá mucho.
Como muchos se espantaron de él porque desfigurado no parecía hombre, ni tenía aspecto humano, así asombrará a muchos pueblos, ante él los reyes cerrarán la boca, al ver algo inenarrable y comprender algo inaudito.
¿Quién creyó nuestro anuncio?; ¿a quién se reveló el brazo del Señor?
Creció en su presencia como brote, como raíz en tierra árida, sin figura, sin belleza.
Lo vimos sin aspecto atrayente, despreciado y evitado de los hombres, como un hombre de dolores, acostumbrado a sufrimientos, ante el cual se ocultaban los rostros, despreciado y desestimado.
Él soportó nuestros sufrimientos y aguantó nuestros dolores; nosotros lo estimamos leproso, herido de Dios y humillado; pero él fue traspasado por nuestras rebeliones, triturado por nuestros crímenes.
Nuestro castigo saludable cayó sobre él, sus cicatrices nos curaron.
Todos errábamos como ovejas, cada uno siguiendo su camino; y el Señor cargó sobre él todos nuestros crímenes.
Maltratado, voluntariamente se humillaba y no abría la boca: como cordero llevado al matadero, como oveja ante el esquilador, enmudecía y no abría la boca.
Sin defensa, sin justicia, se lo llevaron, ¿quién se preocupará de su estirpe? Lo arrancaron de la tierra de los vivos, por los pecados de mi pueblo lo hirieron.
Le dieron sepultura con los malvados y una tumba con los malhechores, aunque no había cometido crímenes ni hubo engaño en su boca.
El Señor quiso triturarlo con el sufrimiento, y entregar su vida como expiación: verá su descendencia, prolongará sus años, lo que el Señor quiere prosperará por su mano.
Por los trabajos de su alma verá la luz, el justo se saciará de conocimiento.
Mi siervo justificará a muchos, porque cargó con los crímenes de ellos.
Le daré una multitud como parte, y tendrá como despojo una muchedumbre.
Porque expuso su vida a la muerte y fue contado entre los pecadores, él tomó el pecado de muchos e intercedió por los pecadores.

Salmo 30, 2 y 6. 12-13. 15-16. 17 y 25
Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu.

A ti, Señor, me acojo:
no quede yo nunca defraudado;
tú, que eres justo, ponme a salvo.
A tus manos encomiendo mi espíritu: tú, el Dios leal, me librarás.

Soy la burla de todos mis enemigos, la irrisión de mis vecinos, el espanto de mis conocidos: me ven por la calle, y escapan de mí.
Me han olvidado como a un muerto, me han desechado como a un cacharro inútil.

Pero yo confío en ti, Señor;
te digo: «Tú eres mi Dios».
En tu mano están mis azares:
líbrame de los enemigos que me persiguen.

Haz brillar tu rostro sobre tu siervo, sálvame por tu misericordia.
Sed fuertes y valientes de corazón, los que esperáis en el Señor.

Hebreos 4, 14-16; 5, 7-9
Hermanos:
Ya que tenemos un sumo sacerdote grande que ha atravesado el cielo, Jesús, Hijo de Dios, mantengamos firme la confesión de fe.
No tenemos un sumo sacerdote incapaz de compadecerse de nuestras debilidades, sino que ha sido probado en todo, como nosotros, menos en el pecado. Por eso, comparezcamos confiados ante el trono de la gracia, para alcanzar misericordia y encontrar gracia para un auxilio oportuno.
Cristo, en efecto, en los días de su vida mortal, a gritos y con lágrimas, presentó oraciones y súplicas al que podía salvarlo de la muerte, siendo escuchado por su piedad filial. Y, aun siendo Hijo, aprendió, sufriendo, a obedecer. Y, llevado a la consumación, se convirtió, para todos los que lo obedecen, en autor de salvación eterna.

Pasión de nuestro Señor Jesucristo según san Juan 18, 1 — 19, 42
C. En aquel tiempo, salió Jesús con sus discípulos al otro lado del torrente Cedrón, donde había un huerto, y entraron allí él y sus discípulos. Judas, el que lo iba a entregar, conocía también el sitio, porque Jesús se reunía a menudo allí con sus discípulos. Judas entonces, tomando una cohorte y unos guardias de los sumos sacerdotes y de los fariseos, entró allá con faroles, antorchas y armas. Jesús, sabiendo todo lo que venía sobre él, se adelantó y les dijo:

  • «¿A quién buscáis?».
    C. Le contestaron:
    S. «A Jesús, el Nazareno».
    C. Les dijo Jesús:
  • «Yo soy».
    C. Estaba también con ellos Judas, el que lo iba a entregar. Al decirles: «Yo soy», retrocedieron y cayeron a tierra. Les preguntó otra vez:
  • «¿A quién buscáis?».
    C. Ellos dijeron:
    S. «A Jesús, el Nazareno».
    C. Jesús contestó:
  • «Os he dicho que soy yo. Si me buscáis a mí, dejad marchar a estos».
    C. Y así se cumplió lo que había dicho: «No he perdido a ninguno de los que me diste».
    Entonces Simón Pedro, que llevaba una espada, la sacó e hirió al criado del sumo sacerdote, cortándole la oreja derecha. Este criado se llamaba Malco. Dijo entonces Jesús a Pedro:
  • «Mete la espada en la vaina. El cáliz que me ha dado mi Padre, ¿no lo voy a beber?».
    C. La cohorte, el tribuno y los guardias de los judíos prendieron a Jesús, lo ataron y lo llevaron primero a Anás, porque era suegro de Caifás, sumo sacerdote aquel año; Caifás era el que había dado a los judíos este consejo: «Conviene que muera un solo hombre por el pueblo».
    Simón Pedro y otro discípulo seguían a Jesús. Este discípulo era conocido del sumo sacerdote y entró con Jesús en el palacio del sumo sacerdote, mientras Pedro se quedó fuera a la puerta. Salió el otro discípulo, el conocido del sumo sacerdote, habló a la portera e hizo entrar a Pedro. La criada portera dijo entonces a Pedro:
    S. «¿No eres tú también de los discípulos de ese hombre?».
    C. Él dijo:
    S. «No lo soy».
    C. Los criados y los guardias habían encendido un brasero, porque hacía frío, y se calentaban. También Pedro estaba con ellos de pie, calentándose.
    El sumo sacerdote interrogó a Jesús acerca de sus discípulos y de su doctrina.
    Jesús le contestó:
  • «Yo he hablado abiertamente al mundo; yo he enseñado continuamente en la sinagoga y en el templo, donde se reúnen todos los judíos, y no he dicho nada a escondidas. ¿Por qué me preguntas a mí? Pregunta a los que me han oído de qué les he hablado. Ellos saben lo que yo he dicho».
    C. Apenas dijo esto, uno de los guardias que estaba allí le dio una bofetada a Jesús, diciendo:
    S. «¿Así contestas al sumo sacerdote?».
    C. Jesús respondió:
  • «Si he faltado al hablar, muestra en qué he faltado; pero si he hablado como se debe, ¿por qué me pegas?».
    C. Entonces Anás lo envió atado a Caifás, sumo sacerdote.
    C. Simón Pedro estaba de pie, calentándose, y le dijeron:
    S. «¿No eres tú también de sus discípulos?».
    C. Él lo negó, diciendo:
    S. «No lo soy».
    C. Uno de los criados del sumo sacerdote, pariente de aquel a quien Pedro le cortó la oreja, le dijo:
    S. «¿No te he visto yo en el huerto con él?».
    C. Pedro volvió a negar, y enseguida cantó un gallo.
    C. Llevaron a Jesús de casa de Caifás al pretorio. Era el amanecer, y ellos no entraron en el pretorio para no incurrir en impureza y poder así comer la Pascua. Salió Pilato afuera, adonde estaban ellos, y dijo:
    S. «¿Qué acusación presentáis contra este hombre?».
    C. Le contestaron:
    S. «Si este no fuera un malhechor, no te lo entregaríamos».
    C. Pilato les dijo:
    S. «Lleváoslo vosotros y juzgadlo según vuestra ley».
    C. Los judíos le dijeron:
    S. «No estamos autorizados para dar muerte a nadie».
    C. Y así se cumplió lo que había dicho Jesús, indicando de qué muerte iba a morir.
    Entró otra vez Pilato en el pretorio, llamó a Jesús y le dijo:
    S. «¿Eres tú el rey de los judíos?».
    C. Jesús le contestó:
  • «¿Dices eso por tu cuenta o te lo han dicho otros de mí?».
    C. Pilato replicó:
    S. «¿Acaso soy yo judío? Tu gente y los sumos sacerdotes te han entregado a mí; ¿qué has hecho?».
    C. Jesús le contestó:
  • «Mi reino no es de este mundo. Si mi reino fuera de este mundo, mi guardia habría luchado para que no cayera en manos de los judíos. Pero mi reino no es de aquí».
    C. Pilato le dijo:
    S. «Entonces, ¿tú eres rey?».
    C. Jesús le contestó:
  • «Tú lo dices: soy rey. Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad. Todo el que es de la verdad escucha mi voz».
    C. Pilato le dijo:
    S. «Y, ¿qué es la verdad?».
    C. Dicho esto, salió otra vez adonde estaban los judíos y les dijo:
    S. «Yo no encuentro en él ninguna culpa. Es costumbre entre vosotros que por Pascua ponga a uno en libertad. ¿Queréis que os suelte al rey de los judíos?».
    C. Volvieron a gritar:
    S. «A ese no, a Barrabás».
    C. El tal Barrabás era un bandido.
    C. Entonces Pilato tomó a Jesús y lo mandó azotar. Y los soldados trenzaron una corona de espinas, se la pusieron en la cabeza y le echaron por encima un manto color púrpura; y, acercándose a él, le decían:
    S. «Salve, rey de los judíos!».
    C. Y le daban bofetadas.
    Pilato salió otra vez afuera y les dijo:
    S. «Mirad, os lo saco afuera para que sepáis que no encuentro en él ninguna culpa».
    C. Y salió Jesús afuera, llevando la corona de espinas y el manto color púrpura. Pilato les dijo:
    S. «He aquí al hombre».
    C. Cuando lo vieron los sumos sacerdotes y los guardias, gritaron:
    S. «Crucifícalo, crucifícalo!».
    C. Pilato les dijo:
    S. «Lleváoslo vosotros y crucificadlo, porque yo no encuentro culpa en él».
    C. Los judíos le contestaron:
    S. «Nosotros tenemos una ley, y según esa ley tiene que morir, porque se ha hecho Hijo de Dios».
    C. Cuando Pilato oyó estas palabras, se asustó aún más. Entró otra vez en el pretorio y dijo a Jesús:
    S. «¿De dónde eres tú?».
    C. Pero Jesús no le dio respuesta.
    Y Pilato le dijo:
    S. «¿A mí no me hablas? ¿No sabes que tengo autoridad para soltarte y autoridad para crucificarte?».
    C. Jesús le contestó:
  • «No tendrías ninguna autoridad sobre mí si no te la hubieran dado de lo alto. Por eso el que me ha entregado a ti tiene un pecado mayor».
    C. Desde este momento Pilato trataba de soltarlo, pero los judíos gritaban:
    S. «Si sueltas a ese, no eres amigo del César. Todo el que se hace rey está contra el César».
    C. Pilato entonces, al oír estas palabras, sacó afuera a Jesús y se sentó en el tribunal, en el sitio que llaman «el Enlosado» (en hebreo “Gábbata”). Era el día de la Preparación de la Pascua, hacia el mediodía.
    Y dijo Pilato a los judíos:
    S. «He aquí a vuestro rey».
    C. Ellos gritaron:
    S. «¡Fuera, fuera; crucifícalo!».
    C. Pilato les dijo:
    S. «¿A vuestro rey voy a crucificar?».
    C. Contestaron los sumos sacerdotes:
    S. «No tenemos más rey que al César».
    C. Entonces se lo entregó para que lo crucificaran.
    C. Tomaron a Jesús, y, cargando él mismo con la cruz, salió al sitio llamado «de la Calavera» (que en hebreo se dice “Gólgota”), donde lo crucificaron; y con él a otros dos, uno a cada lado, y en medio, Jesús. Y Pilato escribió un letrero y lo puso encima de la cruz; en él estaba escrito: «Jesús, e! Nazareno, el rey de los judíos».
    Leyeron el letrero muchos judíos, porque estaba cerca el lugar donde crucificaron a Jesús, y estaba escrito en hebreo, latín y griego.
    Entonces los sumos sacerdotes de los judíos dijeron a Pilato:
    S. «No escribas “El rey de los judíos”, sino: “Este ha dicho: soy el rey de los judíos”».
    C. Pilato les contestó:
    S. «Lo escrito, escrito está».
    C. Los soldados, cuando crucificaron a Jesús, cogieron su ropa, haciendo cuatro partes, una para cada soldado, y apartaron la túnica. Era una túnica sin costura, tejida toda de una pieza de arriba abajo. Y se dijeron:
    S. «No la rasguemos, sino echémosla a suerte, a ver a quién le toca».
    C. Así se cumplió la Escritura: «Se repartieron mis ropas y echaron a suerte mi túnica». Esto hicieron los soldados.
    C. Junto a la cruz de Jesús estaban su madre, la hermana de su madre, María, la de Cleofás, y María, la Magdalena. Jesús, al ver a su madre y junto a ella al discípulo al que amaba, dijo a su madre:
  • «Mujer, ahí tienes a tu hijo».
    C. Luego, dijo al discípulo:
  • «Ahí tienes a tu madre».
    C. Y desde aquella hora, el discípulo la recibió como algo propio.
    C. Después de esto, sabiendo Jesús que ya todo estaba cumplido, para que se cumpliera la Escritura, dijo:
  • «Tengo sed».
    C. Había allí un jarro lleno de vinagre. Y, sujetando una esponja empapada en vinagre a una caña de hisopo, se la acercaron a la boca. Jesús, cuando tomó el vinagre, dijo:
  • «Está cumplido».
    C. E inclinando la cabeza, entregó el espíritu.
    C. Los judíos entonces, como era el día de la Preparación, para que no se quedaran los cuerpos en la cruz el sábado, porque aquel sábado era un día grande, pidieron a Pilato que les quebraran las piernas y que los quitaran. Fueron los soldados, le quebraron las piernas al primero y luego al otro que habían crucificado con él; pero al llegar a Jesús, viendo que ya había muerto, no le quebraron las piernas, sino que uno de los soldados, con la lanza, le traspasó el costado, y al punto salió sangre y agua. El que lo vio da testimonio, y su testimonio es verdadero, y él sabe que dice verdad, para que también vosotros creáis. Esto ocurrió para que se cumpliera la Escritura:
    «No le quebrarán un hueso»;
    y en otro lugar la Escritura dice:
    «Mirarán al que traspasaron».
    C. Después de esto, José de Arimatea, que era discípulo de Jesús aunque oculto por miedo a los judíos, pidió a Pilato que le dejara llevarse el cuerpo de Jesús. Y Pilato lo autorizó. Él fue entonces y se llevó el cuerpo. Llegó también Nicodemo, el que había ido a verlo de noche, y trajo unas cien libras de una mixtura de mirra y áloe.
    Tomaron el cuerpo de Jesús y lo envolvieron en los lienzos con los aromas, según se acostumbra a enterrar entre los judíos. Había un huerto en el sitio donde lo crucificaron, y en el huerto, un sepulcro nuevo donde nadie había sido enterrado todavía. Y como para los judíos era el día de la Preparación, y el sepulcro estaba cerca, pusieron allí a Jesús.

Los acontecimientos en su marco histórico.
La crucifixión de Jesús es uno de los acontecimientos de la vida de Jesús más auténtico y menos discutido a lo largo de la historia.
¿Por qué la crucifixión? ¿Rebeldes contra Roma?
Sabemos que los judíos no tenían, en tiempo de Jesús, el poder de ejecutar ninguna sentencia de muerte. Podían dictar la sentencia pero no ejecutarla. Por eso Jesús fue crucificado y lapidado como correspondía a quien era acusado de blasfemia según las leyes veterotestamentarias. La crucifixión reservarse para los rebeldes contra Roma.
Pilato creyó que Jesús era un zelota o rebelde contra Roma ¿corresponde a la historia?
Así le fue presentada la sentencia del Sanedrín en la versión de Lucas 23,1ss.:”Hemos encontrado a éste alborotando a nuestra nación, impidiendo pagar tributo al César, y diciendo que él es el Mesías, el rey”. Ciertamente menudearon personajes que pretendieron ser el mesías y provocaron violencia y levantamientos contra Roma. Una lectura atenta del conjunto de los cuatro relatos evangélicos impiden concluir lo mismo en el caso de Jesús. Rechazó (tercera tentación) la oferta de un liderazgo político-militar. Sus palabras contra la violencia. Sus palabras en el episodio del impuesto al César. El relato actual de los evangelios nos prohíben pensar que Jesús fuera un revolucionario político-militar. Otra cosa es cómo pudiera interpretarse su total libertad de movimientos, comportamientos e interpretaciones de la ley y prácticas de los judíos.
Las motivaciones de la muerte violenta de Jesús.
Muchas y complicadas fueron las causas que se entretejieron para desembocar en la sentencia de muerte de Jesús. Luego nos referiremos a las causas teológicas. Jesús se comportó siempre con absoluta fidelidad y a la vez libertad frente a la ley de Moisés. Mantuvo una actitud crítica frente a las prácticas judías. Denunció la hipocresía en la conducta de los maestros de la ley y fariseos. Practicó la comensalía abierta mediante la cual rompía las fronteras de los estamentos sociales entre los judíos y las normas de los adecuados distanciamientos. Se le consideró amigo de los pecadores a quienes acogía y con quienes comía gustosamente. Todas estas causas y otras complementarias confluyeron en su muerte violenta.

Los acontecimientos cristológicos.
Ante el Sanedrín.
Es necesario subrayar la presencia de Jesús ante el Sanedrín. Los tres relatos evangélicos (Juan lo es a su manera) son concordes en narrarnos esta escena que ciertamente está cargada de interpretación cristológica. Jesús se encuentra ante el sacrosanto tribunal de Israel compuesto, a partes iguales, entre estas tres categorías de personas: los sacerdotes, los maestros de la ley y los senadores o ancianos. Representan lo mejor de Israel. Se encuentran frente a frente los representantes de una esperanza multisecular y Jesús, el verdadero Mesías. Se trata, por tanto, de un asunto de trascendental importancia para la historia de la salvación y para la humanidad. ¿Dónde está la blasfemia de Jesús? En la perspectiva del tribunal la blasfemia consistió en que Jesús se arrogó las prerrogativas del Mesías, el enviado de Dios, cuando a todas luces no era encajaba en su imagen del Mesías. El proceder del tribunal era lógico desde su punto de partida.
Es importante subrayar lo que realmente estaba en juego. Toda la vida de ministerio de Jesús fue un continuado proceso del pueblo de Israel contra él. En este sentido es especialmente iluminador el relato joánico, sobre todo a partir del capítulo 7 hasta el 12. No fue un asunto aislado. Todo el comportamiento de Jesús colocó a Israel frente a una grave disyuntiva: o aceptaban su misión y tenían que cambiar ridículamente las estructuras religiosas o lo rechazaban por falso reformador. No les quedaba otra alternativa. En definitiva, la muerte de Jesús es el resultado de una comportamiento coherente.
Sería importante también insistir que hay que entrar un poco en la intimidad de Jesús para percatarnos de sus sentimientos profundos al ver cómo Israel, el pueblo de la esperanza mesiánica, le rechaza a él que era el verdadero Mesías. Israel se condena a las tinieblas al rechazar la última y definitiva revelación de Dios. Esto causaba a Jesús un sufrimiento profundo, sutil y muy superior al sufrimiento físico (limpio e importante). El rechazo de su persona y de su misión.
El proceso ante el Sanedrín es un modelo y un espejo para cuantos se sienten perseguidos, maltratados o incomprendidos por razones de justicia, de conciencia o de coherencia en los comportamientos. Es necesario que los creyentes asuman esta tarea, como Jesús, en medio de un mundo que busca poco la verdad que libera al hombre en profundidad. Los creyentes somos llamados a vivir en este mundo nuestro la prolongación de las actitudes de Jesús en su Pasión. De este modo rebasaremos los aspectos externos de estos días tan singulares, para entrar en el núcleo verdadero y en su contenido.

La Crucifixión: los personajes.
Es importante prestar atención a los personajes que se encuentran en el calvario. Cada uno de ellos representa una actitud especial. Presentando estos datos plásticamente se hace más comprensible el mensaje de lo que allí acontece. Nos atenemos a los relatos evangélicos y, por tanto, a la comprensión que de los hechos (siempre más sobrios) tuvo la Iglesia primitiva y recogieron los evangelistas. Sabemos que los relatos transmiten hechos y teología. Jesús, María, los dos ladrones, el pueblo, etc. contribuyen para encontrar el sentido de los hechos.
Conviene destacar, además de la persona de Jesús que es el centro, la figura de María. Es presentada en los relatos evangélicos como Madre de Jesús, como Madre de Dios y como una discípula de Jesús siempre en crecimiento en la fe. Toda la vida de María fue una búsqueda incansable y una profundización siempre más rica en la persona y en la obra de Jesús. El hecho de estar junto a Jesús en la Cruz revela que su discipulado ha llegado a la madurez, que ha superado el escándalo aparente de la Cruz, que su integración en la misión de su Hijo ha sido llevada hasta su término. En la versión de Juan este aspecto aparece con especial fuerza y hermosura: Jesús se la entrega como Madre al mejor de los discípulos (Juan), ella que es la mejor de las discípulas; es proclamada Madre de la Iglesia, comunidad de los discípulos de Jesús siempre en peregrinación.

Actitud de Jesús en la Cruz.
La actitud de Jesús se manifiesta en sus gestos y en sus palabras. La versión que los evangelistas nos han conservado en sus escritos nos recuerdan que Jesús debió pronunciar siete palabras. Todas ellas están relacionadas con su misión anterior. Todas ellas se pueden y se deben interpretar a la luz de su comportamiento. Los gestos y las palabras de Jesús corresponden con coherencia a su comportamiento durante los años de ministerio.

Significación teológica de este acontecimiento.
La Cruz expresión suprema del amor de Dios.
Esta es la raíz profunda que ilumina y da su sentido a lo que está ocurriendo en el Calvario. Así lo entendieron los evangelistas. Cristo en la Cruz es la suprema expresión del amor de Dios al mundo. Es el momento supremo de la revelación de la auténtica personalidad y misión de Jesús. La Cruz está al final de la carrera de Jesús en la visión de Marcos especialmente (aunque no exclusivamente). El poder de Dios misericordioso se revela especialmente en la Cruz. Los milagros realizados por Jesús eran sólo un pálido anticipo.
Pablo nos ofrece algunos textos muy importantes para la comprensión del misterio de la Cruz: 1Cor 1 y Flp 2.

La Cruz no es un fracaso sino una victoria.
Los evangelistas nos recuerdan, para interpretar el misterio de la Cruz, que la muerte de Jesús fue acompañada por la presencia de tinieblas. Estas tienen un sentido simbólico a partir de algunos textos profético. Las tinieblas acompañan en la descripción del Día de Yahvé. Ahora bien, el día de Yahvé es el día de la salvación definitiva. Por tanto, cuando los narradores nos recuerdan la presencia de tinieblas en el calvario nos enseñan que en la muerte de Jesús Dios está actuando definitivamente la salvación. Por los sufrimientos, Jesús aprendió a obedecer y encontrarse con la voluntad genuina de Dios. Y eso se produce en sus discípulos. El creyente es un testigo vivo, en medio del mundo, del amor de Dios desde y en la cruz dolorosa y gozosa. Sólo el creyente puede transmitir esta sabiduría y poder del amor de Dios. Y el mundo lo necesita.

Fuerza liberadora de la Cruz.
Para la comprensión global de esta acción liberadora de Cristo en la Cruz nada más adecuado e iluminador que una lectura conjunta de estos textos: Lc 14,25-33; Jn 8,31ss; 1Cor 1,17-31; Gl 6,14-17; 1Jn 4,7-21.
De la interacción de unas afirmaciones con otras resulta esta imagen:

  • Para ser discípulo de Cristo hay que renunciar a todo (incluso a sí mismo), tomar su Cruz y seguirle (Lucas);
  • para ser discípulos de Jesús es necesario permanecer fieles a su Palabra que es la verdad y que es la única que proporciona la libertad (Juan);
  • la Cruz de Cristo es el valor que tergiversa y subvierte todos los demás valores en los que el hombre cree encontrar su libertad y su felicidad como son el poder, el bienestar, el prestigio, la ciencia humana (1Corintios);
  • conseguida la liberación, el discípulo descubre que la Cruz es un motivo de gloria, es el único valor que merece realmente su atención (Gálatas);
  • finalmente, descubre que si es posible conseguir la libertad de los hijos de Dios es porque Cristo en la Cruz es la suprema expresión del amor del Padre en favor de la humanidad esclavizada por lo único que no la deja realizarse: el pecado (1Juan).

Sólo se puede amar al otro de verdad en la dimensión de la Cruz, es decir, cuando se descubre y se experimenta el amor que el Padre nos tiene a todos los hombres. Por eso podemos comprender la fuerza liberadora de la Cruz.
Cristo en la cruz nos libera de la Ley
¿Cómo se realiza esta liberación? Descubriendo el verdadero sentido de la ley como expresión de la voluntad de Dios y el verdadero sentido de la obediencia. Cristo en la Cruz es el hombre más libre y más obediente a la vez. Vive y nos revela el verdadero origen y fuente de la libertad genuinamente humana: el encuentro con la voluntad luminosa y amorosa del Padre que engendra libertad.
Cristo en la Cruz nos libera del pecado
Según el relato histórico-salvífico, el pecado es extraño a los planes de Dios. El pecado no forma parte (en esta visión histórico-salvífica) del proyecto de Dios sobre el hombre. El pecado destruye al hombre, en modo alguno contribuye a su humanización. Por eso Cristo se hizo semejante a nosotros en todo menos en el pecado (Hb 4,15). Jesús nos libera del pecado al restituirnos al verdadero proyecto de Dios sobre el hombre para su realización y su felicidad.Cristo en la Cruz nos libera de la muerte.
Nos revela definitivamente que Dios es un Dios de vivos y para la vida y no un Dios de muertos ni para la muerte. Así nos lo había dicho Jesús en su ministerio (Mc 12). Dios nos hizo para la vida. Este texto de la Carta a los Hebreos es iluminador: “Pues como los hijos participan en la sangre y en la carne, de igual manera él participó en las mismas, para destruir por la muerte al que tenía el imperio de la muerte, esto es, el diablo, y librar a aquellos que por el temor de la muerte estaban toda la vida sujetos a servidumbre (Hb 2,14-18). Cristo en la Cruz nos libera de un mal incrustado en la profundidad de la conciencia humana: el temor a la muerte y a los anticipos de la muerte como son el sufrimiento, la soledad y la incapacidad humana.
Gloriarse en la Cruz
“Los que quieren gloriarse en la carne, ésos os fuerzan a circuncidaros sólo para no ser perseguidos por motivo de la cruz de Cristo… Cuanto a mí jamás me gloriaré a no ser en la Cruz de Cristo nuestro Señor por quien el mundo está crucificado para mí y yo para el mundo” (Gl 6,11-14). Gloriarse es considerar el objeto en que nos gloriamos como el más preciado trofeo. En la entrada triunfal de los generales romanos cuando vuelven victoriosos de alguna campaña militar lo hacen acompañados de sus trofeos de victoria. ¡Para Pablo y para todo fiel discípulo de Jesús no hay otro trofeo de victoria, de gloria, de triunfo que la Cruz de Cristo!. He ahí la novedad radical del cristianismo. He ahí nuestro programa más ambicioso.

Juan 18, 1 — 19, 42
«Cuando tomó Jesús el vinagre, dijo: ‘Todo está cumplido’. E inclinando la cabeza entregó el espíritu».
Es el día de la Cruz victoriosa, desde donde Jesús nos dejó lo mejor de Él mismo: María como madre, el perdón —también de sus verdugos— y la confianza total en Dios Padre.

Lo hemos escuchado en la lectura de la Pasión que nos transmite el testimonio de san Juan, presente en el Calvario con María, la Madre del Señor y las mujeres. Es un relato rico en simbología, donde cada pequeño detalle tiene sentido. Pero también el silencio y la austeridad de la Iglesia, hoy, nos ayudan a vivir en un clima de oración, bien atentos al don que celebramos.

Ante este gran misterio, somos llamados —primero de todo— a ver. La fe cristiana no es la relación reverencial hacia un Dios lejano y abstracto que desconocemos, sino la adhesión a una Persona, verdadero hombre como nosotros y, a la vez, verdadero Dios. El “Invisible” se ha hecho carne de nuestra carne, y ha asumido el ser hombre hasta la muerte y una muerte de cruz. Pero fue una muerte aceptada como rescate por todos, muerte redentora, muerte que nos da vida. Aquellos que estaban ahí y lo vieron nos transmitieron los hechos y, al mismo tiempo, nos descubren el sentido de aquella muerte.

Ante este hecho, nos sentimos agradecidos y admirados. Conocemos el precio del amor: «Nadie tiene mayor amor que el de dar la vida por sus amigos» (Jn 15,13). La oración cristiana no es solamente pedir, sino —antes de nada— admirar agradecidos.

Jesús, para nosotros, es modelo que hay que imitar, es decir, reproducir en nosotros sus actitudes. Hemos de ser personas que aman hasta llegar a ser un don para los demás, que confiamos en el Padre en toda adversidad.

Esto contrasta con la atmósfera indiferente de nuestra sociedad; por eso, nuestro testimonio tiene que ser más valiente que nunca, ya que la donación de Cristo es para todos. Como dice Melitón de Sardes, «Este es el que nos sacó de la servidumbre a la libertad, de las tinieblas a la luz, de la muerte a la vida. Él es la Pascua de nuestra salvación».

«La cruz es la inclinación más profunda de la Divinidad hacia el hombre. La cruz es como un toque del amor eterno sobre las heridas más dolorosas de la existencia terrena del hombre» (San Juan Pablo II)

«El perdón cuesta algo, ante todo al que perdona. Dios sólo pudo superar la culpa y el sufrimiento de los hombres interviniendo personalmente, sufriendo Él mismo en su Hijo, que ha llevado esa carga y la ha superado mediante la entrega de sí mismo» (Benedicto XVI)

«Este deseo de aceptar el designio de amor redentor de su Padre anima toda la vida de Jesús porque su Pasión redentora es la razón de ser de su Encarnación: ‘¡Padre líbrame de esta hora! Pero ¡si he llegado a esta hora para esto!’ (Jn 12, 27). ‘El cáliz que me ha dado el Padre ¿no lo voy a beber?’ (Jn 18,11). Y todavía en la cruz antes de que ‘todo esté cumplido’ (Jn 19,30), dice: ‘Tengo sed’ (Jn 19,28)» (Catecismo de la Iglesia Católica, nº 607)

EL SEÑOR LES DA LA PAZ

Fuente: Jorge Armando Girón Sosa

Compartir:
Continuar leyendo

Fé & Religión

El Banquete Sagrado: La Institución de la Eucaristía

Publicado

el

Éxodo 12, 1-8. 11-14
Dijo el Señor a Moisés y a Aarón en tierra de Egipto:
«Este mes será para vosotros el principal de los meses; será para vosotros el primer mes del año. Decid a toda la asamblea de los hijos de Israel: “El diez de este mes cada uno procurará un animal para su familia, uno por casa. Si la familia es demasiado pequeña para comérselo, que se junte con el vecino más próximo a su casa, hasta completar el número de personas; y cada uno comerá su parte hasta terminarlo.
Será un animal sin defecto, macho, de un año; lo escogeréis entre los corderos o los cabritos.
Lo guardaréis hasta el día catorce del mes y toda la asamblea de los hijos de Israel lo matará al atardecer”. Tomaréis la sangre y rociaréis las dos jambas y el dintel de la casa donde lo comáis. Esa noche comeréis la carne, asada a fuego, y comeréis panes sin fermentar y hierbas amargas.
Y lo comeréis así: la cintura ceñida, las sandalias en los pies, un bastón en la mano; y os lo comeréis a toda prisa, porque es la Pascua, el Paso del Señor.
Yo pasaré esta noche por la tierra de Egipto y heriré a todos los primogénitos de la tierra de Egipto, desde los hombres hasta los ganados, y me tomaré justicia de todos los dioses de Egipto. Yo, el Señor.
La sangre será vuestra señal en las casas donde habitáis. Cuando yo vea la sangre, pasaré de largo ante vosotros, y no habrá entre vosotros plaga exterminadora, cuando yo hiera a la tierra de Egipto.
Este será un día memorable para vosotros; en él celebraréis fiesta en honor del Señor. De generación en generación, como ley perpetua lo festejaréis».

Salmo 115, 12-13. 15-16. 17-18
El cáliz de la bendición es comunión de la sangre de Cristo.

¿Cómo pagaré al Señor
todo el bien que me ha hecho?
Alzaré la copa de la salvación,
invocando el nombre del Señor.

Mucho le cuesta al Señor la muerte de sus fieles.
Señor, yo soy tu siervo,hijo de tu esclava:rompiste mis cadenas.

Te ofreceré un sacrificio de alabanza, invocando el nombre del Señor.
Cumpliré al Señor mis votos
en presencia de todo el pueblo.

1 Corintios 11, 23-26
Hermanos:
Yo he recibido una tradición, que procede del Señor y que a mi vez os he transmitido: que el Señor Jesús, en la noche en que iba a ser entregado, tomó pan y, pronunciando la Acción de Gracias, lo partió y dijo:
«Esto es mi cuerpo, que se entrega por vosotros. Haced esto en memoria mía».
Lo mismo hizo con el cáliz, después de cenar, diciendo:
«Este cáliz es la nueva alianza en mi sangre; haced esto cada vez que lo bebáis, en memoria mía».
Por eso, cada vez que coméis de este pan y bebéis del cáliz, proclamáis la muerte del Señor, hasta que vuelva.

Juan 13, 1-15
Antes de la fiesta de la Pascua, sabiendo Jesús que había llegado su hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo.
Estaban cenando; ya el diablo había suscitado en el corazón de Judas, hijo de Simón Iscariote, la intención de entregarlo; y Jesús, sabiendo que el Padre había puesto todo en sus manos, que venía de Dios y a Dios volvía, se levanta de la cena, se quita el manto y, tomando una toalla, se la ciñe; luego echa agua en la jofaina y se pone a lavarles los pies a los discípulos, secándoselos con la toalla que se había ceñido.
Llegó a Simón Pedro, y este le dice:
«Señor, ¿lavarme los pies tú a mí?».
Jesús le replicó:
«Lo que yo hago, tú no lo entiendes ahora, pero lo comprenderás más tarde».
Pedro le dice:
«No me lavarás los pies jamás».
Jesús le contestó:
«Si no te lavo, no tienes parte conmigo».
Simón Pedro le dice:
«Señor, no solo los pies, sino también las manos y la cabeza».
Jesús le dice:
«Uno que se ha bañado no necesita lavarse más que los pies, porque todo él está limpio. También vosotros estáis limpios, aunque no todos».
Porque sabía quién lo iba a entregar, por eso dijo: «No todos estáis limpios».
Cuando acabó de lavarles los pies, tomó el manto, se lo puso otra vez y les dijo:
«¿Comprendéis lo que he hecho con vosotros? Vosotros me llamáis “el Maestro” y “el Señor”, y decís bien, porque lo soy. Pues si yo, el Maestro y el Señor, os he lavado los pies, también vosotros debéis lavaros los pies unos a otros: os he dado ejemplo para que lo que yo he hecho con vosotros, vosotros también lo hagáis».

Con la celebración de la Cena del Señor nos adentramos en el Misterio del Triduo Pascual, fuente y culmen de todo nuestro año litúrgico. Año tras año nos disponemos a revivir los acontecimientos de la Semana Santa, y seguramente, como cada año, nos resuena la voz del Salmo 95 (94): “Ojalá escuchéis hoy la voz del Señor”, o la de San Pablo en la Segunda Carta a los Corintios (6,2): “Ahora mismo es el tiempo favorable, hoy es el día de la salvación…” Reconocemos la grandeza de este día y no queremos que pase de largo… deseamos sinceramente dejarnos conmover y transformar por él…

Es cierto también que el Jueves Santo concentra de tal modo el Amor humano y divino de Jesús entregado en servicio hasta el extremo, que es casi tan imposible ponderarlo acabadamente como ayudarlo a reflexionar justamente… ¿Cómo disponernos, pues, a celebrar este Jueves Santo?

Por ahora, baste decir que hoy celebramos y nos alimentamos del “Amor mayor” del cual ha sido testigo la historia humana. Un amor que nutre y fortalece todas nuestras experiencias humanas de amor y es capaz de expandirlas a modalidades “sobrehumanas”.

Descubrir este Amor se vuelve la razón de nuestra vida.

Pascua: memoria histórica y espiritual de la liberación de Dios.
La Pascua judía: es el primer mes, el de Abib (marzo-abril; cf. Ex 13.4), llamado también de Nisán (cf. Neh 2,1; Est 3,7). Pascua del Señor: La fiesta de Pascua, por estar relacionada con la liberación de los israelitas de su esclavitud en Egipto, es la conmemoración anual más importante para el pueblo hebreo (Lv 23,5; Nm 9,1-5; 28,16; Dt 16,1-2). En el NT adquiere un significado especial para los cristianos, ya que se interpreta como figura de la obra redentora de Cristo, el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo (Jn 1,29). Pascua (heb. pésaj) se asocia con el verbo pasaj, que significa saltar, pasar por alto o pasar de largo. Cf. v. 27. Estos son algunos de los elementos que se nos recuerdan en este texto de Ex 12, de una importancia decisiva para la fe de Israel y que tiene sus resonancias teológicas y espirituales para los cristianos en esta lectura del Jueves Santo.

La Pascua, antes, era la fiesta de la primavera; propiamente era fiesta de los pastores nómadas que debían comenzar su nueva peregrinación con los ganados en busca de pastos, y para ello ofrecían sus primicias de ganados buscando ser protegidos y bendecidos. Por tanto, el sentido de “salir”, de “peregrinar” tenía ya un sentido ancestral que el pueblo de Israel asumirá con la salida y la liberación de Egipto y con la ofrenda de los animales y su sangre para que fueran protegidos por el “ángel del Señor”. La fiesta de los panes sin levadura (v. 17), que duraba siete días y seguía inmediatamente a la Pascua, llegó a considerarse como parte de ésta (Dt 16,1-8; Cf. Lv 23,6-8; Nm 28,17-25), aunque tenía un sentido distinto y era propio de grupos sedentarizados y no ya nómadas. En Ex 12,1-28 se nos narra la razón por la cual los judíos celebraban la fiesta pascual.

La narración está compuesta de diferentes relatos, que proceden de tiempos diversos. Se relacionó estrechamente con la experiencia de fe de la liberación de los hebreos, esclavos en el Egipto: Ex 12,12-13.21-23. Y ya no se celebró en función de los ganados (ni de las cosechas, en el caso de la fiesta de los campesinos), sino como conmemoración de la liberación del éxodo. La fiesta comenzaba con la cena pascual y se extendía por siete días, de acuerdo con la tradición de los ácimos: Ex 12,14-20. Este es el contexto más adecuado para todo lo que se celebra en las grandes fiestas judías porque ha de coincidir con los últimos momentos de la vida de Jesús y con la última cena de Jesús, fuera ésta una cena pascual o de despedida de los suyos.

Memorial y vida de la última Cena del Señor.
Se suele explicar el contexto de estas palabras o tradición de la “última cena” de Jesús según las divisiones sociales e indeológicas que alimentaban los grupos de las comunidades de Corinto. El tratado más extenso de la Cena del Señor lo encontramos en 1Corintios 10 -11. La profunda división de los creyentes corintos dio como resultado que sus reuniones para la Cena del Señor causaran más daño que bien (11,17-18). Ellos estaban participando de la Cena de una “manera indigna” (11,27). Evidentemente los ricos, no queriendo comer con las clases sociales más bajas, venían más temprano a las reuniones y se quedaban en ellas por tanto tiempo que acababan borrachos. Para empeorar las cosas, al momento que llegaba la clase trabajadora de creyentes, retrasados por las restricciones del empleo, toda la comida ya se había acabado y ellos regresaban a sus hogares con hambre (11,21-22). Algunos de los corintios fallaban en reconocer lo sagrado de la Cena, una comida de pacto (11,23-32). Los abusos eran tan escandalosos que había dejado de ser la Cena del Señor y a cambio se había convertido en su “propia” cena (11,21). Es así que Pablo pregunta, ¿acaso no tenéis casas donde comer y beber?” Si el objetivo era simplemente comer su propia comida, eso se hubiera resuelto con una cena en casa. Su egoísmo de clases y divisiones, cuando no de envidias, traicionó, de manera absoluta, la esencia misma de lo que significaba la Cena del Señor.

Sea como fuere, aquí tenemos en Pablo la tradición de las palabras de la última cena, unos de los pocos testimonios que nos ofrece el apóstol sobre el Jesús histórico, de sus palabras o de sus hechos. Sabemos que esta tradición está presente en Mc 14,22-25; Mt 26,26-29; Lc 22,15-20. Pablo y Lucas forman una variantes al respecto de la que forman Mc y Mt., que quizás responde a sus orígenes, la paulino-lucana se conoce como “antioquena” y la de Mc-Mt como “jerosolimitana”. Pero es uno de los momentos decisivos de la vida de la comunidad, de la liturgia y de la espiritualidad, donde la comunidad “recordando” las última palabras de Jesús experimenta todo su vida histórica y la fuerza de la vida nueva que ahora nos entrega como Señor resucitado. No es un simple recordatorio del pasado, sino un verdadero “zikkaron” que actualiza todo un proceso espiritual-salvífico. El ser humano puede hacer “memoria viva” y con ello logra una presencia real, verdadera, como promesa del mismo Jesús en ese mandato de “haced esto en memoria mía”.

Por tanto, es un acto memorial por medio del cual el creyente se reafirma en el “pacto”, en la “alianza” misma que Cristo quiso hacer presente en aquella noche en que les entregó a los suyos su vida antes de que se la quitaran o se la robaran injustamente por un proceso legal según ellos, pero injusto. Los profetas siempre han creado gestos extraordinarios que van mucho más allá de un significado cerrado. Este pacto une a la Iglesia con Jesús, a todos sus discípulos; hace a la misma Iglesia, como Pablo quiere recordar en todo el conjunto de 1Cor 10-11. E salgo que acontece en la celebración litúrgica con la comunidad de fe a través del tiempo y el espacio, y con toda la humanidad por la cual Cristo murió; ese es el sentido de su entrega, de su muerte de dar la vida y entregarla en el pan y en la copa de la alianza. En la celebración de la Cena del Señor expresamos la plenitud de nuestra fe, es decir, dramatizamos el evento decisivo de nuestra fe: ¿Cómo? Afirmando la presencia del Señor en medio de su Iglesia. Nos unimos como miembros de la familia de Dios alrededor de la mesa comunitaria. Tenemos un momento de comunión personal con el Señor. Afirmamos nuestra unidad con el cuerpo de Cristo. Proclamamos la victoria final de Jesucristo como Señor de lo creado y vencedor sobre la muerte. Renovamos nuestro pacto con Dios por medio de Jesucristo. porque todo lo mejor del ser humano en relación con Dios, debe renovarse continuamente.

El servidor del amor, ceñido para la lucha.
Juan no nos ofrece la tradición de las palabras de la última cena, pero sí una relato asombroso, un gesto profético que está lleno de sentido como lo estaba la entrega de su vida en el pan y en la copa de aquella noche última de su vida. San Juan dice que había llegado su “hora” de pasar de este mundo al Padre… y esa hora no es otra que la del amor consumado. El lavatorio de los pies tiene toda la dimensión de entrega que la misma acción del pan partido y repartido y la copa de la alianza nueva. Son dos gestos que pueden perfectamente complementarse. No sabemos por qué los sinópticos no nos han ofrecido esta tradición, este gesto, ni podemos conocer su origen, aunque podríamos rastrear algunos aspectos bíblicos que lo llenan todo de un sentido especial, profético y creador. Es la escena inaugural de la pasión según San Juan, que si bien es la parte más semejante a la de los sinópticos, tienes varias cosas muy diferentes, y una es esta del lavatorio de los pies. Sabiendo que había llegado su hora de pasar de este mundo al Padre (¡que espléndida teología joánica de la muerte!). Esta muerte, pues, ya no es una tragedia, como lo es para muchos… sino un triunfo que se apunta desde este comienzo de la pasión joánica.

Jesús está dispuesto «a pasar de este mundo al Padre» y a vivir «su hora» (v. 1) con la clarividencia de su libertad divina (¡alta cristología joánica!). Para dar fuerza a su decisión personal inquebrantable, incluso a riesgo de no ser entendido por sus discípulos, va a poner en práctica una acción simbólica en tres actos, como los antiguos profetas: despojándose de su manto, ciñéndose un paño (léntion) y lavando los pies a sus discípulos secándoselos con el paño que se había ceñido. Todo esto se encierra apretadamente en los vv. 4-5. Normalmente se ha dado relevancia casi exclusivamente al lavatorio de los pies, porque además de ser el acto más humillante, culmina de forma escandalosa esta narración. Pero los otros signos no están ahí como adorno estético, sino que merecen nuestra atención, porque de lo contrario, la narración simbólica quedaría empobrecida. Juan quiere decirnos algo mucho más profundo cuando nos ofrece el dato de que Jesús «se ciñó un paño» (léntion) y cuando les seca los pies con el paño que se había ceñido (kai ekmássein tô lentíô ô ên diezôsménos). Como acción simbólica de la muerte que se quería significar hubiera bastado con que se hablara exclusivamente de que Jesús fue lavando los pies de sus discípulos uno a uno. Sin embargo, ¿por qué se vuelve a insistir en el léntion con que se había ceñido? Tampoco era necesario repetir esto cuando hubiera bastado con decir que se los fue secando, puesto que se supone que se los tenía que haber secado con un paño o toalla. Pero se vuelve a hablar del ceñimiento en el v. 5 en correspondencia con la acción del v. 4 entre las cuales se encierra el lavatorio. Si estamos ante una narración simbólica de carácter profético, entonces debemos desentrañar todas las acciones significantes. Y, sin duda, la acción de ceñirse es mucho más significante de lo que aparece a primera vista, aunque hasta ahora apenas se haya hecho notar.

La hora de Jesús, que es la hora del amor consumado, exige una lucha, una guerra con los que le quieren imponer el destino ciego del odio. Jesús no está dispuesto a que nadie le imponga su muerte, sino que es El quien impone su hora como voluntad y proyecto de Dios. El Padre se lo ha entregado todo en sus manos (v. 3) y no es posible que nadie se lo arrebate, porque la suya no es una muerte más, un asesinato de tantos como impone el odio sobre el mundo, sino que es la muerte soteriológica por excelencia. No vienen las cosas como si se tratara de una simple condena legal, como después aparecerá ante el juicio del procurador (Jn 19,7). Jesús, ciñéndose como los antiguos guerreros, debe ganar la batalla de la muerte; he ahí la paradoja, pero de la muerte redentora. Jesús no lucha para no morir, sino para que su muerte tenga sentido y no sea ciega y absurda como la muerte que da el mundo.

Si, como parece la mejor explicación, el lavatorio de los pies es una acción simbólica de la muerte de Jesús, entonces vemos cómo el Maestro se entrega a ellos, cuando deberían ser los discípulos los que deberían estar dispuestos a dar la vida por el maestro, como ocurre en las mentalidades pedagógicas de entonces, incluso de los fariseos. De ahí que en los vv. 6-11 se nos quiera explicar que Pedro no pueda entender que Jesús dé su vida por los suyos; sólo lo entenderá después (v. 7), tras la muerte y la resurrección. De ahí que podamos optar porque los vv. 6-10 representan la interpretación más antigua y acertada del lavatorio de los pies, según el recurso estilístico de las falsas interpretaciones joánicas. Esta debería ser la interpretación del diálogo entre Jesús y Pedro: «hay que aceptar la muerte de Jesús como una muerte salvífica». La interpretación posterior de un acto de humildad no es desacertada, porque en realidad la muerte de Jesús a los ojos del mundo es una humillación, un acto de humildad y un servicio de esclavo que hace el Hijo de Dios a los hombres. Pero la significación inmediata es la libertad de Jesús de morir por nosotros, tal como se pone de manifiesto en el lavatorio de los pies a sus discípulos, y para eso también era necesario que él se ciñera, porque era una guerra contra lo proyectado por el mundo. Por consiguiente, los tres gestos van unidos los unos a los otros, dando como resultado una acción profético-simbólica perfecta recogida en la narración de los vv. 4-5.

Es así como el lavatorio de los pies adquiere esa dimensión tan particular que representa su muerte, como signo del amor consumado a sus discípulos. Diríamos que Jesús se ciñe para no morir odiando, sino amando. Esta es la guerra, como hemos dicho, entre la luz y las tinieblas, entre el proyecto de Dios y el del mundo. Jesús va hacia su propia muerte, representada prolépticamente (adelantada proféticamenmte) en el lavatorio de los pies, luchando, ceñido con el cinturón de la paz. Va a morir por todos, por eso lava también los pies a Judas que está sentado a la mesa. Y Jesús les seca los pies con el paño ceñido, sin quitarlo, porque muere luchando; no le han impuesto la muerte desde fuera según la visión joánica. Ese cinturón no volverá a quitarlo, es una imagen más, como deja traslucir Jn 13,12, en el sentido de que lo llevará hasta el momento de la cruz en que se cumple real y teológicamente su hora (cf. Jn 7,30; 8,20), que es también la hora de la glorificación (cf. Jn 12,23). Jesús, pues, se ciñe para su muerte, para su hora, porque en su muerte está la victoria divina sobre el odio del mundo. En su muerte está su glorificación, porque no es una muerte absurda, sino que se la ha impuesto el mismo Jesús como una consecuencia de su vida entregada al amor de este mundo. Este mundo no deja que viva el amor. Jesús también va a ser sacrificado por el mundo, como tantos hombres, pero no dejará que le arrebaten el amor con que ha actuado en su vida. Por eso se ciñe antes del lavatorio de los pies que representa su muerte soteriológica. Toda esta explicación se deduce por haber optado en el ceñimiento de Jesús por la tradición del cinturón de la lucha, y de haber leído todo ello en la clave de Jn 13,1-3. Es posible que a algunos les parezca una exégesis rebuscada, pero se debe considerar que estamos ante uno de los relatos más simbólicos de todo el evangelio de Juan, que ya de por sí es bastante simbólico. Además, los gestos proféticos dan pie para ello y son ciertamente inagotables en algunos aspectos. En Juan siempre nos encontramos con posibilidades insospechadas. Con ello no ponemos en duda, aunque tampoco tratamos de excedernos, la tradición histórica recogida en Jn 13,4-5 sobre el lavatorio de los pies.

Juan 13, 1-15
«Si yo, el Señor y el Maestro, os he lavado los pies, vosotros también debéis lavaros los pies unos a otros».
Recordamos aquel primer Jueves Santo de la historia, en el que Jesucristo se reúne con sus discípulos para celebrar la Pascua. Entonces inauguró la nueva Pascua de la nueva Alianza, en la que se ofrece en sacrificio por la salvación de todos.

En la Santa Cena, al mismo tiempo que la Eucaristía, Cristo instituye el sacerdocio ministerial. Mediante éste, se podrá perpetuar el sacramento de la Eucaristía. El prefacio de la Misa Crismal nos revela el sentido: «Él elige a algunos para hacerlos partícipes de su ministerio santo; para que renueven el sacrificio de la redención, alimenten a tu pueblo con tu Palabra y lo reconforten con tus sacramentos».

Y aquel mismo Jueves, Jesús nos da el mandamiento del amor: «Amaos unos a otros como yo os he amado» (Jn 13,34). Antes, el amor se fundamentaba en la recompensa esperada a cambio, o en el cumplimiento de una norma impuesta. Ahora, el amor cristiano se fundamenta en Cristo. Él nos ama hasta dar la vida: ésta ha de ser la medida del amor del discípulo y ésta ha de ser la señal, la característica del reconocimiento cristiano.

Pero, el hombre no tiene capacidad para amar así. No es simplemente fruto de un esfuerzo, sino don de Dios. Afortunadamente, Él es Amor y —al mismo tiempo— fuente de amor, que se nos da en el Pan Eucarístico.

Finalmente, hoy contemplamos el lavatorio de los pies. En actitud de siervo, Jesús lava los pies de los Apóstoles, y les recomienda que lo hagan los unos con los otros (cf. Jn 13,14). Hay algo más que una lección de humildad en este gesto del Maestro. Es como una anticipación, como un símbolo de la Pasión, de la humillación total que sufrirá para salvar a todos los hombres.

El teólogo Romano Guardini dice que «la actitud del pequeño que se inclina ante el grande, todavía no es humildad. Es, simplemente, verdad. El grande que se humilla ante el pequeño es el verdaderamente humilde». Por esto, Jesucristo es auténticamente humilde. Ante este Cristo humilde nuestros moldes se rompen. Jesucristo invierte los valores meramente humanos y nos invita a seguirlo para construir un mundo nuevo y diferente desde el servicio.

«Es tanta la utilidad del abajamiento humano, que incluso lo recomendó con su ejemplo la sublimidad divina, porque el hombre soberbio perecería para siempre, si el Dios humilde no lo hubiese hallado» (San Agustín)

«Vivir supone ensuciarse los pies por los caminos polvorientos de la vida, de la historia. Todos tenemos necesidad de ser purificados, de ser lavados» (Francisco)

«El Señor, habiendo amado a los suyos, los amó hasta el fin. Sabiendo que había llegado la hora de partir de este mundo para retornar a su Padre, en el transcurso de una cena, les lavó los pies y les dio el mandamiento del amor. Para dejarles una prenda de este amor, para no alejarse nunca de los suyos y hacerles partícipes de su Pascua, instituyó la Eucaristía como memorial de su muerte y de su resurrección, y ordenó a sus apóstoles celebrarlo hasta su retorno, constituyéndoles entonces sacerdotes del Nuevo Testamento» (Catecismo de la Iglesia Católica, nº 1.337)

EL SEÑOR LES DA LA PAZ

Fuente: Jorge Armando Girón Sosa

Compartir:
Continuar leyendo

LAS + DESTACADAS

CONTACTO: contacto.5topoder@gmail.com
Tu opinión nos interesa. Envíanos tus comentarios o sugerencias a: multimediaquintopoder@gmail.com
© 2020 Todos los registros reservados. 5to Poder Periodismo ConSentido Queda prohibida la publicación, retransmisión, edición y cualquier uso de los contenidos sin permiso previo.