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Nacimos en Cuba

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A todos los colegas y sus organizaciones que celebran hoy, 7 de junio, el ’Día de la Libertad de Prensa’; a nuestra querida Federación Latinoamericana de Periodista, FELAP, en su XLIII aniversario, por cierto fundada en nuestro México; a todos los coasociados del Club Primera Plana que en este año celebramos su LX aniversario, coincidente con el de Prensa Latina, PL.

Al concluir con esta primera serie dedicada a la agencia de Noticias cubana, Prensa Latina, PL, en su LX aniversario, es de resaltar, que a tres meses de su creación, este primer medio alternativo de la región ya contaba con 18 sucursales en América Latina,

Después de la semblanza de su director primigenio, Jorge Ricardo Masetti, en la entrega de la víspera, ahora entresacamos del archivo de PL, la reseña del propio colega argentino sobre su creación:

’La idea de crear una agencia latinoamericana no es por cierto original. Como no lo es tampoco, la idea de liberar a los pueblos latinoamericanos del imperialismo que los oprime. Nosotros, que sufrimos el monopolio de las noticias, de la información, o el de la no información, el ocultamiento y la distorsión, sentimos también la necesidad de crear una agencia noticiosa.

Quienes se tomen el trabajo de leer la historia de las agencias imperialistas, historia escrita por ellos mismos, van a ver que desde principios del siglo pasado se repartieron el mundo como un pastel, para que cada imperio pudiera ocultar a los pueblos que oprimían, las noticias que más le interesaban, a nosotros nos tocó la parte del pastel que le correspondió a los yanquis.

Ellos subsidiaron a sus agencias para que los pueblos de Latinoamérica no se conociesen entre sí, para que llegasen a odiarse. Y también los hacían desconocidos para el resto del mundo, en atención a la Doctrina Monroe: América para los americanos, y cuidado con que nadie llevase sus noticias, su verdad a esa parte del mundo que explotaban.

Surgimos al surgir la Revolución Cubana. Y el imperialismo nos puso todas sus trabas, se recurrió a todos los medios para perseguir a nuestros corresponsales y para que nuestros equipos no traspasasen las aduanas. En cada país hay un cipayo dispuesto a servirles y a entorpecer nuestra labor.

Se nos acusa de ser una agencia de agitadores. Y lógicamente que para ellos lo somos. Porque no ocultamos la presión a los obreros bananeros de Costa Rica ni los atropellos de la United Fruit, ni las concesiones petrolíferas al imperialismo. Para ellos somos agitadores porque decimos la verdad que hace perder el sueño.

Nosotros somos objetivos pero no imparciales. Consideramos que es una cobardía ser imparcial, porque no se puede ser imparcial entre el bien y el mal. Nos llaman agitadores, pero eso no nos asusta. Seguiremos anunciando nuestra presencia a los hermanos de Panamá y de Puerto Rico, y les seguiremos afirmando: Pongan bombas, echen los gringos, que todo el mundo se enterará.

Ahora ya nadie podrá ocultar la verdad de nuestra lucha. No va a pasar como cuando en 1950 se levantó el pueblo de Puerto Rico contra el opresor imperialista y las agencias yanquis informaron al mundo que ’un pobre loco -el patriota Pedro Albizu Campos- con un grupo de jóvenes revoltosos, había tratado de perturbar el orden’. No se dijo nada de los cientos de muertos, de la represión al pueblo, de los bombardeos de punta a punta de Puerto Rico, ni de los asesinatos que cometieron las tropas del imperialismo yanqui.

A ’Prensa Latina’ las agencias yanquis le habían dado un mes de vida. Ellos no concebían esto. No concebían una agencia echa al servicio de la verdad y no de los monopolios imperialistas.

Nacimos en Cuba, porque en Cuba nació la revolución de Latinoamérica, y nosotros tenemos la misión de hacer la revolución en el periodismo de Latinoamérica’.

Ahora cumple 60 años y los siglos que le esperan.

Periodista y escritor; Presidente del Colegio Nacional de Licenciados en Periodismo, CONALIPE; Secretario de Desarrollo Social de la Federación Latinoamericana de Periodistas, FELAP; Presidente fundador y vitalicio honorario de la Federación de Asociaciones de Periodistas Mexicanos, FAPERMEX, miembro del Consejo Consultivo permanente del Club Primera Plana, Doctor Honoris Causa por la Universidad Internacional y Académico de Número de la Academia Nacional de Historia y Geografía, ANHG. 

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Cuando el estrés se vuelve hogar

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En una mente estresada por años, el silencio se vuelve territorios peligrosos ocultando el verdadero mal

Conciencia Saludablemente

Por. Psicol. Alex Barrera

Hubo un tiempo en el que el estrés era una señal de alarma: algo no estaba bien y el cuerpo pedía pausa. Hoy, para muchas personas, el estrés dejó de ser un estado pasajero y se convirtió en una forma de vida. Muchas personas sin darse cuenta aprendieron a vivir aceleradas, hiperconectadas y con la sensación constante de que, si no estamos ocupados o tensos, estamos fallando en algo. El problema no es solo vivir con estrés, sino volverse incapaz de vivir sin él.

Durante años hemos aprendido a vivir con el estrés como si fuera una condición natural de la adultez. “Así es la vida”, decimos, mientras normalizamos el cansancio crónico, la ansiedad constante y la sensación de que, si no estamos ocupados, algo anda mal. Poco a poco, sin darnos cuenta, dejamos de preguntarnos si el estrés es inevitable y comenzamos a organizarnos alrededor de él. El problema no es sólo que vivamos estresados, sino que a de que sabemos que existe, no sabemos ni como reconocerlo, es decir, sabemos que existe el estrés, pero no sabemos cómo se siente el estrés, y mucho menos como detenerlo, aunque suene duro muchos hemos desarrollado una incapacidad real para vivir sin estrés.

Y es que cuando el estrés se normaliza, el silencio incomoda. Los espacios de calma generan culpa y la tranquilidad se interpreta como pérdida de tiempo incluso hay quien al intentar detenerlo se encuentra con la respuesta automática del cerebro una rotunda negativa, como si el propio cuerpo se negara a abandonar ese estado. Y lo grave es que aunque el cerebro lo haya normalizado, el generar estrés mantiene los mecanismos del naturales del cuerpo provocando daños clínicos en la salud de las personas.

No hablo del estrés como respuesta adaptativa —ese mecanismo biológico que nos permite reaccionar ante una amenaza real—, sino de un estado permanente de activación que se vuelve identidad. Hay personas que no saben qué hacer cuando no hay pendientes, conflictos o urgencias. El silencio les incomoda. El descanso les genera culpa. La calma se percibe como improductiva, sospechosa, incluso peligrosa. En ese punto, el estrés deja de ser una reacción y se convierte en una forma de vida.

Desde la psicología sabemos que el cuerpo no distingue entre una amenaza real y una simbólica. El sistema nervioso responde igual a un león que a un correo electrónico. Cuando vivimos en estado de alerta constante, el organismo se adapta a esa intensidad. El cortisol y la adrenalina se mantienen elevados y, con el tiempo, el cuerpo aprende a funcionar así. Entonces ocurre algo paradójico: la calma empieza a sentirse extraña, y el estrés se vuelve familiar. Incluso necesario.

Esto explica por qué algunas personas, al tener un fin de semana libre, se enferman, se angustian o buscan inconscientemente un conflicto. No es mala suerte: es un sistema nervioso que no sabe bajar la guardia. La mente, acostumbrada al ruido, interpreta la quietud como vacío. Y el vacío, para muchos, resulta insoportable.

La cultura contemporánea ha hecho del estrés una medalla de honor. Estar ocupados es sinónimo de éxito. Dormir poco es señal de compromiso. Decir “no tengo tiempo” nos valida socialmente. Hemos romantizado el agotamiento al punto de sospechar de quien vive con calma. ¿Qué estará haciendo mal? ¿Por qué no corre como los demás? Así, el estrés deja de ser un problema y se vuelve un valor cultural.

Pero el cuerpo no negocia con las narrativas sociales. El estrés sostenido tiene consecuencias claras: trastornos del sueño, problemas digestivos, enfermedades cardiovasculares, irritabilidad, dificultades de concentración, distanciamiento social, ansiedad y depresión. Lo más grave es que muchas de estas señales se ignoran porque se consideran “normales”. Vivir cansados se vuelve la norma. Sentirse mal, el precio a pagar.

Hay otro aspecto menos visible pero igual de dañino: el estrés constante empobrece la vida emocional. Cuando estamos siempre en modo supervivencia, no hay espacio para el placer, la creatividad ni la introspección. Todo se vuelve funcional. Incluso las relaciones. Escuchamos a medias, convivimos con prisa, respondemos desde la reactividad. Vivir así no sólo desgasta el cuerpo; también nos desconecta de nosotros mismos.

Con frecuencia escucho frases como: “Si me relajo, pierdo el control”, “Si descanso, me atraso”, “Si bajo el ritmo, todo se desmorona”” Hay que seguir” y la más atros “Puedo con eso y más”, todas ellas de personas que puedo ver están a punto de desmoronarse. Detrás de ellas hay una creencia profunda: la idea de que sólo somos valiosos cuando estamos produciendo o resolviendo problemas. El estrés, entonces, se convierte en una forma de sostener la autoestima. Mientras estoy ocupado, existo. Cuando paro, me enfrento al vacío de no saber quién soy sin la urgencia.

En ese sentido, la incapacidad de vivir sin estrés no es sólo fisiológica; es también psicológica. El estrés funciona como anestesia. Mantiene la mente ocupada y evita preguntas incómodas: ¿estoy donde quiero estar?, ¿esto me hace sentido?, ¿qué estoy evitando sentir? Cuando bajamos el ritmo, esas preguntas aparecen. Y no siempre estamos preparados para escucharlas.

La ironía es que muchas personas buscan “manejar mejor el estrés” sin cuestionar por qué viven en un estado que lo genera de manera permanente han olvidado siquiera como se sentían, y casi puedo asegurar que ya ni siquiera lo distinguen. Hacemos yoga, meditamos cinco minutos, tomamos suplementos… pero regresamos a la misma lógica de exigencia. No se trata de eliminar el estrés —eso sería imposible—, sino de dejar de necesitarlo para sentirnos vivos.

Incluso el cerebro puede interpretar como amenazantes los ejercicios orientados a la calma y la relajación cuando ha pasado demasiado tiempo funcionando en modo de alerta. Desde la neurociencia sabemos que el sistema nervioso se adapta a los estados que se repiten con mayor frecuencia; si una persona vive bajo estrés crónico, su cerebro aprende que la activación constante es sinónimo de seguridad.

En ese contexto, prácticas como la respiración profunda, la meditación o el silencio corporal pueden generar incomodidad, ansiedad o inquietud, porque implican “bajar la guardia”. Al disminuir la estimulación externa, emergen sensaciones internas, emociones reprimidas o pensamientos evitados, lo que el cerebro interpreta como pérdida de control.

La amígdala, encargada de detectar amenazas, puede activarse ante esta quietud desconocida, enviando señales de alarma que se manifiestan como nerviosismo, tensión muscular o necesidad urgente de interrumpir el ejercicio. No es que la calma sea peligrosa, sino que resulta extraña para un sistema acostumbrado a sobrevivir desde la urgencia. Por ello, aprender a relajarse no siempre es placentero al inicio; es un proceso de reaprendizaje en el que el cerebro necesita tiempo y acompañamiento para reconocer que el descanso también es un estado seguro.

Aprender a vivir sin estrés no significa abandonar responsabilidades ni aspiraciones. Significa recuperar la capacidad de alternar entre acción y reposo reconociendo conscientemente cual es cual. Dejar que el sistema nervioso recuerde que la calma también es segura. Que no todo es amenaza. Que no todo es urgente. Que el descanso no es un premio, sino una necesidad biológica y emocional y de usar herramientas que me permitan disminuir el estrés en momentos precisos de la vida.

Este reaprendizaje no es sencillo. Para alguien acostumbrado a la hiperactividad, el descanso puede generar ansiedad, irritabilidad o incluso tristeza. Es como quitarle una muleta al cuerpo: al principio duele. Por eso, muchas personas fracasan en sus intentos de bajar el ritmo y concluyen que “no pueden”. No es que no puedan; es que están deshabituándose de un estado que se volvió adictivo.

Aquí es donde la terapia psicológica cobra un papel fundamental. No sólo para enseñar técnicas de relajación, sino para explorar qué función cumple el estrés en la vida de la persona. ¿Qué evita? ¿Qué sostiene? ¿Qué identidad refuerza? Acompañar este proceso permite construir una relación más sana con el tiempo, el cuerpo y las emociones.

Vivir sin estrés constante no es una utopía, pero sí un acto contracultural. Implica cuestionar mandatos, tolerar la incomodidad del silencio y redefinir el valor personal más allá del rendimiento. Implica, en muchos casos, aceptar que hemos estado sobreviviendo cuando podríamos estar viviendo.

Tal vez la pregunta no sea cómo eliminar el estrés, sino algo más incómodo y honesto: ¿qué parte de mí no sabe existir sin él? Mientras no nos atrevamos a responderla, seguiremos corriendo, no porque sea necesario, sino porque detenernos nos confronta con una calma que aún no sabemos habitar.

**Además de 10 años de experiencia como comunicólogo, ejerciendo el periodismo. Alex Barrera es también psicólogo por la UNAM con profundización en desarrollo.
Actualmente brinda terapia clínica con enfoque Biopsicosocial de manera privada.


Si le interesa el tema puede profundizar en los siguientes textos:
American Psychological Association. (2020). Stress effects on the body.
https://www.apa.org/topics/stress/body

Describe cómo el estrés crónico mantiene al sistema nervioso en estado de alerta y dificulta la activación de respuestas de relajación.

Porges, S. W. (2011). The polyvagal theory: Neurophysiological foundations of emotions, attachment, communication, and self-regulation. W. W. Norton & Company.
https://wwnorton.com/books/9780393707007

Explica cómo el sistema nervioso autónomo puede interpretar estados de calma como inseguros cuando el organismo está habituado a la hiperactivación.

Van der Kolk, B. (2014). The body keeps the score: Brain, mind, and body in the healing of trauma. Viking.
https://www.penguinrandomhouse.com/books/215391/the-body-keeps-the-score-by-bessel-van-der-kolk-md/

Aborda cómo personas con estrés prolongado o trauma pueden experimentar ansiedad al intentar relajarse o meditar.

Thayer, J. F., & Lane, R. D. (2000). A model of neurovisceral integration in emotion regulation and dysregulation. Journal of Affective Disorders, 61(3), 201–216.
https://doi.org/10.1016/S0165-0327(00)00338-4

Expone cómo la regulación emocional deficiente hace que el sistema nervioso perciba la calma como una pérdida de control.

Treleaven, D. A. (2018). Trauma-sensitive mindfulness: Practices for safe and transformative healing. W. W. Norton & Company.
https://wwnorton.com/books/9780393709780

Analiza por qué prácticas de mindfulness pueden activar ansiedad en personas con sistemas nerviosos hipervigilantes.

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NUEVA CLASE POLÍTICA, INDIFERENTE A LA IDENTIDAD

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“La Última Palabra”
Por: Jorge A. Martínez Lugo.

• Las desangeladas celebraciones de la creación del Territorio Federal (24 de noviembre) y del nacimiento de don Andrés Quintana Roo (30 de noviembre).

La nueva clase política dominante de Quintana Roo rechaza, es indiferente, a las celebraciones que recuerdan y refuerzan la identidad quintanarroense. Continuamente muestran su desdén hacia este tema, que les parece superficial e innecesario; no tienen identidad local y como Quintana Roo es un Estado joven, llegan a pensar que no existe cultura local; no son originarios de aquí y quien sabe si se sientan arraigados en algún lugar.

Las celebraciones oficiales permiten detectar la visión de un gobierno; no se dignan a asistir los titulares de los Poderes a celebraciones cívicas importantes; se convierten en celebraciones aburridas y de puro protocolo; envían a sus funcionarios mayores y éstos designan a su vez a mandos medios, quienes pronuncian discursos huecos, sin sustancia.

A la clase gobernante de los últimos dos sexenios, les parece algo insulso; tal parece que Quintana Roo nació con Cancún y no en 1902 cuando se creó el Territorio Federal, ni mucho menos en 1847 con la Guerra de Castas, que es el verdadero origen del hoy estado de Quintana Roo. Sin la Guerra de Castas, Quintana Roo no existiría, pero recordar estas fechas resulta deslucido, pasa desapercibido; les da flojera.

Tan es así que los foráneos llegan directo a gobernar. El más reciente caso lo reactivó el informe-destape de Kike Vázquez-Raña en Tulum, que alcanzó uno de los mayores niveles virales de rotundo rechazo a un externo más; se calificó y se sintió como un acto de humillación a tulumnenses y a quintanarroenses un destape fuera de toda lógica.

Esto nos hace reflexionar sobre el carácter “externo” o “extranjero” de la clase política que domina el escenario en el Estado en los últimos años, como es el caso del mismo Tulum, donde gobierna el regiomontano Castañón, cuya familia sigue viviendo en Monterrey.

El mal humor social generado por la inseguridad y la corrupción, se sumó el pasado fin de semana la asistencia de un número inusual de figuras políticas nacionales de la 4T; personalidades supuestamente con principios morenistas como Marcelo Ebrard, Ricardo Monreal, Yeidckol Polenvsky, Pedro Haces, Manuel Velasco, Arturo Montiel, una banda, una “tribu-pluri” que cada vez se hace más pública.

La mecánica mental es: Quintana Roo es tierra de conquista; uno de los estados más obradoristas garantiza el triunfo a cualquiera; en Tulum están los negocios; entonces, como anillo al dedo, vienen a gobernar ese botín llamado Tulum y hacer negocios; acá está Castañón, si él pudo, Kike con más razón; además, se les rinden los políticos locales: los Dzul, los Tah, los Balam, los Mas, ya están cooptados y hasta se tomaron la foto de apoyo a Kike Vázquez-Raña.

Como no son de aquí, ni tienen el mínimo de años de arraigo -este requisito ya lo eliminaron de la Constitución-, eso explica de alguna manera que no celebren con la mínima dignidad los aniversarios del inicio de la Guerra de Castas, ni conocen a sus líderes históricos; tampoco la fundación de Noh Cah Balam Naj, hoy Felipe Carrillo Puerto; mucho menos la creación del Territorio Federal de Quintana Roo en 1902 y los motivos de Porfirio Díaz.

LAS ESTATUAS NINGUNEADAS
Por eso ningunean a las estatuas de don Andrés Quintana Roo, no le tienen ningún valor ni respeto; una la removieron y la tuvieron que reponer después que la sociedad tuvo que recurrir a la justicia federal, la otra permanece destrozada en las bodegas gubernamentales.

Creen que Quintana Roo nació con Cancún o que Cancún es Quintana Roo y ahora ellos están fundando la Riviera Maya, Tulum y ahora Bacalar; antes no hubo ninguna historia según actúan.

La clase política dominante, en su ignorancia y soberbia, desestima acudir a las celebraciones cívicas, lo cual solo es un indicio; es la forma en que se hace evidente la falta de valores de la clase política amparada en la 4T, de cuyos principios fundamentales, carecen.

Revisen las últimas tres semanas lo que fueron las celebraciones, el 24 de noviembre la creación de Territorio y el 39 de noviembre el natalicio de Don Andrés Quintana Roo. Ningún titular de alguno de los tres poderes; ni siquiera titulares de dependencias de primer nivel; solo van representantes de representantes; esa es la importancia que le dan; ¿para qué perder el tiempo?

En los más de 50 años de la Guerra de Castas, lo que buscaban los mayas era el autogobierno; el gobierno federal creó Quintana Roo para confinar a los macehuales en sus tierras inhóspitas; durante el Territorio Federal los quintanarroenses lucharon también por el autogobierno; después de tantos años de lucha cívica lo lograron en 1974 y después de esta larga historia se creó Cancún; ahora, 50 años después, el autogobierno ha sido arrebatado nuevamente.

Y no porque no tengan algunos los años de arraigo, sino porque carecen de identidad; no se identifican con el estado porque para ellos Quintana Roo es solo un gran motor económico para hacer negocios al amparo del poder y una mina para financiar campañas políticas aquí y en otras entidades; es una fuente de recursos, no una entidad con una historia, visión, valores, rumbo. Usted tiene la última palabra.

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