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Opinión

Periodismo bajo terror; una profesión que se desangra

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“CICUTA DEL CARIBE”

Ayer, octavo periodista asesinado en 2022; uno más en Michoacán
• AMLO: sus 40 meses, los más cruentos de la historia para la prensa
• ¿Seguirán pensando hoteleros que la guerra no afectará al destino?
• “Si la guerra se alarga o extiende a más países habría cancelaciones”
• Dueño de Vidanta estudia apoyar una radio que le interesa a López
• Vaticinan el auge de reclamaciones apócrifas debido a la covid

Por: Carlos Águila Arreola

Mientras el inquilino de Palacio Nacional aún sufre los resabios de su estulticia ante el Parlamento Europeo con aquello de “es lamentable que se sumen como borregos a la estrategia reaccionaria y golpista del grupo corrupto que se opone a la Cuarta Transformación”, la tarde del martes le mataron a Andrés Manuel López Obrador al octavo periodista en lo que va del año. Nunca en la historia moderna de México el gremio periodístico había sufrido tal barbarie.

Esas muertes han dado la vuelta al mundo y los cuestionamientos han llegado también desde el exterior: el gobierno de Estados Unidos criticó en febrero la ola de violencia y las condiciones de trabajo de los reporteros mexicanos, además de que eran “preocupantes” las amenazas que reciben. El Parlamento Europeo comunicó que “ve con preocupación las duras y sistemáticas críticas de las más altas autoridades mexicanas contra los periodistas y su labor”.

Los asesinatos de periodistas están sorprendiendo por su mortífera cadencia en México, un país acostumbrado a enterrar a 100 personas diarias en promedio debido a la violencia sin conmoción pública, quizá lo más preocupante: la violencia se ha normalizado hace rato. Ya van ocho reporteros ejecutados en el año; es decir, en dos meses y medio.

Armando Linares López, director del portal Monitor Michoacán, fue ejecutado el martes —ironías de la vida— de ocho disparos, el octavo periodista asesinado en 2022 y, avatares de la vida, hace mes y medio informaba la ejecución de Roberto Toledo Barrera —era el cuarto comunicador sacrificado del año—, colaborador del mismo medio. Tras la muerte de Toledo Barrera, el 31 de enero pasado, denunció amenazas contra él y su equipo por exponer actos de corrupción d autoridades estatales.

“Nosotros no estamos armados, no traemos armas. Nuestra única defensa es una pluma, un lapicero”, dijo entonces el periodista en un video difundido en redes sociales tras la muerte de Roberto Toledo. Al momento del atentado, en un domicilio del municipio de Zitácuaro, Linares López no tenía ninguna protección y su asesinato se investiga “con apego al protocolo de delitos cometidos contra la libertad de expresión”.

“La pesadilla sigue para la prensa en México. Reporteros sin Fronteras (RSF) está documentando los hechos y pide una investigación ejemplar, dijo la organización en Twitter. El sacrificio de ocho periodistas en los 74 días transcurridos hasta el martes 15 de marzo no tiene parangón en el país ni en el mundo, según los balances de RSF y Artículo 19.

Desde que inició el siglo, las organizaciones especializadas recogen 147 profesionales de la comunicación muertos a manos de sicarios, lo que le ha granjeado la indeseable fama de ser el peor país para ejercer el oficio. Es, dicen, lo mismo que reportear en medio de una guerra. El patrón se repite: periodistas que arriesgan su vida denunciando la corrupción y los enormes desajustes del poder político y económico en sus regiones o municipios.

Los primeros 40 meses de Andrés Manuel López Obrador son los más violentos de la historia para la prensa. En ese lapso (1 de diciembre de 2018 al 15 de marzo de 2022) han sido asesinados 31 periodistas, según el más reciente recuento de Artículo 19 capítulo México, que solo contabiliza aquellos casos en los que se presume que el asesinato de comunicadores deriva de su labor.

En la autollamada Cuarta Transformación han sido asesinados 66 por ciento más periodistas que en el gobierno de Enrique Peña Nieto, y 25 más que en el de Felipe de Jesús Calderón Hinojosa. Por año, 2019 es el de mayor incidencia con 10 casos; en 2020 y 2021 fueron siete por año, en 2018 (diciembre) hubo uno y en lo que va de 2022 suman ya ocho homicidios de comunicadores.

Los datos dicen que no solo es el país más peligroso para dedicarse a informar, sino que además son crímenes que quedan impunes: 90 por ciento de esos asesinatos jamás se resuelve: incluso, el subsecretario de Gobernación, Alejandro Encinas Rodríguez, dijo el 27 de enero pasado que la mayoría de esos hechos quedan impunes.

“Las llamadas de alerta y auxilio de Armando no se escucharon; las autoridades fueron omisas”, han escrito sus colegas en un pronunciamiento tras el atentado, dirigido a López Obrador. Exigen al gobierno “tomar con la seriedad debida los asesinatos, agresiones y violaciones de derechos” contra periodistas. “La rabia, impotencia e indignación no encuentran ya palabras frente a los homicidios de compañeros que se acumulan en México y Michoacán”, se lee.

Linares se sumó a la lúgubre lista; el 4 de marzo, Juan Carlos Muñiz Hernández fue ultimado en Fresnillo (Zacatecas); Jorge Luis Camero Zazueta en Empalme (Sonora) el 25 de febrero; Heber López Vásquez en Salinas (Oaxaca), el 10 de febrero; Maria Guadalupe Lourdes Maldonado López, 23 de enero, y Margarito Martínez Esquivel, el 17 de enero, ambos en Tijuana (Baja California), y José Luis Gamboa Arenas, el 10 de enero en Veracruz.

Cancelaciones
¿Seguirán pensando los hoteleros que la guerra en Ucrania no tendrá efectos en el turismo, sobre todo de este lado del mundo? El turistero Alejandro Zozaya Gorostiza aporta un golpe de realidad: “No sólo alerta la pérdida de confianza en viajar, sino las graves consecuencias de las tensiones inflacionistas derivadas de las numerosas sanciones impuestas a Rusia.

En charla con Cicuta del Caribe advierte que si los turistas tienen que priorizar gastos, el recibo de luz, la despensa o la gasolina están por delante de las vacaciones, lo que provocaría que estadunidenses, canadienses, británicos, españoles, franceses y alemanes, los principales países emisores, pospongan un año más los viajes.

“Hacer ahora estimaciones es frívolo, pero lo que está claro es que la guerra en Ucrania nos va a perjudicar”, subrayó Zozaya Gorostiza, y detalló que “hasta el estallido de la guerra las reservas estaban ya al nivel de 2019, pero hoy, pese a que el saldo sigue siendo positivo, se frenaron, lo que es más notorio en Estados Unidos, España, Alemania y Países Bajos.

“La foto general es que el ritmo de las reservas es muchísimo más atenuado que hace 15 días, y todo apunta a que si se consigue apaciguar pronto la contienda, todo podría quedar en una anécdota. Sin embargo, si el conflicto bélico se alarga o salta a otros países, sobre todo por las posturas que está tomando Rusia, el impacto puede ser devastador.

Una tendencia cotejada por agentes de viaje reveló recientemente consultas por destinos alternativos por parte del viajero sudamericano, y no tanto por los clásicos latinoamericanos y europeos (Cancún, Ciudad de México, Puerto Vallarta; España, Inglaterra, Francia); se esperan múltiples complicaciones para viajar, más si el conflicto se extiende a otros países.

Crecen Dubai, islas menos conocidas del Caribe y al Mundial de Futbol 2022 en Qatar, pese a los elevados precios de ese último, y otros mayoristas de destinos exóticos reportan que las consultas por circuitos renovados de oferta grupal a Tailandia, Maldivas, India, Nepal y Jordania, entre otros, crecieron más de 30 por ciento en los últimos 15 días.

Menudencias
Daniel Chávez Morán, propietario del grupo Vidanta, contempla apoyar a la “W” de Radiópolis —que interesa a Andrés Manuel López Obrador— como principal patrocinador; la emisora la dirige Francisco Cabañas Soria, lo que acarrearía la salida del periodista Carlos Loret de Mola Álvarez y todo su equipo… touché, el espíritu del maquiavélico Joseph Fouché se aparece a mitad del destructivo sexenio para silenciar a uno de sus principales críticos

La práctica fraudulenta de las reclamaciones falsas por la covid podría aumentar durante los próximos dos o tres años, de acuerdo con la compañía británica de seguros Horwich Farrelly, cuando se prevé que el turismo alegará haber sido contagiado durante su estancia en algún complejo turístico: “(…) afirmarán haber sido contagiados alegando que estuvieron en sus instalaciones hasta la fecha de contraer el virus para poder recibir alguna compensación”.

La pandemia no ha impedido el nacimiento de nuevas compañías aéreas; de hecho, se ha registrado un boom de nuevas iniciativas como Breeze, en Estados Unidos; Ultra Air, en Colombia, y Aerala en México, lideradas por emprendedores con años de experiencia en el sector. En el caso de la mexicana, comenzará operaciones desde el Aeropuerto Internacional Felipe Ángeles (AIFA), hasta el segundo semestre del año.

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“Vivir con miedo: la huella psicológica de la inseguridad en México”

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Los Mexicanos vivimos con miedo y eso es una realidad…

Conciencia Saludablemente
Psicol. Alex Barrera

¡Mexicanos al grito de guerra! Esta es una de las estrofas más fuertes de nuestro himno nacional, cualquier mexicano conoce esta frase, pero cuantos de los habitantes de este país repara en el significado de esta frase que pareciera ser una realidad en estos días, cuantos de verdad se dan cuenta que la violencia en México si indiscutiblemente se ha convertido en una guerra, una que enfrentamos día a día y que se ha enraizado en nuestra sociedad.

Peor aún, ¿cuántos mexicanos si quiera se dan cuenta lo que le hace a su salud mental? La percepción de inseguridad, más allá de cifras, opera como un reflejo trastornador en el bienestar psicológico de la ciudadanía. En México, cuando los titulares de prensa retumban con asesinatos públicos, atrocidades y organismos de seguridad incapaces de contener el escalamiento criminal, lo que se resquebraja no es únicamente la confianza en las instituciones: se fractura la sensación de habitar un entorno protector, lo que repercute directamente en el ánimo, la salud mental y la capacidad de resiliencia de las personas.

Mientras el gobierno actual culpa a los anteriores gobiernos de la herencia de violencia, poco se ocupa de comunicar sus propias estrategias para brindar la certeza que la gente necesita hoy, y es que, si vamos al pasado inmediato, tan sólo en octubre se registraron un par de episodios que ilustran a la vez la crudeza de la violencia y su potencia simbólica.

La violencia ya no solo es violencia, sino que está plagada de un claro mensaje “NO HAY TREGUA”, porque no es solo el hecho de que en el estado de Michoacán, se registrara el asesinato de siete presidentes municipales en menos de cuatro años, si no que el último de ellos haya sido el de Carlos Manzo Rodríguez, alcalde de Uruapan, ejecutado el 1 de noviembre durante un evento público en pleno centro de la ciudad, y no cualquier evento, sino la celebración de Día de Muertos, uno de los eventos más significativos para los mexicanos. ¿Y entonces, no es este un atentado contra la misma sociedad, como podemos no entender esto como un mensaje, no para una persona, no para un estado, sino para un país entero? ¿Cómo puede no ser esto una agresión directa a la sociedad?

Este mismo mes en Culiacán, capital del estado de Sinaloa, se vivió una semana de “limpieza” entre cárteles cuyo resultado fueron 41 muertos en seis días, 12 solamente el 22 de octubre, estos eventos inundan las páginas de los medios de comunicación locales e internacionales, que detallan enfrentamientos sangrientos entre bandos criminales.

Cuando la violencia se vuelve espectáculo —y aún más cuando el blanco son eventos culturales o áreas urbanas frecuentadas—, la inquietud colectiva crece y se instala un estado de permanente alerta emocional. La población no sólo teme por su integridad física, sino por la certeza de que el espacio en el que habita ya no es predecible ni seguro. En este contexto, la evidencia señala que la percepción de inseguridad persiste pese a mejoras estadísticas en homicidios. Por ejemplo, en una nota de  El País publicada el pasado 23 de octubre se señala que el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI) reportó que, en septiembre de 2025, el 34 % de los mexicanos consideraba que la inseguridad permanecería “igual de mal” en su ciudad los próximos doce meses, y el 23.9 % estimaba que “empeorará”.

Desde la psicología, esos datos no son únicamente indicadores sociales: son síntomas de un clima emocional colectivo afectado. La inseguridad percibida produce estrés crónico, desgaste emocional y una reducción progresiva de lo que se denomina “capital psicológico”. Las personas pueden volverse más reacias a participar, a salir o a confiar en su entorno; aparece la hipervigilancia, la ansiedad, la alteración del sueño, e incluso la evitación de actividades cotidianas. Cuando la amenaza parece constante (aunque en el sentido probabilístico no esté dirigida a cada persona en lo individual) el efecto se propaga y se torna comunitario.

Además, esta erosión de la confianza se reconoce también en la relación entre ciudadanía y Gobierno. Aunque la presidenta Claudia Sheinbaum según publica en su sitio web PolíticoMX  mantiene una aprobación del 74 % al cierre de octubre de 2025, mientras que la desaprobación ronda el 25 %, eso no sostiene la percepción sobre la inseguridad que la ciudadanía no aprueba pues el mismo medio publica que otra encuesta hecha entre abril-mayo de 2025 que señala que solo 21.6 % de los mexicanos afirmaron sentirse seguros viviendo en el país, lo que significa que ~78.4 % se siente inseguro.

Los mexicanos esperan seguridad, efectividad institucional y protección, cuando eso falla, también se quiebra el sentido de que “las cosas están bajo control”. Ese quiebre tiene consecuencias psicológicas: ¡el orden que sostiene la rutina y la confianza se vuelve frágil!

La percepción de que “nadie está a salvo” o que “las autoridades no se dan abasto” abre una fisura emocional que afecta la vida social: las personas se retraen, desconfían, se inhiben. En la práctica clínica, se puede observar cómo en zonas de alta violencia o alta percepción de riesgo, los pacientes presentan mayor vulnerabilidad ante trastornos de ansiedad, alteraciones del sueño, síntomas de hipervigilancia y menos recursos para enfrentar los imprevistos. Cuando se vive con la sensación de que el entorno se volvió hostil, el bienestar se vuelve una meta difícil.

Es imprescindible comprender que, aunque los índices de homicidio puedan bajar en ciertos meses, la experiencia subjetiva de inseguridad no cae de inmediato. El retraso entre la mejora real y la percepción ciudadana deja un vacío de tiempo en que la salud emocional queda expuesta. Y mientras tanto, la violencia, al ser tan visible y tan simbólica, sigue reforzando la sensación de vulnerabilidad.

¿Qué hacer ante este escenario? En primer lugar, desde lo comunitario, es necesario promover espacios de diálogo, reforzar lazos de vecindad, crear plataformas de resiliencia colectiva: porque la inseguridad emocional se enfrenta también socialmente. Pero, en segundo lugar, y no menos importante, desde el ámbito individual, no se puede trivializar el impacto psicológico que tiene vivir bajo la sombra de la violencia. Acudir a servicios de salud mental, recibir contención, comprender que la reacción emocional es lógica, constituye un acto de cuidado.

No solo “sobrevivir” a la inseguridad física, sino preservar el bienestar psicológico, es una tarea urgente, porque la constante percepción de peligro provoca estrés constante, y esto a su vez genera, malestar físico, y más allá de ello fragmenta el bienestar social. Las autoridades tienen la obligación de garantizar la seguridad, pero las personas también tienen el derecho y la necesidad de salvaguardar su salud emocional cuando la protección estatal se ve comprometida.

En un país donde la violencia arremete en plazas públicas, atenta contra autoridades, se infiltra en la vida cotidiana y deja huella en la percepción de la gente, el bienestar psicológico no es un lujo: es una condición para el mínimo sustento de la dignidad humana.

Los mexicanos vivimos con miedo y eso es una realidad, aceptarlo, afrontarlo y en su caso buscar ayuda profesional, hablar con un terapeuta, explorar las formas en que la inseguridad impacta nuestra mente, es tan importante como procurar cerraduras y alarmas. Porque al final del día, tenemos que reconstruir no solo ciudades más seguras, sino experiencias interiores donde no nos sintamos indefensos.

**Además de 10 años de experiencia como comunicólogo, ejerciendo el periodismo. Alex Barrera es también psicólogo por la UNAM con profundización en desarrollo humano.
Actualmente brinda terapia clínica con enfoque Biopsicosocial.

Si desea contactar con los especialistas en terapia y salud puede hacerlo enviando un mensaje

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Entre flores y recuerdos: la psicología del Día de Muertos

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Colocar un altar nos lleva a encontrar un vinculo en el que se pude sanar la perdida

Conciencia Saludablemente

Por: Psicol. Alex Barrera

En México, la muerte no se esconde; se decora con flores de cempasúchil, se endulza con pan y se acompaña de risas y canciones. El Día de Muertos no es sólo una tradición; es una declaración cultural profundamente humana: la vida y la muerte no son opuestos, sino partes del mismo ciclo. Desde la psicología, esta visión ofrece una lección esencial sobre cómo enfrentamos la pérdida, el duelo y la memoria.

En muchas culturas occidentales, hablar de la muerte sigue siendo un tema prohibido. Se evita mencionar a los fallecidos, se apartan sus objetos, se oculta el dolor tras una aparente fortaleza. Sin embargo, la cultura mexicana, heredera de cosmovisiones indígenas y creencias sincréticas, ha desarrollado una relación distinta con la finitud. Aquí la muerte se sienta a la mesa. Se le invita, se le honra, se le ríe. En lugar de negar su existencia, se le integra como una compañera inevitable.

Esta actitud, lejos de ser una mera expresión folklórica, tiene profundas implicaciones psicológicas. Aceptar la muerte —propia y ajena— es aceptar la impermanencia de todo. Es reconocer que la pérdida forma parte de la vida, y que el dolor, cuando se vive con consciencia, puede transformarse en gratitud. Desde la psicología existencial, este reconocimiento no conduce a la desesperanza, sino a una mayor plenitud: saber que el tiempo es finito nos empuja a vivir con sentido, a cuidar los vínculos y a encontrar propósito en cada día.

Pero el Día de Muertos no solo nos enseña a pensar en la muerte; también nos enseña a recordar con amor. El altar, corazón simbólico de la celebración, se convierte en un espacio terapéutico. Al colocar una fotografía, una vela o el platillo favorito del ser querido, no solo evocamos su presencia: actualizamos el vínculo. Recordar no es aferrarse al pasado, sino mantener viva la conexión emocional que sigue existiendo más allá de la ausencia física.

En psicología del duelo, esto se conoce como el vínculo continuo. Lejos de promover el olvido, se alienta a las personas a encontrar formas sanas de mantener esa relación interior con quienes ya no están. El altar cumple exactamente esa función: da forma, color y orden al dolor. Permite hablar con los que se fueron, agradecerles, perdonarlos o simplemente compartir un instante simbólico de convivencia. Es, en términos terapéuticos, una representación externa del proceso interno de sanar.

Cada objeto en el altar cumple una función emocional: las flores representan el ciclo de la vida, la comida evoca el cuidado, las velas guían el camino y las fotografías preservan la memoria. A través de este acto ritual, la persona que recuerda también se reconstruye. Como en cualquier proceso terapéutico, el ritual ofrece estructura, contención y sentido: tres elementos fundamentales para elaborar el duelo.

La psicología contemporánea reconoce que los rituales —ya sean religiosos, culturales o personales— facilitan la transición emocional tras una pérdida. Funcionan como puentes entre el dolor y la aceptación, entre el caos y la calma. En ese sentido, el Día de Muertos puede entenderse como una forma colectiva de terapia: una jornada en la que la sociedad entera legitima el dolor, lo comparte y lo transforma en celebración.

Sin embargo, bajo el colorido de las ofrendas y la alegría de las calaveras, también laten silencios profundos. No todos los duelos son iguales ni todas las pérdidas se procesan del mismo modo. Hay quienes, tras la muerte de un ser querido, sienten que la vida pierde sentido, que el vacío es demasiado grande o que la tristeza se ha vuelto una compañera constante. En esos casos, el acompañamiento psicológico puede marcar una diferencia vital.

Hablar del duelo en terapia es un acto de valentía. Es reconocer que, aunque la cultura ofrezca rituales para honrar la muerte, a veces el dolor necesita otro espacio: un lugar donde ser escuchado, comprendido y trabajado con herramientas profesionales. La psicoterapia ayuda a darle forma a la ausencia, a integrar el recuerdo y a reconstruir la vida sin negarla, es iniciar el camino hacia una nueva forma de coexistir con el dolor y afrontarlo de manera que no se convierta en un trauma.

Así, el Día de Muertos no es sólo una tradición que mira hacia el pasado, sino una invitación a mirar hacia adentro. Nos recuerda que el amor y la pérdida son inseparables, y que recordar no duele: lo que duele es callar. Cada altar que encendemos es una forma de iluminar nuestra historia, de reconciliarnos con lo inevitable y de encontrar sentido en el recuerdo.

Quizás por eso, entre el aroma del copal y la luz de las velas, comprendemos que no se trata de vencer a la muerte, sino de aprender a convivir con ella, y entender que la vida es sólo el camino que nos lleva inevitablemente hacia el final. Y en ese aprendizaje, la psicología tiene mucho que aportar: ayudarnos a aceptar, a transformar y, sobre todo, a vivir con conciencia.

Porque así como los altares se llenan de flores cada noviembre, también nuestra mente y nuestro corazón pueden renovarse. A veces, solo hace falta dar el primer paso: hablar con alguien, pedir ayuda, acudir a terapia.
La vida como el altar, se enciende de nuevo cuando nos atrevemos a mirar la sombra y convertirla en luz en este ciclo cuya belleza se encuentra en tomar conciencia de que un día se va terminar.

**Además de 10 años de experiencia como comunicólogo, ejerciendo el periodismo. Alex Barrera es también psicólogo por la UNAM con profundización en desarrollo humano.
Actualmente brinda terapia clínica con enfoque Biopsicosocial.

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