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Hallan restos de avión desaparecido con 38 pasajeros en Chile

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CHILE, 11 DE DICIEMBRE.- Autoridades chilenas informaron que fueron encontrados restos de un avión flotando en zona donde desapareció una aeronave chilena con 38 pasajeros el pasado lunes 9 de diciembre.

Mediante las redes sociales la Fueza Aérea Chilena publicó un comunicado donde informan sobre este hallazgo.

https://twitter.com/FACh_Chile/status/1204867815028723723/photo/1

El avión Hércules C-130 de la Fuerza Aérea de Chile que transportaba 17 tripulantes y 21 pasajeros, incluidos tres civiles, se comunicó por última vez con la torre de control el lunes a las 18.13 (2113 GMT), 70 minutos después de despegar.

La Fuerza Aérea chilena, que realiza viajes a la Antártida al menos una vez al mes, informó que los dos pilotos del Hércules tenían amplia experiencia, que recientemente habían sido destacados en Estados Unidos por su destreza y que la aeronave estaba en buenas condiciones técnicas.

La Antártida es el continente más frío del planeta y la rotación inclinada del planeta en torno al sol hace que en los meses de primavera y verano los días sean muy luminosos durante las 24 horas, razón por la cual las labores de búsqueda del Hércules C-130 se desarrollan en el día y la noche.

Ed Coleman, piloto y presidente del Departamento de Ciencias de la Seguridad de la Universidad Aeronáutica Embry-Riddle en Prescott, Arizona, comentó a The Associated Press que el clima cambiante de la Antártida hace que la zona sea un lugar difícil para los pilotos. Agregó que las masas de aires convergen, causando tormentas con fuertes ráfagas de viento, un mar agitado con olas de seis metros o más. Volar “se convierte en un desafío y hacer un aterrizaje suave en el mar es casi imposible”, dijo.

Se puede tener un cielo despejado en un minuto y, en poco tiempo se pueden acumular tormentas que lo convierten en un desafío”, señaló.

La Antártida también es un lugar complicado para los rescatistas, que deben actuar rápidamente para sacar a sobrevivientes de las aguas frías y agitadas.

ALUMNO QUE VIAJÓ COMO PREMIO, ENTRE LOS FALLECIDOS


En cuanto se difundió la lista de pasajeros del avión chileno que se perdió mientras volaba hacia la Antártida, la preocupación se extendió entre la comunidad estudiantil de la pequeña región de Magallanes: uno de sus mejores alumnos, Ignacio Parada, de 24 años, estaba a bordo.

La noticia se había filtrado un poco antes entre los conocidos con los que Ignacio compartió la ilusión de su viaje.

El estudiante del sur de Chile cursaba quinto año de Ingeniería Civil Química de la Universidad de Magallanes (UMAG) y había sido premiado con la posibilidad de realizar un primera práctica profesional en un entorno único e incomparable: la Antártida.

Ignacio es un alumno destacado en su carrera por su excelente desempeño académico y el alto grado de compromiso que ha demostrado a través del desarrollo de actividades académicas voluntarias”, afirmó la UMAG en un comunicado. Su notable trayectoria, agregó la institución, fue la que lo hizo merecedor del viaje.

Responsable, buen compañero, proactivo, sociable, educado, alegre y respetuoso son algunos de los adjetivos que más se repiten para describirlo entre aquellos que conocen a este hijo único, muy deseado por su familia, según afirmaron los académicos que tuvieron contacto con él.

Recibimos la noticia anoche, cuando estábamos en la titulación del Centro Universitario de Puerto Natales. La verdad sentimos mucho lo que ocurre en estos momentos”, señaló taciturno el rector de la institución, Juan Oyarzo Pérez.

Ignacio subió al avión en dirección a la Base Presidente Eduardo Frei para cumplir labores de campo relacionadas con su práctica profesional. Su tarea sería recabar información de los sistemas de agua potable de dicho asentamiento militar con el fin de preparar un proyecto de ingeniería que realizaría aportes al tratamiento de aguas residuales.

En el viaje también participaba una geógrafa de la institución y tutora del joven, Claudia Manzo, quien era la única mujer a bordo del avión.

Manzo trabajaba en el Servicio Aerofotogramétrico de la Fuerza Aérea y estaba encargada de fotografiar el continente blanco.

El proyecto era un trabajo conjunto de la Universidad de Magallanes y la Fuerza Aérea Chilena.

Hugo Llerena Chávez, director del Departamento de Ingeniería Química, coincidió en que Ignacio era un alumno destacado. “Sus pares lo consideran mucho… Muchos quieren ir a la Antártica, pero fue él por su destacado CV”.

El profesor confesó que su equipo está devastado con la noticia, como también la Federación de Estudiantes.

En un breve comunicado, el Departamento de Ingeniería Química informó en redes sociales a su comunidad que Ignacio formaba parte del vuelo. “El DIQ envía sus esperanzas y fuerza a la Familia de nuestro alumno y a todos sus compañeros. Te queremos Ignacio!!”.

Él tenía súper claro su objetivo”, dijo al canal local TVN Jonathan Bahamonde, amigo y compañero de Parada. “Estaba listo, estaba súper orgulloso de él”. Agregó que esta era la segunda vez que su amigo viajaba a la Antártida, puesto que había realizado un primer viaje hace más de dos semanas. Aseguró que “estaba súper motivado” y muy contento con el proyecto.

Por la noche sus compañeros realizarán en la facultad de la Universidad una velatón en nombre de Ignacio, con la esperanza de que no sea un hasta siempre sino un hasta pronto.

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EN LA OPINIÓN DE:

Cuando el estrés se vuelve hogar

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En una mente estresada por años, el silencio se vuelve territorios peligrosos ocultando el verdadero mal

Conciencia Saludablemente

Por. Psicol. Alex Barrera

Hubo un tiempo en el que el estrés era una señal de alarma: algo no estaba bien y el cuerpo pedía pausa. Hoy, para muchas personas, el estrés dejó de ser un estado pasajero y se convirtió en una forma de vida. Muchas personas sin darse cuenta aprendieron a vivir aceleradas, hiperconectadas y con la sensación constante de que, si no estamos ocupados o tensos, estamos fallando en algo. El problema no es solo vivir con estrés, sino volverse incapaz de vivir sin él.

Durante años hemos aprendido a vivir con el estrés como si fuera una condición natural de la adultez. “Así es la vida”, decimos, mientras normalizamos el cansancio crónico, la ansiedad constante y la sensación de que, si no estamos ocupados, algo anda mal. Poco a poco, sin darnos cuenta, dejamos de preguntarnos si el estrés es inevitable y comenzamos a organizarnos alrededor de él. El problema no es sólo que vivamos estresados, sino que a de que sabemos que existe, no sabemos ni como reconocerlo, es decir, sabemos que existe el estrés, pero no sabemos cómo se siente el estrés, y mucho menos como detenerlo, aunque suene duro muchos hemos desarrollado una incapacidad real para vivir sin estrés.

Y es que cuando el estrés se normaliza, el silencio incomoda. Los espacios de calma generan culpa y la tranquilidad se interpreta como pérdida de tiempo incluso hay quien al intentar detenerlo se encuentra con la respuesta automática del cerebro una rotunda negativa, como si el propio cuerpo se negara a abandonar ese estado. Y lo grave es que aunque el cerebro lo haya normalizado, el generar estrés mantiene los mecanismos del naturales del cuerpo provocando daños clínicos en la salud de las personas.

No hablo del estrés como respuesta adaptativa —ese mecanismo biológico que nos permite reaccionar ante una amenaza real—, sino de un estado permanente de activación que se vuelve identidad. Hay personas que no saben qué hacer cuando no hay pendientes, conflictos o urgencias. El silencio les incomoda. El descanso les genera culpa. La calma se percibe como improductiva, sospechosa, incluso peligrosa. En ese punto, el estrés deja de ser una reacción y se convierte en una forma de vida.

Desde la psicología sabemos que el cuerpo no distingue entre una amenaza real y una simbólica. El sistema nervioso responde igual a un león que a un correo electrónico. Cuando vivimos en estado de alerta constante, el organismo se adapta a esa intensidad. El cortisol y la adrenalina se mantienen elevados y, con el tiempo, el cuerpo aprende a funcionar así. Entonces ocurre algo paradójico: la calma empieza a sentirse extraña, y el estrés se vuelve familiar. Incluso necesario.

Esto explica por qué algunas personas, al tener un fin de semana libre, se enferman, se angustian o buscan inconscientemente un conflicto. No es mala suerte: es un sistema nervioso que no sabe bajar la guardia. La mente, acostumbrada al ruido, interpreta la quietud como vacío. Y el vacío, para muchos, resulta insoportable.

La cultura contemporánea ha hecho del estrés una medalla de honor. Estar ocupados es sinónimo de éxito. Dormir poco es señal de compromiso. Decir “no tengo tiempo” nos valida socialmente. Hemos romantizado el agotamiento al punto de sospechar de quien vive con calma. ¿Qué estará haciendo mal? ¿Por qué no corre como los demás? Así, el estrés deja de ser un problema y se vuelve un valor cultural.

Pero el cuerpo no negocia con las narrativas sociales. El estrés sostenido tiene consecuencias claras: trastornos del sueño, problemas digestivos, enfermedades cardiovasculares, irritabilidad, dificultades de concentración, distanciamiento social, ansiedad y depresión. Lo más grave es que muchas de estas señales se ignoran porque se consideran “normales”. Vivir cansados se vuelve la norma. Sentirse mal, el precio a pagar.

Hay otro aspecto menos visible pero igual de dañino: el estrés constante empobrece la vida emocional. Cuando estamos siempre en modo supervivencia, no hay espacio para el placer, la creatividad ni la introspección. Todo se vuelve funcional. Incluso las relaciones. Escuchamos a medias, convivimos con prisa, respondemos desde la reactividad. Vivir así no sólo desgasta el cuerpo; también nos desconecta de nosotros mismos.

Con frecuencia escucho frases como: “Si me relajo, pierdo el control”, “Si descanso, me atraso”, “Si bajo el ritmo, todo se desmorona”” Hay que seguir” y la más atros “Puedo con eso y más”, todas ellas de personas que puedo ver están a punto de desmoronarse. Detrás de ellas hay una creencia profunda: la idea de que sólo somos valiosos cuando estamos produciendo o resolviendo problemas. El estrés, entonces, se convierte en una forma de sostener la autoestima. Mientras estoy ocupado, existo. Cuando paro, me enfrento al vacío de no saber quién soy sin la urgencia.

En ese sentido, la incapacidad de vivir sin estrés no es sólo fisiológica; es también psicológica. El estrés funciona como anestesia. Mantiene la mente ocupada y evita preguntas incómodas: ¿estoy donde quiero estar?, ¿esto me hace sentido?, ¿qué estoy evitando sentir? Cuando bajamos el ritmo, esas preguntas aparecen. Y no siempre estamos preparados para escucharlas.

La ironía es que muchas personas buscan “manejar mejor el estrés” sin cuestionar por qué viven en un estado que lo genera de manera permanente han olvidado siquiera como se sentían, y casi puedo asegurar que ya ni siquiera lo distinguen. Hacemos yoga, meditamos cinco minutos, tomamos suplementos… pero regresamos a la misma lógica de exigencia. No se trata de eliminar el estrés —eso sería imposible—, sino de dejar de necesitarlo para sentirnos vivos.

Incluso el cerebro puede interpretar como amenazantes los ejercicios orientados a la calma y la relajación cuando ha pasado demasiado tiempo funcionando en modo de alerta. Desde la neurociencia sabemos que el sistema nervioso se adapta a los estados que se repiten con mayor frecuencia; si una persona vive bajo estrés crónico, su cerebro aprende que la activación constante es sinónimo de seguridad.

En ese contexto, prácticas como la respiración profunda, la meditación o el silencio corporal pueden generar incomodidad, ansiedad o inquietud, porque implican “bajar la guardia”. Al disminuir la estimulación externa, emergen sensaciones internas, emociones reprimidas o pensamientos evitados, lo que el cerebro interpreta como pérdida de control.

La amígdala, encargada de detectar amenazas, puede activarse ante esta quietud desconocida, enviando señales de alarma que se manifiestan como nerviosismo, tensión muscular o necesidad urgente de interrumpir el ejercicio. No es que la calma sea peligrosa, sino que resulta extraña para un sistema acostumbrado a sobrevivir desde la urgencia. Por ello, aprender a relajarse no siempre es placentero al inicio; es un proceso de reaprendizaje en el que el cerebro necesita tiempo y acompañamiento para reconocer que el descanso también es un estado seguro.

Aprender a vivir sin estrés no significa abandonar responsabilidades ni aspiraciones. Significa recuperar la capacidad de alternar entre acción y reposo reconociendo conscientemente cual es cual. Dejar que el sistema nervioso recuerde que la calma también es segura. Que no todo es amenaza. Que no todo es urgente. Que el descanso no es un premio, sino una necesidad biológica y emocional y de usar herramientas que me permitan disminuir el estrés en momentos precisos de la vida.

Este reaprendizaje no es sencillo. Para alguien acostumbrado a la hiperactividad, el descanso puede generar ansiedad, irritabilidad o incluso tristeza. Es como quitarle una muleta al cuerpo: al principio duele. Por eso, muchas personas fracasan en sus intentos de bajar el ritmo y concluyen que “no pueden”. No es que no puedan; es que están deshabituándose de un estado que se volvió adictivo.

Aquí es donde la terapia psicológica cobra un papel fundamental. No sólo para enseñar técnicas de relajación, sino para explorar qué función cumple el estrés en la vida de la persona. ¿Qué evita? ¿Qué sostiene? ¿Qué identidad refuerza? Acompañar este proceso permite construir una relación más sana con el tiempo, el cuerpo y las emociones.

Vivir sin estrés constante no es una utopía, pero sí un acto contracultural. Implica cuestionar mandatos, tolerar la incomodidad del silencio y redefinir el valor personal más allá del rendimiento. Implica, en muchos casos, aceptar que hemos estado sobreviviendo cuando podríamos estar viviendo.

Tal vez la pregunta no sea cómo eliminar el estrés, sino algo más incómodo y honesto: ¿qué parte de mí no sabe existir sin él? Mientras no nos atrevamos a responderla, seguiremos corriendo, no porque sea necesario, sino porque detenernos nos confronta con una calma que aún no sabemos habitar.

**Además de 10 años de experiencia como comunicólogo, ejerciendo el periodismo. Alex Barrera es también psicólogo por la UNAM con profundización en desarrollo.
Actualmente brinda terapia clínica con enfoque Biopsicosocial de manera privada.


Si le interesa el tema puede profundizar en los siguientes textos:
American Psychological Association. (2020). Stress effects on the body.
https://www.apa.org/topics/stress/body

Describe cómo el estrés crónico mantiene al sistema nervioso en estado de alerta y dificulta la activación de respuestas de relajación.

Porges, S. W. (2011). The polyvagal theory: Neurophysiological foundations of emotions, attachment, communication, and self-regulation. W. W. Norton & Company.
https://wwnorton.com/books/9780393707007

Explica cómo el sistema nervioso autónomo puede interpretar estados de calma como inseguros cuando el organismo está habituado a la hiperactivación.

Van der Kolk, B. (2014). The body keeps the score: Brain, mind, and body in the healing of trauma. Viking.
https://www.penguinrandomhouse.com/books/215391/the-body-keeps-the-score-by-bessel-van-der-kolk-md/

Aborda cómo personas con estrés prolongado o trauma pueden experimentar ansiedad al intentar relajarse o meditar.

Thayer, J. F., & Lane, R. D. (2000). A model of neurovisceral integration in emotion regulation and dysregulation. Journal of Affective Disorders, 61(3), 201–216.
https://doi.org/10.1016/S0165-0327(00)00338-4

Expone cómo la regulación emocional deficiente hace que el sistema nervioso perciba la calma como una pérdida de control.

Treleaven, D. A. (2018). Trauma-sensitive mindfulness: Practices for safe and transformative healing. W. W. Norton & Company.
https://wwnorton.com/books/9780393709780

Analiza por qué prácticas de mindfulness pueden activar ansiedad en personas con sistemas nerviosos hipervigilantes.

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Chetumal

QUINTANA ROO ENTRE NIEBLAS MATUTINAS Y CIELOS NUBLADOS: EL CLIMA HOY 17 DE DICIEMBRE DE 2025

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Chetumal, Quintana Roo. Este miércoles 17 de diciembre, el estado de Quintana Roo amaneció bajo la influencia de humedad proveniente del mar Caribe, generando nieblas en zonas costeras y lluvias aisladas en distintos municipios. El ambiente se mantendrá templado por la mañana y cálido durante la tarde, con ráfagas de viento moderadas y una sensación térmica elevada que supera la temperatura real en varios puntos.

MUNICIPIOS Y CONDICIONES

  • Cancún: Temperatura máxima 29°C, sensación térmica 31°C
  • Playa del Carmen: Temperatura 28°C, sensación térmica 30°C
  • Chetumal: Temperatura 27°C, sensación térmica 29°C
  • Felipe Carrillo Puerto: Temperatura 26°C, sensación térmica 28°C
  • Cozumel: Temperatura 27°C, sensación térmica 30°C
  • Isla Mujeres: Temperatura 28°C, sensación térmica 30°C
  • Tulum: Temperatura 29°C, sensación térmica 31°C
  • José María Morelos: Temperatura 25°C, sensación térmica 27°C
  • Bacalar: Temperatura 26°C, sensación térmica 28°C
  • Mañana: Fresca, con bancos de niebla en Cancún y zonas rurales.
  • Tarde: Cálida, con cielos parcialmente nublados y baja probabilidad de lluvias intensas.
  • Noche: Descenso moderado de temperatura, humedad elevada y ambiente estable.

El estado de Quintana Roo vivirá una jornada sin riesgos meteorológicos mayores, marcada por alta humedad, sensación térmica superior y lluvias intermitentes. Un día ideal para actividades al aire libre con precauciones básicas: mantenerse hidratado, usar protector solar y estar atentos a posibles chubascos en la tarde.

Fuente: 5to Poder Agencia de Noticias

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