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Opinión

¿Cinismo o “pax narca”?

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Opinión / Cicuta del Caribe LXXVI

• El actual sexenio se perfila a ser el de mayor violencia de la historia
• En 42 meses endeudamiento creció 95% respecto a gobierno de EPN
• Anuncia la Marina la construcción del Hospital Naval en Isla Mujeres
• Las descargas eléctricas cuestan 50 mil pesos por año a los hogares
• Hoteleros exigen ocho sargaceras más contra el sargazo; “eran 11”**
• Las aerolíneas tienen derecho a decidir dónde operar: IATA a AMLO
• Qatar Airways acusa de bloquear su llegada al país a Aeroméxico

Carlos Águila Arreola
Tenemos que reconocer que lo que está viviendo México y que llevó al poder a Andrés Manuel López Obrador es la corrupción del Partido Revolucionario Institucional (PRI) —al fin renegado priista que tras 41 meses, mil 298 días o 185 semanas—; gracias a ello este sujeto llegó al poder y actualmente tiene más endeudado al país y en una “pax narca” por sus “abrazos, no balazos”.

La tolerancia, sin la condición mínima de supremacía del Estado en cuanto al uso de la fuerza, es la “pax narca”. Durante los tiempos del viejo PRI prevaleció en varias regiones del país un esquema, que mal que bien funcionaba, de simulación y solapamiento a los grandes capos… y era funcional, pues permitía mantener al país en relativa paz.

Una condición clave en aquel periodo era que el gobierno tenía la sartén por el mango. Los narcos se atrevían a muy poco en lo que concierne a agresiones a la autoridad… era raro que asesinaran a policías e impensable que atacaran unidades habitacionales del Ejército, como pasó durante el ‘culiacanazo’ de 2019, mucho menos ver correr a soldados perseguidos por delincuentes.

Hace una semana, en una más de sus falaces mañaneras, ese que cobra, más no devenga el salario de presidente, con postura de predicador y desde su poderoso púlpito, reconoció que gracias a que hay entidades en las que domina un solo grupo criminal, no hay homicidios, y colocó a Sinaloa como ejemplo donde hay “una sola banda”, refiriéndose al cártel de Sinaloa o del Pacífico.

Se trata de la muestra de cómo el gobierno federal apuesta a la llamada “pax narca”, enfocada a que un grupo delincuencial predominante controle el territorio y los diversos mercados ilícitos, aunque para que la fórmula funcione se necesita la protección o la omisión del Estado, que en este caso es complicidad mediante la política de “abrazos, no balazos”.

“Hay lugares en donde predomina una banda fuerte y no hay enfrentamientos entre grupos, y por eso no hay homicidios”, dijo López Obrador, así de grave está la inseguridad en que la población vive bajo el yugo del crimen organizado, donde el “pan de cada día” son las extorsiones por los cobros de piso, los secuestros, asesinatos y desapariciones

División
Los analistas se dividen respecto a 2024: hay quienes dicen que lo peor está por venir y que será bueno aprender a bucear; otros prevén que así como supo capitalizar el hartazgo contra el tricolor, podría ocurrirle lo mismo, pues siguen muy rupestre y aún le queda año y medio para seguir dando traspiés, porque de que aprenda a gobernar, ya es muy difícil…

Ahora bien, durante su campaña de 18 años a la Presidencia, el remedo de Ejecutivo federal que cobra como tal, sin serlo, se cansó de vociferar sobre el endeudamiento, nunca supo que escupía hacia arriba —o siempre lo supo y actúa a mansalva—, pues volvió a endeudarse ante el Banco Mundial con 700 millones de dólares.

En tres años y medio superó en 95.41 por ciento a toda la administración de Enrique Peña Nieto en líneas de crédito ante el organismo; previamente, en sus primeros 19 meses, la gestión lopezobradorista endeudó 438.87 por ciento más a México en el mismo periodo de gobierno.

En solo 19 meses, “el gobierno” de López Obrador solicitó créditos por dos mil 130 millones de pesos. En sus seis años de gobierno, Peña Nieto tramitó préstamos por dos mil 331 millones para 18 proyectos. Entonces, la deuda de López Obrador se colocó a 201 millones de dólares de esa cantidad.

El 31 de mayo pasado, según la página del Banco Mundial, se aprobó una línea de crédito a la Secretaría de Hacienda y Crédito Público por 700 millones de dólares para el proyecto P178224 “México, Crecimiento Económico Inclusivo y Sostenible DPL (…) y acompañará la política pública que impulse el crecimiento económico inclusivo y sostenible del país”.

En el portal se agrega que “los detalles del crédito incluyen impulso a un nuevo régimen tributario simplificado, el desarrollo de mecanismos financieros para garantizar el apoyo en caso de desastres naturales”, aunque hay que recordar que el 28 de julio de 2021 desapareció el Fonden, que auxiliaba a poblaciones afectadas por fenómenos naturales, otra incongruencia más de Tartufo.

En 42 meses, la administración de López Obrador tiene registrados nueve créditos por cuatro mil 555 millones de dólares. Durante el sexenio de Peña Nieto se solicitaron créditos para 18 proyectos por dos mil 331 millones de dólares, un incremento de 95.14 por ciento más en detrimento de los mexicanos que confiaron en “Su alteza pequeñísima”.

Al final, la historia juzgará a quienes hundan al país, como lo ha hecho con los anteriores malos gobiernos, nunca se equivoca… ahora comprendo por qué el señor López nunca se ha expuesto a una verdadera entrevista pública y abierta, no con “periodistas” a modo, desde que es inquilino de Palacio Nacional y cobra como si fuera presidente.

Menudencias
Aún no termina el sexenio, pero los años de “ya saben quién” registran 121 mil 655 homicidios, cifra superior al periodo de la “guerra contra el narcotráfico” de Felipe de Jesús Calderón Hinojosa y al gobierno de Enrique Peña Nieto. La violencia en el país suma cifras récord. Con Tartufo, cada mes, en promedio hay dos mil 896 homicidios dolosos; con el priista la cifra fue de mil 779, y con el panista fueron mil 269.

La Secretaría de Marina-Armada de México anunció la edificación del Hospital Naval en Isla Mujeres, conformado por un edificio principal, estacionamiento, edificio de mantenimiento y servicios; área de Urgencias, cámara hiperbárica, medicina física, 12 consultorios de medicina general y especialidades, quirófano de cirugía general y de tococirugía, 12 camas, laboratorios, cocina, comedor, alojamientos para personal de ´planta y área de gobierno, entre las calles Cabo Catoche y Boca Limbo, en la colonia Salina Grande.

Los daños provocados a los aparatos electrodomésticos por las variaciones de voltaje cuestan hasta 50 mil pesos al año a los hogares mexicanos, y solo 20 de cada 100 protegen sus aparatos con algún regulador, y es que “el costo para reparar o comprar nuevos aparatos equivale a 278 días de salario mínimos, y representa 6.6 veces el ingreso promedio mensual de las familias (siete mil 542 pesos). Los equipos que más daños sufren son las pantallas, lavadoras, hornos de microondas, refrigeradores, computadoras y módems, entre otros, explicó el directivo. Cada evento puede afectar a entre tres y cinco electrodomésticos, según el Instituto Mexicano para la Competitividad (IMCO).

Jesús Almaguer Salazar, presidente de los hoteleros de la región, considera que el gobierno federal debe hacer más de lo que hace por contener el arribo de sargazo, pidió se actúe pronto y cumpla con poner a funcionar las ocho sargaceras que faltan “pues dijeron que tenían 11”, y denunció que solo les informan cuánto sargazo arribará al día y no un reporte de qué acciones se hacen para evitar el recale de la macroalga: “En algunos puntos de la zona norte ya es necesario actuar de forma urgente, como en Playa del Carmen”.

Durante la 78ª Asamblea General Anual de la Asociación de Transporte Aéreo Internacional (IATA), que se realizó en Catar, Peter Cerdá, vicepresidente regional del organismo para las Américas, reconoció que el aeropuerto Felipe Ángeles es de clase mundial; pero “el gobierno debe dejar a las aerolíneas y cargueras la libertad para decidir en qué terminal aérea establecerse, y resaltó que carece de transporte terrestre adecuado; es decir, de conectividad: “Se necesita con urgencia, para conectar a la ciudad con el aeropuerto”.

La aerolínea Qatar Airways dijo que “cabilderos de Aeroméxico” bloquean la entrada de la aerolínea al país. “Sí, queremos volar a México pero estamos a merced de Aeroméxico, que influencia al presionar para que el gobierno no nos dé los derechos”, dijo Akbar al Baker, director ejecutivo de la compañía durante la asamblea de la IATA. No sería la primera vez que Aeroméxico litiga contra el ingreso de otra empresa: entre 2018 y 2019 se amparó contra la entrada de Emirates al país mediante el uso de la Quinta Libertad, que actualmente le permite volar de Dubái a la Ciudad de México, con una parada en Barcelona.

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Cuando el estrés se vuelve hogar

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En una mente estresada por años, el silencio se vuelve territorios peligrosos ocultando el verdadero mal

Conciencia Saludablemente

Por. Psicol. Alex Barrera

Hubo un tiempo en el que el estrés era una señal de alarma: algo no estaba bien y el cuerpo pedía pausa. Hoy, para muchas personas, el estrés dejó de ser un estado pasajero y se convirtió en una forma de vida. Muchas personas sin darse cuenta aprendieron a vivir aceleradas, hiperconectadas y con la sensación constante de que, si no estamos ocupados o tensos, estamos fallando en algo. El problema no es solo vivir con estrés, sino volverse incapaz de vivir sin él.

Durante años hemos aprendido a vivir con el estrés como si fuera una condición natural de la adultez. “Así es la vida”, decimos, mientras normalizamos el cansancio crónico, la ansiedad constante y la sensación de que, si no estamos ocupados, algo anda mal. Poco a poco, sin darnos cuenta, dejamos de preguntarnos si el estrés es inevitable y comenzamos a organizarnos alrededor de él. El problema no es sólo que vivamos estresados, sino que a de que sabemos que existe, no sabemos ni como reconocerlo, es decir, sabemos que existe el estrés, pero no sabemos cómo se siente el estrés, y mucho menos como detenerlo, aunque suene duro muchos hemos desarrollado una incapacidad real para vivir sin estrés.

Y es que cuando el estrés se normaliza, el silencio incomoda. Los espacios de calma generan culpa y la tranquilidad se interpreta como pérdida de tiempo incluso hay quien al intentar detenerlo se encuentra con la respuesta automática del cerebro una rotunda negativa, como si el propio cuerpo se negara a abandonar ese estado. Y lo grave es que aunque el cerebro lo haya normalizado, el generar estrés mantiene los mecanismos del naturales del cuerpo provocando daños clínicos en la salud de las personas.

No hablo del estrés como respuesta adaptativa —ese mecanismo biológico que nos permite reaccionar ante una amenaza real—, sino de un estado permanente de activación que se vuelve identidad. Hay personas que no saben qué hacer cuando no hay pendientes, conflictos o urgencias. El silencio les incomoda. El descanso les genera culpa. La calma se percibe como improductiva, sospechosa, incluso peligrosa. En ese punto, el estrés deja de ser una reacción y se convierte en una forma de vida.

Desde la psicología sabemos que el cuerpo no distingue entre una amenaza real y una simbólica. El sistema nervioso responde igual a un león que a un correo electrónico. Cuando vivimos en estado de alerta constante, el organismo se adapta a esa intensidad. El cortisol y la adrenalina se mantienen elevados y, con el tiempo, el cuerpo aprende a funcionar así. Entonces ocurre algo paradójico: la calma empieza a sentirse extraña, y el estrés se vuelve familiar. Incluso necesario.

Esto explica por qué algunas personas, al tener un fin de semana libre, se enferman, se angustian o buscan inconscientemente un conflicto. No es mala suerte: es un sistema nervioso que no sabe bajar la guardia. La mente, acostumbrada al ruido, interpreta la quietud como vacío. Y el vacío, para muchos, resulta insoportable.

La cultura contemporánea ha hecho del estrés una medalla de honor. Estar ocupados es sinónimo de éxito. Dormir poco es señal de compromiso. Decir “no tengo tiempo” nos valida socialmente. Hemos romantizado el agotamiento al punto de sospechar de quien vive con calma. ¿Qué estará haciendo mal? ¿Por qué no corre como los demás? Así, el estrés deja de ser un problema y se vuelve un valor cultural.

Pero el cuerpo no negocia con las narrativas sociales. El estrés sostenido tiene consecuencias claras: trastornos del sueño, problemas digestivos, enfermedades cardiovasculares, irritabilidad, dificultades de concentración, distanciamiento social, ansiedad y depresión. Lo más grave es que muchas de estas señales se ignoran porque se consideran “normales”. Vivir cansados se vuelve la norma. Sentirse mal, el precio a pagar.

Hay otro aspecto menos visible pero igual de dañino: el estrés constante empobrece la vida emocional. Cuando estamos siempre en modo supervivencia, no hay espacio para el placer, la creatividad ni la introspección. Todo se vuelve funcional. Incluso las relaciones. Escuchamos a medias, convivimos con prisa, respondemos desde la reactividad. Vivir así no sólo desgasta el cuerpo; también nos desconecta de nosotros mismos.

Con frecuencia escucho frases como: “Si me relajo, pierdo el control”, “Si descanso, me atraso”, “Si bajo el ritmo, todo se desmorona”” Hay que seguir” y la más atros “Puedo con eso y más”, todas ellas de personas que puedo ver están a punto de desmoronarse. Detrás de ellas hay una creencia profunda: la idea de que sólo somos valiosos cuando estamos produciendo o resolviendo problemas. El estrés, entonces, se convierte en una forma de sostener la autoestima. Mientras estoy ocupado, existo. Cuando paro, me enfrento al vacío de no saber quién soy sin la urgencia.

En ese sentido, la incapacidad de vivir sin estrés no es sólo fisiológica; es también psicológica. El estrés funciona como anestesia. Mantiene la mente ocupada y evita preguntas incómodas: ¿estoy donde quiero estar?, ¿esto me hace sentido?, ¿qué estoy evitando sentir? Cuando bajamos el ritmo, esas preguntas aparecen. Y no siempre estamos preparados para escucharlas.

La ironía es que muchas personas buscan “manejar mejor el estrés” sin cuestionar por qué viven en un estado que lo genera de manera permanente han olvidado siquiera como se sentían, y casi puedo asegurar que ya ni siquiera lo distinguen. Hacemos yoga, meditamos cinco minutos, tomamos suplementos… pero regresamos a la misma lógica de exigencia. No se trata de eliminar el estrés —eso sería imposible—, sino de dejar de necesitarlo para sentirnos vivos.

Incluso el cerebro puede interpretar como amenazantes los ejercicios orientados a la calma y la relajación cuando ha pasado demasiado tiempo funcionando en modo de alerta. Desde la neurociencia sabemos que el sistema nervioso se adapta a los estados que se repiten con mayor frecuencia; si una persona vive bajo estrés crónico, su cerebro aprende que la activación constante es sinónimo de seguridad.

En ese contexto, prácticas como la respiración profunda, la meditación o el silencio corporal pueden generar incomodidad, ansiedad o inquietud, porque implican “bajar la guardia”. Al disminuir la estimulación externa, emergen sensaciones internas, emociones reprimidas o pensamientos evitados, lo que el cerebro interpreta como pérdida de control.

La amígdala, encargada de detectar amenazas, puede activarse ante esta quietud desconocida, enviando señales de alarma que se manifiestan como nerviosismo, tensión muscular o necesidad urgente de interrumpir el ejercicio. No es que la calma sea peligrosa, sino que resulta extraña para un sistema acostumbrado a sobrevivir desde la urgencia. Por ello, aprender a relajarse no siempre es placentero al inicio; es un proceso de reaprendizaje en el que el cerebro necesita tiempo y acompañamiento para reconocer que el descanso también es un estado seguro.

Aprender a vivir sin estrés no significa abandonar responsabilidades ni aspiraciones. Significa recuperar la capacidad de alternar entre acción y reposo reconociendo conscientemente cual es cual. Dejar que el sistema nervioso recuerde que la calma también es segura. Que no todo es amenaza. Que no todo es urgente. Que el descanso no es un premio, sino una necesidad biológica y emocional y de usar herramientas que me permitan disminuir el estrés en momentos precisos de la vida.

Este reaprendizaje no es sencillo. Para alguien acostumbrado a la hiperactividad, el descanso puede generar ansiedad, irritabilidad o incluso tristeza. Es como quitarle una muleta al cuerpo: al principio duele. Por eso, muchas personas fracasan en sus intentos de bajar el ritmo y concluyen que “no pueden”. No es que no puedan; es que están deshabituándose de un estado que se volvió adictivo.

Aquí es donde la terapia psicológica cobra un papel fundamental. No sólo para enseñar técnicas de relajación, sino para explorar qué función cumple el estrés en la vida de la persona. ¿Qué evita? ¿Qué sostiene? ¿Qué identidad refuerza? Acompañar este proceso permite construir una relación más sana con el tiempo, el cuerpo y las emociones.

Vivir sin estrés constante no es una utopía, pero sí un acto contracultural. Implica cuestionar mandatos, tolerar la incomodidad del silencio y redefinir el valor personal más allá del rendimiento. Implica, en muchos casos, aceptar que hemos estado sobreviviendo cuando podríamos estar viviendo.

Tal vez la pregunta no sea cómo eliminar el estrés, sino algo más incómodo y honesto: ¿qué parte de mí no sabe existir sin él? Mientras no nos atrevamos a responderla, seguiremos corriendo, no porque sea necesario, sino porque detenernos nos confronta con una calma que aún no sabemos habitar.

**Además de 10 años de experiencia como comunicólogo, ejerciendo el periodismo. Alex Barrera es también psicólogo por la UNAM con profundización en desarrollo.
Actualmente brinda terapia clínica con enfoque Biopsicosocial de manera privada.


Si le interesa el tema puede profundizar en los siguientes textos:
American Psychological Association. (2020). Stress effects on the body.
https://www.apa.org/topics/stress/body

Describe cómo el estrés crónico mantiene al sistema nervioso en estado de alerta y dificulta la activación de respuestas de relajación.

Porges, S. W. (2011). The polyvagal theory: Neurophysiological foundations of emotions, attachment, communication, and self-regulation. W. W. Norton & Company.
https://wwnorton.com/books/9780393707007

Explica cómo el sistema nervioso autónomo puede interpretar estados de calma como inseguros cuando el organismo está habituado a la hiperactivación.

Van der Kolk, B. (2014). The body keeps the score: Brain, mind, and body in the healing of trauma. Viking.
https://www.penguinrandomhouse.com/books/215391/the-body-keeps-the-score-by-bessel-van-der-kolk-md/

Aborda cómo personas con estrés prolongado o trauma pueden experimentar ansiedad al intentar relajarse o meditar.

Thayer, J. F., & Lane, R. D. (2000). A model of neurovisceral integration in emotion regulation and dysregulation. Journal of Affective Disorders, 61(3), 201–216.
https://doi.org/10.1016/S0165-0327(00)00338-4

Expone cómo la regulación emocional deficiente hace que el sistema nervioso perciba la calma como una pérdida de control.

Treleaven, D. A. (2018). Trauma-sensitive mindfulness: Practices for safe and transformative healing. W. W. Norton & Company.
https://wwnorton.com/books/9780393709780

Analiza por qué prácticas de mindfulness pueden activar ansiedad en personas con sistemas nerviosos hipervigilantes.

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El lado oscuro de la navidad: una mirada psicológica a la depresión invernal

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Detrás de la mercadotecnia de la época de paz en el mundo, la cifra de suicidios se eleva

Conciencia Saludablemente

Por Psicol. Alex Barrera**

Cada año, cuando el invierno comienza a instalarse y los días se acortan, noto un cambio sutil pero profundo en muchas de las personas, lo cual inevitablemente a mi parecer crea una bruma en todo el ambiente, y es que mientras la gran maquinaria de la mercadotecnia nos vende un espacio de amor, familia y entornos diseñados a modo para fomentar el espíritu de dar y recibir, la realidad es que muchas veces esto es la máscara que oculta, lo que no queremos saber, pero que nuestro cerebro ya sabe. Y no es otra cosa sino la reacción biológica natural que nos alinea con la naturaleza, invierno significa el final.

Y no, no es fatalismo, es la naturaleza terminando un ciclo, es por eso que durante el invierno muchos animales se retiran a descansar, los arboles desojados esperan pacientes para poder reverdecer, la luz del día es menos, y por supuesto los seres humanos experimentamos cambios que desafortunadamente intentamos ignorar debido a que cada día nos alejamos más y más de lo natural, pensando con la soberbia que solo el razonamiento nos puede dar, que si la luz del sol se va, nosotros podemos llenarla con pequeñas luces artificiales, que se venden en aquellos puestos que ocupan miles de esquinas en el país.

Pero dejemos el romanticismo y la filosofía de lado y para no abrumarle entremos de lleno a lo que quiero en este espacio, comentarle a usted, que se toma el tiempo de leer estas líneas y es que, si hablamos de los síntomas del invierno, incluso yo, como especialista en salud mental debo confesar que experimento cierta variación en mi nivel de energía y claridad emocional.

Así pues, le hablaré de las cosas por su nombre, lo que muchas personas experimentamos no se trata simplemente de “mal humor por el frío”, sino de un fenómeno ampliamente documentado: la depresión invernal, también conocida como Trastorno Afectivo Estacional (TAE). Aunque a veces se percibe como una exageración o un invento moderno, la ciencia ha demostrado que es una condición real y prevalente, estrechamente vinculada a los ciclos de luz y a la respuesta biológica de nuestro organismo.

La American Psychological Association (APA) explica que el TAE aparece cuando la disminución de luz solar altera nuestros ritmos circadianos, los cuales funcionan como un reloj interno que regula funciones tan esenciales como el sueño, el apetito, la energía y el estado de ánimo. Cuando ese reloj se desajusta, aumentan la melatonina —la hormona del sueño— y disminuyen los niveles de serotonina, vinculada al bienestar. El resultado es una combinación de fatiga, desmotivación, tristeza persistente, irritabilidad, dificultades de concentración y, en algunos casos, un fuerte deseo de aislamiento social.

Observando desde un ángulo clínico, lo más complejo de la depresión invernal no es sólo la sintomatología, sino la forma en que suele ser minimizada. Muchas personas que pasan por este tipo de situaciones se expresan diciendo: “Debe ser flojera”, “Solo necesito echarle ganas”, “Es normal, a todos nos cae pesado el invierno”. Y aunque es cierto que los cambios estacionales influyen en nuestro ánimo, no debemos normalizar un malestar que interfiere en la vida cotidiana. Reconocer que algo no está bien permite atenderlo y evitar que el evento evolucione hacia formas más severas por ejemplo caer en depresión.

Es importante señalar que algunas personas tienen mayor vulnerabilidad biológica a este trastorno. Investigaciones del National Institute of Mental Health (NIMH) indican que quienes viven lejos del ecuador, en regiones donde el invierno tiene menor exposición solar, presentan tasas más altas de TAE. Además, quienes tienen antecedentes de depresión mayor suelen ser más sensibles a las variaciones de luz. Esto no significa que sea inevitable, sino que debemos prestar especial atención a los primeros síntomas.

En terapia, he observado que uno de los desafíos más grandes es el impacto en la percepción personal: quienes viven depresión invernal suelen sentirse “culpables” de no rendir igual, de no tener la misma energía o motivación que en otras épocas. Explicarles el componente biológico, ese juego de hormonas, luz y ritmos internos, les ayuda a comprender que no se trata de una falla personal, sino de un proceso fisiológico que puede regularse con estrategias adecuadas. Probablemente es por ello que muchas personas no son capaces de aceptar que están pasando por un mal momento, incluso ni siquiera lo reconocer, y tapan este tipo de sentimientos con conductas dañinas que curiosamente son fomentadas con el falso espíritu de la navidad, por ejemplo las compras excesivas, o el descontrol en los hábitos alimenticios.

Aun cuando se supone que la temporada enaltece virtudes como la paz, el amor, y la fraternidad, resulta preocupante observar que la disminución de luz natural y la carga emocional invernal coinciden con un aumento sostenido de suicidios en México, en donde para 2023 se registraron 8 mil 837 suicidios, lo que representa una tasa de 6.8 por cada 100 mil habitantes, una cifra más alta que la de años previos, según el INEGI. Estos datos sugieren que la temporada de oscuridad, soledad o desánimo puede agravar la vulnerabilidad psicológica (especialmente en personas predispuestas) y transformar la tristeza estacional en crisis profundas.

Sobre esto existen métodos que pueden ayudar a reducir el riesgo de padecer TAE, ninguno de ellos tan efectivo como la atención psicológica profesional. Un especialista de la salud puede evaluar el nivel del problema además el acompañamiento terapéutico brinda herramientas para detectar pensamientos suicidas, regular el estado de ánimo y reconstruir el bienestar emocional en los meses más oscuros del año.

Algunas acciones cotidianas contribuyen significativamente a reducir el impacto del TAE. Por ello, aquí te comparto tres recomendaciones basadas en evidencia para prevenir o disminuir la depresión invernal:

1) Exponte diariamente a la luz solar entre 5 y 10 minutos, siempre con la protección adecuada.
Salir por la mañana, abrir cortinas, caminar un poco o simplemente recibir la luz directa del gran astro ayuda a regular la serotonina y el reloj biológico. Puede parecer un gesto mínimo, pero su impacto es notable cuando se vuelve parte de la rutina, eso sí, no olvides el bloqueador solar y los lentes con filtro UV.

2) Mantén horarios regulares de sueño y actividad física.
Tu cuerpo necesita estabilidad cuando la luz es escasa. Dormir a horas similares y realizar ejercicio —aunque sea ligero— mejora la energía, la regulación emocional y el descanso nocturno. Aun si la noche dura más tiempo que el día es importante mantener la rutina.

3) Cultiva espacios de conexión social, incluso si la apatía te invita al aislamiento.
El invierno tiende a encerrarnos, pero el contacto humano funciona como un amortiguador emocional. Conversar con alguien, compartir actividades o participar en grupos de apoyo contribuye a mejorar el estado de ánimo.

Y, sobre todo, recuerda que la terapia psicológica es un acompañamiento fundamental durante esta temporada. No solo ofrece un espacio seguro para explorar lo que sientes, sino que te brinda herramientas para comprender tus ciclos internos, reorganizar rutinas, manejar pensamientos negativos y fortalecer tu resiliencia. En los meses más fríos del año, cuando el mundo parece apagarse un poco, la terapia se convierte en un punto de luz que ayuda a atravesar el invierno con mayor claridad y bienestar. Y no olvides que el invierno es el final que marca el inicio de algo nuevo, la navidad no sólo es época de dar y recibir, sino que también amerita un tiempo de introspección para disminuir el ritmo y reflexionar sobre lo que finalizamos y como queremos comenzar el nuevo ciclo.

**Además de 10 años de experiencia como comunicólogo, ejerciendo el periodismo. Alex Barrera es también psicólogo por la UNAM con profundización en desarrollo Humano.
Actualmente brinda terapia clínica con enfoque Biopsicosocial.

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Para más información del tema puede consultar:

Textos de Interes

American Psychiatric Association. (2013). Diagnostic and Statistical Manual of Mental Disorders (5.ª ed.). Washington, D.C.: Author.
(Para la definición clínica del Trastorno Afectivo Estacional como especificador del trastorno depresivo mayor.)

Rosenthal, N. E., Sack, D. A., Gillin, J. C., Lewy, A. J., Goodwin, F. K., Davenport, Y., … & Wehr, T. A. (1984). Seasonal Affective Disorder: A description of the syndrome and preliminary findings with light therapy. Archives of General Psychiatry, 41(1), 72–80.
(Estudio pionero que define la depresión invernal y su relación con la luz.)

Melrose, S. (2015). Seasonal Affective Disorder: An Overview of Assessment and Treatment Approaches. Depression Research and Treatment, 2015, 1–6.
(Revisión general sobre causas, síntomas y tratamiento del TAE.)

Partonen, T., & Lönnqvist, J. (1998). Bright light improves vitality and alleviates distress in healthy people. Journal of Affective Disorders, 46(1), 175–181.
(Evidencia científica del impacto de la luz en el estado de ánimo.)

Rohan, K. J., Roecklein, K. A., & Haaga, D. A. F. (2009). Cognitive-behavioral therapy for seasonal affective disorder: A randomized controlled trial. American Journal of Psychiatry, 166(5), 503–510.
(Estudio que valida la efectividad de la terapia psicológica para el TAE.)

Lewy, A. J. (2007). Circadian misalignment in mood disturbances. Current Psychiatry Reports, 9(6), 517–522.
(Base científica sobre ritmos circadianos y trastornos del estado de ánimo.)

Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI). (2023). Estadísticas a propósito del día mundial para la prevención del suicidio.
(Fuente de la cifra: 8,837 suicidios y tasa de 6.8 por cada 100 mil habitantes en México.)

Lam, R. W., & Levitt, A. J. (1999). Canadian Consensus Guidelines for the Treatment of Seasonal Affective Disorder. Clinical & Academic Publishing.
(Guía clínica que respalda intervenciones terapéuticas para depresión invernal.)

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