Opinión
¿Congreso u oficina de aprobación de leyes?

“La Última Palabra?“
Por: Jorge A. Martínez Lugo
- • Observatorio Legislativo: Sin debate parlamentario y sin contrapeso, la hegemonía 4T aprobó 83 decretos, entre ellos 14 reformas a la Constitución federal, en el primer periodo de sesiones de la 18a Legislatura.
Es un congreso legislativo, aunque más bien parece una oficina de partes donde se aprueban leyes y reformas, sin la esencia de un poder legislativo: el debate parlamentario. Consecuencia de la inexistencia de contrapesos políticos.
De acuerdo al análisis del Observatorio Legislativo Ciudadano de Quintana Roo publicado en su primer boletín del año 2025, número 263, que circula a partir de este lunes 6 de enero, la XVIII Legislatura operó en el primer periodo de sesiones –del 5 de septiembre al 13 de diciembre de 2024–, con un formato donde “no hay debate, esencia del parlamentarismo” derivado de la gran mayoría que gozan las bancadas de la 4T, con 21 de 25 diputadas y diputados, es decir, una hegemonía absoluta de 88%.
Incluso propone que se elimine el concepto “Diario de debates” y que se denomine simplemente “Minuta de sesión”.
Al concluir su primer periodo de sesiones, agrega el documento, la 18ª Legislatura de Quintana Roo, dio entrada a 105 iniciativas y se aprobaron 83 decretos, de los cuales destacan 35 (33% del total) referentes a reformas fiscales y patrimoniales, lo que evidencia la política de incremento en la recaudación a toda costa, además, 14 reformas a la Constitución federal enviadas por el Congreso de la Unión.
ESTATUA A QUINTANA ROO Y CASO AGUAKÁN
Otro punto de análisis hacia la actual 18ª Legislatura del Observatorio Ciudadano, es la falta de crítica sobre el legado de la 17ª Legislatura, ya que “En su inicio tampoco señalaron los errores de la Legislatura anterior de afectar la imagen del edificio y del exceso de intentar crear una cafetería y darla en operación a un particular, tampoco de la afectación a la imagen del monumento histórico, ni de la burla del manejo mediático del tema Aguakan. Pero recordemos que son del mismo grupo político que está en el poder”.
CONGRESO MÁS ONEROSO
El Observatorio reiteró que el actual Congreso sigue siendo uno de los más caros del país (aunque no aporta las cifras comparativas con otros estados), de acuerdo a las variables de monto presupuestal, número de legisladores contra población y número de municipios.
En 2025 ejercerán un presupuesto de 760 millones de pesos (mdp) de los cuales 228 mdp serán para la Auditoría Superior del Estado (Aseqroo). Con 532 mdp, entre 25 diputaciones de la 18ª Legislatura, cuesta cada diputado más de 21 mdp en el año.
Además de sus dietas, cada legislador y legisladora recibe cerca de cien mil pesos mensuales para sus casas de gestión y contratación de asesores y cada uno de los 25 tiene una prestación llamada “Fondo de ahorro” en el que ellos supuestamente aportan 20 mil pesos mensuales y el Congreso aporta otros 20 mil para pagarse cada fin de año. También, el Congreso ejerce 80 mdp anuales para las llamadas “ayudas sociales”, partida que ha sido señalada como acción electorera desde los tiempos del PRIAN.
Aunque el estilo de la 4T es presentar iniciativas en bloque, por bancada, algunos diputados sí presentaron iniciativas individuales y otros no.
DIPUTADOS SIN INICIATIVAS
Los diputados que no presentaron alguna iniciativa de forma individual en este periodo son los siguientes: Wilbert Alberto Batún Chulim, Andrea del Rosario González Loria, Rubén Antonio Carrillo Buenfil, Alexa Murguía Trujillo, María José Osorio Rosas, Renan Eduardo Sánchez Tajonar, Silvia Dzul Sánchez, Lilia Inés Mis Martinez, Ángel Álvarez Cervera, Filiberto Martínez Méndez, Jorge Armando Cabrera, Luz Gabriela Mora, José Luis Pech Várguez.
DIPUTADOS CON INICIATIVAS
Los diputados que sí presentaron iniciativas en forma individual o en conjunto con otro diputado son: Hugo Alday Nieto, Paola Elizabeth Moreno Córdoba, Eric Arcila Arjona, María Jimena Pamela Lasa Aguilar, Jennifer Paulina Rubio Tello, José María Chacón Chablé, Diana Friné Gutiérrez García, Saulo Aguilar Bernés, Jorge Sanem Cervantes, Euterpe Gutiérrez Valasis, Ricardo Velazco Rodríguez y Reyna Tamayo Carballo.
El observatorio concluye, sin aportar la referencia periodística, que existe “opacidad absoluta en su manejo presupuestal y que ahora con la desaparición del INAI, se complicará aún más el que podamos conocer con detalle, el manejo presupuestal de esta gran caja de beneficios en que se ha convertido el Congreso del Estado para la clase política de Quintana Roo. Y se benefician aún aquellos que han señalado que sus principios son diferentes. Todo un gatopardismo”.


EN LA OPINIÓN DE:
Equinoccio: la psicología de habitar la luz y la sombra

Soltar para poder reconstruir desde la consciencia despierta
Conciencia Saludablemente
Por: Psicol. Alex Barrera**
Cancún, Q.Roo (24-sep).-Este 22 de septiembre se cumplió un ciclo más en la vida terrícola y es que como cada año llega la renovación con el cambio de estación, la madre naturaleza con su sutil lenguaje trae el equinoccio; este suceso que dos veces al año llega para recordarnos una lección que solemos olvidar en la prisa cotidiana: la necesidad del equilibrio. El equinoccio, ese instante en que el día y la noche se encuentran en perfecta igualdad, no es sólo un evento astronómico; sino que también es una oportunidad para reflexionar, y pensar en un espejo en el que podemos mirar nuestras propias contradicciones internas.
Tomando como base lo anterior me atrevo a introducir la materia que a mi compete y es que estimado lector, no puedo dejar pasar la oportunidad de abordar el tema desde la psicología, que siendo la ciencia que estudia las complejidades de la mente y la conducta, encuentra en este fenómeno un símbolo poderoso: aprender a convivir con nuestra luz, pero también con nuestra sombra.
La vida moderna, cargada de sus viejos ideales, suele empujarnos hacia una narrativa unilateral, en la que se nos injertó la costumbre de mostrar sólo lo “luminoso”: logros, fortalezas, momentos de alegría cuidadosamente editados. Porque Dios nos libre de que alguien se entere que no somos perfectos, esa falsa idea del común social que nos invita a esconder la “oscuridad”: el miedo, la frustración, la vulnerabilidad. Sin embargo, negar esta parte es tanto como pretender que el equinoccio sólo puede existir con sol o con noche perpetua.
Es aquí donde cabe mencionar a una de las grandes figuras de la psiquiatría Carl G. Jung, quien desde la psicología profunda, ya advertía que nuestra sombra —aquello que rechazamos o reprimimos— forma parte integral de la psique. No integrarla nos vuelve incompletos, nos fragmenta.
Así en su infinita naturaleza y como buena madre la naturaleza nos enseña como regresar al balance cada cierto tiempo. El equinoccio es una oportunidad simbólica para detenernos y reconocer la dualidad. Así como el sol y la luna se dan la mano en un mismo cielo, también nosotros podemos permitirnos la reconciliación, porque la tristeza no cancela la alegría, el miedo no invalida la valentía, el fracaso no borra los logros. Lo que nos define no es la exclusión de una o varias partes de nosotros, sino la capacidad de integrarlas todas en un relato más honesto y completo, en el que entendamos que no se evade la oscuridad, por el contrario, se integra como parte de un camino que nos llevó a construir lo que hoy somos y porque existimos.
En el campo de la psicología clínica, esta metáfora cobra especial relevancia. Los procesos terapéuticos no buscan borrar la sombra, sino iluminarla. La depresión, la ansiedad o el duelo no desaparecen por decreto; requieren ser nombrados, aceptados y procesados. Para dar pie a nuevos capítulos de nuestra existencia formando nuevos mecanismos y actitudes que nos ayuden a acercarnos a nuestro bienestar.
Del mismo modo, el equinoccio nos recuerda que la oscuridad no es enemiga de la luz: es su complemento; porque sin noche no hay descanso y sin sombra no hay profundidad.
Vivir desde esta perspectiva implica también reconocer los ciclos. El equinoccio marca un tránsito: hacia la abundancia de la primavera o hacia la introspección del otoño. Y en la vida psíquica transitamos también por etapas: momentos de expansión y momentos de repliegue.
El error está en creer que debemos permanecer siempre en un estado de “día pleno”, mientras que la psicología del bienestar nos enseña que la resiliencia no consiste en evitar el dolor, sino en aprender a transitarlo, a darle un sentido y a permitir que nos prepare para la siguiente estación, sin olvidar que las piedras que hoy te lastiman, mañana en la distancia serán las mismas con las que construiste tu camino.
Este simbolismo tiene aplicaciones prácticas. En terapia narrativa, por ejemplo, el paciente es invitado a reescribir su historia desde un nuevo ángulo. El equinoccio ofrece un punto de partida perfecto para este ejercicio: mirar atrás y reconocer qué aspectos hemos mantenido en la penumbra, cuáles hemos dejado florecer bajo la luz, y qué relato queremos construir al integrar ambas dimensiones. Así como la naturaleza nunca se queda estática, nosotros tampoco estamos condenados a repetir un mismo guion.
En un mundo que constantemente nos exige perfección y positividad, reivindicar el valor del equilibrio es casi un acto de resistencia que a la larga nos lleva a una revolución interna cuyo fin sea la libertad. Permitirnos ser seres en transición, incompletos y en movimiento, es aceptar nuestra humanidad. El equinoccio, con su exactitud cósmica, nos invita a recordar que ninguna luz es eterna y ninguna sombra definitiva.
Por eso, en este cambio de estación, la invitación no es a contemplar el fenómeno astronómico como una curiosidad pasajera, sino a asumirlo como una metáfora vital. Una muestra de la sabiduría divina de la naturaleza que nos ofrece la oportunidad de soltar todo aquello que nos ata y reconstruirnos con una mirada nueva en la que no necesitemos la perpetua luz si no que nos atrevamos a surcar la obscuridad buscando el balance necesario para vivir con libertad.
Así como el día y la noche se encuentran en el mismo horizonte, nosotros también podemos reconciliarnos con nuestras contradicciones. Y en ese acto, reescribir nuestra historia personal desde la perspectiva de equilibrio y renovación, construyendo con valentía lo que por elección deseamos ser.
***** Además de 10 años de experiencia como comunicólogo, ejerciendo el periodismo. Alex Barrera es también psicólogo por la UNAM con profundización en desarrollo.
Actualmente brinda terapia clínica con enfoque Biopsicosocial.
Si deseas contactar al especialista o necesitas ayuda terapéutica puedes comunicarte vía Whats App
EN LA OPINIÓN DE:
Memoria, emoción y verdad: las fiestas patrias en un país inseguro

Más allá del grito una mirada psicológica de la celebración
Conciencia Saludablemente
Por: Psic.Alex Barrera**
A pesar de todo y en cualquier circunstancia los mexicanos, nos distinguimos de otras naciones por nuestra alegría y por el impulso que demostramos en todo lo que hacemos, el gran fervor de los mexicanos por su nación aun en circunstancias tan adversas como las que vivimos en nuestra era es inamovible, porque no deja nunca el mexicano incluso cuando vive en el extranjero de sentir una gran conexión con su patria, haciendo que millones de extranjeros en el mundo no sólo admiren ese fervor sino que se sumen a ese increíble sentimiento que se da al conocer lo que una nación como México ofrece.
Las fiestas patrias funcionan como dispositivos de memoria colectiva: nos convocan a recordar una historia compartida, a cantar himnos, a envolvernos en colores y rituales que reconstruyen, por unas horas, una identidad colectiva. Esa emoción compartida que mezcla, orgullo, nostalgia y alegría; tiene un efecto psicológico real: crea cohesión, reduce la sensación de soledad y permite experimentar gratitud por pertenecer a algo mayor que nosotros mismos. Pero en México, donde la vida cotidiana se ve atravesada por la inseguridad y la violencia, esa celebración también exige honestidad sobre qué memorias elegimos exaltar y cuáles preferimos silenciar.
La memoria histórica cumple funciones terapéuticas: refrenda que no estamos solos, que nuestra historia tiene continuidad y sentido. En contextos de fragilidad social, los rituales nacionales pueden facilitar redes de apoyo y resiliencia comunitaria; compartir comida, música y calles en fiestas públicas reduce el aislamiento y genera capital social. No obstante, la imagen de una nación unida por la festividad puede convertirse en un barniz emocional si la realidad subyacente (delitos, miedo, victimización) queda fuera del relato.
Sin embargo, en 2025, las condiciones de un país secuestrado por el miedo y la violencia dejan muy lejana la posibilidad de poder abrazar el bienestar psicológico, por el contrario, nos pone en una total situación de fragilidad social, ante el miedo latente de una catástrofe que pone en peligro nuestro bienestar y que nos arrebata la alegría y el orgullo nacional.
Este año al menos 22 municipios de seis estados en México suspendieron parcial o totalmente los festejos patrios debido a la inseguridad y a amenazas del crimen organizado. Los casos se concentraron en Michoacán —con Uruapan, Peribán, Zinapécuaro y Tocumbo—, así como en Sinaloa, donde municipios como San Ignacio y Navolato cancelaron eventos masivos. En Veracruz, localidades como Coxquihui, Cerro Azul, Zozocolco de Hidalgo y Coahuitlán también se vieron obligadas a posponer actividades, mientras que en Oaxaca varios municipios —entre ellos La Reforma, San Juan Bautista Guelache y Magdalena Ocotlán— optaron por ceremonias mínimas. Incluso en zonas urbanas como Iztapalapa (Ciudad de México) y Xalatlaco (Estado de México) se cancelaron verbenas o desfiles.
Estas decisiones reflejan cómo la violencia impacta directamente en la vida comunitaria, alterando rituales colectivos que históricamente han servido para fortalecer la identidad y la memoria compartida, situación que impacta psicológicamente a los individuos que habitan en la comunidad, pues la falta de actividades comunales y la percepción de desconfianza hacia el colectivo social, crea a la larga la sensación de inseguridad que sin duda impacta en el individuo, haciéndole cada vez mucho más insensible al deseo de bienestar colectivo y por tanto incrementa los niveles de cortisol y noradrenalina, sustancias que impactan directamente en la salud.
Duele entonces, porque el miedo se apodera del colectivo y golpea a la comunidad en el orgullo y ahí en el día que se logró la independencia, se encuentra la frustración de que quizá se ha perdido de nuevo y de la peor manera porque allá en la lejanía del tiempo pasado donde el rugir de las armas y los gritos de libertad recuperaron el orgullo mexicano en contra de un “extraño enemigo” hoy “quien profana tu suelo” no lleva arma, ni puede caminar, como entonces se combate a un enemigo sin forma física? ¿Cómo entonces se levantan los hijos de la patria contra la violencia?
Esa realidad de miedo constante está documentada: en junio de 2025, según datos del INEGI, el 63.2% de la población adulta en las áreas urbanas manifestó que vivir en su ciudad es inseguro; las mujeres se sienten particularmente vulnerables (68.5% vs. 56.7% de los hombres). Estos porcentajes muestran que la percepción de inseguridad es amplia y persistente en la vida cotidiana de millones de mexicanos.
Además, la victimización no es un dato menor: según la ENVIPE 2024, en 2023 el 27.5% de los hogares en México registró al menos una integrante víctima de delito, un recordatorio de que la amenaza no es sólo percibida, sino vivida por muchas familias cuya vida, dicho sea de paso, no es la misma después de afrontar un crimen.
Frente a estos datos, las fiestas patrias tienen una doble lectura psicológica. Por un lado, ofrecen un espacio legítimo para la reparación simbólica: la celebración colectiva puede aliviar tensiones, ofrecer momentos de alegría compartida y reactivar vínculos comunitarios necesarios para la salud mental.
Por otro lado, cuando el relato nacional omite las heridas abiertas (personas desaparecidas, zonas de alto riesgo, desconfianza institucional) genera lo que la psicología social llama disonancia cognitiva colectiva: la tensión entre el orgullo proclamado y la experiencia real de inseguridad. Esa disonancia puede profundizar el sentimiento de traición o desamparo cuando el orgullo patriótico se percibe como una máscara que oculta fracasos estatales en seguridad y justicia.
El nacionalismo emocional tiene otra trampa: su capacidad para cohesionar puede acompañarse de exclusión. Una celebración que pone énfasis en símbolos y héroes puede silenciar memorias locales o críticas necesarias, y eso erosiona la confianza cívica. En contextos donde, por ejemplo, algunas ciudades aparecen entre las más violentas del mundo y las cifras de homicidios siguen siendo altas, la narrativa festiva sin autocrítica corre el riesgo de normalizar la violencia como un telón de fondo inevitable. Recientes reportes periodísticos como el realizado por el diario internacional “El País” y análisis sobre violencia urbana muestran que, pese a ligeras mejoras en algunos indicadores, siguen existiendo focos críticos que condicionan la vida cotidiana de amplios sectores.
¿Qué puede hacer la sociedad civil y el periodismo en este cruce entre memoria y violencia? Primero, reclamar una celebración que sea también espacio de memoria plural: plazas y actos donde, además de elogiarnos, se reconozca a las víctimas y se visibilicen las demandas de justicia. Segundo, promover rituales de civismo que incluyan reflexión: minutos de silencio, mesas comunitarias después del desfile, conciertos que donen recursos a programas de atención psicosocial. Tercero, aprovechar la energía colectiva para movilizar vínculos solidarios concretos —redes de apoyo vecinal, brigadas culturales en zonas afectadas, campañas de prevención— que traduzcan el orgullo en acción social.
En suma, las fiestas patrias pueden y deben ser fuente de gratitud y alegría compartida: son necesarias. Pero su poder simbólico será más sano y profundo si se acompaña de verdad histórica y responsabilidad colectiva. Celebrar sin mirar las heridas es perpetuar la ilusión; celebrar reconociéndolas es construir una nación que cuida a sus habitantes y que convierte la memoria en motor de cambio. Si la unión emocional que generan nuestros himnos y colores se traduce en diálogos reales sobre seguridad, justicia y apoyo comunitario, entonces la psicología de la celebración habrá cumplido su mejor propósito: no sólo hacernos sentir parte de algo, sino ayudarnos a proteger lo que celebramos, porque claro está: “Piensa patria querida que el cielo un soldado en cada hijo te dio”
** Además de 10 años de experiencia como comunicólogo, ejerciendo el periodismo. Alex Barrera es también psicólogo por la UNAM con profundización en desarrollo.
Actualmente brinda terapia clínica con enfoque Biopsicosocial.
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