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Cuentas alegres; capricho para el pueblo bueno

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Opinión / Cicuta del Caribe II

Emplazan a huelga a Aeromar, que se convertiría en Aerobienestar
• 4T quiere entrar al mercado de aviación; capricho de ya saben quién
• La operara empresa de _genios de éxitos: como la compañía de gas
*• Empecinamiento de AMLO con Santa Lucía provocaría accidentes *
• Aún siguen cerrados 11 hoteles; nadie aclara si es para siempre

Por: Carlos Águila Arreola

En turismo, siempre ha habido un misterio, al menos en el Caribe mexicano: el destino siempre está bien pese a las rebajas en tarifas; basta un ejemplo: se reporta que el destino tuvo mayor movimiento aeroportuario “superando los niveles prepandemia”, pero el sector hotelero llena menos cuartos, lo que de inmediata se achaca a Airbnb, pese a que aquí está regulado.

Mientras Cancún registró un mayor movimiento aeroportuario —en septiembre reportó un incremento de 4.4 por ciento respecto al mismo periodo de 2019— superando los niveles de prepandemia impulsado por el turismo estadunidense durante la temporada vacacional de verano, el sector hotelero en general habla de que se llenan menos camas.

Apenas recientemente, el Grupo Aeroportuario del Sureste (Asur) reportó que su aeropuerto estrella, Cancún, recuperó el movimiento de pasajeros domésticos previos al impacto de la covid-19: entre enero y septiembre recibió seis millones 542 mil 411 viajeros nacionales, cifra que aún representa una caída del 2.4 por ciento en comparación con el mismo periodo de 2019.

No obstante, el tráfico internacional sigue debajo de los niveles prepandemia, pues en lo que va del año ha recibido 15 millones 604 mil 679 viajeros, 19.5 por ciento debajo de los niveles de hace dos años; empero, las buenas noticias son que en el comparativo para el mes de septiembre, tanto el movimiento doméstico como el extranjero ya los superaron.

El aeropuerto internacional de Cancún recibió un millón 661 mil 066 pasajeros en septiembre (933 mil 081 internacionales y 727 mil 985 domésticos), un crecimiento de 4.4 por ciento al comparar el mes con septiembre de 2019, y las cosas pintan mejor el cierre del año: el Caribe mexicano tiene asegurados 7.5 millones de asientos de avión para el segundo semestre del año.

El sustituto en la Sedetur, Andrés Gerardo Aguilar Becerril, ya empezó a futurear, asegura que para finales de año el estado cerrará con 12 millones de visitantes, con lo que alcanzarían una recuperación de 75 a 80 por ciento respecto a las estadísticas de hace dos años.

“Desde el cierre de 2020 se veía una recuperación al cerrar con una diferencia de 47 por ciento con respecto a 2019, y ahora vamos a estar en 20, luego de una caída en el mundo superior a 70 por ciento, lo cual habla (de) que el Caribe mexicano está bien preparado gracias al esfuerzo de la iniciativa privada, sus colaboradores y las autoridades”, espetó el novel funcionario.

Sin embargo, y pese a que este año la industria hotelera habla de “recuperación satisfactoria” respecto a las cifras de 2019, a inicios de septiembre el presidente de la Asociación de Hotels de Cancún, Isla Mujeres y Puerto Morelos, Roberto Cintrón Gómez, hablaba de qie las tarifas se habían reducido o abaratado, en promedio, 55 por ciento; es decir, más de la mitad.

Ahí es donde radica lo inexplicable; por ello, no han faltado señalamientos de lo que parecen ser “cuentas alegres” o “a modo”. Falta saber si son para satisfacer al gobernador, mantener el “liderazgo” en la región o, quizá, para no rendir cuentas al Servicio de Administración Tributaria (SAT); ya se vio que el dueño de Asur, Fernando Chico Pardo, apareció en los Papeles de Pandora.

Capricho
Resulta que Aeromar cambiaría de nombre por el de Aerobienestar… sí, el nuevo capricho de Andrés Manuel López Obrador para que “el pueblo bueno” pueda tener acceso a volar, y es que los trabajadores de la primera creen que así se matarían dos pájaros de un tiro, pues hace años que la aerolínea tiene una situación económica muy endeble, desatendida por los inversionistas.

La aerolínea de López Obrador —nuevo capricho, ahora para que el “pueblo bueno” pueda volar— saldrá más cara de lo planeado; inicialmente, se proyectó una inversión de 155 millones de dólares (tres mil 186 millones 319 mil 500 pesos), ahora serán 160 millones o tres mil 289 millones 752 mil pesos… una bicoca a como se las gasta el tabasqueño.

Así, la 4T busca entrar de lleno al mercado de la aviación, pero si no han podido con el avión presidencial ¿a poco podrán manejar 60 aeronaves?, la meta para los primeros cinco años de operación de Morena Airlines, Pejicana de Aviación o como sea que se vaya a llamar la nueva ocurrencia de su Serenísima Majestad Andrés Manuel López Obrador.

Aeromar cambiaría nombre por el de Aerobienestar… de acuerdo con trabajadores que creen que así se matarían dos pájaros de un tiro: que el nuevo juguete del tabasqueño se consolide, así como la aerolínea,, que hace años tiene una situación económica muy endeble, resultado de que fue desatendida por los inversionistas.

Como si sus cartas no fueran suficientes en el pasado reciente, la empresa de genios que crearon éxitos como la empresa de gas del gobierno, el banco oficial, la compañía de fertilizantes gubernamental y la de internet, llega ¡la aerolínea del bienestar!, que pretende contratar a trabajadores de Mexicana para dar forma al aeropuerto internacional Felipe Ángeles de Santa Lucía

Quién sabe qué oportunidad vio López Obrador, pero antes reacio a apoyar a las aerolíneas —que suplicaron la ayuda federal cuando estalló la pandemia y se decretó el aislamiento social para prevenir la propagación de la covid-19—, informó que está en pláticas con personas del sector aeronáutico para procurar que sigan volando aerolíneas que están en riesgo de cierre.

Menudencia*
Aún permanecen cerrados 11 hoteles, que implican mil 254 habitaciones fuera de servicio en Cancún, Isla Mujeres y Puerto Morelos, de acuerdo con la propia asociación en su comunicado diario, pese a la buena recuperación de la que tanto se habla, y nadie es capaz de salir a decir en qué municipios se ubican y si volverán a abrir o deben tomarse ya como “víctimas colaterales” de la pandemia.

Emplazan a huelga pilotos y sobrecargos de Aeromar para el próximo 20 de noviembre por falta de pago de salarios y prestaciones. A inicios de octubre, personal de la aerolínea recomendó a la Asamblea General de la Asociación Sindical de Pilotos Aviadores de México (ASPA) la medida; también tiene deudas con acreedores como el AICM, y el director comercial, Juan Ignacio Roselló, dijo que ya firmaron convenios para pagar, y aceptó que nunca se tuvo comunicación para convertirse en la Aerolínea del Bienestar.

El capricho de López Obrador de tener aeropuerto nuevo en Santa Lucía podría provocar accidentes en la Ciudad de México por la operación simultánea con el AIC, A seis meses de haber entrado en operación el rediseño del espacio aéreo, expertos opinan que habrá que regresar a los parámetros de seguridad anteriores, porque no se podrán intercalar 200 operaciones máximo por hora, además de que con cualquier cosa se desorganizará todo el tráfico (mal tiempo, pistas inundadas, desfiles militares).

Con la mira en el Caribe mexicano nace Sarpa, nueva aerolínea de bajo costo de Colombia, con 150 mil asientos para su primer año de operación y con base en el aeropuerto de Rionegro; la compañía volará con aeronaves tipo Embraer ERJ 145 con capacidad para 50 pasajeros. Ya vuela las rutas Rionegro- Aruba, Rionegro-Curazao y Barranquilla Aruba, y espera recibir autorización para 21 frecuencias nacionales e internacionales en los próximos días, incluida al menos una a Cancún, para abrir la venta de boletos en noviembre e iniciar operaciones en diciembre, justo en la temporada vacacional de fin de año.

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La criatura que nos mira: identidad, mirada ajena y el espejo psicológico en Frankenstein de Guillermo del Toro 

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En un entorno donde tantas voces compiten por definirnos, el acto más radical es elegir seguir siendo más allá del juicio ajeno

Conciencia Saludablemente

Por: Psicol. Alex Barrera**

Como fiel seguidora del cine sobre todo como una gran admiradora de la visión fantástica del director Guillermo del  Toro no podía perder la oportunidad de compartir con usted mi estimado lector un breve análisis sobre Frankenstein, la reciente entrega de uno de los directores más queridos de México. 

Y es que, al revisar sus más emblemáticas películas, no podemos dejar de lado que además del gozo increíble que significa la obra visual de quien me permito llamar maestro, se encuentra una marcada tendencia del creador a resaltar siempre temas profundamente filosóficos en sus producciones.  

En Frankenstein, una reinterpretación visualmente poderosa y emocionalmente compleja, la historia clásica de Mary Shelley recupera su esencia original: no es un relato de monstruos, sino una meditación profunda sobre lo que significa ser visto, nombrado y definido por otros. Del Toro coloca el foco en uno de los conflictos humanos más estudiados: la identidad que construimos, y en aquella que otros construyen de nosotros. 

La criatura, construida a partir de fragmentos, ensamblada desde lo roto, encarna una verdad psicológica tan vigente hoy como en la época de Shelley: somos el resultado de muchas manos, voces y expectativas que moldean nuestra forma de vivirnos. El “monstruo” no nace monstruoso; se vuelve tal cuando descubre que el mundo lo mira sin posibilidad de redención, añadiendo además que el monstruo no eligió ser así, sino que es creado por una figura incapaz de mirar en él otra cosa que su propio abismo personal, el creador sufre de igual forma por el deseo de una confirmación externa que no llega. Ese choque entre la autoimagen y la mirada ajena es, quizá, uno de los dilemas más profundos de la psicología contemporánea. 

La mirada del otro como espejo 

En psicología, la identidad se construye de manera relacional. Desde Cooley y su concepto del self reflejado, hasta los aportes más recientes sobre autoimagen y validación social, como los de Zygmunt Bauman y Judith Butler; sabemos que los seres humanos aprendemos a ser en función de cómo creemos que los demás nos perciben. Esa dinámica se intensifica cuando la mirada ajena es hostil, reduccionista o violenta, y no deja paso a lo diferente. 

Del Toro enfatiza este punto: la criatura experimenta el mundo con asombro y curiosidad, pero la sociedad le responde con miedo, miedo que se trasforma en violencia. Ante cada gesto de rechazo, él aprende una lección: “no soy quien creo, soy lo que ellos temen”. Y cuando esa enseñanza se repite, cuando la identidad se edifica con ladrillos de desprecio, el resultado es inevitable: una fractura psicológica profunda. 

La psicología clínica lo observa en múltiples ámbitos: personas que crecen bajo etiquetas dañinas, niños a quienes se les llama “problemáticos”, adolescentes que reciben rechazos por su cuerpo, su voz, su forma de ser, hasta llegar a la forma más violenta, personas que son rechazadas por su mera existencia. Como en la película, no es la naturaleza sino la experiencia social la que siembra el conflicto. Y entonces la idea queda implícitamente expresada, quien entonces engendra al monstruo, no es sino otro monstruo.  

Del Toro y la compasión como respuesta estética 

Guillermo del Toro, fiel a su visión humanista y con una inefable belleza, no demoniza a la criatura, sino que la convierte en el concepto de la dualidad, un ser que a pesar de sus características grotescas, despierta en el espectador un sentimiento de ternura representado con maestría en la bondadosa Elizabeth quien no sólo encuentra la gracia en el monstruo sino que identifica la verdadera fealdad en su creador Frankenstein, y pone al descubierto el gran fallo estructural de la sociedad que rechaza todo aquello que es diferente; así del Toro denuncia la crueldad de una sociedad que no sabe mirar desde la comprensión sino que lo hace desde el prejuicio.  

En su versión, la cámara se detiene en los ojos del monstruo, no para exhibirlo sino para invitarnos a reconocer su dolor. Es un recordatorio estético de una idea psicológica fundamental: la identidad se estabiliza solo cuando alguien nos mira con benevolencia. 

En terapia, y en la vida real, esto se traduce en el poder transformador de una mirada que valida, que reconoce y que acompaña. La criatura de Del Toro sufre esa transformación de la mano de quien no le juzga desde la apariencia, y así tiene la oportunidad de experimentar una conexión auténtica, descubriendo la verdad absoluta que nos lleva a la verdad, el deseo más profundo, que probablemente se encuentra en todo ser humano, y es: ser visto con amor por otro que es como “yo”. 

El rechazo como herida fundacional 

La película subraya un patrón: cada rechazo alimenta la narrativa interna de no pertenencia. Esto resuena con estudios actuales sobre trauma relacional, los cuales muestran que la marginación, el abandono y la deshumanización tienen efectos comparables a heridas físicas. La criatura aprende que su valor depende del juicio externo; aprende a temerse a sí misma porque teme a los otros. 

En términos psicológicos, esta es una condición ideal para la fragmentación de la identidad: cuando lo que somos y lo que se nos permite ser se contradicen, surge el conflicto interno. Del Toro lo muestra con una sensibilidad casi clínica: la criatura oscila entre la búsqueda de afecto y la ira desesperada de quien ha sido quebrado. 

¿Y si fuéramos el doctor Frankenstein? 

La película también sugiere que, como espectadores y como sociedad, ocupamos el lugar del creador. Somos quienes definimos qué merece ser aceptado y qué merece ser repudiado. Todos hemos sido, en algún momento, Frankenstein: creadores de expectativas imposibles, constructores de etiquetas, emisores de juicios que dejan cicatrices. Y en esa triada simbólica que Del Toro construye, el científico, la criatura y Elizabeth, aparece una metáfora poderosa sobre la identidad.  

La criatura, hecha de fragmentos y marcada por el abandono, se convierte en un espejo incómodo: revela lo que otros proyectan sobre ella. Elizabeth, con su mirada compasiva, es la única capaz de ver belleza allí donde otros ven monstruosidad; para ella, aquello que la sociedad desecha adquiere dignidad, humanidad e incluso ternura.  

En cambio, cuando mira al doctor Frankenstein, no encuentra brillantez ni nobleza, sino una forma más profunda de monstruo: el ser que, incapaz de empatía y preso de su propia ambición, destruye lo que crea y luego huye de las consecuencias. En esa inversión moral, la criatura como lo bello inesperado y su creador como lo verdaderamente oscuro, la película nos confronta con un dilema ineludible: ¿somos Elizabeth cuando miramos a los otros con apertura, o somos Frankenstein cuando solo vemos defectos, desviaciones y amenazas? 

La pregunta que subyace a esta analogía es profundamente ética: 
¿qué identidades estamos “creando” o deformando con nuestra forma de mirar? 

En la era digital, todos somos criaturas bajo escrutinio 

Si la criatura de Shelley sufría por la mirada directa, nuestra época añade un espejo más complejo: el digital. Redes sociales, filtros, opiniones al instante, la necesidad perpetua de ajustar quién somos para encajar con una audiencia invisible… La lógica es la misma: permitimos que la mirada del otro determine nuestro valor. Cambia el contexto; permanece la vulnerabilidad. Porque al final la autoimagen se deteriora, se fractura, se desestabiliza, cuando el de afuera devalúa a nuestro propio ser y pone en duda nuestras creencias sobre el “yo” 

Del Toro no habla explícitamente de redes sociales, pero su versión de Frankenstein dialoga con nuestra era: identidades que se modifican para sobrevivir y subjetividades que se fragmentan bajo la presión del juicio público. 

La psicología como espacio para reconstruirnos 

En medio de esa tensión, entre lo que somos y lo que creemos que debemos ser, la psicología ofrece un camino. El trabajo terapéutico ayuda a desmontar identidades construidas desde el miedo, la culpa o la vergüenza. Permite resignificar la mirada ajena, construir una voz interna propia y comprender que nuestra identidad no depende únicamente de lo que los demás interpretan. 

Porque, a diferencia de la criatura de Del Toro, nosotros podemos en conciencia, abrazar nuestras carencias, conocer y entender lo que nos hace diferentes y modificar aquello que nos causa malestar, en un espacio donde seamos vistos sin el peso del juicio: la consulta psicológica. 

Al final el monstruo vive 

La historia de Frankenstein sigue viva porque habla de nosotros: de las veces que hemos sido criaturas, rechazadas o incomprendidas; y de las veces que hemos sido Frankenstein, incapaces de mirar con compasión, dejando en otros un poco del monstruo que a veces somos. La versión de Guillermo del Toro nos recuerda que la identidad es un territorio construido entre muchas miradas, pero que merece ser reclamado. 

“Mientras permanezcas vivo, ¿qué más puedes hacer sino vivir?”

Del Toro cierra con maestría con una frase que no sólo es conmovedora, sino que invita a la resiliencia y al perdón, no hacia el que nos hizo monstruos sino a nosotros mismos por convertirnos en aquello que no es genuino y que nos separa de la bondad. “Mientras permanezcas vivo, ¿qué más puedes hacer sino vivir?” Esa pregunta, sencilla y contundente, que termina de cerrar con la única orden verdadera que un padre puede ofrecerle a su hijo “VIVE”, ofreciendo un final, que nos recuerda que la existencia sigue siendo un gesto de apuesta, incluso cuando el mundo, o la mirada de los otros, parezca negarnos un lugar.  

Vivir implica resistir las narrativas que nos reducen, cuestionar las identidades que nos impusieron y recuperar, con paciencia y valentía, la posibilidad de reescribirnos. En un entorno donde tantas voces compiten por definirnos, el acto más radical es elegir seguir siendo, seguir explorando quiénes somos más allá del juicio ajeno. Porque mientras hay vida, hay margen para la transformación; mientras respiras, existe la oportunidad de regresar a ti, de reconstruir tu historia y de reclamar una identidad que, aun frágil, sigue siendo tuya.  

**Además de 10 años de experiencia como comunicólogo, ejerciendo el periodismo, Alex Barrera es también psicólogo por la UNAM con profundización en desarrollo humano, y especialización en neurobiología de los trastornos mentales, enfocada a la psicología.
Actualmente brinda terapia clínica con enfoque biopsicosocial.

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Belleza artificial, daño real: Estética digital, peligro creciendo en la pantalla 

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Entre la estética virtual y la salud mental: los riesgos psicológicos de vivir en un mundo donde lo “perfecto” se fabrica con un clic.

Conciencia Saludablemente
Por: Psicol. Alex Barrera

Vivimos en una era en la que la apariencia puede alterarse con un gesto: un filtro que afina el rostro, una aplicación que elimina una arruga, una inteligencia artificial que fabrica una imagen perfecta desde cero. Lo que comenzó como un juego estético se ha convertido en un factor de riesgo para la salud mental: la proliferación de filtros y de fotografías generadas por IA está alimentando formas de insatisfacción corporal que, en casos extremos, se traducen en trastornos como la disformia, o dicho de otra forma. la percepción distorsionada de la propia apariencia física, (body dysmorphic disorder, BDD). 

No es una alarma infundada algunas investigaciones recientes y revisiones académicas como la publicada en la revista Springer Nature muestran que las plataformas centradas en la imagen (Instagram, Snapchat, TikTok) y las prácticas de edición cotidiana fomentan comparaciones constantes y expectativas irreales sobre el cuerpo y el rostro.  

La evidencia indica que la exposición continuada a imágenes idealizadas y manipuladas, y el uso recurrente de filtros sobre el propio rostro, se asocian con mayor insatisfacción corporal, baja autoestima y conductas de verificación o evitación, síntomas que caracterizan la disformia, lo preocupante es que para muchos el espejo ya no es el referente inmediato: sino la pantalla.  

Los filtros no son inocuos por dos razones clave. Primero, alteran el estándar de comparación: cuando la norma visible es una versión “mejorada” de la realidad, las personas tienden a medir su valor contra un ideal inalcanzable. Estudios sobre filtros de belleza y efectos cognitivos muestran que estas imágenes generan un “halo” de atributos positivos (mayor atractivo, confianza y hasta credibilidad) que amplifican la presión por parecerse a esas versiones digitales.  

Segundo, la práctica de editar la propia imagen (self-filtering) puede resultar más dañina que observar filtrados ajenos: en primer lugar porque refuerza la idea de ser como “Se supone debo ser” en lugar de promover la “aceptación del como soy”. Manipular el propio rostro fomenta la atención excesiva hacia defectos percibidos y refuerza conductas compulsivas de comprobación.  

La irrupción de la IA complica aún más el panorama. Las imágenes generadas por algoritmos son cada vez más verosímiles y muchas personas dejan de distinguir entre lo real y lo fabricado; esa dificultad para detectar “deepfakes” permite que modelos corporales imposibles circulen como aspiracionales, naturalizando una estética artificial que no se puede alcanzar haciendo que el daño psicológico se vuelva sistémico: no se trata solo de un individuo que sufre, sino de una cultura visual que normaliza la perfección editada y penaliza la diferencia, de forma inconsciente esto decanta en insatisfacción pues no puedo obtener por ningún medio la imagen que la sociedad acepta, lo que termina en trastornos psicológicos que pueden llegar a ser severos.  

¿Cuáles son las consecuencias conductuales?  

En el extremo, la disformia se manifiesta por presencia de pensamientos constantes sobre el tema, búsqueda repetida de seguridad (miradas al espejo, fotos infinitas), evitación social y, en algunos casos, búsquedas de procedimientos estéticos invasivos. En la práctica clínica se observa también un incremento de consultas relacionadas con la insatisfacción facial y el deseo de “corregir” rasgos que llevan a quienes lo padecen a una vida limitada por la preocupación estética, razón por la cual pueden presentarse ataques de ansiedad, evitar tener contacto social, incluso angustia y tristeza constante. 

Ante esto, la terapia psicológica puede ser una buena opción, dado que actualmente los filtros y el uso de IA para mejorar la apariencia son parte del día a día la terapia para fortalecer las habilidades socioemocionales es recomendable, pues al desarrollar ciertas capacidades, el individuo comprende los limites sobre la realidad y lo que es inalcanzable, esto sobre todo en etapas de desarrollo como la adolescencia cuando las personas aún están formando una personalidad propia.   

Los psicólogos aplican técnicas probadas, y actuan como agentes de prevención y educación: los psicólogos pueden desarrollar programas de alfabetización mediática que enseñen habilidades críticas para interpretar imágenes, reducir la comparación social y gestionar la autoimagen; pueden colaborar con escuelas y plataformas para mitigar contenidos nocivos; y pueden adaptar intervenciones digitales (terapia en línea, módulos guiados) para alcanzar a jóvenes expuestos a estos riesgos. Además, el trabajo interdisciplinario con dermatólogos, cirujanos plásticos y educadores es esencial para distinguir deseos estéticos razonables de síntomas clínicos que requieren tratamiento.  

La responsabilidad, sin embargo, no es solo profesional: es colectiva. Empresas tecnológicas deben transparentar cuándo una imagen ha sido alterada o generada por IA; los medios deben abandonar la glorificación de cuerpos uniformes; las escuelas y las familias deben enseñar a las nuevas generaciones a cuestionar la verosimilitud de lo que consumen. Y quienes sienten que la preocupación por su aspecto se ha vuelto persistente, invasiva o limitante, deben saber que pedir ayuda es una decisión de cuidado, de igual manera las personas deben permanecer alerta y saber cuándo alguien a su alrededor está presentando conductas que pueden ponerle en riesgo. 

La belleza filtrada puede dar placer momentáneo, pero la disformia —esa brecha entre imagen ideal y experiencia sufriente— deja cicatrices conductuales y emocionales al individuo, además de un severo daño en el tejido social.

Y la realidad dura que quizá se está dejando de lado es que la popularidad de los filtros y las imágenes creadas por IA revela una crisis silenciosa: la insatisfacción corporal y el malestar psicológico en la era digital, para contrarrestarla hacen falta políticas, educación y, sobre todo, la intervención de profesionales capacitados.

Los psicólogos están listos para intervenir: evaluar, acompañar y ofrecer herramientas que restauren una relación más realista y amable con el propio cuerpo. En un entorno donde lo artificial compite con lo auténtico, esa tarea puede ser la diferencia entre una vida dominada por la imagen y una vivida en plenitud. 

**Además de 10 años de experiencia como comunicólogo, ejerciendo el periodismo, Alex Barrera es también psicólogo por la UNAM con profundización en desarrollo humano, y especialización en neurobiología de los trastornos mentales, enfocada a la psicología.
Actualmente brinda terapia clínica con enfoque biopsicosocial.

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